Capítulo 3

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      Una ruptura no es algo que se deje atrás de forma tajante, sino que hay que revivirla, recrearla, removerla y volver a adornarla según lo vayas contando. A los amigos les das una versión, a tu familia otra y la verdad queda en el aire en algún punto entre las dos.

      Esta ruptura es especialmente dura a la hora de contarla. Aunque a mí me bastaría con un «fue decisión de los dos», «es lo mejor para los dos», «funcionamos mejor como amigos», pero mi tono de voz me traicionará.

      Fiona era cosa fácil, pero los demás son todo un desafío para mí. Y por encima de todos ellos está mi madre, cuyo talento sobrenatural para llamarme en el peor de los momentos posibles se confirma a las ocho en punto de la mañana del domingo, cuando suena mi móvil.

      —Qué voz más horrible ¿dónde estás?

      —Estoy en casa de Fiona —grazno con desgana.

      —He llamado a casa de Luke, pero nadie me ha cogido el teléfono.

      Esto último dicho con una inflexión como interrogativa.

      —Ah, sí, bueno, he pasado la noche en casa de Fiona. Es que es su cumpleaños —digo de manera poco convincente, dudando sobre si decirle o no la verdad—. ¿Cómo está papá? —pregunto para ganar algo de tiempo.

      —Papá está muy bien. —En el «bien» detecto una sutil insinuación—. Estábamos aquí remoloneando un ratito —me suelta con una risita picarona.

      Ya ves, mis padres que se han pasado los primeros dieciocho años de mi vida protegiéndome de la simple idea del sexo, ahora parecen totalmente decididos a informarme de que la actividad sexual no tiene por qué detenerse a los cincuenta. Yo ya no sé si serán las clases de Pilates o la crisis de los cuarenta que mi padre lleva años posponiendo lo que ha provocado este arrebato de lujuria, no lo tengo muy claro, lo único que sé es que la idea de mis padres haciéndolo como conejos me da náuseas.

      Luego le pregunto por el trabajo porque sé que en cuanto empiece a hablar del tema se pondrá a divagar durante unos veinte minutos informándome sobre sus traumas de doctora frustrada. No me equivoco, empieza a divagar en un monólogo sobre pacientes problemáticos, médicos idiotas, política de personal y la interminable retahíla sobre Rachel, la recepcionista (alias «La Mujer Más Vaga sobre la Tierra»).

      Mientras habla, suspiro profunda y silenciosamente, tratando de armarme de valor. Cuando se detiene para tomar aliento, me decido y se lo suelto de golpe:

      —Luke y yo hemos terminado.

      Silencio.

      Cuando Luke conoció a mis padres el año pasado se los supo ganar. Desde luego, no sabían que yo lo había estado preparando para el momento:

      —Tú finge que te interesa la música clásica y la medicina alternativa y todo irá bien. —Le dije. Tras un PizzaExpress y un paseo por South Bank mi madre me apartó a un lado y me dijo con entusiasmo: «Martha, Luke es maravilloso... creo que es muy apropiado para ti».

      —¿Qué... qué quieres decir? —me preguntó con un tono algo agresivo.

      —Se ha acabado. Hemos roto, eso es lo que hay. —Continúo con el típico rollo de: «de mutuo acuerdo», seguido de unas cuantas sandeces típicas de Martha Seymore sobre que las relaciones tienen que seguir su curso. Para mi asombro, se lo traga.

      —Vaya, lo siento mucho.

      —Mamá, en serio, es lo mejor para los dos. —Luego me excuso con que Fiona acaba de poner el desayuno en la mesa y corto la conversación. Afortunadamente, mi padre se ha ido al gimnasio, por lo que tendrá que ser mi madre la que le dé la noticia.

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora