Capitulo 8

6.7K 399 11
                                    

Sarah estaba pasando el tiempo tecleando y miró el reloj. Quedaban diez minutos
para la reunión en la que hablarían del anuncio de BubFun. Su equipo tenía previsto
mantener una reunión previa antes de ver a los ejecutivos de BubFun.
A pesar del hecho de que ella era íntima de Santino, tan íntima como para haberse
acostado con él en Madrid y después haberse visto dos veces en Estados Unidos, para
ella era una norma el no hablar con él de trabajo. Por tanto, el protocolo para
programar la reunión sería el habitual, y estaba llevando mucho tiempo porque Santino
no sabía personalmente que su empresa quería tener la reunión.
Y el mayor problema era que él la había llamado una hora antes, de nuevo, para
decirle que se iba a Washington por una reunión urgente. Con la cantidad de viajes que
requería el trabajo de ese hombre, ella dudaba que lo viera más de cinco veces al año.
Pero en ese momento Sarah no estaba tan preocupada por eso como por que no
volviera a tener náuseas. La noche anterior había salido corriendo de la limusina y
había suspirado con alivio pensando que, al menos, si hubiera vomitado en la hierba no
había destruido nada caro, solo la hierba. Ni siquiera se había dado la vuelta para
mirar a Santino.
Él le había enviado un mensaje mucho después, pero ella ya debía de estar dormida
para entonces. Y esa mañana ella estaba en la ducha cuando él la llamó. Cuando ella le
devolvió la llamada, él no dijo nada sobre su extraño comportamiento de la noche
anterior, y ella se alegraba porque no podía ni explicar lo que le aterrorizaba poder
destruir el interior de su coche.
Tara puso una taza de café junto a su ordenador portátil, y Sarah le sonrió con
gratitud.
—Gracias, Tara.
—¿Te encuentras bien? Pareces cansada y un poco asqueada.
Sarah miró a su amiga e hizo una mueca.
—Gracias. Ahora me siento genial conmigo misma.
Tara se rio.
—Estoy siendo sincera. Eso es lo que hacen las amigas. ¿Preferirías que te dijera
que tienes un aspecto fantástico? ¿Que te mintiera?
Sarah negó con la cabeza y sonrió.
—Ya sabía que tengo un aspecto horrible, porque me siento horrible. Ayer pasé la
peor noche de mi vida. Estuve a punto de vomitar al menos cien veces, pero no vomité
y no dormí nada bien. Me he despertado con dolor de cabeza.
—Hmm... ¿Estás estresada por el anuncio con BubFun?
Sarah negó con la cabeza.
—La verdad es que no. En realidad, ahora que lo pienso, me he sentido bastante
dolorida y cansada los últimos días. Solo que anoche empeoró mucho.
—Deberías ir al médico. Sabes que últimamente hay muchos virus por ahí. No
quieres coger algo como el ébola y no saberlo hasta que sea demasiado tarde.
Sarah le dio un codazo en la pierna a su amiga.
—Gracias, Tara.
Tara se rio y después se le paralizó la expresión de la cara.
—¿Sabes qué?
—¿Qué? —Sarah hizo una pausa porque, a juzgar por su reacción, pensó que Tara
había sentido un terremoto o algo similar.
Tara abrió los ojos de par en par y separó los labios como si estuviera calculando
algo.—
Tienes náuseas. Te sientes dolorida y no puedes dormir bien...
—Ajá.
—¡Podrías estar embarazada! —exclamó Tara con intensidad.
Sarah se quedó inmóvil y vio a varias cabezas girarse hacia ella con su visión
periférica. Ella apretó los dientes y entrecerró los ojos mirando a su amiga, que
inmediatamente pareció sentirse culpable.
—Podrías estar embarazada —susurró Tara, como si así eliminara su anterior
reacción de la memoria de otras personas.
—¡No! —articuló Sarah, y volvió a su ordenador.
—Podrías estarlo. —Tara se acercó, susurrando en alto—. Estuviste con Santino
Orlando en Madrid. Han pasado más de tres semanas. Podrías estarlo.
—¡No! —siseó Sarah—. Utilizamos protección.
Tara entornó los ojos.
—Mi hermana tomaba anticonceptivos, usaba condones y aun así se quedó
embarazada. ¡Tres veces! En tres años consecutivos. Su carrera profesional se detuvo
hace siete años.
Sarah se quedó paralizada.
—Deja de estresarme, Tara. Ahora que lo pienso, tu diagnóstico de ébola era más
alentador.
—No estoy de broma, Sarah. Deberías hacer un test de embarazo.
Sarah volvió a mirar alrededor.
—¿Podrías dejar de usar esa palabra aquí? La gente te puede oír. No estás
susurrando.
Tara apretó los labios y bajó el volumen un poco más.
—Estoy intentando ser una buena amiga, ¿vale?
Sarah suspiró.
—Es muy estúpido. Utilizamos protección. Y, además, ni siquiera tengo que tener la
regla todavía.
***
Cuatro días después, en la mañana en la que debía bajarle la regla, Sarah se sentó
en el baño de la oficina sujetándose la frente con una mano y un test de embarazo con
dos rayas brillantes con la otra. Estaba conmocionada. Se le habían paralizado las
piernas. Alguien estaba golpeando la puerta del baño y ella ni siquiera se molestó en
contestar. Simplemente miraba fijamente a esa cosa mientras el corazón le latía
rápidamente pero su cuerpo se mantenía inmóvil.
«Mi hermana tomaba anticonceptivos y usaba condón y aun así se quedó
embarazada. ¡Tres veces! En tres años consecutivos. Su carrera se detuvo hace siete
años».
Las palabras de Tara resonaron en su cabeza como un cántico. Y entonces su propio
cerebro pensó en unos cánticos personalizados. «Un bebé. Un bebé. Se ha terminado tu
carrera. No puedes lidiar con esto. No puedes ser madre. No sabes cómo hacerlo. No
puedes hacerlo. ¡Nunca tuviste una madre para saber cómo se hace!».
Las lágrimas le empañaron los ojos y, por fin, encontró la energía para moverse lo
suficiente para secarse los ojos con furia. Maldijo entre dientes y cerró los ojos con
desesperación. Entonces se levantó del baño y tiró el test de embarazo en la papelera
antes de salir del servicio. Una de las diseñadoras gráficas entró en el cubículo al
instante. Sarah ni siquiera se molestó en mirarla. En cambio miró su reflejo, su piel
amarillenta, sus ojos hundidos hasta el suelo por la falta de sueño.
Suspiró. Unas semanas y el bebé ya la había transformado por completo. Tara tenía
razón. Su carrera se había acabado. Con la falta de energía que tenía estaba segura de
que, en el mejor de los casos, estaría en cama en un par de semanas. El embarazo no era
para ella.
Unos cánticos desordenados resonaron en su cabeza y se arregló el rímel que se le
había corrido por debajo de los ojos antes de salir del baño. Tenía que irse a casa.
Se acababa de sentar en la silla de la oficina cuando una chica se puso a su lado,
muy cerca, invadiendo su espacio personal. Sarah reconoció a la diseñadora gráfica
que casi había tirado la puerta del cubículo del baño para entrar.
—¡Enhorabuena!
Sarah entrecerró los ojos.
—¿Qué?
La diseñadora se tapó la boca.
—Es que he visto el test en la papelera. Y oí la conversación que tuviste con Tara el
otro día. Ay, Dios mío... ¡Me alegro tanto por ti! ¡Un bebé!
Sarah se quedó inmóvil cuando varias cabezas se giraron hacia ella. La más
sorprendida era la de una chica a la que conocía muy bien: Tara.
Entonces Sarah se vio rodeada de felicitaciones y comentarios sobre la fiesta
prenatal. Las mujeres que tenían hijos adolescentes hablaban sobre cuándo comprar las
cosas del bebé y qué marca de ropa era la más duradera. Sarah estaba atrapada en una
pesadilla.
Odiaba ser el centro de atención. No era para ella. Desde que era una niña pequeña
y tímida odiaba que hablaran de ella. Esa misma costumbre la había llevado a optar por
ser directora cuando lo que en realidad le encantaba era ser modelo y actuar. Había
pasado toda su vida apartándose del foco de atención, y ahora ahí estaba...
¡jodidamente embarazada! Toda la oficina hablaba de ella, de su bebé y de dónde debía
dormir el bebé, y de la fecha del parto.
Sarah se levantó, fingió una sonrisa, recogió sus cosas y salió 


Hola mis lectores , lamento la tardanza , pero aqui les dejo un capitulo mas , espero que les gustes 

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora