Secretos

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El corazón de una Cullen

Capítulo IX

Secretos

La única explicación que dábamos al porqué adquirí el don de Eleazar fue el entrenamiento de aquella tarde en donde Bella nos acompañó. Mi cuñada había ido para aprender a expandir su escudo y tratar de desprenderse de él. En esto último yo me les había unido y en algún punto de la tarde –según concluimos- pude absorber la habilidad del integrante del clan Denali, quizá momentos antes de que comenzara a ver aquel esplendor en quienes poseían alguna habilidad especial.

Si bien no era del otro mundo, pues el objetivo era poder adquirir aquel tipo de habilidades sabiéndome fuera del escudo de Bella a mi voluntad, lo cierto era que no me acostumbraba. A diferencia de los otros adquiridos, aquel don me tenía desorientada por la forma tan diferente en que percibía a los demás vampiros con alguna cualidad extra, más cuando Eleazar no era capaz de ver ese esplendor que yo le había descrito.

Para él, solo bastaba hablar unos momentos con alguien más para percatarse o tener la certeza de alguna cualidad especial, sin embargo, y por lo que yo había vivido hacía un par de días, solo bastaba con verlos para ver si detectaba yo en ellos aquel esplendor que los hacía diferentes por sobre la mayoría.

-¿Entonces me alejo de tu vista para no darte un dolor de cabeza vampírico? –Bromeó Benjamín apareciendo frente a mí.

Lo cierto era que con el nuevo don, los entrenamientos se habían suspendido aquel día por cómo me desorientaba verlo a él, a Zafrina o Eleazar.

-No seas tonto –reí-. Es solo cuestión de acostumbrarme. Es raro, eso es todo.

Me encontraba sentada en los escalones exteriores de la casa, completamente meditabunda en lo adquirido y evitando pensar en la situación con Alexander, quien confesó no haber dicho de su habilidad por protección nuestra y para pillar de sorpresa a los Volturi.

-¿Cómo estás?

-Podría estar mejor.

Alexander salió de un lado de la casa junto con las Denali. Venían platicando muy quitados de la pena, como si nada pasara y se adentraron al bosque. Me quedé viendo la dirección que tomaron por momentos interminables.

-No deberías atormentarte así –Benjamín llamó de nuevo mi atención-. Sé que no le crees, y quién te culpa, pero sus razones ha de haber tenido.

-Ojalá solo fuera eso –solté casi para mí.

-Tampoco vale la pena que malgastes tu tiempo, es preciado, es tuyo y no se lo debes a nadie –sabía que aquello lo dijo por Alexander-. Zafrina ya me lo había comentado, pero solo bastó observar mejor para darse cuenta. Si te importa díselo...

-Creo que ya se lo dije y no lo tomó muy a bien –me sinceré sin saber realmente por qué.

-Entonces ahí lo tienes, Gabriela. Si no es capaz de verte como lo mereces, no vale la pena. He visto cómo te mira, más de alguno pensó o pensamos lo mismo que tú, pero es tan reservado, igual o peor que tú, que si ya te lo hizo saber, entonces creo que mereces estar bien; sin atarte a alguien que no te valora.

En aquellos momentos era cuando más extrañaba llorar. Pese a que como vampiro no estábamos atados a las convencionalidades básicas del ser humano, cuando un ser como nosotros sufría, la presión en el interior era insoportable, con la cual uno tenía que aprender a vivir a falta de un método de desahogo como lo era el llanto.

-No pretendo sonar como un desgraciado –continuó-, pero quizá es lo mejor. Así no tendrás por quién preocuparte a cada momento.

Supuse que en ese momento pensaba en Tia, y aunque tenía un punto, no podía estar más equivocado. Sí, quizá no tendría ese tipo de preocupación, pero se encontraba toda mi familia por quienes buscaría estar atenta a cada momento.

El corazón de una CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora