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El comedor era la sala más cálida de The Grove.

Unos radiadores ardientes cubrían las paredes, y los bancos que estaban más cerca de ellos siempre eran los primeros en llenarse.

El almuerzo era la comida con más ajetreo, ya que pacientes y personal se sentaban mezclados.

Las voces alzadas de los comensales creaban una cacofonía de sonidos nacida del nerviosismo incómodo que se generaba cuando todas las pacientes estaban en un mismo lugar.

Un par de encargadas de comedor caribeñas y alegres reían y charlaban mientras servían salchichas y puré de papa, pescado y papas y pollo al curry; todos los platos olían bastante mejor de lo que sabían.

Yo escogí el pescado como mal menor de los tres. De camino a la mesa pasé por el lado de Elif.

Estaba rodeada de su pandilla, un grupo de aspecto hosco formado por las pacientes más duras. Se estaba quejando de la comida cuando llegué a la altura de su mesa.

—No pienso comerme esta mierda —apartó la bandeja.

La paciente que tenía a su derecha tiró de la bandeja hacia sí, preparándose para quitársela de las manos..., pero Elif le dio un manotazo en la cabeza.

—¡Maldita glotona! —le gritó—. Devuélvemelo.

Eso arrancó una enorme carcajada en toda la mesa. Elif recuperó su bandeja y atacó la comida con renovado placer.

Me fijé en que Hange estaba sentada sola al fondo del comedor.Pinchaba un trozo raquítico de pescado con el tenedor, como un pajarito anoréxico, lo paseaba por el plato pero no se lo llevaba a la boca. Estuve medio tentado de sentarme con ella, pero decidí no hacerlo.

Tal vez si hubiera levantado la mirada y hubiéramos establecido contacto visual sí me habría acercado. Pero mantuvo la mirada gacha, como intentando aislarse de todo y a todos los que la rodeaban.

Sentí que entrometerme sería una invasión de su intimidad, así que me senté al final de otra mesa,unas cuantas sillas más allá de las pacientes, y empecé a comerme el pescado con patatas fritas. Solo di un bocado de ese pescado grasiento que no sabía a nada, estaba recalentado pero aun así frío por el centro todavía.

Coincidí con la valoración de Elif.

Estaba a punto de tirarlo a la basura cuando alguien se sentó frente a mí.

Para mi sorpresa, era Christian.

—¿Todo bien? —preguntó saludando con un gesto de la cabeza.

—Sí, ¿y tú?

No respondió. Se lanzó con decisión sobre su pollo al curry con arroz,que estaba duro como una piedra.

—He oído que tienes pensado dejar que Hange pinte —dijo entrebocado y bocado.

—Veo que las noticias vuelan.

—En este sitio sí. ¿Ha sido idea tuya?

Dudé.

—Sí, así es. Creo que le irá bien.

Christian me miró con vacilación.

—Ve con cuidado, amigo.

—Gracias por la advertencia, pero es bastante innecesaria.

—Yo ya lo he dicho. Las limítrofes son seductoras. Eso es lo que está pasando aquí, y no creo que seas del todo consciente.

—No está intentando seducirme, Christian.

Se echó a reír.

—Me parece que ya lo ha hecho. Le estás dando justo lo que quiere.

—Le estoy dando lo que necesita. Es diferente.

—¿Cómo sabes tú lo que necesita? Te estás identificando demasiado con ella. Es evidente. La paciente es ella, ¿sabes?, no tú.

Consulté el reloj en un intento de disimular mi ira.

—Tengo que irme ya.

Me levanté y recogí la bandeja. Eché a andar, pero Christian me llamó.

—Se volverá contra ti, Levi. Tú espera. Luego no digas que no te lo advertí.

Estaba molesto, y esa sensación ya no me abandonó en todo el día.

Al terminar la jornada salí de The Grove y fui a la pequeña tienda que estaba al final de la calle a comprar un paquete de cigarrillos.

Apenas consciente de mis actos, me llevé un cigarrillo a la boca, lo encendí y le di una buena fumada. Estaba pensando en lo que había dicho Christian y le daba vueltas en la cabeza mientras los coches pasaban raudos por mi lado.

«Las limítrofes son seductoras», lo oía decir.¿Era cierto? ¿Por eso me había molestado tanto? ¿Hange me había seducido emocionalmente?

Estaba claro que Christian lo creía así, y no me cabía duda alguna de que Smith lo sospechaba. ¿Tenían razón?

Buscando en mi conciencia, tuve la seguridad de que la respuesta era no.

Quería ayudar a Hange, sí, pero era del todo capaz de mantenerme objetivo con ella, estar vigilante, pisar con cautela y poner unos límites claros.

Me equivocaba.

Ya era demasiado tarde, aunque no quería admitirlo,ni siquiera a mí mismo.

Llamé a Mike a la galería y le pregunté qué había pasado con el material artístico de Hange: la pintura, los pinceles, los lienzos.

—¿Está guardado en alguna parte?

Se produjo una breve pausa antes de que respondiera.

—Bueno, en realidad no... Yo tengo todas sus cosas.

—¿Usted?

—Sí. Vacié su estudio después del juicio... y me quedé con todo lo que valía la pena conservar: sus bocetos preliminares, sus cuadernos, su caballete, sus óleos. Se lo estoy guardando.

—Qué amable.

—O sea, ¿que va a seguir mi consejo? ¿Va a dejar que Hange pinte?

—Sí. Si sale algo de ello o no, está por ver.

—Oh, ya lo creo que saldrá. Ya lo verá. Solo le pido que me deje verlos cuadros terminados.

Un extraño deje de avidez tiñó su voz.

De repente vi los cuadros de Hange arropados como niños en sus mantas en aquel almacén. ¿De verdad se los estaba guardando a ella? ¿O lo hacía porque no podía soportar separarse de ellos?

—¿Le importaría traer todo el material a The Grove? —pedí—. ¿Le parece bien?

—Ah, pues... —tuvo un instante de duda.

Percibí su angustia y salí a su rescate antes de darme cuenta.

—O puedo pasar yo a recogerlo, si le resulta más fácil.

—Sí, sí, tal vez eso sea mejor.

A Mike le daba miedo ir allí, le daba miedo ver a Hange.

¿Porqué? ¿Qué había entre ambos?

¿Qué era a lo que no quería enfrentarse?

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora