Capítulo 9: Uno por uno.

34 2 25
                                    

VOZ MARK.

–Mark– sentí una presión en mi pecho antes de ser realmente consciente de que estaba durmiendo.

–Mmm mum mum– murmure palabras que ni siquiera yo sabía lo que significaban.

–¿Qué?– por un momento paró –Despierta– volvió a insistir empezando moverme ligeramente –Voy a recoger las cosas del baño– oí como se levantaba e iba.

Despierta. Lo oí tan claramente que me dieron ganas de llorar al saber que solo había sido un sueño.

Abrí los ojos de golpe pero el resto de mi cuerpo fue incapaz de moverse.

¿Esperas una invitación? Muévete. Suspiré pesadamente y me levanté, miré con lástima toda la habitación.

¿Cuándo se habían vuelto tan grises los colores?

–Buenos días– Elizabeth apareció saliendo del baño con un neceser en las manos –Te he dejado el cepillo de dientes y la pasta dental– sonrió antes de darse la vuelta.

–Gracias– sonreí como si siguiera medio dormido.

Arrastré mi cuerpo al baño. Me cepillé los dientes sin mirarme al espejo, en los últimos meses no soportaba verme reflejado en el espejo ni en ninguna superficie. Lo encontraba molesto, vergonzoso y... odiaba lo que veía.

Salí del baño y guardé mis cosas. Salimos del hostal dos minutos después. El plan A se había truncado mucho antes de lo esperado y el prometedor plan B había sido agujereado hasta ser inservible, el C era esperanzador pero también se fue a la mierda...

Todo apestaba...

El plan "A" había sido vivir cómodamente en mi hogar y poco a poco ir mejorando en todos los sentidos posibles, el plan "B" fue una huida frenética que había sido fusilada en un desesperado "sálvese quien pueda" y el "C", bueno, aquel había sido recientemente derribado por la cruel realidad. En las películas se saltan la interminable e incómoda espera entre la huída y el "lugar seguro", para mi buena suerte la presión en mi pecho y esa voz destructora en mi mente, me distraían y me mantenían demasiado ocupado como para darme tiempo a ponerme nervioso.

Habíamos atravesado la N. Shore Pkwy al separarnos de Mónica y Adam, estuvimos en la capital e incluso habíamos llegado a la estación de autobuses. Me ayudó bastante contar cada minuto del viaje, estar pendiente de cada cosa que había a nuestro alrededor. En los diecisiete minutos del autobús, oía como el hombre de detrás pasaba las hojas de su periódico y contaba los segundos que tardaba en hacerlo, veía como las casas pasaban rápidamente, la fuerza con la que chocaba el viento contra el cristal, sentía el traqueteo del autobús en cada curva.

Elizabeth no se movió hasta que estuvimos apunto de parar. Cogí la mochila y salí detrás de ella. En la calle, después de esperar a que el autobús que habíamos cogido se fuera cogimos otro taxi.

–Aquí está bien, gracias– sonrió Elizabeth al conductor.

Pago lo que tenía que pagar y nos bajamos. Volvimos a correr, dos calles y media hasta que vimos cómo se acercaba el autobús número ocho, corrimos todo lo que pudimos hasta la parada, estuvimos cerca de perderlo. Al subirnos estábamos sudando y yo casi no tenía aliento.

–¿Por qué me haces esto?– la miré agotado y por poco no se echó a reír.

Caminando aquella mochila no me parecía tan pesada pero corriendo, era otro mundo. Elizabeth le dio los billetes y nos sentamos o más bien tiramos en los asientos del fondo, ella se apoyaba en mí mientras yo lo hacía en el cristal. Después de catorce paradas y alrededor de veinticuatro minutos, después de haber recuperado el aliento llegamos hasta el final de la ruta, donde sí o sí teníamos que bajarnos.

BienvenidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora