Capitulo 18

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Sarah miró por la ventanilla del coche en silencio mientras iban de camino a casa.
Santino miraba fijamente la carretera. Simplemente estaba contento de que Sarah
hubiera accedido a ir a casa con él después de que Elizabeth se marchara. Asqueado,
también se dio cuenta de que eso no era ninguna victoria. Sarah no tenía ningún otro
sitio al que ir.
No tenía familia y había dejado su apartamento. Y con su embarazo de alto riesgo,
no tenía más opción que no decir nada. Odiaba que estuviera indefensa. Odiaba no
poder hacer nada para aliviar su sufrimiento porque estaba luchando contra sus propios
demonios. No quería que estuviera indefensa y sin opciones, pero esa era
evidentemente la única razón por la que Sarah aún seguía a su lado y estaba
dirigiéndose a su casa.
—¿Podemos hablar de esto? —intentó preguntarle.
Sarah no apartó la mirada de las vistas que pasaban a toda velocidad por la
ventana.
Al ver que no hablaba, Santino no la presionó.
Cuando llegaron a casa, Sarah entró en la habitación y cerró la puerta tras ella. Él
no quería agobiarla, sobre todo porque no sabía qué hacer. Estaba atrapado y tan
sorprendido como ella. La única diferencia era que ella no era la que se había
equivocado, era él. Había cometido un error terrible, horrible.
Lentamente, entró en la habitación adyacente a la que compartían y se sentó en el
borde de la cama. Le sonó el teléfono y cuando lo cogió su mente fatigada se quedó
inmóvil por las noticias que recibió.
Dos horas después, el ama de llaves llamó a la puerta. Sorprendido, Santino levantó
la mirada. Llevaba horas sentado exactamente en la misma posición.
—¿Sí?
—La comida está lista.
Santino se dio cuenta por el tono amable del ama de llaves de que había adivinado
que algo iba mal.
—Gracias, señora Craddock. Puede tomarse el resto del día libre.
Santino cogió la bandeja de comida que había preparado el ama de llaves antes de
marcharse y llamó a la puerta de la habitación de Sarah. Al ver que no respondía, entró.
Estaba tumbada de lado en la cama con unos pantalones cortos ajustados de color gris y
una camiseta que le quedaba grande.
—¿Sarah?
Se movió ligeramente, pero no se giró.
—¿Sí?
—Tienes que comer.
No opuso resistencia. Al parecer pensaba que, pasara lo que pasara, los bebés eran
lo primero.
Él le tendió un plato de trozos de pollo pequeños y Sarah mordisqueó uno. Poco
después, apartó el plato.
Santino se levantó.
—He estado pensando en ello.
Sarah respiró con dificultad; la expresión de su cara dejó claro que no estaba
preparada para afrontarlo, y que tal vez nunca lo estuviera.
—No te fui infiel, Sarah. Te lo juro.
Sarah suspiró.
—Eso ya lo sé. Su embarazo está mucho más avanzado que el mío, lo cual quiere
decir que la conociste antes de conocerme a mí.
Santino sintió que le quitaban un peso de los hombros.
—¡Menos mal!
Sarah sonrió afligida.
—Eso no cambia el hecho de que está embarazada de ti y de que, por supuesto, si lo
hubieras sabido, te habrías quedado con ella.
La irracionalidad de esa afirmación lo paralizó.
—Nunca —siseó. Tomando sus frías manos con las suyas, se encogió cuando ella
hizo fuerza para soltarse—. Escúchame. —Tiró más fuerte de su muñeca y consiguió
obligarla a que lo mirara a los ojos—. Nunca habría elegido a nadie más que a ti. No te
elegí porque estuvieras embarazada. Te elegí por... ser tú.
—Puedes decirlo, pero es difícil de...
«Creer». Él suspiró, asintiendo.
—Ya lo sé. Lo he arruinado todo por completo. Pero lo arreglaré.
Sarah apretó los dientes.
—Deja de decir eso. No puedes arreglar eso. Esto se va a quedar con nosotros.
Conmigo. Contigo. Porque ese bebé va a nacer en cualquier momento y lo verás, y
querrás a ese bebé antes de querer a las nuestras. —Rompió a llorar—. Ya nada es mío.
—No. —Le pasó las manos por el pelo con impotencia, deseando que dejara de
llorar. Pero sabía que habría destrozado por completo su fe en él—. Por favor, Sarah.
Ayúdame a arreglar esto.
—No sé cómo, Santino.
Santino la miró, perdido y confuso.
—Quédate conmigo. Todavía no sé cómo, pero voy a arreglar esto.
—Puedes intentarlo —dijo ella desanimada mientras caminaba hacia ella.
Santino se levantó.
—Voy a volver al hospital, Sarah.
Sarah se giró con el ceño fruncido.
—¿Por qué?
—Me ha llamado el médico de Elizabeth. Acaba de dar a luz.
La cara de Sarah se retorció de angustia y bajó la mirada al suelo. Él le agarró los
brazos y la zarandeó con suavidad.
—Voy a pedir una prueba de paternidad.
Sarah ahogó un sollozo que salió solo.
—Déjame sola.
***
Tres días después Sarah se despertó en una cama vacía. Miró hacia el lado de la
cama donde no había dormido nadie una vez más, sin añorarlo por primera vez desde
que se conocieron. No soportaba mencionar lo que pasaba con el bebé de Elizabeth y
tampoco podía ignorar por completo la aplastante verdad.
Él no había negado que pudiera ser su bebé y, sinceramente, el hecho de que
Elizabeth hubiera aceptado tan fácilmente que hiciera una prueba de paternidad no la
hacía estar muy optimista con respecto a los resultados.
Así que Sarah tenía dos opciones: o bien olvidarlo todo porque técnicamente no la
había engañado y le había dado una cantidad increíble de apoyo y de amor, y quería
casarse con ella; o podía simplemente olvidarse de él.
Se quedó mirando el anillo que tenía en el dedo. ¿Cómo iba a ser capaz de aceptar
algo así? Su relación había estado abocada al fracaso desde el principio. Una parte de
ella sabía que esa deducción se debía en gran parte a las hormonas del embarazo que
estaban jugando con ella, pero había estado estresada al máximo con una cosa o con
otra. Solo quería estar libre de todo eso. Quería escapar.
Por el momento, el hecho de que Santino le estuviera dando todo el espacio que
quería le resultaba de ayuda. Cuanto menos veía su cara u oía su voz, menos echaba de
menos la relación que había tenido con él. Era completamente evidente que por mucho
que lo intentara, nada volvería a ser lo mismo.
Ella entró en el salón y él levantó la vista del teléfono móvil.
—Hola —dijo sin mirarlo a los ojos.
—Hola, Sarah. ¿Cómo te encuentras?
—De maravilla —dijo ella con énfasis.
Santino se frotó los ojos y cuando volvió a levantar la vista, Sarah estaba mirando
la pantalla de la televisión con los ojos como platos.
—¡Sube el volumen! —dijo con apremio.
Santino hizo lo que le pidió, mirando un poco más tarde la pantalla donde aparecía
una foto de él y de Sarah mientras un presentador ridiculizaba su vida privada.
«...anunció el compromiso de Santino Orlando con Sarah Montgomery hace dos
semanas, y hoy tenemos la última exclusiva. Sarah presuntamente había sido
hospitalizada y el motivo que se le atribuye a su ingreso es el hecho de que la ex novia
de Santino Orlando, y esto se pone interesante, Elizabeth Smith, acaba de dar a luz a un
bebé que, según afirma ella, es hijo de Santino Orlando».
—Esa estúpida... —Caminó hacia Sarah y la giró para que lo mirara—. Mírame.
¡Escúchame! Ella no significa nada para mí. No significó nada. Tú eres todo lo que
quiero. ¡Ella para mí no significa nada!
Los labios de Sarah se curvaron en una sonrisa sarcástica mientras sus ojos se
anegaban en lágrimas.
—¿Acaso importa? No tiene que significar nada para ti para ser la madre de tu hijo.
—No digas eso. ¡No dejes que esto nos destruya!
Ella se soltó de él.
—Ya ni siquiera te conozco, Santino. ¿Por qué tuviste que acostarte con ella? —
gritó lastimosamente, odiándose, odiando lo débil que era, odiando el hecho de que
adorara su cara, su tacto y su voz. Quería hundir la cara en su pecho y rogarle que
arreglara su corazón. Era una súplica irracional, ya que él era el que lo había hecho
pedazos.
Él la rodeó con los brazos, obligándola a quedarse quieta.
—Lo siento. Lo siento mucho. Nunca quise hacerte daño. Te quiero, Sarah. Te
quiero, cariño.
—Esto se quedará con nosotros para siempre —lloró con la voz ahogada contra su
pecho.
—No. No dejaré que ocurra. Lo eres todo para mí. Eres todo lo que quiero. Ojalá
pudiera decir que ella mentía para poder hacer que todo esto desapareciera. Pero
ayúdame a afrontar eso, cariño. Ayúdame, por favor.
Sarah cerró los ojos con fuerza y sus sollozos se detuvieron al instante. Agarró la
camisa de él con las palmas de las manos, aferrándose a él y respirando profundamente.
—Ayúdame, por favor —le volvió a suplicar él, y su voz se quebró ligeramente
cuando lo dijo.
Sarah deslizó los brazos alrededor de su cintura y se aferró a él, y la batalla quedó
enterrada en su mente. Aún estaba rota, aún estaba herida, pero no se había dado cuenta
de la cantidad de estrés a la que estaba sometido él. Se había estado arrastrando por el
suelo intentando hacerla feliz desde el día en que se conocieron, y ella no había hecho
nada.
¿Qué le había dado ella? Ella solo había recibido. Ella era la única que se
beneficiaba de esa relación. Era la chica herida, con defectos y con un pasado
doloroso, y él la había aceptado, la había arreglado, había hecho que fuera mucho más
de lo que ella creía que podía ser. Y ella no le había dado nada.
—No quiero que me perdones —le dijo él al oído—. Lo único que quiero es que te
quedes a mi lado y me ayudes a afrontar esto. Yo solo quiero una familia contigo. Nada
más. Solo quédate conmigo. Haré todo lo que pueda para hacerte feliz.
***
Las cosas parecían mucho mejor después de aquel día, pero solo en ciertos
aspectos. Podían hablar sin que Sarah le contestara mal, para empezar. Sin embargo,
Sarah todavía evitaba charlar con él. Se estaba secando el pelo con una toalla cuando
lo oyó hablar enfadado por teléfono, y cuando ella le preguntó, él se pasó los dedos por
el pelo.
—El laboratorio quiere que vaya a hacerme otra prueba de ADN. La última estaba
contaminada.
Sarah asintió, pero estaba gritando por dentro. Solo ella sabía lo larga que había
sido la espera de los resultados durante cinco días, y ahora todo empezaba de nuevo.
Se quedó tumbada en la cama el resto del día, sola, sensible y a punto de rendirse.
Todo había sido demasiado bueno para ser cierto. La primavera de su vida, tener
bebés, estar prometida, estar enamorada... todo se había acabado. No sabía cómo les
iría a sus bebés cuando nacieran. Los médicos aún la tenían bajo un control constante.
Sin duda alguna no estaba pensando en casarse. Y la parte de estar enamorada... bueno,
aún estaba enamorada locamente, pero no estaba segura de que pudiera funcionar
teniendo en cuenta las circunstancias.
Estaba intentando ser normal, actuar normal, pero su salud estaba cediendo. No
tenía energía, no podía trabajar, y sabía que se debía más al estrés al que estaba
sometida que al propio embarazo.
Su siesta se vio interrumpida cuando Santino la movió con delicadeza.
—Eh, ¿estás bien, cariño?
—¿Qué ha pasado?
Él se sentó al lado de su cadera.
—Estabas gimoteando mientras dormías. —Le puso la mano en la frente—. Tienes
un poco de fiebre.
—Me encuentro bien —mintió.
—¿Qué has comido?
Sarah evitó su mirada. Puede que él hubiera traicionado su amor, pero los bebés no
le habían hecho nada.
Él salió disparado de la habitación, y cuando volvió dos minutos después, le tendió
un cuenco de ensalada de fruta.
—Acábate esto en dos segundos. Estoy muy harto de esto —le espetó.
Sarah lo contempló boquiabierta, mirándolo a los ojos por primera vez en cinco
días, y su familiar predominio llenó toda la habitación.
—Entiendo que estés enfadada conmigo, pero yo estoy igual de sorprendido que tú
por este giro de los acontecimientos. Y si lo piensas, Sarah, no comer y matar de
hambre a nuestros bebés que, por si lo has olvidado, en realidad no están
completamente bien, raya lo repugnante. Yo también estoy luchando. Yo también estoy
aterrorizado, pero al menos estoy cumpliendo con mis responsabilidades. Porque te
quiero. Parece que no solo te has olvidado de mí, a quien supuestamente querías, sino
también de tus hijas.
Sarah tragó saliva para pasar la repentina sequedad que sentía en la garganta y que
la estaba ahogando.
—No me sentía bien, así que cerré los ojos y acabo de despertarme ahora. No me
he quedado sin comer a propósito —dijo lentamente.
Santino apretó los ojos y suspiró.
—Lo siento.
Sarah le miró la cara con recelo. Parecía que no hubiera dormido en días. Tenía
sombras oscuras debajo de los ojos y había perdido peso. ¿Cómo no se había dado
cuenta? Las finas líneas que tenía alrededor de los ojos antes no las tenía, y los cambios
que vio en él y que le hacían parecer demacrado le encogieron el corazón.
Cuando él estuvo en la puerta, ella alzó la voz, incapaz de detenerse.
—Sí que te quiero, Santino. —Se le quebró la voz—. Lo sabes, ¿verdad?
Suspiró.
—Ya lo sé. Yo también te quiero.
Ella asintió y las lágrimas le rodaron por las mejillas mientras él salía de la
habitación.

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora