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Julian McMahon, de la Fundación, me esperaba en la recepción.

Era un hombre grande, tenía rizos pelirrojos y cierta debilidad por expresiones como «entre usted y yo», «el caso es que» o «en resumidas cuentas», que salpicaban su conversación sin cesar, a menudo en una misma frase.

Era una figura esencialmente benévola, el rostro amable de la Fundación.

Quería hablar un momento conmigo antes de que me fuera a casa.

—Acabo de ver al profesor Smith. Pensaba que debería saberlo: ha dimitido.

—Oh, vaya.

—Se jubilará anticipadamente. Entre usted y yo, era eso o enfrentarse a una investigación de este desastre... —se encogió de hombros—. No puedo evitar sentir lástima por él; no es un final muy glorioso para una carrera larga y distinguida. Pero al menos se ahorrará el escándalo mediático y todo el alboroto. Por cierto, lo ha mencionado a usted.

—¿Smith?

—Sí. Lo ha propuesto como sustituto suyo —Julian guiñó un ojo—.Ha dicho que es usted el hombre perfecto para el cargo.

Sonreí.

—Es muy amable.

—Por desgracia, el caso es que, dado lo sucedido con Hange y tras la detención de Christian, en realidad no hay ninguna posibilidad de que The Grove siga abierto. Vamos a cerrarlo de forma permanente.

—No puedo decir que me sorprenda. Entonces ¿no habrá trabajo para nadie?

—Bueno, en resumidas cuentas: hemos pensado abrir un servicio psiquiátrico nuevo, mucho más rentable, estos próximos meses. Y nos gustaría que se planteara dirigirlo, Levi.

Me resultó difícil ocultar mi entusiasmo.

Accedí con mucho gusto.

—Entre usted y yo —dije, tomando prestada una de sus expresiones—, es la clase de oportunidad con la que había soñado.

En efecto, lo era.

Una oportunidad real de ayudar a las personas, y no solo de medicarlas; ayudarlas tal como yo creo que se las debe ayudar.

Como Ruth me ayudó a mí.

Como yo intenté ayudar a Hange.

Las cosas han acabado bien para mí.

Sería un desagradecido si no lo reconociera.

Parece que he conseguido todo lo que deseaba.

Bueno, o casi.

El año pasado, Kathy y yo dejamos el centro de Londres y nos trasladamos a Surrey, de vuelta al hogar donde crecí.

Cuando mi padre murió, me dejó a mí la casa; aunque mi madre podía seguir viviendo en ella hasta su muerte, decidió cedérnosla y se fue a una residencia de ancianos.

Kathy y yo pensamos que el espacio extra y el jardín bien valdría tener que desplazarnos todos los días a Londres para trabajar.

Pensé que nos sentaría bien. Nos prometimos que transformaríamos la casa e hicimos planes para redecorarla y exorcizarla.

Sin embargo, casi un año después de mudarnos allí, el sitio sigue sin terminar, a medio decorar; los cuadros y el espejo convexo que compramos en el mercado de Portobello continúan apoyados contra paredes sin pintar.

Todavía es en gran medida la casa en la que crecí, pero no me importa tanto como esperaba. De hecho, me siento bastante a gusto, lo cual resulta irónico.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora