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La casa estaba a oscuras cuando llegamos.

—Por aquí —dijo Paul—. Sígame.

Había una escalerilla de hierro instalada en un lateral de la casa y fuimos hacia ella.

El barro estaba congelado bajo nuestros pies, formaba esculturas con ondas y crestas. Paul empezó a subir sin esperarme.El frío arreciaba con cada minuto que pasaba.

Empecé a preguntarme si aquello habría sido buena idea. Lo seguí y me agarré al primer travesaño; estaba helado y resbaladizo.

Una especie de enredadera —hiedra, quizá— había invadido toda la escalera.

Fui subiendo travesaño a travesaño.

Cuando llegué a lo alto, tenía los dedos entumecidos y el viento me cortaba la cara.

Me encaramé al tejado.Paul me estaba esperando y sonreía con un entusiasmo adolescente.

La luna, fina como una cuchilla, colgaba sobre nosotros; el resto era oscuridad.De repente Paul se abalanzó hacia mí con una expresión extraña en la cara.

Sentí una punzada de pánico cuando alargó el brazo, hice un movimiento para intentar esquivarlo, pero él me agarró. Por un aterrador segundo pensé que iba a lanzarme desde el tejado, pero en lugar de eso tiró de mí hacia él.

—Está demasiado cerca del borde. Quédese en el centro, aquí. Es más seguro.

Asentí con la cabeza mientras recuperaba el aliento. Aquello había sido una mala idea. No me sentía ni remotamente seguro cerca de Paul.

Estaba a punto de proponer que bajáramos... cuando sacó un paquete de cigarrillos y me ofreció uno. Dudé, pero luego lo acepté.

Me temblaban los dedos mientras levantaba el encendedor y encendía los cigarrillos de ambos.Nos quedamos allí de pie, fumando un momento en silencio.

—Aquí es donde Hange y yo veníamos a sentarnos. Todos los días, o casi.

—¿Cuántos años tenían?

—Yo unos siete, puede que ocho. Hange no podía tener más de diez.

—Eran un poco pequeños para subir por esas escalerillas.

—Supongo que sí. A nosotros nos parecía normal. De adolescentes subíamos aquí a fumar y a beber cerveza.

Intenté imaginar a la Hange adolescente, escondiéndose de su padre y su intimidante tía; Paul, su adorable primo pequeño, la seguía escalera arriba, atosigándola cuando ella habría preferido estar en silencio, a solas con sus pensamientos.

—Es un buen escondite —dije.Paul asintió.

—El tío Vernon no podía subir por la escalerilla. Era de constitución grande, como mi madre.

—Yo a duras penas lo he conseguido. Esa hiedra es una trampa mortal.

—No es hiedra, es jazmín —miró las enredaderas verdes que se rizaban por encima de la escalerilla—. Todavía no tiene flores, hasta la primavera no saldrán. Entonces, cuando hay muchas, huele como un perfume —Paul pareció perderse en sus recuerdos unos instantes—. Qué curioso...

—¿Qué?

—Nada —se encogió de hombros—. Las cosas que uno recuerda...Estaba pensando en el jazmín: estaba repleto de flores aquel día, el día del accidente, cuando Eva murió.

Miré alrededor.

—¿Hange y usted subieron aquí juntos, dice?

Asintió.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora