Capitulo 11

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Dos días después, Sarah estaba caminando al trabajo en silencio, sin molestar a
nadie, cuando unos lobos cayeron sobre a ella.
Los periodistas le gritaban preguntas que ni siquiera entendía porque todos
hablaban al mismo tiempo. Por unos momentos la devoró un alarmante estallido de
adrenalina, aterrorizada por que le hubiera pasado algo a Santino. Entonces oyó las
palabras «relación» y «Sr. Orlando» y al miedo lo sustituyó el pánico.
Santino la había llevado al trabajo los dos últimos días después de plantarse con
determinación en su casa, y esa mañana se había ido después de que ella lo convenciera
de que todavía podía ir andando al trabajo. Después de todo, necesitaba hacer
ejercicio. Pero no esto.
Los periodistas se empujaban para conseguir la primicia de la que, evidentemente,
era la novia de Santino Orlando.
Dándole vueltas la cabeza, los evitó casi sin emitir ni una palabra y consiguió que
funcionara. Pero pasó la siguiente hora con la cabeza entre las manos. No podía
trabajar y el pánico le invadió el cuerpo. Por fin, reunió suficiente energía para llamar a
Santino.
—Mierda. —Tenía el teléfono silenciado. Tenía diez llamadas perdidas de él y
justo le estaba llamando cuando la puerta de su oficina se abrió y entró él.
Con una mirada a su cara afligida ya lo supo.
—Lo siento muchísimo —dijo él con franqueza.
Sarah no pudo evitarlo. Se levantó y fue directamente a sus brazos, poniendo la cara
sobre su pecho.
—Es una locura.
Él le acarició la espalda.
—Debería haberte llevado a trabajar yo mismo. Si hubiera sabido que se enterarían
y que te acosarían, te habría llevado yo y los habría esquivado.
Ella levantó la mirada hacia la de él y se volvió a acomodar sobre su pecho.
—¿En qué estás pensando?
Ella negó con la cabeza.
—Creo que no estoy preparada para hablar de ello.
Agarrándole los brazos con firmeza, la llevó hasta su silla y se sentó enfrente de
ella.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy bien. —Pero se aferró a su mano como si fuera un salvavidas—.
Suspirando, apretó los ojos—. Odio ser el centro de atención. —Mientras él esperaba
en silencio a que ella dijera algo más, su necesidad de hablar y de hacerle una
confesión aumentó—. En realidad no... no me conoces, Santino.
Él le sujetó la mano con más fuerza.
—Entonces ayúdame a conocerte. Porque es lo único que quiero.
Ella lo miró, recordando al hombre guapo que había visto hacía solo unas semanas.
Había sido tan inalcanzable, tan irreal, y ahora él estaba aquí y le estaba agarrando la
mano como si no quisiera soltarla nunca. Y, lo más importante, era el padre del bebé
que estaba esperando.
Él lo estaba haciendo todo bien, y ese era el problema. Ella estaba esperando que
tuviera un desliz, que hiciera un movimiento en falso para que pudiera usarlo como
excusa para dejar de confiar en él. No importaba lo que hiciera por ella, ella siempre
sentía una fatalidad inminente, como si todo fuera a desaparecer. Las cosas buenas,
había aprendido ella en repetidas ocasiones, no le pasaban a Sarah Montgomery.
—He pasado toda mi vida manteniéndome alejada del foco de atención, sin querer
ser el centro de todo. Ya sabes... estudié publicidad porque me encantaba actuar y ser
modelo, pero no soportaba estar en pantalla así que pensé que dirigir me acercaría al
arte, pero no a estar en el centro.
Él frunció el ceño mientras la escuchaba.
—¿Tienes miedo de meter la pata?
Ella sonrió de forma titubeante.
—Solo tengo miedo de meterme en problemas.
—No lo entiendo, Sarah.
Ella tragó.
—Siempre he estado sola, como en... —Pensó, intentando no sonar lastimosa—.
No tenía a nadie en quien apoyarme, así que solo contaba conmigo misma. Meterme en
un problema o en una situación demasiado preocupante solo me pondría bajo presión,
porque nadie me apoyaba.
Él apretó los labios.
—¿Y tu familia?
—Tuve una familia adoptiva, pero pasaban demasiadas cosas ahí. Abuso de drogas,
conflictos, ánimos encendidos. Aprendí muy temprano que, si no quería verme envuelta
en peleas, tenía que esconderme en un rincón y fingir que no existía. Así que supongo
que me acostumbré a ser invisible. Pero, cuando me mudé, cambié de forma consciente.
Me di cuenta de que era segura de mí misma y de que podía lidiar con problemas, pero
sigo odiando estar en el foco de atención.
—Si los periodistas se acercan a ti otra vez, les voy a demandar.
Sarah se rio.
—Venga ya. Solo están haciendo su trabajo. Es lo que tiene ser el Sr. Orlando.
—No me importa lo que estén haciendo o por qué lo hacen. Tienes mi apoyo.
Ella lo miró a los ojos.
—No te entiendo, Santino. ¿Por qué haces esto?
—Sarah, hazme un favor y olvídate de todo lo que has leído sobre mí en la prensa,
por favor. La mitad no tiene fundamento y la otra mitad son exageraciones.
Ella nunca lo había pensado de esa forma.
—Vale. —Pero se dio cuenta un poco más tarde de que no podía olvidar por
completo que era un símbolo sexual, el hombre por el que las mujeres babeaban, el
hombre que había sido nombrado como el soltero más deseado del país por su aspecto
y su riqueza.
—Solo soy un tipo normal que, de alguna forma, se las ha apañado para ganar
mucha fama y dinero, y lo único que quiero es tener una vida estable. Tranquila y sin
complicaciones.
—¿O sea que de verdad te preocupas por el bebé?
Él sonrió.
—Por supuesto que me preocupo por el bebé. El bebé me entusiasma. Me muero de
ganas por verlo. Admito que me quedé helado cuando lo supe, sobre todo porque
habíamos usado protección y no podía imaginar ni en mis sueños más locos que podría
pasar algo así.
—¿Que tu súper esperma podría vencer a la protección?
Él se rio entre dientes.
—Sí, eso. Pero, aunque pueda haberte parecido que tomé una decisión impulsiva y
de improviso para seguir contigo, te juro que lo he pensado. La noche en que lo supe me
quedé despierto un buen rato mientras tú dormías, pensando, planeando, cambiando mis
planes y mis objetivos mientras tenía esto en mente. No es fácil, pero lo intento. Te
prometo que lo haré lo mejor que pueda.
Ella suspiró.
—No esperaba que te quedaras.
Él asintió, pensativo.
—Si no me lo hubieras dicho, nunca habría creído que intentas mantenerte lejos del
centro de atención.
Ella se rio.
—Hago lo que puedo para ocultar mis defectos.
Él le soltó la mano y le cogió la cara entre las dos palmas.
—No tienes defectos. Eres totalmente perfecta e inmejorable, eres única. Y eres
muy fuerte y estoy loco por ti.
Ella se inclinó hacia delante y puso el pulgar sobre su labio inferior, arrastrándolo
hacia abajo suavemente antes de darle un beso. La intensa inspiración que dio ella hizo
que se inclinara para un beso más largo e intenso. Todos los miedos que la habían
invadido desde el momento en que los periodistas la habían asaltado se desvanecieron,
y no existía nadie más que ese hombre y ella y sus manos posesivas sobre su cara.
Apartándose, ella apretó los labios y sonrió.
—Tengo que admitir que estoy muy asustada por todo esto.
—¿El bebé?
Ella negó con la cabeza.
—Eso también. Pero eso es inevitable, ¿sabes? El bebé está en camino y no puedo
librarme de ello. Va a pasar. Pero tú... —Tragó, pensando en cómo formar la frase para
hacer que lo entendiera, pero las palabras parecían esquivarla—. Tú eres una decisión.
Quiero decir... He elegido confiar en ti y eso da mucho miedo, porque me estoy
haciendo vulnerable deliberadamente y no estoy segura de que sea una idea fantástica.
El dolor le llenó los ojos, pero fue rápidamente sustituido por la determinación.
—Sé que es arriesgado. Sé que solo me conoces desde hace unas semanas, pero
piénsalo de esta manera. Es un gran riesgo, sin duda. ¿Pero te puedes imaginar las
recompensas que trae el invertir en mí?
Ella se rio entre dientes.
—¿Ahora hablas de finanzas?
—Porque soy un inversor. Asumo riesgos y te estoy enseñando la profesión. Son
conocimientos muy valiosos los que estoy impartiendo aquí.
Sarah se rio.
—Vale. Continúa.
—Así que, cuanto mayor sea el riesgo, mayor es la recompensa. Si resulto ser una
inversión fantástica, que lo seré, tendrás un cómplice, alguien que te apoye y alguien
con quien podrás contar. ¿Crees que estás dispuesta a asumir el riesgo?
Ella contuvo una sonrisa. En ningún momento le quitó el miedo, pero debía admitir
que su humor le había levantado el ánimo considerablemente.
—Creo que consideraré hacer esta inversión.
Él sonrió y le dio un beso firme en la mejilla.
—Le doy las gracias a Dios por eso.
***
El resto de días de la semana Santino insistió en llevarla en coche al trabajo y a
casa, y ella lo vio tratar con los periodistas con humor, que era uno de sus fuertes. En
una de sus entrevistas a pie de calle, él les informó muy amablemente y con una sonrisa
de que era muy protector con su novia y de que desataría su temperamento, pocas veces
visto, si alguien se acercaba a ella. Los periodistas se rieron con él, pero después
informaron de que los había amenazado sutilmente para que se alejaran de Sarah.
—Sabes... —Sarah comenzó a decir mientras veían un segmento de esa noticia en
la televisión más tarde—. Esto podría traerle problemas a tu imagen.
—¿A quién le importa la imagen? Solo quiero que sepan que no voy a tolerar que
crucen esa línea otra vez.
—Para ser honesta, hoy he visto a cinco periodistas en el supermercado, pero no se
han acercado a mí. Estaban fuera de la tienda y apartaban las cámaras cuando yo les
miraba.
—A riesgo de parecer increíblemente prepotente, cariño... —Él la agarró por la
cintura y le dio un beso en el cuello—. Ellos saben que no pueden jugar con Santino
Orlando.
Ella se rio y giró la cara hacia él.
—Eres prepotente.
—Puedo ser prepotente.
—¿En serio?
—Ajá. Te tengo. Eso me otorga algunos derechos para ser prepotente.
Ella le sacó la lengua y él se rio, inclinándose para morderla. Ella gritó y se apartó,
pero él siguió mordiéndole la mejilla y el cuello mientras ella se retorcía y se reía para
liberarse.
Cuando por fin él consiguió capturarle la boca, no tenía los dientes cerca de sus
labios. Lentamente le acarició el suave borde de los labios, tragándose su respiración
irregular.

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora