5

153 35 10
                                    

Kathy se estaba volviendo más descuidada.

Era inevitable, supongo.

Llevaba tanto tiempo saliendo impune de su infidelidad que empezó a volverse perezosa.

Llegué a casa y me la encontré a punto de salir.

—Me voy a dar una vuelta —dijo mientras se ponía sus zapatos de deporte—. No tardaré mucho.

—Me iría bien hacer algo de ejercicio. ¿Te apetece compañía?

—No, tengo que practicar el guion.

—Puedo ayudarte a repasarlo, si quieres.

—No —Kathy negó con la cabeza—. Me resulta más fácil hacerlo sola. Repito y repito mis parlamentos, esos que no consigo memorizar, ya sabes, los del segundo acto. Doy vueltas al parque repitiéndolos en voz alta. Tendrías que ver las miraditas que me echa la gente.

Había que reconocerlo: Kathy dijo todo eso con total sinceridad y sin dejar de mirarme a los ojos. Era una actriz extraordinaria.

Mis dotes interpretativas también estaban mejorando.

Le ofrecí una sonrisa cálida y franca.

—Que vaya bien el paseo.

Cuando salió del departamento, la seguí.

Me mantuve a una distancia prudencial, pero ella no miró atrás ni una sola vez. Como he dicho, cada vez era más descuidada.

Caminó unos cinco minutos, hasta la entrada del parque. Justo cuando se acercaba, un hombre salió de las sombras. Me daba la espalda y no pude verle la cara.

Tenía el pelo oscuro y era más alto que yo. Ella se acercó y él la abrazó. Empezaron a besarse. Kathy devoraba sus besos con ansia, entregándose a él. Resultaba extraño —por no decir otra cosa—ver los brazos de otro hombre rodeándola. Sus manos toqueteaban y acariciaban sus pechos por encima de la ropa.

Sabía que debía esconderme.

Estaba expuesto y a plena vista; si Kathy se giraba, sin duda me vería.

Pero no podía moverme.

Estaba paralizado, mirando a una Medusa, convertido en piedra.

Al final dejaron de besarse y entraron en el parque tomados del brazo.

Los seguí. Era desconcertante.

Desde atrás, a cierta distancia, el hombre no era muy diferente de mí; por unos segundos tuve una confusa experiencia extracorpórea, convencido de que estaba viéndome a mi mismo paseando por el parque con mi mujer.

Kathy llevó al hombre a la zona boscosa, la más poblada de árboles.Él la siguió y desaparecieron dentro.

Sentí un vuelco de terror en el estómago.

Mi respiración era densa,lenta, pesada. Todas las partes de mi cuerpo me decían que me alejase de allí, que me marchase, que me echase a correr.

Pero no lo hice. Los seguí por el bosque.

Intenté hacer el menor ruido posible, pero las ramitas crujían bajo mis pies y las ramas me arañaban.

No los veía por ninguna parte; los árboles crecían tan próximos entre sí que solo me dejaban ver hasta un par de metros por delante.

Me detuve y agudice el oído.

Oí un rumor entre los árboles, pero podía ser el viento.

Luego percibí algo inconfundible, un grave sonido gutural que reconocí al instante.

Eran los gemidos de Kathy.

Intenté acercarme, pero las ramas me atraparon y me retuvieron en el aire, como una mosca en una telaraña. Me quedé allí en la penumbra,respirando los olores húmedos de la corteza y la tierra.

Oí a Kathy gemir mientras ese hombre se la cogia. Él gruñía como un animal.

Ardí de odio.

Ese hombre había salido de la nada y había invadido mi vida.

Había robado, seducido y corrompido lo único que era valioso para mí en este mundo. Era monstruoso; sobrenatural.

Tal vez no fuera ni siquiera humano, sino el instrumento de una deidad malévola decidida a castigarme.

¿Me estaba castigando Dios? ¿Por qué? ¿De qué era culpable,si no de haberme enamorado?

¿Era porque amaba con demasiada profundidad, con demasiada ansia? ¿Amaba demasiado?

¿La quería ese hombre? Lo dudaba. No como yo.

Solo la estaba utilizando; utilizaba su cuerpo.

Era imposible que le importara tanto como a mí. Yo habría muerto por Kathy.

Habría matado por ella.

Pensé en mi padre; sabía lo que haría él en una situación así.

Asesinaría a ese tipo. «Sé un hombre —podía oírle gritar—. Aprende a ser más fuerte.»

¿Era eso lo que debía hacer?

¿Matarlo?

¿Librarme de él?

Sería una forma de acabar con ese desastre, una forma de romper el maleficio, de liberar a Kathy, de devolvernos la libertad a ambos.

Una vez que ella hubiera llorado su pérdida, todo habría terminado y solo sería un recuerdo, fácil de olvidar.

Después podríamos seguir como antes.

Podía hacerlo en ese momento, allí, en el parque.

Lo arrastraría al estanque, le hundiría la cabeza en el agua.

Lo sujetaría hasta que su cuerpo se convulsionara y cayera inerte en mis brazos.

O podía seguirlo al metro de camino a su casa, ponerme detrás de él en el andén y, con un brusco empujón, hacerlo caer delante del tren cuando llegara.

O acercarme a él por detrás con sigilo en una calle desierta, con un ladrillo en la mano, y partirle la cabeza.

¿Por qué no?

De pronto los gemidos de Kathy se hicieron más fuertes y reconocí los jadeos que emitía cuando llegaba al orgasmo. Entonces se hizo el silencio..., interrumpido por esa risilla ahogada que yo conocía tan bien.

Oí romperse más ramitas mientras salían del bosque.

Esperé un momento.

Luego partí las ramas que me tenían atrapado y salí de entre los árboles como pude, arañándome y haciéndome cortes en las manos.

Ya fuera, tenía los ojos medio cegados por las lágrimas, así que me los sequé con un puño ensangrentado.Iba dando bandazos sin rumbo fijo.

Daba vueltas y vueltas, como un loco.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora