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La casa de Kiyomi era una de las muchas que había junto al parque de Hampstead Heath, al otro lado de la calle, y desde ella se veía uno de los estanques.

Era grande y, dada su ubicación, seguramente tenía un precio desorbitado.

Kiyomi vivía ya en Hampstead muchos años antes de que Moblit y Hange se instalaran en la casa de al lado.

Su exmarido trabajaba en la banca de inversión y viajaba a menudo entre Londres y Nueva York, hasta que se divorciaron. Él se buscó a una versión más joven y rubia de su mujer..., y ella se quedó con la casa.

«Así, todos contentos —explicaba ella con una carcajada—. Sobre todo yo.»

La casa de Kiyomi estaba pintada de azul pálido, en contraste con las demás de la calle, que eran blancas. Su jardín delantero estaba decorado con arbolitos y macetas con plantas.

Me recibió en la puerta.

—Hola, tesoro. Me alegro de que haya llegado puntual. Eso es buena señal. Por aquí.

Me hizo seguirla por el pasillo hasta el salón, hablando todo el rato.Yo solo la escuchaba a medias mientras observaba aquel sitio.

La casa olía como un invernadero, estaba llena de plantas y flores: rosas, lirios, orquídeas allí donde mirases.

Infinidad de cuadros, espejos y fotografías enmarcadas colgaban de las paredes; estatuillas, jarrones y demás objetos artísticos competían por el espacio en mesas y cómodas.

Eran artículos caros todos ellos, pero apelotonados de esa forma parecían baratijas.Tomado como una representación de la mente de Kiyomi, parecía indicar un mundo interior desordenado, por no decir otra cosa.
Me hacía pensar en caos, abigarramiento, codicia; un hambre insaciable. Me pregunté cómo habría sido su infancia.

Aparté un par de cojines con borlas para encontrar un sitio donde sentarme en el enorme e incómodo sofá.

Kiyomi abrió un mueble bar y sacó dos vasos.

—Bueno, ¿qué le apetece tomar? Yo diría que es usted bebedor de whisky. Mi exmarido se bebía casi cuatro litros de whisky al día. Decía que lo necesitaba para aguantarme —rio—. Yo, en realidad, soy entendida en vinos. Tomé un curso en Francia, en la región de Burdeos. Tengo un olfato excelente.

Se detuvo para tomar aliento, y yo aproveché la oportunidad para hablar mientras pudiera.

—No me gusta el whisky. No soy muy bebedor... Solo una cerveza de vez en cuando, en realidad.

—Ah —Kiyomi parecía bastante importunada—. Cerveza no tengo.

—Bueno, no pasa nada. No me hace falta beber...

—Pues a mí sí, tesoro. Ha sido uno de esos días.

Kiyomi se sirvió una gran copa de vino tinto y se acurrucó en el sillón como si se preparara para disfrutar de una buena charla.

—Soy toda suya —dijo con una sonrisa insinuante—. ¿Qué quiere saber?

—Tengo un par de preguntas, si le parece bien.

—Bueno, pues dispare.

—¿Mencionó Hange alguna vez si había ido a visitarse con algún médico?

—¿Un médico? —la pregunta pareció sorprenderla—. ¿Se refiere aun psiquiatra?

—No, me refiero a un médico de cabecera.

—Ah, pues, no sé... —Kiyomi se quedó callada y dudó—. La verdad es que, ahora que lo dice, sí que veía a uno...

—¿Sabe cómo se llamaba?

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora