2

194 35 4
                                    

Fui a buscar a Smith para informarle sobre mi encuentro con Hange. Estaba en su despacho, revolviendo entre montones de partituras.

—Bueno —dijo sin levantar la mirada—, ¿qué tal ha ido?

—No ha ido, la verdad.

Smith me observó con socarronería.

Dudé un momento.

—Si quiero llegar a alguna parte con ella, necesito que Hange sea capaz de pensar y sentir.

—Por supuesto. ¿Y lo que te preocupa es...?

—Que es imposible llegar hasta alguien que toma una medicación tan fuerte. Es como si estuviera a dos metros por debajo del agua.

Smith frunció el ceño.

—Yo no diría tanto. No estoy al corriente de la dosis exacta que se le administra...

—Le he preguntado a Yuri. Dieciséis miligramos de risperidona. Una dosis de caballo.

El profesor arqueó una ceja.

—La verdad es que es bastante alta, sí. Seguramente podría reducirse.Verás, Christian es el jefe del equipo que se encarga de Hange. Deberías consultárselo a él.

—Creo que sonará mejor si viene de usted.

—Hmmm — Smith me dirigió una mirada dubitativa—. Christian y tú se conocían de antes, ¿verdad? ¿De Broadmoor?

—Apenas de vista.

No reaccionó enseguida.

Alargó la mano hacia un platito con Almendras que tenía en el escritorio y me ofreció una.

Negué con la cabeza.

Se metió una en la boca y la masticó, mirándome mientras la hacía crujir.

—Dime, ¿la relación entre Christian y tú es cordial?

—Es una pregunta extraña. ¿Por qué quiere saberlo?

—Porque detecto cierta hostilidad.

—No por mi parte.

—¿Y por la suya?

—Eso tendrá que preguntárselo a él. Yo no tengo ningún problema con Christian.

—Hmmm. Tal vez sean imaginaciones mías, pero noto algo... Estaré vigilante. Hasta la menor agresividad o competitividad interfiere en el trabajo. Ustedes dos tienen que trabajar juntos, no uno contra el otro.

—Soy consciente de ello.

—Bueno, pues hay que involucrar a Christian en esta conversación. Quieres que Hange sienta, sí. Pero recuerda: a mayor sentimiento, mayor peligro.

—¿Peligro para quién?

—Para Hange, por supuesto —Smith me hizo un gesto admonitorio con el dedo—. No te olvides de que tenía fuertes tendencias suicidas cuando la trajeron aquí. Intentó acabar con su vida varias veces. Y la medicación la mantiene estable. La mantiene viva. Si reducimos la dosis, hay muchas probabilidades de que se vea sobrepasada por sus sentimientos y sea incapaz de gestionarlos. ¿Estás dispuesto a asumir ese riesgo?

Me tomé muy en serio lo que decía Smith, pero asentí.

—Es un riesgo que creo que debemos asumir, profesor. Si no, jamás llegaremos a ella.

Smith se encogió de hombros.

—Pues hablaré con Christian de tu parte.

—Gracias.

—A ver cómo reacciona. Los psiquiatras no suelen responder bien cuando les dicen cómo medicar a sus pacientes. Por supuesto, puedo imponer la autoridad de mi cargo, pero eso es algo que no suelo hacer. Déjame que aborde el tema con sutileza. Te haré saber lo que dice.

—Tal vez sea mejor que no me mencione cuando hable con él.

—Bien... —Smith esbozó una sonrisa extraña—. Muy bien, no lo haré.

Sacó una cajita de su escritorio, y al deslizar la tapa apareció una hilera de puros.

Me ofreció uno. Negué con la cabeza.

—¿No fumas? —se sorprendió—. Habría dicho que eras fumador.

—No, no. Solo un cigarrillo de vez en cuando, alguna que otra vez... Estoy intentando dejarlo.

—Bien, haces muy bien —abrió la ventana—. ¿Conoces ese chiste de por qué no se puede ser terapeuta y fumar? Porque significa que tú mismo estás jodido todavía —se rio y se metió un puro en la boca—. Me parece que aquí todos estamos un poco locos. ¿Sabes ese cartel que había antes en las oficinas? ¿«No hay que estar loco para trabajar aquí, pero ayuda»?

Smith volvió a reír.

Encendió el puro, le dio una calada y exhaló el humo. Lo miré con envidia.

-Levihan- L.P.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora