Our home

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El corazón de una Cullen

Capítulo XXIX

Our home

Habían dejado parcialmente destruida una de las habitaciones. Ni siquiera llevaban una semana de haberla estrenado y ésta ya se encontraba potencialmente fuera de servicio y eso le arrancaba una sonrisa de picardía y otra de vergüenza, por el desastre que el personal debía de limpiar nada más partieran de ahí.

Ahora, en el ventanal de la habitación contigua, Gabriela disfrutaba de los primeros rayos sol, de una mañana fresca, luego de que toda la noche llovió. La vista del pueblo europeo, despertando también, era lo que vislumbraba desde las alturas en donde se encontraba una de las propiedades de los Cullen, en la que se venían quedando las últimas semanas. Aunque en cada lugar pasaban algunos meses, al parecer aquel lugar solo era de paso según le dijo Alexander.

Recordarlo le sacó una sonrisa, apenas hacia una hora se habían separado y ya lo extrañaba.

Ahora él debía encontrarse en aquel momento en el pueblo, arreglando todo para la próxima salida. Se veía renuente a decirle a dónde se dirigirían, un tanto absurdo tomando en cuenta que llevaban aquel estilo de vida los últimos once años. Sin embargo, decidió dejarle seguir con la "sorpresa" que le depararía, pues llevaba semanas insistente con que le permitiera elegir el próximo destino a pesar de que era turno de ella.

En medio de sus cavilaciones, el timbre de aquella casona sonó. Ella, con escasas ropas, se puso una bata de seda y se encaminó hacia la puerta en donde sabía que un repartidor esperaba a que le abrieran.

-Buenos días, señorita –se precipitó a decir el hombre una vez que lo recibió. Pese a su turbación, no perdió oportunidad de barrerla con la mirada ante la mirada penetrante de Gabriela-. Traigo un paquete para... -se aclaró la garganta y vio su itinerario- la señora Smith, Gabriela Smith.

-Soy yo –respondió al tiempo en que alargaba la mano para firmar el papel y recibir la caja de tamaño considerable colocada junto a la puerta.

-Perdone, señora Smith...

Se precipitó a corregir el repartidor, rojo como tomate. Ella en cambio, se sentía extraña de que todavía se dirigieran a ella con su apellido de casada.

-Gracias.

Respondió firme tras tomar la caja que el hombre ya le tendía. Le sonrió escuetamente y cerró la puerta, dejando al otro con sus divagaciones, y caminó hasta la sala para abrir el paquete que provenía de Alice.

Era ropa cuidadosamente empacada, un tanto de lencería, así como unos preciosos cuadros de roble, perfectamente tallados con diversas y hermosas figuras. Éstos no traían fotografías, o no al menos los que alcanzó a ver.

No había sonado completamente el teléfono de la casa y ella ya lo había descolgado para colocárselo entre el oído y el hombro, al tiempo que inspeccionaba las cosas que su hermana le había mandado.

-¿Los recibiste ya? –La vocecilla de Alice se escuchó del otro lado.

-Justo ahora –respondió sonriente-, pero no entiendo. ¿Para qué la ropa, la lencería y los cuadros? Sabes que no nos quedaremos por acá tanto tiempo.

-Exacto. Es para su próximo destino, boba –entrecerró los ojos-. No, no me lo ha dicho, pero ya vi a dónde te llevará, y no, no te lo pienso decir; se ha esforzado demasiado para que no te enteres.

-Está bien, pero eso no responde el por qué las cosas. Digo, es más sencillo viajar ligero y hacernos de lo necesario por allá, o en su caso, mejor lo debiste mandar directo para donde me llevará, Alice.

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