Capitulo 12

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—¡Sal de aquí! —le gritó Sarah a Santino al vomitar en el baño por tercera vez ese
día.
—No voy a ninguna parte. —La voz de Santino era serena mientras la miraba
fijamente.
Sarah estaría bien si tuviera que lidiar con una sola cosa. Vomitar las entrañas era
lo suficientemente estresante sin tener que saber que él la estaba contemplando mientras
lo hacía. Pero ya no tuvo más oportunidades de gritarle otra vez porque las náuseas no
dejaban de golpearla.
Por fin consiguió ponerse de pie y girarse hacia el lavabo. Mientras se enjuagaba la
boca y se lavaba los dientes, entrecerró los ojos al ver el reflejo. Él estaba a su lado
con cara de preocupación cuando le pasó una toalla.
—No me gusta que te quedes a mi lado mientras vomito. ¿Podrías quedarte fuera
por lo menos?
—Quiero quedarme contigo.
Ella entornó los ojos.
—¿Qué clase de satisfacción absurda podrías obtener al ponerte en esa situación?
—No te encuentras bien, así que no me iré.
—¿Qué...? ¿Piensas quedarte a mi lado si mañana tengo diarrea?
Él contuvo una sonrisa.
—Sin duda estaría a tu lado.
—¡Cállate! —Ella ahogó una risa y se secó los ojos, sorprendida por lo ridículo
que estaba siendo—. ¿No es suficiente con tener a una novia asquerosa, enferma,
inquieta y vomitando en vez de a la mujer serena y elegante que elegiste al principio?
—Bueno, mi novia no eligió quedarse embarazada, pero le ha pasado. Así que yo
diría que eso no puede ser eclipsado.
—Oh, Dios. Me estoy muriendo. —Ella se dejó caer en el sofá.
—¡Eh! —le reprendió él—. Ten cuidado.
Sarah solo emitió un gruñido como respuesta.
Él la miró mientras ella se tocaba cuidadosamente la tripa, que era cada vez más
grande.
—¿Y qué dices que ha dicho el médico sobre estas náuseas matutinas?
Ella levantó la cabeza del sofá y le dirigió la mirada más ofendida que era capaz de
poner.—
¿Náuseas matutinas? No le faltes al respeto a este monstruo. Esto son náuseas
permanentes. Lo que no sé es por qué me dio un respiro en el primer trimestre. Ahora
empeora cada vez más.
Él se puso de pie a su lado.
—Tu barriga sigue creciendo. Es bonito.
—¿Bonito? Y una mierda —se burló ella—. Me estoy poniendo muy gorda.
—Qué va. De todas formas, no comes lo suficiente, y lo que comes lo echas por la
taza del váter.
—Los bebés estarán bien, paranoico.
Él sonrió.
—Tengo que ir a casa a coger un traje antes de ir a trabajar. ¿Estás segura de que
vas a estar bien?
—Ajá. Me voy a quedar en casa sin hacer nada mientras tú te vas a ser productivo.
—¿Por qué no les pides que te envíen trabajo para hacer en casa? Podrías ser
productiva.
A Sarah le estalló la cabeza.
—Es una idea fantástica. —Salió disparada del sofá y se detuvo para mirarlo, pero
se cubrió la boca y fue corriendo al baño.
Santino estaba junto a la puerta del baño cuando ella se levantó del suelo junto al
váter una vez más y se secó la boca.
—Sarah, por favor, ¿puedes mudarte conmigo?
Ella se dio la vuelta y se quedó inmóvil. Él no había sacado el tema desde que la
había llevado a su casa hacía dos meses. Él parecía cansado y desesperado, y ella,
simplemente, lo miraba boquiabierta. De alguna forma eso le hacía parecer más
atractivo.
—No es que no me guste tu casa o que esté intentando obligarte a salir de tu zona de
confort, pero no estás bien y yo no puedo quedarme en casa contigo, y eso me está
matando. Has estado de baja durante un mes por las náuseas matutinas y necesito
cuidarte a tiempo completo.
Sarah se enjuagó la boca y lo pensó. Sin duda estaba aterrorizada por salir de su
zona de confort.
—Tú y yo sabemos que aquí no tienes suficiente espacio en el armario —continuó
él—. Tengo que ir a mi casa para vestirme y no quiero dormir en mi casa mientras tú
duermas aquí. Es absurdo. Tengo un mayordomo a tiempo completo. No tendrás que
cocinar ni que limpiar ni hacer nada de eso. Solo te relajarás, vaguearás y mejorarás. Y
yo no estaré increíblemente preocupado por ti mientras trabajo.
Sarah suspiró y asintió.
—Vale. Tú vete a trabajar, yo voy a hacer las maletas.
Santino sonrió lentamente.
—¿Lo dices en serio?
Ella encogió los hombros.
—Claro.
Él la atrajo sobre su pecho.
—No te arrepentirás. Te lo prometo.
—Ajá. —Ella sonrió ante su evidente alegría por que estuviera de acuerdo.
***
Sarah se mudó a su casa y Santino cogió dos días libres porque estaba demasiado
entusiasmado como para centrarse en el trabajo. Él la ayudó a deshacer las maletas y a
acomodarse, y se sentó a su lado cuando ella vomitaba. Por suerte, ella ya se había
acostumbrado a él y había dejado de decirle que la dejara sola. Porque él no la
escuchaba. Era terco, como ella.
Pero entonces las náuseas empeoraron hasta que empezó a recibir suero intravenoso
durante casi todo el día.
Estaba leyendo un libro cuando él volvió del trabajo y la besó en la mejilla.
—Tienes mejor aspecto.
—Me siento mejor. Tienes ese acto benéfico hoy, ¿verdad?
Él suspiró.
—Me temo que sí. —Él la observó—. ¿Estás segura de que no puedes venir?
—Oh, puedo ir. Si te parece bien que vomite durante todo el evento.
Él se rio entre dientes.
—Deberías descansar. Yo voy a hacer una aparición rápida y volveré pronto.
Él le dijo adiós cuando se marchó y Sarah se dio cuenta de que era la primera vez
que se había ido sin darle un beso ni abrazarla. Ella vio su propio reflejo en el espejo
de la pared. Tenía la piel amarillenta y unos círculos oscuros le rodeaban los ojos. El
reconocido brillo del embarazo la había esquivado. No se había dado cuenta del
aspecto terriblemente repugnante que tenía. No era de sorprender que no hubieran hecho
el amor desde que ella se había mudado hacía cuatro días.
La inseguridad le invadió los huesos y ella la combatió intensamente. No podía
permitirse lidiar con eso. No. Como era de esperar, fue corriendo al baño para vomitar
otra vez.
Después se tumbó en la cama a las nueve de la noche y miró el móvil. Ninguna
llamada y él todavía no había vuelto.
Ella no sabía cuándo se había quedado dormida, pero cuando se despertó los
primeros rayos del amanecer se filtraban a través de las cortinas. Cuando se deslizó
hacia un lado para poner un brazo sobre Santino, él no estaba ahí. Y en su lado de la
cama no había dormido nadie.
Levantándose de la cama lentamente, salió y se dio cuenta de que la habitación del
dormitorio estaba abierta cuando ella recordaba perfectamente haberla cerrado. Y
entonces lo vio durmiendo boca abajo en la habitación de al lado. Ella se puso a su
lado, preocupada y confundida, y deslizó un brazo alrededor de su cintura.
Él se sobresaltó al despertarse de forma brusca y parpadeó un par de veces.
—Hola. —Tumbándose sobre la espalda, él atrajo la cabeza de ella sobre su pecho.
El suave sonido de su respiración era conocido y parecía música para sus oídos, y
ella se acurrucó más cerca. Ella puso una pierna sobre sus muslos y él se adaptó para
que ella estuviera más cómoda, pero no intentó tocarla más que eso.
Era la quinta noche que él no había hecho ningún intento de acercarse a ella o de
hacerle el amor, y a ella se le rompía el corazón.
—¿Por qué has dormido aquí? —preguntó ella, pero él ya se había quedado
dormido.
***
Sarah estaba sentada a la mesa tomando el desayuno. Sola. El mayordomo hablaba
sobre algo a lo que Sarah no podía responder porque estaba desconsolada.
No lo entendía. No entendía nada. Desde que cumplió dieciocho años había sido
segura de sí misma y perfectamente consciente de lo que valía. Este embarazo le estaba
haciendo perderlo todo. Se sentía insegura, estaba preocupada constantemente y
paranoica por las cosas más extrañas.
Sin embargo, una cosa que era dolorosa y para nada extraña era el evidente hecho
de que Santino ya no estaba interesado en ella. La había llevado a su casa y había
comenzado la caída. Él se arrepentía. Ella podía sentirlo en todo lo que él hacía. En el
hecho de que ya no fuera cariñoso. En el hecho de que se negaba a acostarse con ella.
En el hecho de que la pasada noche había ido más allá y había dormido en otra
habitación. Él seguía durmiendo, lo que quería decir que había llegado a casa muy
tarde. La rápida aparición en el acto benéfico no había sido corta y, de nuevo, el pánico
le invadió el pecho al pensar que él le ocultaba algo.
Respirando hondo se acarició la tripa, donde los gemelos se movían y no eran más
que codos y rodillas clavándose por dentro, y ella cogió el periódico y lo abrió.
Necesitaba distraerse. Ese estrés no era sano. Y no tenía a nadie en quien confiar, así
que era sencillamente autodestructivo preocuparse por ello.
Pero, por mucho que lo intentara, no podía dejar de pensar en él. Deseaba que se
despertara, deseaba tener la valentía para preguntarle qué había pasado para que se
distanciara tanto de ella. Lo echaba mucho de menos. Vivir con él había sido el peor
error. Estaban bien hasta que él la había llevado a su casa. Era como si él se hubiera
dado cuenta del verdadero alcance de los cambios que había hecho en su vida en cuanto
ella se mudó. Como si se hubiera dado cuenta de los sacrificios y de los compromisos y
no estuviera preparado para hacer nada de eso.
Ella oyó unos pies arrastrándose en el dormitorio que estaba al otro lado del
vestíbulo, y sus hombros se tensaron por los nervios. Él se había levantado. Girando el
periódico, lo miró fingiendo leer y, en ese momento, el corazón le golpeó la garganta.
Miró fijamente una foto de Santino con el brazo alrededor de una morena sensual
que tenía la misma tez dorada que él. Eran una bonita pareja, y darse cuenta de eso la
golpeó como un puñetazo. Tragando para evitar llorar, leyó el titular:
«El empresario Santino Orlando con la modelo colombiana María Vargas».
Perfecto, hasta su nombre era exótico.
Sarah agitó la cabeza para aclararse la mente y cerró los ojos, frotándose la frente.
Había fracasado. Todo estaba perdido. Así que ahí era donde había estado toda la
noche. Por eso había llegado tarde a casa y por eso no se había ido con ella a la cama.

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora