IX

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Su euforia se le notaba a kilómetros de distancia.

Sus carcajadas apenas se escuchaban por el volumen de la música, solo aquellos que estaban a ambos lados pudieron escucharla.

Sintió un escalofrío cuando sintió unos besos húmedos en su cuello, ladeó la cabeza para darle más espacio, y un suspiro se escapó de su boca.

Una mano acarició su pierna, Queen se dejó tocar, necesitaba aquello, lo anhelaba.

¡Sírvenos ocho chupitos!

El barman sacó los pequeños vasos de cristal dejándolos en la mesada, luego tomó una botella de tequila y lo sirvió en los pequeños vasos.

―¡Por las chicas! ―alzó la copa el chico que se encontraba a su derecha, luego se bebió el tequila de un solo trago, dejando el limón y la sal de lado, aquellos que los veían le festejaron.

¡Por el alcohol! ―el chico a su izquierda alzó su chupito y se lo bebió, los gritos eufóricos los aclamaban, los alentaban.

¡Por el puto sexo! ―exclamó la francesa, antes de tomarse un chupito y luego otro.

La gente gritó estando de acuerdo, todos los rodearon, festejando como aquellos tres bebían los chupitos de corrido, sin tener indicios de querer detenerse.

Aquellos días lo disfrutaba.

Pero aquello no volvería por un largo tiempo... o tal vez nunca más.

Sabía que era bien conocida en la escuela.

Y no le impresionaba que apenas llevara una semana.

Lo que le impresionaba, era que todos sabían que había tenido una sobredosis y que estuvo a punto de morir. La mirada de insuficiencia de Isabella Swan le daba la respuesta de quien había abierto la boca.

Ahora era conocida como, la francesa drogadicta que ahora sufría la abstinencia.

Sentía las miradas de sus compañeros, todos ellos la juzgaban por sus acciones, podía escuchar como susurraban, y sabía que hablaban de ella.

―Asquerosa drogadicta, merece que sufra. ―había escuchado decir a Lauren.

Tenía hora libre, el profesor no había llegado aquel día, pero no podía decir lo mismo de su hermana, que se encontraba en clases de español.

No tenía clase con nadie conocido, ni siquiera con los Cullen.

―Mírala, se ve horrenda. ―escuchó nuevamente a Lauren. ―Ni siquiera es capaz de tapar esas ojeras con maquillaje.

―No sigas hablando de ella, Lauren, ni siquiera es tu problema. ―logró identificar la voz amable de Ángela.

―Solo digo la verdad, mira su rostro, sus ojeras... se ve terrible.

𝚁𝚘𝚞𝚜𝚜𝚎𝚊𝚞¹ | 𝙴𝚖𝚖𝚎𝚝𝚝 𝙲𝚞𝚕𝚕𝚎𝚗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora