Regreso

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El corazón de una Cullen

Capítulo XVI

Regreso

Pese a que el teléfono estuvo sonando la última media hora, no fue hasta que llamaron a su puerta con insistencia cuando Gabriela decidió reaccionar del letargo en el que se encontraba los últimos dos días.

De piernas cruzadas en medio de aquella mullida cama impecablemente tendida, la castaña se puso de pie perezosamente como si de verdad existiera alguna fuerza gravitacional que la hicieran ir a nivel humano, como si estuviera cansada.

-Ya voy... -se obligó a decir ante las llamadas insistentes en su puerta.

Recorrió la habitación y la sala hasta llegar a la estancia, y tras sacudirse el cabello –para demostrar que había estado recostada en su fachada de una "humana" cualquiera- abrió la puerta a sabiendas de quién se trataría. Para cuando llegó a la puerta, el teléfono había dejado de sonar.

-Antonio –sonrió al ver al musculoso mexicano frente a ella.

Si bien vivía en las recónditas profundidades de la selva al sur de México, ello no la eximía de las visitas mensuales de ribereños del lugar a fin de proporcionarle de lo que eran víveres por cortesía de la gente del lugar.

Claro que no socializaba con nadie, sin embargo, el haber llegado a aquel lugar hacía décadas la había orillado a proteger la zona y con ello a aquel sector pobre de la población olvidada por todos, el cual antes de su llegada se había visto envuelto en una serie de injusticias por ciertos grupos que ella se encargó de echar.

Era obvio que no sabían como tal de ella o no al menos de su naturaleza exacta, pero sí se daban una idea de lo que podría ser, de ahí el servilismo de vez en vez de la gente del lugar que se encargaba de procurarla una vez cada tanto a fin de mostrarle su amistad a cambio de su protección.

A Antonio lo conoció hacía por lo menos quince años cuando todavía era un chico, y aunque ya era un hombre gallardo de linda sonrisa y ojos negros, Gabriela, para él y el resto seguía igual: hermosa y joven.

-Por un momento creí que habrías viajado de nuevo –dijo coqueto el hombre de piel tostada-. Mi abuela y el resto te mandan esto.

Traía en las manos un canasto con frutas varias y unos tantos productos de limpieza que recibió con sonrisa de cortesía. Claro que la comida la desechaba, pero el resto lo utilizaba por ser asidua a ciertos hábitos humanos como las duchas.

-No era necesario, ya le he dicho a Judith que me las puedo arreglar perfectamente por acá –respondió al tiempo en que dejaba pasar al chico con las demás cosas que traía en su mochila.

-Ella lo sabe, y creo que el resto también. Supongo que después de tantos años se vuelve costumbre.

Antonio se fue directo a la mesa al centro de aquella estancia y comenzó a sacar el resto de las cosas de su mochila, Gabriela se acercó e hizo lo mismo con la canasta a fin de devolvérsela.

-¿Qué tal está todo por allá fuera? –preguntó el moreno.

Si bien la vampiresa había detectado la intención en aquellas palabras, decidió mirar al chico sonriente fingiendo duda.

-Sé que no te vemos mucho por acá aunque estés, pero veo que has estado fuera –el moreno apuntó a las diversas fotografías que había en la repisa de la chimenea y junto a librero.

-Ah, eso...

Gabriela sonrió al ver plasmada en las imágenes a toda su familia con las que había convivido los últimos cinco años desde la partida de los Volturi. Pese a sus reservas, se había tomado ciertas concesiones a fin de formar parte de la vida de Renesmee, y el resto de su familia.

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