Capitulo 3

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—Por favor, ¿vas a dejar de hablar de esto?
Tara resopló con un dolor fingido.
—¿Por qué? Solo necesito saber cosas, ¿sabes? Vosotros habéis estado hablando
durante un buen rato y…
—Y yo no quiero hablar de eso —la reprendió Sarah de buen humor—. ¿Vale?
—¿Adónde te va a llevar esta noche?
Sarah suspiró. Tara era un caso perdido. Siempre era muy habladora e
indescriptiblemente intrusiva.
—No lo sé, Tara. No le he preguntado adónde quiere ir ni lo que quiere comer ni lo
que se va a poner.
—¿Pero estás segura de que es una cita de negocios?
—¡Sí! —mintió Sarah, deseando que su cara no la delatara.
—Pues vale. Me voy a mi habitación a aburrirme y no hacer nada mientras tú sales
a hablar con ese cliente tan guapo.
Sarah se alegraba de que Tara se marchara. Estaba demasiado nerviosa para tener
que lidiar con su habladora amiga. Cogió su bolsito, se puso el abrigo sobre el vestido
plisado azul cobalto y se soltó el pelo. Mirándose al espejo, le asintió a su maquillaje
casi imperceptible, un tono rosa en los labios, y salió de la habitación del hotel hacia el
recibidor.
Llegaba diez minutos pronto y miró alrededor del recibidor en busca de un lugar
cómodo donde sentarse a esperarlo, pero entonces vio a Santino levantarse de una zona
cómoda del sofá con una sonrisa en la cara. El corazón le latió con fuerza con la mirada
que le dirigió. Esperaba estar tranquila y compuesta cuando lo viera, pero no lo estaba.
Él la había besado en la mejilla antes. Ya nada era profesional. La estaba llevando
quién sabía adónde. Era una cita muy, muy poco profesional.
—Hola —dijo Sarah con nervios—. Llegas pronto.
—No quería hacer esperar a mi mujer.
«Mi mujer. Qué encantador. ¡Mujeriego!». Intentaba estar enfadada, pero no lo
conseguía. Ya era demasiado bueno controlándola. Y a ella le aterrorizaba que fuera
perfectamente capaz de manipularla como quisiera, como a una marioneta. Simplemente
podía hacerlo. Sin siquiera intentarlo.
Él la guio fuera del hotel hasta la limusina. El conductor mantenía la puerta abierta
al tiempo que él le tocaba lentamente la espalda para guiarla dentro. Sarah se deslizó
dentro del lujoso interior y respiró hondo mientras él se unía. Cuando él le dio
instrucciones al conductor en italiano, ella se ahogó en el delicioso sonido de su acento
mientras ese idioma magnífico y exótico salía rodando de sus labios como si fuera
líquido. Quería atraparlo con su boca.
Él se giró hacia ella.
—¿Y qué has estado haciendo todo el día?

—Estuve en la conferencia otra vez, solo un par de horas. Tenía que ver a otro
cliente.
—Oh… —Santino la miró con cautela—. ¿Ha ido bien?
Ella se encogió de hombros.
—Nos vamos a reunir mañana para hablarlo de nuevo.
Santino parecía curiosamente celoso.
—¿Te va a llevar a cenar?
Sarah se rio en bajo.
—¿Puedes al menos intentar ser un poco más sutil?
—Lo siento. Soy bastante directo con las cosas; el engaño no es mi punto fuerte.
—Me alegro de oír eso —dijo ella con suavidad.
Él sonrió.
—¿Entonces qué es? ¿Una cita para cenar?
—¡No! —Ella se rio—. Tenemos una reunión programada mañana por la mañana en
su oficina.
—Vale, suena bien. Avísame si necesitas ayuda.
Ella asintió.
—Creo que soy perfectamente capaz de coger un taxi hasta su oficina y después
volver a mi hotel.
Él sonrió.
—Entendido.
Hablaron sobre cosas aleatorias relacionadas con la conferencia hasta que el coche
se detuvo y Santino la condujo fuera. Una larga cola fuera de una discoteca hizo que
ella entrecerrara los ojos.
—¿Vamos a entrar ahí? —preguntó ella.
Él asintió, cogiéndole la mano como si tuviera el derecho para hacerlo. La guio
hasta el lateral del edificio, donde las puertas se abrieron para ellos, y Sarah se vio en
un balcón situado por encima de la enorme pista de baile que había debajo.
—¡Vaya! Esto es genial.
—Lo es —admitió él.
—¡Sí! —Ella giró la cara hacia él, hablando más alto y acercándose para que
pudiera oírla con la estridente música—. Creía que me iría de España sin echar un
vistazo a la vida nocturna.
Él deslizó el brazo por su cintura y, por primera vez, Sarah disfrutó del momento sin
ponerse nerviosa ni preocuparse por lo que podía parecer. Maldita sea. Estaban en una
cita. No tenía sentido seguir negándolo.

                             ***

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora