Capitulo 21

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La tarde siguiente Sarah se sentó en el asiento de la ventana que daba a los acres de
extensos jardines. Los jardineros estaban trabajando como de costumbre. Hacía falta un
ejército para el mantenimiento. Sarah disfrutaba viéndolos mover el césped, recoger las
semillas, cuidando las flores...
Cuando oyó que el coche de Santino se aproximaba por el camino de entrada, se le
hizo un nudo en la garganta. Le daba pánico oír la noticia, aunque había dado por
sentado que estaba preparada para ello. Ya había vomitado dos veces desde esa
mañana al pensarlo y preocuparse por ello.
Santino entró por la puerta y los ojos de Sarah se precipitaron hacia el sobre que
llevaba en la mano; el gran sobre marrón que la destrozaría para siempre. Cerró los
ojos al volver a notar náuseas. Probablemente el estrés la mataría antes de dar a luz a
los bebés. Tenía que dejar de estresarse de inmediato.
Dio un brinco cuando la amable mano de Santino se posó en su hombro. En estado
de pánico, abrió los ojos de golpe. Él estaba sentado en la mesa de centro,
sosteniéndole las rodillas.
—Sarah... —dijo suavemente; su voz sonaba extrañamente calmada, aturdida y
llena de alivio. —No soy el padre.
Le zumbaron los oídos y el aturdimiento en el que estaba sumida pareció arrastrarla
aún más hacia sus oscuros recovecos. Sarah lo miró boquiabierta, oyendo las palabras
que su mente parecía rechazar. Había admitido que se había acostado con Elizabeth. En
su mente no había habido ninguna duda de que él sería el padre del hijo de Elizabeth.
—¿Qué? —Eso fue todo lo que logró decir.
Santino sonrió, negando con la cabeza.
—Cariño, no soy el padre del bebé de Elizabeth. Yo no la dejé embarazada.
A Sarah se le paró el corazón y respiró con dificultad varias veces para compensar
la energía perdida. Temblando, jadeando, disfrutó de la satisfacción de contemplar su
hermoso rostro mientras él le tendía los resultados de la prueba de paternidad. Sarah se
derrumbó, ahogándose en sus propios sollozos, llorando sin vergüenza mientras dejaba
que él la sostuviera sin reservas, sin ningún miedo ni desconfianza. Sarah cantó su
nombre entre sollozos mientras lloraba en la curva de su cuello, y él la apretó con
fuerza.
—Te vas a poner mala. No llores.
—Eres todo mío —susurró, llena de amor.
—Para siempre.
Le sostuvo la cara y le cubrió la boca llorosa con su boca ansiosa. Y esta vez,
cuando sus labios tomaron los de ella, volvían a ser posesivos, con esa dominancia que
durante tanto tiempo había desaparecido controlando cada mordisco y cada contacto.
Él absorbió sus sollozos, como si intentara desesperadamente quitarle el corazón
roto y sustituirlo por el demente anhelo que sentía. En poco tiempo los sollozos se
calmaron y ella lo besó con la misma voracidad, pasándole las manos por el pecho. Él
la puso en el asiento de la ventana y le cubrió cuerpo con el suyo.

"El bebé del multimillonario"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora