Capítulo 35

57 6 0
                                    

-Los siento, pero es que es muy gracioso.

A Jacqui le ha dado un ataque de risa, y cuando digo ataque, quiero decir ataque; el cuerpo entero se le tambalea con las espasmódicas risas, hasta se ha tenido que agarrar de la silla de la cocina para no caerse al suelo. Yo permanezco ahí parada, esperando a que remita la risa, antes de preguntar:

-¿Por qué?

Estoy realmente interesada en averiguar qué tiene de gracioso descubrir que tu ex novio te ha estado engañando con tu amiga de toda la vida.

-Sólo me estoy imaginando la cara que se te tuvo que poner cuando los viste. -Abre la boca y pone los ojos muy abiertos parodiando mi sorpresa, se ríe un rato más y se da una palmada en el muslo.

-Pues mira, en aquel momento te aseguro que no fue nada divertido.

-Claro que no -me dice tratando de poner cara seria-, estoy segura de que no fue nada divertido.

De repente, me doy cuenta de que Jacqui lleva puesto el camisón, miro el reloj: las cuatro y media de la tarde. Sé que le encanta quedarse en la cama hasta tarde los fines de semana, pero esto ya es ridículo.

-Jax -dice una voz masculina, puede que extranjera, alguien a quien no conozco- cuando quieras.

Jacqui se muestra recatada, o al menos todo lo recatada que es capaz de mostrarse y, cuando me doy la vuelta, encuentro la razón: un adonis rubio de ojos azules con unos boxer acaba de salir de su habitación, con el cuerpo tan inflado por el efecto de la luz del cristal opaco, que parece hasta irreal.

-Martha, me gustaría presentarte a...

-Stefan. -Don Paquetón me lanza una sonrisa.

-Hola, eh... encantada de conocerte.

-Perdona, Martha, pero el deber me llama.

Jacqui enfila hacia su boudoir (como le gusta a ella llamar a su dormitorio cuando tiene compañía masculina) y justo cuando va a entrar, escucho otra voz, extranjera a todas luces.

-¡Te eschamos esperando, nena!

Oh, Dios, mío. La segunda voz pertenece a una réplica exacta de Stefan, sólo que éste no lleva ni los calzoncillos, de hecho, excepto por un anillo de plata en el pezón, no lleva absolutamente nada puesto.

-¡Uy! No sabía que tienes compañía.

Aunque se sorprende al verme, no hace el más mínimo intento por cubrir su virilidad.

-Ya sabes, primos lejanos -dice Jacqui lanzándome un previsible guiño; para cuando les da una palmada en sus idénticos culos, cualquier rastro de timidez se ha desvanecido ya-, te puedes unir si quieres, estoy segura de que a los chicos no les importa, ¿a que no chicos?

-¡Claro que no, nena! ¡vamos únete!

-¡Cuantos más... mejor!

-¿Sabéis qué? -les contesto-, gracias por la oferta, pero creo que voy a pasar.

-Como quieras -dice Jacqui desapareciendo en el dormitorio con los gemelos de escandinavo paquetón. De hecho, es posible que no sean gemelos, puede que haya descubierto el mismo ADN que utilizan para crear grupos de música de chavales y está llevando a cabo su propio experimento estilo Frankenstein, tratando de crear un ejército de anónimos adonis rubios con el juego de química que tiene bajo la cama.

Quizá esa sería la respuesta, la mejor manera de distinguir el amor del sexo: criar a tus propios esclavos sexuales.

Hombre, tampoco creo yo que para Jacqui haya sido ningún problema separarlos, una cosa es el sexo y otra el amor, ya está, de hecho, ni siquiera creo que el amor le haya interesado nunca, no el amor en su sentido más profundo, no es doloroso sentimiento que te despierta en mitad de la noche en sudor frío; se ha sabido mantener al margen de todo eso.

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora