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El despacho del profesor Smith se encontraba en la parte más deteriorada del hospital. Había telarañas en los rincones y solo funcionaban un par de luces del pasillo. Llamé a la puerta y hubo una breve pausa antes de que oyera su voz desde el interior.

—Adelante.

Empujé el tirador hacia abajo y la puerta chirrió al abrirse. De inmediato me extrañó el olor de esa habitación. Era diferente al del resto del hospital. No olía a antiséptico ni a lejía; por raro que pareciera, olía a foso de orquesta. Olía a madera, cuerdas y arcos, barniz y cera. Mis ojos tardaron un momento en acostumbrarse a la penumbra, y entonces vi que había un piano vertical contra la pared; un objeto incongruente en un hospital. Una veintena de atriles de música metálicos brillaban entre las sombras y un sinfín de partituras formaban una pila considerable sobre la mesa; una inestable torre de papel que se elevaba hacia el cielo. En otra mesa había un violín junto a un oboe y una flauta. Y a su lado, un arpa; un instrumento enorme con un hermoso marco de madera y una lluvia de cuerdas.

Me quedé mirándola boquiabierto, y Smith soltó una carcajada.

—¿Te preguntas qué hacen aquí estos instrumentos? —estaba sentado tras su escritorio, riendo entre dientes.

—¿Son suyos?

—Así es. La música es mi hobby. No, miento: es mi pasión —apuntó al aire con un dedo cargado de teatralidad. El profesor tenía una forma de hablar animada, utilizaba una muy rica y variada gestualidad manual para acompañar y subrayar su discurso..., como si estuviera dirigiendo una orquesta invisible—. He montado un conjunto de música, algo informal, abierto a todo el que quiera participar: personal y pacientes por igual. Considero que la música es una herramienta terapéutica de lo más efectiva —hizo una pausa antes de recitar, con un tono cadencioso y musical—: «La música posee encantos que aplacan el pecho turbado...». ¿No estás de acuerdo?

—Seguro que tiene usted razón.—Hmmm... —Smith me examinó unos instantes—. ¿Tú tocas?

—¿Si toco el qué?

—Lo que sea. El triángulo es un comienzo.

Negué con la cabeza.

—No tengo inclinaciones musicales. Tocaba un poco la flauta dulce en el colegio, cuando era pequeño. Pero eso es más o menos todo.

—Entonces ¿sabes leer una partitura? Es una ventaja. Bien. Escoge cualquier instrumento, yo te enseñaré.

Sonreí, y de nuevo negué con la cabeza.

—Me temo que no tengo suficiente paciencia.

—¿No? Bueno, la paciencia es una virtud que harías bien en cultivar como psicoterapeuta. Verás, en mi juventud no lograba decidirme entre si hacerme músico, sacerdote o médico —Smith rio—. Y ahora soy las tres cosas.

—Supongo que es cierto.

—Mira —añadió, y cambió de tema sin insinuar una pausa siquiera —, yo fui la voz determinante en tu entrevista. El voto decisivo, por así decir. Me expresé con vehemencia en tu favor. ¿Sabes por qué? Te lo diré: vi algo en ti, Levi. Me recuerdas a mí... ¿Quién sabe? Puede que dentro de unos años estés dirigiendo este sitio —dejó la frase en suspenso un momento, luego suspiró—. Si es que todavía existe, claro.

—¿Cree que no existirá?

—A saber... Escasez de pacientes, exceso de personal. Estamos trabajando en estrecha colaboración con la Fundación para ver si encontramos un modelo más «económicamente viable». Lo cual significa que nos observan sin descanso, nos evalúan... Nos espían. ¿Cómo vamos a hacer nuestro trabajo terapéutico en estas condiciones?, podrías preguntarte. Como dijo Winnicott, no se puede practicar la terapia en un edificio en llamas —sacudió la cabeza, y de repente se le vio la edad que tenía; estaba agotado, exhausto. Bajó la voz y habló en un susurro de complicidad—: Creo que la directora, Stephanie Clarke, está coludida con ellos. La Fundación le paga el sueldo, al fin y al cabo. Obsérvala y verás lo que quiero decir.

Pensé que Smith parecía un poco paranoico, pero tal vez fuese comprensible. No quería decir nada fuera de lugar, así que me mantuve diplomáticamente callado un momento, y después...

—Quería preguntarle algo. Sobre Hange.—¿Hange Berner? —Smith me dirigió una mirada extrañaba—. ¿Qué le pasa?

—Siento curiosidad por la clase de trabajo terapéutico que se está haciendo con ella. ¿Recibe una terapia individual?

—No.

—¿Por algún motivo?

—Se intentó..., luego se abandonó la idea.

—¿Por qué? ¿Quién la trató? ¿Lara?

—No —Smith negó con la cabeza—. En realidad fui yo quien la trató.

—Comprendo. ¿Y qué ocurrió?

Se encogió de hombros.

—Se negaba a venir a mi despacho, así que iba yo a verla a su habitación. Durante las sesiones, lo único que hacía era quedarse sentada en la cama y mirar por la ventana. Se negaba a hablar, desde luego. Incluso se negaba a mirarme —levantó las manos, exasperado—. Decidí que aquello era una pérdida de tiempo.

Asentí.

—Supongo..., bueno, me pregunto por la transferencia...

—¿Sí? —Smith me observó con curiosidad—. Continúa.

—Es posible, quizá, que para ella resultara usted una presencia autoritaria..., ¿tal vez potencialmente punitiva? No sé cómo sería la relación con su padre, pero...

Smith me escuchó con una leve sonrisa, como si le estuvieran contando un chiste y anticipara ya la gracia final.

—Pero tú crees que tal vez le resultaría más fácil relacionarse con alguien más joven, ¿es eso? Déjame adivinar: ¿alguien como tú? ¿Crees que puedes ayudarla, Levi? ¿Que puedes rescatar a Hange? ¿Conseguir que hable?

—No sé si podría rescatarla, pero me gustaría ayudar. Me gustaría intentarlo.

Smith sonrió, todavía con ese mismo aire de diversión.

—No eres el primero. Yo creí que lo conseguiría. Hange es una sirena silenciosa, querido joven, que nos atrae hacia unas rocas contra las que nuestra ambición terapéutica se hace añicos —sonrió—. A mí me dio una valiosa lección sobre el fracaso. Tal vez tú necesites aprender esa misma lección .Le devolví la mirada, desafiante.

—A menos, claro está, que lo consiga.

La sonrisa del profesor se esfumó y fue reemplazada por algo más difícil de interpretar. Permaneció callado un momento, después tomó una decisión.

—Ya lo veremos, ¿te parece? Antes tienes que conocer a Hange. Todavía no te la han presentado, ¿verdad?

—No, todavía no.

—Pues pídele a Yuri que se encargue, ¿quieres? Y luego ven a informarme de cómo ha ido.

—Muy bien —intenté ocultar mi entusiasmo—. Así lo haré.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora