Capítulo 1: Aguanta.

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MARK

Casi anochecía cuando oí como rugía un motor fuera de casa, miré el reloj de mi ordenador un momento. Las nueve, debía ser Elliot. Mi ventana daba directamente al patio delantero así que no me costó nada comprobar que tenía razón, salió del nuevo coche de Adrian como si nada.

–¡Mark!– ¿por qué tenía que gritarme desde la entrada? No hacía falta que toda la calle supiera que había llegado.

–Mamá está en casa y papá aún no ha vuelto– levanté la voz apoyándome sobre el marco de la ventana.

–Adiós preciosa– se burló Adrian lanzándole un beso muy sonoro, a lo que mi hermano solo le sacó elegantemente el dedo de en medio –¡Adiós Mark!– se despidió.

Pero no hacía falta que lo hiciera, de no haberlo hecho tampoco me habría importado. Mientras le veía irse no pude evitar preguntarme, por millonésima vez, porque Elliot era su amigo. Oí cómo entraba en casa y corría escaleras arriba con su típico "¡He vuelto!" De un empujón mi silla con ruedas se deslizó de la ventana al escritorio.

–Enano me voy a duchar que huelo a cerdo– Elliot tenía y tiene una forma muy extraña de saludar.

Me giré y apenas le vi saludarme con la mano antes de pasar de largo por mi puerta hasta el baño.

–¡Hola a ti también!– la puerta del baño se cerró con fuerza.

–¿Qué tal el trabajo?– preguntó mamá a papá como cada día mientras cenábamos.

Era lo mismo de todos los días. ¿Cómo te ha ido? ¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? ¿Qué tal en el trabajo? ¿Qué tal en el instituto? ¿Qué tal en las prácticas? ¿Qué tal en el entrenamiento?

¿Siempre sería así? Todos los días de mi vida habían sido así ¿por qué se había vuelto tan incómodo?

No me sentía bien. Hacía un tiempo que la medicación no funcionaba como debería, pero no podía decírselo. No podía sacrificar aquello. Aquella aburrida normalidad porque era lo único que me hacía sentir tan cómodo que empezaba a ser molesto.

Cada respuesta y cada pregunta era siempre la misma, aunque su día fuese de repente diferente a todos los anteriores, al final, siempre se resumía en los mismo.

Levantarse, desayunar, ir a trabajar, almorzar, trabajar, comer, trabajar, volver a casa, cenar, resumir su día como si nada solo con un "bien", cuando en realidad había estado trabajando sin descanso para que mamá no se diera cuenta de que no se había comido el almuerzo que le había preparado esa mañana, para luego tirarlo a escondidas en la basura del vecino cuando después de cenar mamá le pidiera sacar la basura, preguntar por su día para cambiar de tema, mirarme de reojo con cierta pena creyendo que no podía verlo, mirar a Elliot enfadado por cualquier cosa que hubiera hecho esa semana. Acabar de escucharla, sonreír, limpiarse la boca con la servilleta de izquierda a derecha y darle un beso en la mejilla mientras comía que la haría sonreír con la boca llena. Esperaría a que todos acabáramos y discutir con Elliot, de no hacerlo solo se levantaría mandándonos a uno de los dos a ayudar a mamá mientras él sube a cambiarse antes de que mamá le mandara a tirar la basura, volver, darnos las buenas noches sin apenas mirarnos y quedarse con ella un rato hasta que por fin se van a dormir.

Papá y mamá estaban hechos el uno para el otro. Uno fingía que no se daba cuenta y el otro hacía todo lo posible para que el primero no lo supiera. Irónico pero parecían tan felices.

Mucha gente nos conocía por el trabajo de papá o porque Elliot era el capitán del equipo, razón por la que se pasaba mucho tiempo fuera de casa, cosa que a papá no le hacía tanta gracia, pero mantenía su mal humor bajo capas de orgullo masculino y paterno que sentía por su primogénito.

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