Epilogo

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Santino sostuvo la mano de Sarah y le besó los nudillos una y otra vez. Le resultaba
imposible deshacerse del escozor que notaba en los ojos.
—¿Sarah? —dijo por décima vez en los últimos cinco minutos, y ella no respondió.
Salió precipitadamente a buscar a la enfermera.
—¿No debería estar ya despierta?
La enfermera entró para comprobarlo y le pidió a Santino que esperara.
Santino se desplomó en su silla. La mitad de él quería ir al cuarto de los bebés para
ver a las niñas, y la otra mitad no quería despegarse de Sarah porque quería darle la
noticia.
Media hora después, la mano de Sarah tocó la suya y él se incorporó de un brinco,
acariciándole la cara y apartándole el pelo.
—¿Cariño?
Sarah entreabrió los ojos.
—Hola —intentó decir, pero solo salió aire de sus labios entreabiertos. Se aclaró
la garganta y lo intentó de nuevo—: Hola. —Y esta vez la palabra sonó como si croara.
Ella se rio e hizo un gesto de dolor, y Santino le posó los labios en la frente.
—Sarah, cariño, eres mamá de dos pequeñas preciosas.
Ella sollozó brevemente; las lágrimas le caían por los lados de los ojos hasta las
orejas.
—Shhh. —Él le limpió las lágrimas—. Somos padres, Sarah.
—¿Están bien? —preguntó con evidente desconfianza.
Santino cerró los ojos e inclinó la frente contra la suya.
—Una de las niñas tiene un pequeño problema cardíaco, pero eso ya lo sabíamos,
¿verdad? —dijo lentamente, sin estar seguro de lo preparada que estaba ella
emocionalmente para esa información.
—Siempre y cuando estén bien.
—Pero, ¿sabes cuál es la buena noticia?
Sarah esperó con los ojos llenos de esperanza.
—El problema es mucho menos complicado de lo que los médicos se temían al
principio. No necesita cirugía y podremos llevárnoslas a las dos a casa en un par de
semanas.
Sarah se derrumbó, las lágrimas le rodaban por las mejillas y levantó un brazo para
agarrarse a él. Se dio cuenta un poco tarde de que tenía un tubo, así que levantó el otro
brazo y se agarró a su cuello.
La época mala ya había terminado. Para siempre.
Y tres semanas más tarde, estaban todos en casa: Michelle, Marjorie y sus padres.
Santino estaba montando la primera de las dos mecedoras para bebés en el salón, y
Sarah estaba dando de comer a Michelle en el sofá.
—Dios mío. Yo creía que los productos de BubFun eran los más fáciles de montar.
Sarah miró con los ojos entrecerrados las piezas de metal y plástico que tenía en la
mano, y sacudió la cabeza.
—Esta va a la izquierda, Santino. Mira la curva.
Santino la miró como si estuviera siendo condescendiente con él, pero no tardó en
darse cuenta de su error.
—Ah, es verdad.
Sarah se rio.
—¿Cuándo fue la última vez que montaste algo tú solo?
Santino negó con la cabeza.
—Debería hacer contratado a alguien para que se encargara de esto.
—Niño mimado —dijo ella como si fuera el piropo más romántico del mundo.
Esa noche se sentaron juntos delante de la televisión cuando se retransmitió el
nuevo anuncio de BubFun. Sarah estaba sentada con inquietud mientras millones de
personas de todo el mundo la veían en sus pantallas en ese preciso instante.
Sin embargo, Santino estaba tan emocionado que no podía sentarse quieto, y no
dejaba de abrazarla y besarle la cabeza.
—Estoy tan orgulloso de ti, cariño. Estoy muy muy orgulloso de ti.
Pasaron las siguientes dos horas entre risas mientras seguían el progreso del
anuncio en las redes sociales.
En dos semanas, el anuncio era aclamado como un éxito nacional y obtuvo un gran
reconocimiento.
***
Sus hijas tenían cuatro semanas cuando Santino llegó a casa con rosas y con una
gran carpeta. Después de besar a Sarah y a sus hijas, le entregó la carpeta cuando ella
extendió la mano para coger las rosas.
—¿Qué es esto?
Santino se tiró en el sofá despreocupadamente.
—Es una lista de candidatos para el puesto de ser tu agente.
—¿Mi qué? —Sarah arrugó la nariz.
—Estás recibiendo ofertas, Sarah. Anuncios, sesiones de fotos. Y...
—¡Ni de broma!
Él le sonrió.
—Lo has conseguido. Tienes un talento innato. Tienes una nueva oportunidad para
empezar de cero con tu carrera y hacer lo que realmente querías hacer.
El hormigueo que sentía en el cuerpo era de gratitud, adoración y confianza por el
hecho de que Santino siempre estaría a su lado.
—¿Qué he hecho para merecerte?
Santino se levantó y la estrechó entre sus brazos, y ella se sintió culpablemente feliz
de que no hubiera ningún bulto que los mantuviera alejados. Se acomodó en su pecho
con facilidad mientras él la sostenía.
—Eres lo mejor que me ha pasado nunca —susurró él con vehemencia, y se echó
hacia atrás para sostenerle la cara entre ambas manos—. ¿Te casarás conmigo en dos
semanas?
Sarah sonrió.
—Sarah Orlando. Me gusta cómo suena.
Santino rio y le besó su boca sonriente.
—Te quiero mucho. 




Fin 

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora