Capítulo 5: Corre, por favor.

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MARK.

–Mamá hoy llegaré más tarde, iré a casa de Alice a ver una película– fui a la cocina y me acerqué a mamá.

Había prometido ir con Alice al videoclub y después ver una película juntos antes de que llegaran sus primos ricos de Oklahoma. Según ella encarnaban todos los estereotipos de los ricos, sus problemas familiares siempre eran muy entretenidos aunque demasiado enrevesados.

–Está bien cariño, pero la próxima vez comed aquí– la bese en la mejilla y sonrió agradecida al llenarme la cara con un montón de pequeños besos.

–Sí mamá– la obligue a soltarme con una risa contenida, cogí mi almuerzo de la encimera, lo metí en la mochila y salí.

Vi a Elliot mirando las escaleras con tanta pereza que hasta a mí me quitó la energía con la que me había levantado, tenía el pelo revuelto y se pasó vagamente las manos por toda la cara antes de empezar a bajar.

–Elliot– sin mucha alegría levantó la cabeza en mi dirección –Hayden me ha pedido que te diga que ya tiene lo que le pediste– se paró con calma y se quedó mirándome con parsimonia.

–Ah... bien– asintió vagamente antes de seguir bajando, como si no hubiera podido hacer las dos cosas a la vez.

Decidí no interrumpirle en su tardío despertar. A veces era así, no sabía que era mejor exactamente esa imperturbable calma o la ira de despertar le.

–¿No vas a preguntar qué le he pedido?– preguntó justo cuando abrí la puerta para irme, como si por fin empezase a despertarse.

–Mejor si no sé en qué lío te has metido esta vez– admití –Adiós– me giré con una sonrisa y me fui rápidamente –No llegues tarde– dije rápidamente antes de cerrar la puerta detrás de mí con cuidado.

Fuera vi a Alice esperando en el coche, esperando impaciente como siempre, se movía como un epiléptico con el toc de la puntualidad.

–Vamos, llevo una vida esperando– alzó la voz y me acerqué con prisa.

–Nos vemos después, no te olvides– me recordó por trigésimo cuarta vez, en apenas media hora, ya me entraron ganas de que se callara.

–Ojalá pudiera– murmure entre dientes.

–¡¿Qué has dicho?!– incluso de lejos había conseguido oírme.

–¡En tu casa a las cuatro!– grité –¡No me olvido!– con el brazo me despedí.

Los martes a primera hora yo tenía ciencias sociales y ella economía, por eso me abandonaba con tanta alegría, estaba seguro que algún día sería una gran empresaria, aunque de momento solo era mi incansable amiga.

Habían pasado dos semanas y no fue fácil. En realidad había sido lo más difícil que había hecho en mi vida. Había acumulado en dos semanas tanto cansancio físico como mental, ni siquiera entendía como seguía en pie día tras día. El nivel de entrenamiento que tenía esa familia era algo realmente aterrador, digno de mención militar. Pero por extraño que pudiera parecer me sentía bien. A pesar del poco tiempo que llevaba con ellos.

Más allá de los momentos en los que todo se volvía demasiado abrumador, en los que los músculos me temblaban y dolían tanto que no podía ni siquiera pensar en moverme y en aquellos instantes en los que sentía que la ansiedad no me dejaba respirar y el miedo me paralizaba. Más allá de eso, sentía que podía hacerlo, incluso a veces creía que podía hacer mucho más, había empezado a tener curiosidad por muchas otras cosas, me sentía extrañamente en paz, tenía miedo de que me estuviera arriesgando demasiado, de que esto solo fuera "hambre de poder" pero no podía evitarlo.

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