Capítulo 20

91 7 0
                                    

     

      Matrimonio.

      Es una de esas grandes palabras, ¿verdad? Una de esas grandes palabras tan importantes y tan poco atractivas que planean sobre todas a lo largo de toda nuestra vida, tratando de aplastarnos. Quizá sea porque va acompañada de la palabra «hipoteca» y aúna todos esos valores de seguridad y longevidad que tienen los adultos.

      No me malinterpretéis: creo en el compromiso; creo en la fidelidad y en permanecer unidos toda la vida, ya lo sabéis. La razón por la que no me gusta es porque parece que anula la validez de toda relación que no esté basada en la fidelidad y el compromiso.

      Por supuesto que esto es ridículo hoy día cuando la tasa de divorcios cada vez le pisa más los talones a la de enlaces; hoy día cuando las alianzas se utilizan cada vez más como una señal de normalidad y que el «sagrado matrimonio» empieza a sonar a coladero.

      El matrimonio puede ser un gran invento, pero, como dice Billy Connolly,  también lo es un kit para reparar bicicletas. De hecho, no es el matrimonio lo que me echa para atrás, sino la boda en sí; el gran día, ¡puaj! Todo eso de las tonterías delante de la videocámara, los sombreros horteras, los discursitos improvisados y toda esa parafernalia religiosa, «Yo, Don Es la Primera Vez que me Pongo un Traje en mi Vida, te tomo a ti, Gigante Merengue Mullido, como mi horripilante y temida bronca diaria...». ¡Es horrible!

      Oh, no, no tiene por qué ser así. Tal como a Fiona le encanta recordarme, te puedes casar donde quieras y como quieras: en plan gracia (con un mono estilo Elvis en la Capilla del Amor), sin pudor (en una playa nudista en las Bahamas) o rollo suicida (haciendo puenting desde el Arco del Triunfo).

      Pero entonces, cuando el tren de mis pensamientos traquetea hacia su inevitable destino, siempre termino preguntándome a mí misma: ¿para qué? Lo que quiero decir es que, después de todo, el propósito de todo ese circo es proclamar ante todo el mundo el amor y el compromiso adoptado y, si es así, ¿por qué no darle al mundo lo que quiere? Sombreros ridículos y discursos incluidos. Si alguna vez lo hago, cosa que no descarto, será al todo o nada. Marcha nupcial, damas de honor color melocotón y toda la parafernalia cursi.

      Sí, ya sé lo que estáis pensando, soy como un libro abierto: estoy cabreada; por supuesto que lo estoy. ¿Vosotras no lo estaríais? Tu amiga de la infancia se va a casar antes que tú; bueno, es que ni siquiera es eso, tu amiga de la infancia te destroza cualquier posibilidad de volver años después con tu primer novio y te lo restriega por las narices como si fuera un trofeo, esperando a que estés en el peor momento de tu vida para pedirte que seas tú su puta dama de honor.

      ¿Es o no para cabrearse?

     

      Una conversación que tuvimos Luke y yo hace tiempo:

     

      YO: ¿Te casarías conmigo?

      LUKE: ¿Me estás pidiendo que me case contigo?

      YO: NO, he dicho que si te casarías conmigo, hipotéticamente.

      LUKE: ¿Qué quieres decir con «hipotéticamente»?

      YO:  No sé, quizá quiero decir si serías capaz de casarte conmigo. Digo que si te ves casándote. ¿Te ves casándote conmigo?

      LUKE: (pausa) No me veo casándome.

      YO: Trata de verte.

      LUKE: (cerrando los ojos) Mmmmm.

      YO: ¿Mmmmm qué?

      LUKE: Me veo a mí, pero no a ti.

      YO: ¿Qué? Y ¿a quién ves?

      LUKE: Eh... a nadie.

      YO: ¿Qué quieres decir?

      LUKE: Que me veo casándome, pero no veo con quién.

      YO: O sea, que te casarías sólo.

      LUKE: SÍ, eso debe de ser.

     

      Otra conversación que tuvimos Siraj y yo hace aún más tiempo:

     

      SIRAJ: (dándole una calada del porro que se acaba de liar) Mi padre cree en los matrimonios concertados.

      YO: ¿Por eso no te hablas con él?

      SIRAJ: Yo diría que contribuye a ello.

      YO: (pausa) En realidad así debe de ser mucho más fácil ¿no? De alguna manera...

      SIRAJ: (le da la tos por la marihuana) ¿Qué?

      YO: Que todo esté concertado.

      SIRAJ: ¿Eso crees?

      YO: Hombre, es más honesto ¿no?

      SIRAJ: ¿Qué quieres decir?

      YO: Bueno, un montón de matrimonios que dicen ser celebrados libremente, en realidad son apaños. Ya sabes, casi nunca son naturales; ¿cuánta gente conoces que se haya casado por amor verdadero? Siempre hay factores externos: un embarazo no deseado o cualquier otra cosa y ¿cuánta gente se casa porque se sienten obligados a casarse con alguien? Porque tiene dinero, o porque llevan mucho tiempo juntos o porque tienen el color de piel adecuado.

      SIRAJ: (riéndose histérico) Qué gracioso, no lo había visto.

      YO: ¿El qué? ¿Qué es lo que no habías visto?

      SIRAJ: (apuntando al televisor con el porro) Ese anuncio, el del gato que se pone a bailar en la discoteca.

      YO: Ah.

     

      Y otra conversación que tuve con mi madre hace mucho, mucho más tiempo:

     

      MI MADRE: Fue en un bar.

      YO: Y ¿cómo te lo pidió?, ¿se arrodilló?

      MI MADRE: Oh, no, no hubo nada de eso.

      YO: Entonces, ¿cómo fue?

      MI MADRE: Bueno, supongo que fue en una conversación normal, llegamos a la conclusión de que nos queríamos y que lo más probable era que fuéramos a pasar el resto de nuestra vida juntos.

      YO: ¿Sabías eso después de sólo seis meses saliendo?

      MI MADRE: Si te soy sincera, creo que ya lo sabíamos seis semanas después.

      YO: ¿Ya sabíais que os queríais casar?

      MI MADRE: Que queríamos estar juntos.

      YO: ¿Así fue?

      MI MADRE: Sí, así fue. Estábamos hablando en un bar sobre el futuro, sobre vivir juntos y comprar una casa.

      YO: Y te lo pidió en ese momento.

      MI MADRE: En realidad, no llegó a pedírmelo, simplemente sugirió que todo sería más fácil.

      YO: ¿ Más fácil ?

      MI MADRE: Hombre, entonces no era como ahora, que lo mismo da. En 1972 era prácticamente imposible conseguir una hipoteca si no estabas casado.

      YO: ¿Os casasteis para que os dieran la hipoteca?

      MI MADRE: (pausa, mira por la ventana) Sí, supongo que sí.

     

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora