Capítulo 2: Finjamos que te creo.

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Cuando llegué a casa milagrosamente mamá no estaba. Dejé caer mi mochila en mitad de la entrada, mis piernas cedieron, me temblaba el labio y cerré las manos en puños cuando no pude contenerlo más y empecé a llorar. Me caí sin fuerza hacia delante y empecé a golpear el suelo.

–¿Por...q-qué...?– descansé la frente en el suelo, la voz me salía cachos.

Después de un buen rato me levanté sin ánimo, sin intenciones de nada, subí a mi cuarto, me metí entre las sábanas, porque no había ordenando la cama antes de irme. Quise cerrar los ojos y olvidarme de todo, fingir que nada había sido real, solo quería dormir.

¿No podía simplemente acabarse el día? ¿Por qué no? Solo... tenía que cerrar los ojos.

–Cielo– oí una voz mientras me movían con suavidad –Cariño ¿no te sientes bien?– sentí su mano en mi frente, todo mi cuerpo estaba recubierto por una capa de sudor. Notaba los vaqueros incómodos.

–No– pronuncié con la voz ronca y abrí lentamente los ojos.

–¿Por eso has salido del instituto?– asentí sin muchas ganas –Ahora te traigo un poco de manzanilla– no se levantó hasta darme dos caricias más en la mejilla –Quítate la ropa y ponte el pijama– dijo con voz dulce y preocupada.

No sentí cuando se fue, me volvió a despertar y con calma me ayudó a cambiarme como si volviera a tener cinco años. Pero para ser completamente sincero me encontraba realmente mal.

–Así mucho mejor, parecías tan incómodo– habló después de que me cambiara –¿Era por una pesadilla o por la ropa?– ¿una pesadilla? Solo asentí –Estás un poco caliente pero no creo que tengas fiebre– me tocó la frente y las mejillas durante unos segundos –Te despertaré para la cena, descansa–.

Tenía sentido... todo, absolutamente todo había sido una pesadilla.

–Mamá...– murmuré cuando la vi apunto de irse, sentí los ojos húmedos y la garganta adolorida –Te quiero... mucho– caí rendido.

Ni siquiera escuché una respuesta de su parte.

–¡Eh!– abrí los ojos de golpe cuando escuché un fuerte grito cerca.

Me levanté de golpe sentándome en la cama. Una almohada voladora me tiró hacia atrás, me la quité de la cara sin decir nada, aún necesitaba tiempo para asimilarlo, además del mareo que me había provocado.

–A ti qué te pasa hoy ¿eh?– levanté la cabeza y le miré.

–Elliot– suspiré cansado volviéndome a tumbar.

–¿Esperabas a alguien más princesa?– lo dijo con ese tono burlón pero yo solo me quedé mirando al techo –Dicen por ahí abajo que estás enfermo– se acercó con calma –¿Qué ha pasado?–.

–Supongo– me encogí de hombros.

Se tiró a mi cama y como instinto me agarré al colchón para no caerme, estaba tumbado de lado sujetándose la cabeza con una mano.

–¿Sí?– notaba como me miraba fijamente.

–No estás enfermo– lo dijo tan seguro que me molestó, le miré con el ceño fruncido –Cuando estás enfermo comes un montón, vomitas un montón y duermes un montón– lo decía como si no fuese nada.

–Ya he dormido mucho– alegué en mi defensa.

–Eso he oído pero no es porque estás enfermo– se levantó y se sentó cruzándose de piernas –Te conozco canijo– se quitó la sudadera que tenía –Dios, me estaba muriendo– habló después de abanicarse con la prenda que se había quitado.

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