Capítulo 12

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      Estoy soñando.

      Es un sueño de gran presupuesto, grabado en exteriores, en tecnicolor, con sonido envolvente. Un sueño desconocido, en un territorio desconocido.

      Estamos en un todoterreno, Fiona, Luke y yo, viajando por un paraje africano denso y polvoriento, guiados por un guarda forestal arrogante, pero benevolente a la vez. El aire está inundado de una rica cacofonía de exóticos sonidos: son las llamadas de cortejo de las aves que habitan en los árboles que nos rodean.

      El sofocante calor ondula la carretera por la que circulamos. Fiona, secándose el sudor de la frente, me pasa una botella de agua, pero cuando voy a beber y el agua me roza los labios suena un golpe en la parte trasera del vehículo. Mientras el guarda forestal trata de mantener el coche dentro de la carretera nos giramos y vemos a dos rinocerontes corriendo a toda velocidad tras nosotros, embistiéndonos alternativamente ¡Patapún!

      —¡Mieeeeeeeerda! —dice Luke chillando y levantándose del asiento— ¡Vamos a morir! —El agua de la botella me salpica toda la cara. ¡Patapún! A pesar de que el guarda pisa con firmeza el acelerador, los ataques de los rinocerontes se hacen cada vez más intensos conforme van ganándonos terreno con su pesado galope.

      El guarda (interpretado, ahora que me doy cuenta, por Nicholas Cage) parece tranquilo.

      —¡Chicos, agarraos fuerte! —grita, virando bruscamente a la izquierda e introduciendo el coche en el bosque—. ¡Vamos a intentar despistarles!

      Pero no funciona, el espacio entre cada embestida se acorta más y más, mientras el coche se tambalea de un lado a otro.

      —¡Oh no! Esto no pinta nada bien —dice Nicholas al ver que nos dirigimos hacia un precipicio. Flanqueados a ambos lados por dos rinocerontes de diez toneladas cada uno, no nos queda otra opción más que detener el coche en seco y esperar a ver lo que pasa. Pero los rinocerontes no han acabado aún con nosotros y empiezan a empujarnos hacia el borde del precipicio y desde ahí se ve la caída que hay desde donde estamos. No sobreviviremos a ella, de eso no hay duda. Luke y yo estamos acurrucados el uno junto al otro bajo los brazos de Fiona. ¡Estamos perdidos!

      ¡Patapún!, ¡Patapún!, ¡Patapún!

      Pero el guarda no se rinde fácilmente y tiene que dar a los clientes lo que buscan: un final feliz. Sudando por la tensión del momento, trata de retroceder para alejarnos del borde, pero enseguida nos damos cuenta de que los caballos no tienen nada que hacer frente a la potencia de dos rinocerontes blancos asesinos del tamaño de dos tanques. La parte trasera del coche parece una lata arrugada y con cada embestida sus cuernos gigantes se acercan más y más a la carne humana.

      ¡Patapún!, ¡Patapún!, ¡Patapún!

      Las ruedas delanteras del todoterreno están ya fuera del borde haciendo inútiles los esfuerzos del guarda por retroceder. Y, de repente, se escucha otro ruido que procede de los propios rinocerontes. Cada embestida está acompañada de un profundo gruñido. El coche se convierte en un columpio balanceándose entre dos destinos, ambos atroces. Una sola embestida más y estamos muertos, lo sabemos.

      —¡Que me aspen! —dice Nicholas. Tras unos segundos sin recibir embestida alguna, nos damos la vuelta y vemos que uno de los perisodáctilos empieza a montar al otro, iniciando un mastodóntico coito.

      —Al final resulta que no éramos su almuerzo —dice Luke, metiéndose en su papel—sino que éramos parte de los preliminares—. En esto, el coche se eleva catapultándonos al aire.

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora