Capítulo 21

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      En una de las revistas que hay tiradas en la caótica mesita se reconoce a Jacqui como la mujer más trabajadora del mundo discotequil. Esto, lo que en realidad quiere decir es que con dos llamadas de teléfono diarias consigue para el viernes un buen puñado de vales de bebida.

      El resto del día lo dedica al sexo frívolo, drogas frívolas y conversaciones frívolas. Todo muy frívolo. Claro que tiene que buscar DJ para el fin de semana y hacer las entrevistas esas para la prensa, pero la mayor parte del trabajo duro, de la logística se encargan sus discípulas de Disco Dollar, una coalición de alegres jovencitas que revolotean alrededor de Jacqui como si fuera la abeja reina, lo cual, supongo que, en todos los sentidos, es lo que realmente es.

      Se lo tienes que dar y ella se desentiende con mucho estilo, muy llamativa y espectacular.

      Sólo hay que mirarla cuando se arregla para la gran noche; saliendo de la ducha envuelta en su toalla-crisálida y logra transformarse en una mariposa vestida de Ben de Lisi en diez minutos. ¿Cómo lo hace? Hoy he tardado horas en arreglarme, horas literalmente y, sin el diligente ojo de Fiona orientándome, me resulta muy difícil.

      Y, de repente, mientras el taxi que Jacqui ha pedido ronronea pacientemente en nuestra puerta, me da una crisis de confianza por lo que llevo puesto.

      —¿Cómo estoy? —Jacqui da un paso atrás para ver mi túnica de estrellas.

      —Fantástica, van a flipar.

      Afortunadamente, en Disco Dollar una nunca va demasiado emperifollada, podrías ir vestida con un sombrero de copa púrpura, una boa de plumas, una americana multicolor y pantalones carmesí sin sentirte en absoluto cohibida.

      Tampoco es que todo el mundo vaya vestido como un pavo real fluorescente. Hay suficientes chicos Levis para poder afirmarlo y, joder, están estupendos. De hecho, la mayoría de ellos están demasiado estupendos para ser hetero.

      Jacqui me lleva a través de la multitud, levantando el brazo en plan periscopio cada vez que divisa a algún conocido entre el mar de cabezas oscilantes. La sala está abarrotada y los colores se distorsionan o intensifican con la luz ultravioleta.

      —¡Ueeeeeeeeeeeeh!

      Toda la sala entra en erupción cuando el invisible DJ pone una nueva canción con los bajos tan altos que todo el suelo vibra, haciendo que me tiemble la cabeza.

      Jacqui se da la vuelta y me dice algo, pero no la entiendo porque la música está demasiado alta. Sonrío y asiento con la cabeza. Nos quedamos paradas un rato, con Jacqui distribuyendo copas aleatoriamente, hasta que me lleva al piso de arriba, traspasando el cordón de terciopelo a la sala VIP.

      En contraste con los cuerpos saltarines del piso de abajo, esta sala con aspecto de útero está relativamente tranquila; la música suena bastante suave y la mayoría de la gente está sentada en las majestuosas rinconeras carmesí que se alinean a largo de la sala. Cuando Jacqui entra, todo el mundo se da la vuelta.

      Según Jacqui, éste es el lugar en el que hay que estar los viernes por la noche en Londres, aquí, donde todos los hombres de acción del mundo de la noche pasan el rato, por lo que se ve, con la menor acción posible.

      Jacqui está deseosa de presentarme a tanta gente (preferiblemente hombres) como pueda. El primero de su lista de la compra es Eddy Thomkins, el cazatalentos de Large Recordings y orgulloso portador de un colorista pañuelo. Efectivamente, en la sublime cumbre de la nueva alta sociedad esto es lo que hay: barrigones de mediana edad con camisetas de Daft Punk y pañuelos ochenteros en la cabeza.

El factor exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora