Santino observó a la mujer que estaba en la bañera y se le volvió a encoger el
pecho, igual que le pasaba cada vez que ella se reía, le hablaba o le tocaba. No se
habían tocado mucho últimamente y él sabía que era el culpable, pero estaba cansado.
Caminando hacia la bañera, él se quitó la camisa y se quitó los pantalones justo
cuando ella abrió los ojos. Entonces los abrió de par en par y lo observó con duda.
Él le agarró el brazo y tiró de ella para que se sentara.
—Hazme sitio.
Sarah entreabrió los labios sorprendida. Ella hizo lo que le pidió mientras él
acomodaba su enorme cuerpo en la bañera por detrás de ella. Inclinándose hacia atrás,
ella respiró hondo cuando sus caderas presionaron su miembro endurecido y descansó
la espalda sobre su pecho. Tragando, contempló cómo él deslizaba las manos por sus
brazos y le cubría la barriga. Extendió los dedos sobre ella de forma protectora,
queriendo tocar cada centímetro de su cuerpo, pero sin saber bien cómo hacerlo.
El silencio se rompió con el sonido de sus respiraciones profundas. Él puso los
labios sobre su oreja.
—Te he echado de menos, cariño.
Sarah apretó los ojos.
—¿Te das cuenta...? —dijo ella con frialdad mientras él pasaba los labios por la
curva de su cuello—. ¿De que no hemos estado cerca en casi dos semanas?
Él la envolvió con los brazos y la atrajo más cerca, dejando escapar un suspiro de
los labios cuando ella presionó las caderas contra su miembro.
—Lo sé. Ha sido muy difícil mantenerme alejado de ti.
—¿Por qué lo has hecho?
La acusación en su voz hizo que sus labios se detuvieran y él contempló su perfil
mientras ella miraba al frente como si se estuviera preparando para una pelea.
—Porque te encontrabas muy mal y no quería cansar tu cuerpo más de lo que ya lo
estaba.
Sarah inclinó la cabeza de repente con los ojos empañados.
—Ni siquiera me has besado —dijo en un susurro.
Él le miró la boca con avidez.
—Porque no habría sido capaz de detenerme si te hubiera besado.
—¡Menudo imbécil!
Santino abrió los ojos de par en par y se echó hacia atrás.
—¿Cómo dices? —Él ahogó una risa.
Sarah le clavó el codo en la cintura de forma juguetona y se acomodó contra él.
—Eres un idiota.
—¿Qué he hecho?
—Nada.
Santino, de forma instintiva, envolvió los brazos alrededor de sus hombros,
apretando los pechos al acercar la cara a su pelo para oler su fragancia.
—¿Creías que no quería hacerte el amor? Sueño con ello. Te veo y quiero hacerte el
amor. Pero estabas muy débil.
Sarah cerró los ojos.
—Ya me encuentro mejor.
Santino le liberó el cuerpo y deslizó las manos hasta su barriga, acariciándola y
deteniéndose cuando sentía a un bebé retorciéndose, dejando ver claramente el codo
puntiagudo. Ellos se rieron juntos y Santino llevó la mano a la parte baja del vientre.
Bruscamente, Sarah puso la cabeza sobre su hombro y gimió con los pechos
sobresaliendo al arquear la espalda ligeramente. Relajó los muslos para darle espacio,
abriendo más las piernas cuando él deslizó los dedos por su entrepierna de forma
territorial.
A él la excitación le agitó las entrañas, lo tensó, hizo que su piel se estremeciera y
levantó la mano libre para cubrirle el pecho.
—Deberías verte.
Fascinado, arrastró la mano por su pecho hasta llegar a la barriga y la volvió a
subir para cogerle el pecho. Lo apretó ligeramente y sus pezones se endurecieron como
botones. La carne que tocaba era firme.
—Dios... —Él respiraba con pasión y le mordió el lóbulo mientras sus dedos
jugaban con sus pezones.
Sarah gimió y se sacudió de nuevo mientras él le golpeaba repetidamente el clítoris
extremadamente sensible. Estaba nerviosa y tensa.
—No me he corrido en días.
—Yo tampoco —le susurró él al oído y le clavó la lengua en la curva de la oreja.
Sarah giró la cabeza a un lado para ofrecerle la boca. Cuando él tomó sus labios fue
suave, dulce y cariñoso. Sus labios jugaban con los de ella, primero el superior y
después el inferior, y su lengua se movía por la boca de ella para explorarla.
—Tienes un sabor tan agradable.
Él gimió cuando ella se sacudió mientras él la sujetaba y ella dejó que los muslos
cayeran hacia los lados en esa enorme bañera. La erección de Santino se chocó contra
la parte baja de su espalda mientras él seguía torturando su clítoris.
Sarah interrumpió el beso y se agarró a los lados de la bañera, levantándose sobre
él. Él le cogió de la cintura para que mantuviera el equilibrio cuando se levantó. Con el
agua derramándose por su piel perfecta, se giró para quedar de frente a él.
Él inclinó la cabeza hacia atrás para mirarla, para ver su barriga redonda y sus
pechos voluptuosos. Su cuerpo era muy diferente al cuerpo al que le había hecho el
amor hacía solo unos meses.
—Estás más guapa ahora que antes.
—Estaba triste pensando que ya no te excitaba.
Él negó con la cabeza, horrorizado, cogiéndole la mano y tirando de ella hacia
abajo con suavidad. Sarah se agachó y envolvió los brazos alrededor de su cuello
mientras se sentaba sobre sus muslos.
—Deja de ser irracional —murmuró él—. Simplemente no quería cansarte por mi
propia satisfacción sexual.
—¿Y qué pasa con la mía?
Él la atrajo más cerca hasta que la tripa quedó presionada contra sus abdominales y
los senos chocaron contra su pecho, y él la besó apasionadamente. Cada palabra que él
no había dicho, cada sentimiento que no había sido capaz de transmitirle, estaba en ese
beso. Sus labios tenían hambre, eran rápidos y ávidos y los suavizó brevemente antes
de ganar intensidad de nuevo. Él deslizaba las manos por su espalda, agarrándole de las
caderas y acercándola para que abriera su sexo sobre su miembro. El agua se salía de
la bañera y caía sobre el suelo de mármol cuando se movían. Sarah pasó las manos
mojadas por su pelo y parecía deleitarse con la sensación y, cuando él interrumpió el
beso, ella se inclinó a por más y gruñó cuando él no la dejó continuar.
Agarrándole las caderas, la levantó de sus muslos y, cuando la cabeza de su
miembro se había introducido en la abertura de su sexo, Sarah dejó caer la cabeza hacia
atrás y se sentó sobre él. Un pequeño grito de placer se le escapó del pecho y se apretó
las caderas, llevando su miembro más adentro.
Ella abrió los ojos y la expresión de lamento que tenía en la cara la delató.
—Me voy a correr.
Santino apretó los dientes. Ella todavía no se había movido y tenía las mejillas
rosadas, los hombros tensos y los ojos somnolientos, preparada para el orgasmo.
Sus entrañas se contrajeron sobre su miembro, y él tensó los músculos para
contener su propio orgasmo.
—Te he deseado tanto cada segundo.
Él empezó a moverla hacia atrás y hacia delante sobre su miembro, y ella movía las
caderas sobre su entrepierna en vez de moverse arriba y abajo. Él apretó la mandíbula
cuando ella le clavó las uñas en los hombros, y ella jadeó intensamente antes de cerrar
los ojos y sucumbir a las ráfagas del orgasmo.
Su cuerpo se mecía violentamente como si una corriente le atravesara el cuerpo, y
relajó las manos sobre su espalda mientras sus entrañas se tensaban sobre su miembro.
Gimiendo, Santino se inclinó hacia delante y atrapó el pezón oscuro y endurecido
con la boca. Ella deslizó las manos por su pelo otra vez manteniéndolo sobre sus
pechos mientras él chupaba como si su vida dependiera de ello.
—Te he echado de menos —susurró sobre su pezón antes de arrastrar los dientes
por la carne hasta llegar al otro pecho. Eran voluptuosos y se le escapaban de las
manos cuando los apretaba.
***
Sarah se echó ligeramente hacia atrás con su miembro todavía dentro de ella hasta
que su cuerpo se aferró a la base del miembro y le acercó la cabeza a sus pechos. Ella
tenía todo el cuerpo sensible y necesitado, y no quería nada más que hacer que el
momento durase. Había esperado, había tenido miedo. Dejó que el miedo la inundara
de nuevo, el miedo a perderlo, a no tenerlo a su lado, y entonces lo apartó bruscamente.
Tenía que dejar de ser tan paranoica. Ese hombre había demostrado sus intenciones una
y otra vez y, por lo que conocía de él, Santino Orlando no era infiel.
Ella bajó la mirada a su cara y pasó una mano por su mandíbula para disfrutar del
bonito contraste de sus pieles. Él le pertenecía por ahora; le pertenecía porque él había
elegido estar con ella. Por los bebés.
El corazón le dio un vuelco de dolor, pero se negó a que la autocompasión la
entristeciera. Cuando él la atrajo más cerca de nuevo, ella sonrió. Él la agarraba con
fuerza mientras miraba la barriga como si tuviera miedo de hacerle daño.
—Bésame —imploró él levantando la boca.
Esa dura orden emitida con tanta súplica hizo que a ella le estallara el corazón de
amor, admiración y posesión.
—Eres mío —gimió ella antes de cubrirle los labios con los suyos.
Él la besó apresuradamente mientras le agarraba la parte baja de la espalda con las
manos para acercarla. Su boca se tragó el gemido de Sarah. Su miembro llegó muy
adentro cuando levantó la cadera al mismo tiempo que la acercaba. Lo hizo una y otra
vez mientras pasaba las manos por su espalda, por su barriga y después por sus
caderas. Ella clavó la lengua en su boca y no le dejó que la dominara con la lengua.
Cuando él se dio cuenta, le atrapó la lengua con los labios y la succionó con
brusquedad.
Gimiendo en protesta por la brutalidad, ella se retiró y suspiró cuando sus lenguas
se enredaron explorándole la boca. Él no dejaba de atraerla sobre su miembro, dejando
su clítoris presionado sobre la base, y ella dejó que él tomara el control con su pasión.
Él respiraba con más intensidad sobre su boca.
La agarraba más fuerte que antes con las manos y, cuando se sacudió debajo de ella,
gimiendo en su boca, sus hombros se estremecieron bajo sus manos.
En ese momento, el cálido y abundante brote de semen se derramó dentro de ella, y
esa sensación ardiente y distinta hizo que el cuerpo de ella se retorciera en un nuevo
orgasmo. Ella le agarró del pecho y empezó a moverse más fuerte, más rápido, y él
gruñó interrumpiendo el beso y presionando la boca sobre su cuello. En segundos,
Sarah, lubricada por su semen, lo agarró violentamente y se estremeció intensamente
sobre él, uniéndose a su orgasmo.
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"El bebé del multimillonario"
RomanceQue pasa si por casualida te acuestas con un multimillonario y a los dias descubres que estas embarazada de el Con todos los derechos reservados