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La mañana siguiente volvimos a vernos.

Hange, por algún motivo,parecía diferente ese día, más reservada, más contenida.

Creo que era porque se estaba preparando para hablar de la noche en que murió Moblit.

Se sentó delante de mí y, algo que no era frecuente en ella, me miró directamente y no dejó de hacerlo en toda la sesión. Empezó a hablar sin que se lo pidiera, de forma lenta y meditada, escogiendo cada frase con cuidado, como si aplicara delicadas pinceladas sobre una tela.

—Esa tarde estaba sola. Sabía que tenía que pintar, pero hacía mucho calor y no creía que pudiera enfrentarme a ello. Aun así, decidí intentarlo,de modo que me llevé el pequeño ventilador que había comprado al estudio del jardín, y entonces...

—¿Y entonces?

—Me sonó el celular. Era Moblit. Llamaba para decirme que volvería tarde de la sesión de fotos.

—¿Solía hacer eso? ¿Llamar para avisar que llegaría tarde?

Hange me miró con extrañeza, como si le pareciera una pregunta rara.

Negó con la cabeza.

—No. ¿Por qué?

—Me preguntaba si tal vez llamaba por alguna otra razón. Para ver cómo te encontrabas, quizá... A juzgar por tu diario, da la impresión de que le preocupaba tu estado mental.

—Ah —lo sopesó, desconcertada. Asintió despacio—. Entiendo. Sí,sí, es posible...

—Lo siento, te he interrumpido. Continúa. ¿Qué ocurrió después de la llamada?

Hange vaciló un instante.

—Lo vi.

—¿A quién?

—Al hombre. Bueno, vi su reflejo. Se reflejaba en la ventana. Estaba dentro... dentro del estudio. De pie justo detrás de mí.

Cerró los ojos y guardó silencio.

Hubo una larga pausa.

Hablé con delicadeza:

—¿Podrías describirlo? ¿Qué aspecto tenía?

Abrió los ojos y me miró un momento.

—Era... Era fuerte. No le vi la cara, se había puesto una máscara.Una máscara negra. Pero sí le vi los ojos: eran agujeros oscuros, creí ver algo de color en ellos pero no estoy segura. En ellos no había nada de luz.

—¿Qué hiciste al verlo?

—Nada. Estaba muy asustada. Me quedé mirándolo... Tenía un cuchillo en la mano. Le pregunté qué quería. No dijo nada. Entonces le dije que tenía dinero en la cocina, en mi bolso. Negó con la cabeza y dijo:«No quiero dinero», y se rio. Una risa horrible, como cristales rompiéndose. Me puso el cuchillo en el cuello. El filo cortante de la hoja me apretaba la garganta, la piel... Me dijo que entrara en la casa con él.

Hange cerró los ojos al recordarlo.

—Me obligó a salir del estudio. Cruzamos el jardín hacia la casa. Yo veía la cerca de la calle a solo unos cuantos metros; estaba tan cerca... Y algo se apoderó de mí. Era... era mi única oportunidad de escapar. Así que le di una patada con fuerza y me aparté de él. Eché a correr. Corrí hacia la cerca —abrió los ojos y sonrió al recordarlo—. Por unos segundos... fui libre.

Su sonrisa se desvaneció.

—Pero entonces... se abalanzó sobre mí. Por la espalda. Caímos al suelo... Me tapó la boca con la mano y sentí la hoja fría contra la garganta.Dijo que me mataría si me movía. Estuvimos ahí tendidos unos segundos;yo sentía su aliento en la cara.
Fue horrible.
Me levantó a empujones y me arrastro a la casa.

—¿Y luego? ¿Qué pasó?

—Cerró con pasador. Y me vi atrapada.

En ese momento Hange tenía la respiración agitada y las mejillas encendidas.

Me preocupaba que estuviese generando ansiedad, me daba miedo presionarla demasiado.

—¿Necesitas descansar?

Negó con la cabeza.

—Sigamos. He esperado mucho para contar esto. Quiero quitármelo de encima.

—¿Estás segura? Tal vez sea buena idea tomarse un momento.

Dudó.

—¿Puedo fumar un cigarrillo?

—¿Un cigarrillo? No sabía que fumaras.

—No fumo. Antes... antes sí. ¿Me das uno?

—¿Cómo sabes que fumo?

—Lo huelo en ti.

—Ah —sonreí. Me sentí algo avergonzado—. Está bien —me levanté—. Vayamos fuera

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora