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—Bueno, ¿qué te parece, Hange? Hay mucha luz, ¿eh? ¿Te gusta?

Yuri le presentó el nuevo estudio con orgullo.

Había sido idea suya apropiarse de una sala que no se utilizaba junto a la pecera, y yo estuve de acuerdo; me parecía mejor opción que compartir la sala de terapia artística de Pieck, lo cual, dada su evidente hostilidad, habría creado dificultades. Así Hange dispondría de un espacio para ella sola, donde se vería libre para pintar lo que quisiera y sin interrupciones.

Hange miró alrededor.

Su caballete estaba desempaquetado y colocado junto a la ventana, donde tendría más luz. Su caja de óleos estaba abierta encima de una mesa.

Yuri me guiñó un ojo cuando Hange se acercó a ellos. Estaba entusiasmado con ese plan de la pintura, y yo agradecía su apoyo.

Yuri resultaba un aliado muy útil, porque era el miembro más popular del personal, y de lejos; por lo menos entre las pacientes.

Se despidió con un gesto de la cabeza con el que pareció decir: «Buena suerte,ahora es cosa tuya», y se marchó. La puerta se cerró tras él con un golpe,pero Hange no pareció oírlo.

Estaba metida en su mundo, inclinada sobre la mesa, examinando sus pinturas con una pequeña sonrisa en la cara. Alcanzó los pinceles de pelo de marta y los acarició como si fueran flores delicadas.

Sacó tres tubos de óleo —azul de Prusia, amarillo indio, rojo de cadmio— y los alineó.

Después se volvió hacia el lienzo en blanco que había en el caballete. Lo estudio. Se quedó allí de pie un buen rato. Parecía haber entrado en una especie de trance, una ensoñación; su mente estaba en otro lugar, de alguna forma había escapado, había viajado muy lejos de aquella celda.

Por fin salió de ese estado y se volvió de nuevo hacia la mesa. Apretó un tubo y aplicó un poco de pintura blanca en la paleta, luego la combinó con una pequeña cantidad de rojo.

Tuvo que mezclar los colores con un pincel;Stephanie, por motivos evidentes, había confiscado las espátulas en cuanto entraron en The Grove.

Hange llevó el pincel hacia el lienzo... e hizo una marca. Un únicotrazo rojo de pintura en medio del espacio blanco.

Se quedó mirándolo un momento. Luego hizo otra marca. Y otra.

Pronto estaba pintando sin pausa ni vacilación, con una fluidez total de movimiento.

Era una especie de danza entre Hange y el lienzo.

Yo estaba allí de pie, mirando las formas que creaba.Guardé silencio, apenas me atrevía a respirar.

Sentía que estaba presenciando un momento íntimo, viendo a un animal salvaje dar a luz. Y aunque Hange era consciente de mi presencia, no parecía importarle.

Alguna que otra vez, mientras pintaba, levantaba la vista y me miraba.

Casi como si me estuviera examinando.

A lo largo de los días siguientes, el cuadro empezó a tomar forma despacio, toscamente al principio, como esbozado, pero cada vez con mayor claridad; luego emergió del lienzo con una explosión de limpiada luminosidad fotorrealista.

Hange había pintado un edificio de ladrillo rojo, un hospital: The Grove, inconfundible. Estaba en llamas y ardía desde los cimientos.

En la escalera de incendios se distinguían dos figuras. La mujer era sin duda Hange, su pelo castaño tenía el color de las llamas. Y en el hombre me reconocí a mí mismo.

Llevaba a Hange en brazos, la levantaba en alto mientras el fuego me lamía los tobillos.

No logré discernir si me había pintado en el acto de rescatarla... o apunto de lanzarla a las llamas.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora