MARK.
Durante casi dos días estuvimos caminando por la profundidad del bosque. Yo no tenía ni idea de lo que hacía ni mucho menos de hacia dónde iba pero ella parecía saberlo por lo dos.
Elizabeth no paraba de hablar de sus hermanos, su infancia y sus padres, se veía tan feliz. Todo a nuestro alrededor parecía tener un color más intenso cuando sonreía así.
Tardamos algo más de medio día en encontrar un sitio, mínimamente, "poblado". Un claro donde había un grupo de casas en medio. Las casas eran altas, de dos y tres pisos, sencillas y bonitas, era como una revista de casas de la época. ¿Qué época? No sabría decirlo.
Casi todas eran del mismo color, colores suaves, con los tejados puntiagudos y las fachadas eran algo que nunca había visto, esa clase de decoración en la que había tablones de madera formaban rombos y triángulos, eran muy curiosas.
La plaza tenía un árbol enorme en todo el medio y alrededor de este unos bancos de piedra para sentarse a la sombra. Con la mirada seguí el camino hasta las afueras del pueblo donde se veía una casa más alejada que cualquier otra y detrás de ella una pequeña colina.
–¿Por qué esa casa está tan lejos de las demás?– me giré hacía Elizabeth quién miraba a todas partes embobada.
–¿Eh?– se giró en mi dirección.
Entonces vi su cara iluminarse como un árbol de navidad, empezó a correr y por no quedarme solo la seguí, pero de repente se paró en seco.
–Esta es– no me miró, su mirada estaba perdida en la casa que para ser sinceros dejaba mucho que desear.
–¿Esta?– ahí estaba yo, enfrente de una valla que en algún momento debió ser un color... diferente.
En ese momento se veía más como una madera algo verdosa con marrón y vieja, parecía que si la tocabas se te podría pegar hasta la rabia.
–Si– la miré de nuevo, su mirada de ilusión y felicidad se contrastaba con mi pregunta mental de... ¿Es que se había vuelto loca? Ahí no podría vivir nadie.
–Vamos– me cogió del brazo y con la otra mano abrió la roñosa puerta del jardín delantero y me arrastró hacía ella.
Casi se me paró el corazón cuando la vi tocarla. La verdad no me hacía mucha ilusión entrar en aquella casa, una que seguro que no había sido del color que se veía en ese momento. Pero cuando la vi por primera vez estaba llena de enredaderas, sucia, con varías ventanas rotas, las tejas del techo parecían caerse por momentos, el porche destartalado, parecía como si hubiese habido una pelea hace mucho tiempo, el jardín delantero con el césped como matorrales, a saber si no había ratas o peor serpientes.
Por exagerado que pudiese sonar así era como mis ojos la veían, en definitiva era una casa vieja, abandonada y destartalada.
¿Y Elizabeth había vivido alguna vez allí?
Aunque hasta el momento parecía extremadamente segura, en cuanto llegamos a la entrada se paró, me soltó y miró el pomo como si no hubiera estado segura de si entrar fuese una buena idea.
–¿Elizabeth?– la llamé preocupado.
Antes parecía tan segura de querer entrar y de repente no, como no me hizo caso le toqué el hombro.
–¿Eh?– me miró como si hubiese olvidado que yo también estaba allí.
–¿Qué pasa?– sacudió la cabeza y me sonrió.
–No es nada, entremos– cogió el pomo y abrió la vieja puerta de madera, que chirrió al abrirse y desperdigó polvo por todas partes.
Los viejos tablones de madera crujían cuando los pisaba, olían a moho y estaba más que seguro que ese olor venía de la enorme mancha en el techo, que se extendía como una infección por la derecha de la escalera hasta un metro de nuestras cabezas.
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Bienvenido
FantasyNo sé por qué lo hice. Tal vez solo lo hice porque estaba cansado, cansado de esforzarme tanto por encajar y sentir que al final eso es lo que me hacía más infeliz. Tal vez solo quise sentir algo... Real, aunque fuera peligroso y doliera por un solo...