Capítulo 26

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El día siguiente a mi llegada, me llama mi madre; a mitad de la conversación, ya me queda claro la razón por la que me llama.

-Nos tienes muy preocupados.

-Mamá, no hay razón para ello, de verdad que estoy bien.

-Tu padre no duerme de la preocupación.

La verdad es que me resulta difícil de creer, mi padre es conocido por ser capaz de quedarse dormido de pie; se puede dormir en cualquier sitio, en el coche, en el sofá, en la oficina, en el supermercado.

-Vamos mamá, de verdad que todo va bien. ¿Puedo hablar con él?

-¿Con quién?

-Con papá, ¿puedo hablar un momento con él?

-Papá, Martha quiere hablar un momento contigo. -Y le pasa nerviosa el auricular.

-¿Qué hay Martita?

-Hola, papá. -Se oye un extraño sonido reprimido al otro lado del teléfono, seguido por unas palabras (esta vez en un tono más sombrío):

-Nos tienes muy preocupados (suspiro).

-Ya lo sé, ya me lo ha dicho mamá. -Por detrás oigo que mi madre le dice: «pregúntale por el trabajo».

-Eh... oye, nos estábamos preguntando cómo te va el trabajo.

-Genial, muy bien. La revista está imparable. -De nuevo oigo a mi madre decir: «pregúntale por Luke».

-No lo he vuelto a ver -contesto antes de que a mi padre le dé tiempo a preguntármelo.

Unas horas después, estoy en Boots esperando que una chica sin cejas ni técnica alguna de trato con el cliente me atienda. He cogido una crema antienvejecimiento que se supone que funciona. Resultados dermatológicamente probados y todo eso. Tiene alfahidróxidos, factor de protección solar, retinol y todas esas sustancias químicas impronunciables tan sabias como cloroplorodoximeno que se supone que combaten los radicales libres esos, impidiendo que se aúnen para montarme una revolución en la cara.

Estoy en mi mundo: en el planeta Martha, meditando lo que voy a responder en la próxima remesa de cartas; reflexionando sobre qué decirle a la gente para que le vaya bien en el amor, cómo hacer que el viaje vaya lo más fluidamente posible. Pero la fuente de los consejos, tras meses de funcionamiento, se ha secado completamente. Ya no queda nada, sólo un huevo vacío y oscuro.

-¡Hola, extraña!

Doy un brinco del susto. Es la voz de Luke susurrada en mi nuca. Me giro y lo veo, con esos rasgos tan familiares dibujándose claramente bajo la intensa luz.

-Dios, ¡qué susto me has dado! -le digo.

-Ahora te toca a ti -me dice con voz misteriosa.

-¿Qué?

-Pagar en el mostrador.

-Ah, sí, sí. -Me doy la vuelta y pago mi milagrosa crema antiarrugas.

-¿Tiene la tarjeta cliente? -me pregunta la sin cejas.

-Eh... no -le digo mientras firmo el recibo.

La chica tarda mil años en comprobar la firma, tratando de hallar alguna semejanza entre la firma de suave trazado del reverso de mi Visa y el garabato que acabo de plantificarle en el recibo. Decide darme el beneficio de la duda, por lo que me aparto para que Luke pague lo que quiera que haya venido a comprar.

No es una caja de condones, menos mal, me quedo mucho más tranquila. Es un paquete de cuchillas de afeitar desechables de Wilkinson color turquesa, para pieles sensibles y una hoja extra. Sé bien que no es una elección casual: Luke se toma su afeitado diario muy en serio. Ha probado la versión de tres hojas, la Match 3 y todas esas. Hasta ha probado la eléctrica, pero él sabe que las desechables de Wilkinson de dos hojas para pieles sensibles, combinadas con su espuma de afeitar es lo más cerca que puede llegar al afeitado perfecto. Al ras, pero sin irritar la piel.

Mientras rebusca en el bolsillo buscando suelto (prefiere estar dos horas haciendo prospecciones hasta juntar dos libras con sesenta y dos centavos, que darle tres libras y tener que esperar a que le den los treinta y ocho centavos de la vuelta), y me viene a la mente una vivida imagen: Luke frente al espejo con la cabeza echada hacia atrás, los ojos mirando al frente y pasándose la maquinilla por la barbilla con femenina precisión; desnudo, con una toalla húmeda haciendo las veces de faldita atada a la cintura. Nos apresuramos hacia la salida.

-¿Qué? ¿Cómo estamos? -le pregunto, temiendo la respuesta; temiendo escuchar más información de la que quiero oír.

-Bien -sintetiza-, ¿y tú?

-Bien.

-Eso está bien.

Resulta sorprendente, ¿no? Hace dos meses podíamos hablar de lo que fuera, del proceso de paz en Oriente Medio, de la publicidad subliminal en las series de la televisión, nos pasaba como con los comportamientos instintivos, como el bostezo, era contagioso. Pero ahora nada, nada de qué hablar; ahora no podíamos ni terminar una frase entera. Al final, Luke logra romper el estreñimiento verbal.

-Cuando actué así en Bar 52 -Luke siempre lo dice mal, no pone el artículo delante de los locales.

-Dime...

-Pues eso, que estaba actuando, ya sabes, como cuando tú dices eso de que la primera señal de que alguien no está seguro de sí mismo es que actúe como si nada le importara un comino. Sí que me importaba.

-¿El qué?

-Eso, un comino. Ya sabes, sólo estaba tanteando el terreno, para ver por dónde iba la cosa. Realmente no pensaba nada de lo que te dije, todo eso de que me alegraba de que me hubieras abierto los ojos, en verdad me moría por contarte que me sentía como una mierda, como una puta mierda.

¡Lo sabía! No me has engañado ni por instante. Claro que has estado jodido, tienes que haber estado destrozado, como Humpty Dumpty, el huevo de Alicia en el país de las maravillas, como dice Fiona.

-Bueno, entonces, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me llamaste, o algo? -le pregunto, echándome a un lado para esquivar a una madre hipocondríaca que va blandiendo un carrito troyano a unos cien kilómetros por hora. Luke hace lo mismo.

-No sé. No quería joderte más de lo que ya te había jodido, supongo.

-Yo no estaba jodida -miento como una bellaca-, sólo fue una sorpresa, pero eso es todo, no tardé mucho en sobreponerme.

-Mira -me dice, mirándose durante un instante en el cristal del escaparate-, si alguna vez quieres hablar de ello, llámame y pásate por casa, sabes cuándo pillarme.

Sonrío. ¿Es posible que la versión 1.0 haya vuelto? Probablemente es demasiado pronto para saberlo.

-Lo tendré en cuenta. -En ese momento, por nuestro lado pasa un bombón de pasarela de dos metros dejando a su paso una ristra de cláxones y cuellos que se vuelven. Los ojos de Luke siguen inmóviles en mí.

-Sí, definitivamente, lo tendré en cuenta.

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora