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—¿A qué hora has quedado de verte con tu amiga? —pregunté.

—A las siete. Después del ensayo —Kathy me dio su taza de café—. Por si se te ha olvidado su nombre, Levi, es Nicole.

—Eso —dije con un bostezo.

Kathy me miró con severidad.

—¿Sabes?, es un poco insultante que no te acuerdes; es una de mis mejores amigas. Si hasta fuiste a su fiesta de despedida, carajo.

—Claro que me acuerdo de Nicole. Es solo que se me había olvidado su nombre.

Kathy puso los ojos en blanco.

—Lo que tú digas, porrero. Voy a darme una ducha —y salió de la cocina.

Sonreí para mí.

A las siete.

A las siete menos cuarto recorría la orilla del río hacia el espacio donde ensayaba Kathy, en el South Bank.

Me senté en un banco al otro lado de la calle, frente a la sala de ensayo pero de espaldas a la entrada, para que ella no pudiera verme si salía temprano.

De vez en cuando volvía la cabeza y miraba por encima del hombro, pero la puerta seguía obstinadamente cerrada.Y entonces, a las siete y cinco minutos, se abrió por fin. Se oyó un rumor de conversaciones animadas y risas mientras los actores iban saliendo del edificio.

Lo abandonaban en grupos de dos o tres.

Ni rastro de Kathy.

Esperé cinco minutos. Diez minutos. El goteo de gente se terminó, de allí ya no salía nadie más. Debía de haberme despistado. O quizá había salido antes de llegar yo. A menos que ni siquiera hubiera estado allí.

¿Me había mentido con lo del ensayo?Me levanté y fui hacia la entrada. Necesitaba asegurarme.

Si Kathy todavía estaba dentro y me veía, ¿qué haría yo? ¿Cómo podía justificar mi presencia? ¿Diciéndole que quería darle una sorpresa?

Sí, le diría que había ido para invitarlas a ella y a «Nicole» a cenar.

Kathy no sabría donde meterse y mentiría para inventarse alguna excusa de mierda

—«Nicole se ha enfermado y me cancelo»—, así que acabaríamos pasando pasando una velada incómoda ella y yo solos.

Otra velada de largos silencios.Llegué a la entrada. Dudé, aferré el tirador verde oxidado y empujé la puerta.

Entré.

El interior era de cemento desnudo y olía a humedad. El espacio de ensayo de Kathy estaba en la cuarta planta —se quejaba de que tenía que subir muchos escalones todos los días—, así que fui por la escalera principal.

Llegué a la primera planta y ya empezaba a subir hacia la segunda cuando oí una voz que venía de lo alto de la escalera.

Era Kathy.

Hablaba por teléfono:

—Lo sé, lo siento. Te veré pronto. No serán muchos días... Bien, esta bien,adiós.

Me quedé petrificado; estábamos a solo unos segundos de chocar el uno con el otro. Corrí escalera abajo y me escondí en una esquina. Kathy pasó de largo sin verme y salió por la puerta, que se cerró con un fuerte golpe.

Corrí tras ella al exterior. Kathy se estaba alejando, iba deprisa, hacia el puente. La seguí abriéndome paso entre turistas y trabajadores que volvían a casa, intentando mantener la distancia sin perderla de vista.

Cruzó el puente y bajó la escalera de la estación de metro de Embankment.

Fui tras ella, preguntándome qué línea tomaría.Sin embargo, no entró en el metro. En lugar de eso, cruzó toda la estación y salió por el otro lado. Continuó a pie hacia Charing Cross Road.

La seguí.

En el semáforo me detuve a unos cuantos pasos detrás de ella.Cruzamos Charing Cross Road y nos metimos en el Soho.

La seguí por las calles estrechas.

Dobló a la derecha, luego a la izquierda, después otra vez a la derecha. Entonces se detuvo.

Estaba en la esquina de Lexington Street.Y esperó.

Así que ese era el punto de encuentro. Un buen lugar: céntrico,bullicioso, anónimo. Dudé y me metí en un pub que había en la esquina.

Me senté en la barra, desde donde tenía una buena vista a través de la ventana y veía a Kathy al otro lado de la calle.

El barman, aburrido y con una barba rebelde, me miró.

—¿Sí?

—Una cerveza. De Guinness.

Bostezó y se fue al otro extremo de la barra a ponerme a servirme la cerveza.

Yo no apartaba los ojos de Kathy. Estaba bastante seguro de que no podía vermea través de la ventana, ni aunque mirara en esa dirección. Y en cierto momento sí miró, directa hacia mí.

Se me paró el corazón un instante, convencido de que me había descubierto; pero no, su mirada se desvió.Pasaban los minutos y Kathy seguía esperando.

Igual que yo, que iba dando lentos tragos a la cerveza, observándola. Ese tipo, quien fuera, se estaba tomando su tiempo. A ella no le gustaría.

Kathy odiaba que la hicieran esperar, y eso que ella llegaba tarde sin excepción. Veía que empezaba a enfadarse, que arrugaba la frente y consultaba el reloj.Y entonces un hombre cruzó la calle hacia ella.

En los pocos segundos que tardó en cruzar, yo ya lo había evaluado.

Era fornido. Tenía el pelo rubio y largo hasta los hombros, lo cual me sorprendió, porque Kathy siempre decía que a ella solo le gustaban los hombres con el pelo oscuro y ojos como los míos; a menos, claro está, que eso fuera otra mentira.

Sin embargo, el hombre pasó por su lado y ella ni se inmutó. Pronto se perdió de vista. Así que no era él. Me pregunté si tanto Kathy como yo estaríamos pensando lo mismo: ¿la habría dejado plantada?

Justo en ese momento abrió mucho los ojos y sonrió.

Saludó con la mano al otro lado de la calle, a alguien que quedaba fuera de mi campo devisión.

«Por fin —pensé—. Es él.»

Alargué el cuello para verlo...Y, para mi sorpresa, una rubia con pinta de fiestera, de unos treinta años, con una minifalda cortísima y unos tacones de altura imposible, fue correteando hacia Kathy.

La reconocí al instante.

Nicole.

Se saludaron con besos y abrazos, luego se alejaron las dos del brazo, hablando y riendo. Osea que Kathy no me había mentido con lo de Nicole.

Registré mis sentimientos con sobresalto: debería haber sentido un alivio enorme al saber que Kathy me había contado la verdad.

Debería haberme sentido agradecido.

Pero no era así.

Estaba decepcionado

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora