Ansia de sangre

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El corazón de una Cullen

Capítulo XII

Ansia de sangre

Alineados por sobre la nieve en aquel claro, todos esperaban la inminente llegada de los Volturi, quienes en cualquier momento aparecerían por entre los árboles que daban a las colinas, tal cual Alexander lo había deducido hacía mucho.

Se respiraba tensión y un tanto de miedo en el ambiente, sin embargo, la camaradería que aquel día los unía parecía ser más fuerte pues ni con los fantasmas o demonios de cada uno nadie mostró ganas de irse de aquel lugar.

Ante los escasos segundos que les quedaban, unos tanto aprovecharon para dedicarse un último gesto o una última palabra, algo que no sirvió para tranquilizar al ansioso ánimo de Gabriela quien, en primera línea, esperaba la llegada de los Volturi y el encuentro con su pasado.

-Todo estará bien –Bella susurró casi imperceptible a Renesmee, a quien tenía de la mano.

En el centro se encontraban todos los Cullen, exceptuando claro a Alice y Jasper, acompañados de Jacob como lobo quien se encontraba, alto e imponente, detrás de Nessie, cerrando casi el círculo de protección en torno a la niña, en vista de que a cada lado tenía a uno de los padres tomándola de la mano.

Habían llegado hacía una o dos horas, y aunque fue tiempo suficiente para preparar ánimos, los postura de cada uno indicaba que jamás estarían listos ante lo que se venía.

El grupo de casi 30 vampiros y 16 licántropos estaban distribuidos en una improvisada alineación, siendo éstos últimos, los que se encontraban hasta atrás y en una orilla.

-Están cerca, los escucho.

Dijo Edward para todos.

Si bien ello provocó que los que no estaban atentos lo estuvieran, para Gabriela las palabras de su hermano no significaron tampoco gran cosa en vista de que ella también los había escuchado. En un acto quizá desesperado por tener la mayor ventaja posible, había optado por desbloquear la habilidad mental adquirida hacía ya muchos años. Aunque le tomó un tiempo acostumbrarse a los pensamientos de los vampiros de su bando, le sorprendió la facilidad con que supo ignorarlos para concentrase en la de los que estaban por llegar.

No pasaron ni diez segundos desde que Edward diera la señal cuando, con un susurro imperceptible, la oleada de vampiros apareció entre los árboles, desfilando con tal elegancia y belleza que la pura imagen en sí causó calosfríos en Gabriela al tener el vago recuerdo de un hogar en el que nunca se sintió cómoda.

Todos ellos venían con capuchas haciendo imposible verles los rostros. Capuchas negras, grises y escarlata figuraron como un desfile entre los árboles. Cada color reflejaba un rango dentro de los Volturi, por lo que tras una rápida mirada a Gabriela no le fue tan imposible detectar cómo se distribuían los mismos.

Pese a que no pasaba nada aún, Gabriela no dejó de detectar la disciplina con que se movían, pues ante una señal no hecha, conforme fueron saliendo de los árboles, los Volturi comenzaron a alinearse en perfecta sincronía, fruto de milenios de entrenamiento.

Repasó todas las capuchas conforme se acomodaron, casi de manera inconsciente, solo para corroborar con pesar que aún con los licántropos se veían sobrepasados en número, y por mucho.

Por el acomodo, supo enseguida que los de las capuchas rojas eran los Volturi y sus esposas. Estas últimas, en un lugar más atrás fruto de que no tomarían un papel activo. Ello la obligó a ver con desesperación el resto y así dar con quien más temía. Los de capucha negra eran la guardia principal; se acomodaron en primera fila, rodeando a Aro, Cayo y Marco. Los que tenían la capucha gris se distribuyeron en fila recta como atrás y por delante; unos iban como entes activos, otros quizá como testigos.

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