Capítulo 22

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-¿Qué! ¿Estuviste hablando nada menos que con el Chico Maravilla? -me pregunta Stuart, impresionado.

-Eh... sí.

Estamos en la cocina de Fiona, ella, Stuart y yo, haciendo pasta con tomate; Carl está en la otra sala viendo la tele, repantigado en el sofá en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Es como si le hubiera contado que me acabo de dar una ducha con Cameron Díaz.

Lo he dejado con la boca abierta, le ha dado una risilla nerviosa y ha empezado a hacer ese gesto que siempre hace con la mano que le hace parecer un hincha en un partido de fútbol.

-¿Y cómo es? -me pregunta. Me entran ganas de contarle cómo es realmente, pero dudo de que Stuart fuera capaz de superar semejante decepción.

-Me cayó bien.

Lo siento, pero nunca he podido entender esa adoración por los pinchadiscos; tampoco creo que sea para tanto: un tío delante de una legión de chavales con los ojos como platos puestos de éxtasis. ¿Cómo va a equivocarse? Podrían tirarse dos horas pinchando un vinilo polvoriento de The Essential Don Johnson y les daría igual. En fin, sea como sea, es una realidad que Stuart prefiere no ver.

Durante la comida noto el ambiente algo tenso, pero no acierto a descubrir de dónde procede esa tirantez. Stuart está tranquilo, aunque siempre lo está si hay comida de por medio y Carl también está sereno, dándose la vuelta de vez en cuando para ver la tele, pero bueno, como ya he comentado, tampoco entiendo muy bien de qué va este hombre, con esa mirada siempre perdida, que puedes pasar dos horas con él sin que se dirija a ti para nada, excepto para soltar un par de gruñidos. Cuando habla, normalmente se dirige a Fiona, aunque sea para decir algo que vaya dirigido a todos los presentes y siempre se está restregando la cara, como si tuviera delante un lavabo invisible, frotándose los ojos como si quisiera sacárselos; en fin, eso es lo único que puedo decir de él, siento no ser de más ayuda pero es que nunca se sabe en qué está pensando.

Tras la comida, en su dormitorio, me doy cuenta de que la tensión procede de Fiona.

-Martha, ¿estás bien?

-Sí, claro que sí. ¿Por qué?

-No sé, me da la sensación de que pasas demasiado tiempo con Jacqui. -Fiona puede ser muy directa cuando quiere.

-Fiona, vivo con Jacqui.

-Ya lo sé -contesta recogiéndose el pelo en una coleta-, pero es que antes siempre comentabas lo triste que te resultaba la gente que lo único que hace es salir de fiesta y perder la cabeza porque sí y que normalmente esa actitud indica que algo va mal.

-¿Qué estás tratando de decirme? -Arruga la cara y empieza a retorcer el edredón con los dedos.

-Corcho, es sólo que no quiero que te conviertas en una tontaina.

¡Toma! Esto sí que tiene gracia, viniendo de ella. Viniendo de la chica que ha decidido atarse a alguien que sale en las portadas de las revistas y que se metía más pastillas que un farmacéutico hipocondríaco; viniendo de quien ha hecho la prueba del algodón a cada una de las manchas en su vida, pero se permite salpicarme la mía.

-Piensas que soy una tontaina.

-Yo no he dicho eso.

-Sí lo has dicho, has dicho que soy una tontaina.

-No, te he dicho que te puedes volver una tontaina.

-Lo mismo es.

-No, no es lo mismo.

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora