Todo o nada

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El corazón de una Cullen

Capítulo XXV

Todo o nada

7 años atrás

Sabía que estaba tentando a mi suerte por encontrarme tan cerca de mi antiguo hogar, sin embargo, necesitaba cerciorarme por mí misma lo que Antonio me había comunicado ya. Aunque era perfecta para pasar desapercibida, estaba consciente que si me quedaba más del tiempo necesario ellos se darían cuenta de mi presencia en la zona por lo que debía de ser rápida.

Aquella pequeña plaza en el pleno centro de Volterra se encontraba atiborrada de turistas a pesar de las inclemencias del clima que indicaban una muy fuerte ventisca para la madrugada. Pese a ello, los cientos de humanos parecían no tener complejidad con celebrar en las coloridas calles que en aquel momento tenían un toque hasta carnavalesco.

-Llegas tarde, Ítalo –repuse tranquila, mucho antes de que el recién llegado siquiera se anunciara.

-Gabriela, como siempre, toda una sorpresa verte –el aludido se sentó frente a mí.

Ítalo se encontraba en la parte más alejada del círculo de los Volturi, y por ello, le era más fácil enterarse de cosas desde el exterior. Había acudido a él con la única convicción de que me pusiera al día en torno a Demetri y sus intenciones. Si bien Alice era quien se supone estaría atenta a cualquier decisión de esta familia, lo cierto era que cuando de mi ex amante se trataba, todo estaba bastante volátil, a pesar de tener a Antonio que era más certero en las visiones a diferencia de mi hermana.

-¿Cuánto tiempo te quedarás, querida Gabriela?

El vampiro tenía 400 años y era un experto en los rumores no solo por su habilidad para envolver con sus palabras, sino porque tan solo con verlo te ganabas su confianza por esa seguridad e imagen que daba de sí mismo.

-No mucho en realidad, pero dejémonos de formalidades, sabrás a qué he venido.

-Me doy una idea –me dijo sonriente tras pasarse la lengua por el labio inferior. Me comió con la mirada y yo en cambio me mantuve inmutable; lo conocía y si quería que me fuera útil, necesitaba enfocarme-. En verdad que has cambiado, dulzura.

Carcajeó melódicamente.

-¿Algo que se le antoje? –La sugerente propuesta de la mesera que se acababa de acercar a Ítalo me obligó a ignorar la situación y enfocarme en la pobre chica que no se daba una idea de quién era él.

-Lo mismo que está tomando la dama –me apuntó, al señalar la bebida que tenía frente a mí.

-En seguida se la traigo.

Contoneándose, la morena se perdió en el interior del establecimiento. Hacía frío, pero preferí quedarme en las mesas de la terraza para tener mayor privacidad, pues tanto Ítalo como yo podríamos llamar en exceso la atención.

-¿En qué estábamos?

-¿En dónde se encuentra, Ítalo? –Repliqué al instante.

-Vaya, creo que vamos al grano –no dije nada para que siguiera-. Supongo que no te habrás olvidado el cómo trabajo ¿verdad? Porque debo decir que mis servicios no son nada baratos...

Saqué un sobre de mi abrigo y se lo arrojé por sobre la mesa. Cayó impecablemente frente a él.

-No, no, Gabriela. Parece que no me estás entendiendo. ¿Para qué me sirve el banal dinero cuando vivo bastante cómodo en donde me encuentro?

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