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Me propuse hablar seriamente con Hange a primera hora de la mañana.

Pretendía hacerle admitir que me había mentido sobre ese hombre que había matado a Moblit y, así, forzarla a enfrentarse a la verdad.

Por desgracia, no tuve ocasión.Yuri me esperaba en recepción.

—Levi, tengo que hablar contigo.

—¿Qué pasa?

Lo miré con detenimiento. Su rostro parecía haber envejecido de la noche a la mañana; estaba consumido, pálido, exangüe. Algo malo había ocurrido.

—Ha habido un accidente. Hange... se ha tomado una sobredosis.

—¿Qué? ¿Ha...?

Yuri sacudió con la cabeza.

—Sigue viva, pero...

—Gracias a Dios.

—Pero está en coma. No pinta bien.

—¿Dónde está?

Me llevó por una serie de pasillos cerrados con llave hasta la unidad de cuidados intensivos.

Hange estaba en una habitación individual. La habían conectado a una máquina de electrocardiograma y a un respirador.

Tenía los ojos cerrados.

Christian estaba allí con otra doctora.

Estaba lívido, lo cual contrastaba con la doctora de urgencias, muy bronceada; era evidente que acababa de regresar de unas vacaciones.

Aun así, no parecía descansada,sino exhausta.

—¿Cómo está Hange? —pregunté.

La doctora negó con la cabeza.

—Nada bien. Le hemos inducido un coma. Le ha fallado el sistema respiratorio.

—¿Qué se ha tomado?

—Alguna clase de opioide. Hidrocodona, probablemente.

Yuri asintió.

—Había un frasco de pastillas vacío en la mesa de su habitación.

—¿Quién la ha encontrado?

—Yo —dijo Yuri—. Estaba en el suelo, al lado de la cama. Parecía que no respiraba. Al principio he pensado que estaba muerta.

—¿Alguna idea de dónde consiguió esas pastillas?

Yuri miró a Christian, que se encogió de hombros.

—Todos sabemos que en las unidades hay mucho tráfico.

—Elif trafica pastillas —dije.

Christian asintió.

—Sí, yo también lo creo.

Entonces entró Lara. Parecía al borde de las lágrimas.

Se acercó a Hange y la observó un momento.

—Esto va a tener un efecto terrible en las demás. Cuando pasa algo así, siempre hace retroceder meses a las otras pacientes —se sentó, alargó una mano hacia la Hange y se la acarició.

Yo veía el respirador subir y bajar.

Se hizo un momento de silencio.

—Ha sido culpa mía —dije.

Lara sacudió la cabeza.

—Tú no tienes la culpa, Levi.

—Tendría que haberme ocupado mejor de ella.

—Lo hiciste lo mejor posible. La ayudaste. Que es más de lo que había hecho nadie.

—¿Alguien se lo ha dicho ya a Smith?

Christian negó con la cabeza.

—No hemos podido localizarlo todavía.

—¿Han intentado llamar a su celular?

—Y a su número de casa. Lo he probado varias veces.

—Pero... yo he visto al profesor Smith antes —dijo Yuri, frunciendo el ceño—. Estaba aquí.

—Ah, ¿sí?

—Sí, lo he visto esta mañana, temprano. Estaba en el otro extremo del pasillo y parecía tener prisa... Al menos creo que era él.

—Qué raro. Bueno, debe de haberse ido a casa. Vuelve a intentarlo,¿quieres?

Yuri asintió.

De algún modo era como si estuviera muy lejos de allí; aturdido, perdido.

Aquello parecía haberle afectado mucho.

Me dio lástima.

A Christian le sonó el celular y se sobresaltó. Acto seguido, salió de la habitación junto con Yuri y la doctora.

Lara dudó un momento y luego habló en voz baja:

—¿Quieres estar un rato a solas con Hange?

Asentí; todavía no me atrevía a hablar.

Lara se levantó y me apretó el hombro un segundo. Después salió.

Hange y yo nos quedamos solos.

Me senté junto a la cama.

Alargué la mano y le toqué el brazo.

Tenía un catéter insertado en el dorso de la mano. Se la levanté con cuidado, le acaricié la palma y el interior de la muñeca, le pasé un dedo por el pulso y sentí las venas bajo su piel, también las cicatrices gruesas y abultadas de sus intentos de suicidio.

De modo que ya estaba.

Así era como acabaría todo.

Hange volvía a estar callada, y esta vez su silencio duraría para siempre.

Me pregunté qué diría Smith.

Podía imaginar lo que le contaría Christian, que encontraría la forma de culparme a mí como fuera: diría que las emociones que había removido con la terapia habían sido demasiado Hange..., y que por eso había recurrido a la hidrocodona en un intento de automedicarse y calmarse.

Puede que la sobredosis fuera accidental, oía decir ya a Smith, pero el comportamiento sí había sido suicida.

Y ahí acabaría el asunto.

Solo que el asunto no acababa ahí.

Algo había pasado inadvertido.

Algo importante, algo en lo que nadiese había fijado, ni siquiera Yuri, cuando encontró a Hange inconsciente al lado de la cama.

Había un frasco de pastillas vacío en su mesa, sí, y un par de comprimidos en el suelo, así que por supuesto se había llegado a la conclusión de que Hange se había tomado una sobredosis.

Pero allí, bajo la yema de mi dedo, en el interior de su muñeca, había un leve hematoma y una pequeña marca que contaban una historia muy diferente.

Un minúsculo pinchazo junto a la vena, un agujero diminuto hecho con una aguja hipodérmica que revelaba la verdad: Hange no se había tragado un frasco de pastillas en un gesto suicida: le habían inyectado una cantidad enorme de morfina.

No había sido una sobredosis.

Había sido un intento de asesinato.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora