Él estaba entre mis piernas, subía lentamente mientras chupaba, lamía y succionaba la cara interna de mis muslos. Se colocó justo en el centro y con sus manos las separó aún más de lo que ya estaban. Con una sonrisa acercó su lengua a mi parte más deseosa de atención y comenzó dando pequeñas lamidas de manera juguetona pero no demasiado intensa. Eché mi cabeza hacia atrás mientras los suspiros salían solos de mi boca y mis manos se dirigían a su cabeza incitándolo a que aumentara la fuerza de sus movimientos. Él cerró los ojos y entendiendo lo que le pedía, comenzó a succionar con más intensidad haciéndome gemir mientras sentía que con el paso de los minutos el orgasmo se iba formando en mi bajo vientre.
Cuando parecía que no iba a aguantar más y que por fin iba a conseguir esa tan anhelada liberación, separó su cara de mi cuerpo y se colocó a una altura en la que nuestros rostros se encontraban a escasos centímetros. Juntó nuestros labios en un apasionado beso y de repente entró en mí de una sola estocada haciéndome gritar nuevamente. Conseguía darme placer en cada parte de mi cuerpo con cada arremetida, lo cual solo me provocaba desearlo más. Nuestros cuerpos sudorosos se unían en suma perfección y cada vez las embestidas eran más profundas pero a la vez más agónicas por el orgasmo contenido.
—Pronto nos conoceremos, y te tendré así, para mí, cuando me plazca. —dijo él para después besarme mordiendo mi labio inferior mientras ambos nos corríamos entre gemidos.
Desperté de golpe en mi cama, estaba sudada y trataba de controlar mi respiración agitada. Llevaba poco más de un mes soñando con él. Siempre pasaba lo mismo, follábamos, pero no era un sexo suave, era demasiado intenso para ser solo un sueño. Pero lo que me había llamado la atención ese día, era que había sido la primera vez en la que él hablaba, en los anteriores no había escuchado su voz ni una sola vez.
Pero como todos los días de este último año, estaba sola, completamente sola en casa. Desde que mis padres murieron en aquel accidente de tráfico vivo sola, no muy lejos de la universidad. Tan solo tenía dieciocho años, pero comencé a estudiar y a trabajar a la vez para poder vivir bien.
Algo aturdida miré el despertador que tenía en la mesilla de noche, marcaba las siete de la mañana, mis clases comenzaban a las ocho y media, y aún tenía que ducharme, desayunar y coger el metro para ir a la universidad.
Tras arreglarme y cogerlo todo, cerré la puerta de casa y me dirigí a la estación de metro que se encontraba más cerca de mi casa. Paré a comprarme un café en el pequeño establecimiento que había al lado, entré esperando encontrarme con aquel anciano tan simpático que siempre estaba tras la barra, pero el día de hoy me llevé una sorpresa al no verlo allí, si no un hombre mucho más joven, sobre los treinta y cinco años de edad.
—Buenos días. ¿No está el señor de siempre, le ha pasado algo? Paso por aquí diariamente y no ha faltado ni un solo día. —pregunté yo, así es como le solía decir yo, obviamente el hombre tenía un nombre, pero yo nunca lo recordaba.
—Hoy no ha podido venir, pero me dijo que vendría una chica de unos veinte años preguntando por él, supongo que eres tú. Encantado soy Klaus. —Me respondió él mientras me daba un cappuccino, que era lo que siempre pedía. —Sí no me equivoco esto es lo que me dijo que pedirías.
—Así es, muchas gracias. —Le di el dinero del café y me dirigí hacia la puerta ya que tenía prisa. —Adiós Klaus.
—Adiós, nos vemos pronto...
Estaba sentada en el banco esperando al metro, no había nadie en la estación y aunque era pronto, normalmente siempre solía haber alguien, ya que tenían que ir a clases o a sus trabajos.
Me estaba tomando mi café cuando me empecé a marear, me acababa de dar cuenta que hoy mi cappuccino tenía un sabor un tanto diferente al de los otros días. Antes de que pudiera hacer algo caí desmayada.
Tenía los ojos cerrados y escuchaba las voces de dos hombres de fondo, estaba acostada sobre algo blando y cómodo, notaba el movimiento del vehículo en el que íbamos.
Abrí los ojos lentamente intentando, enfocar mi vista en el techo del coche en el que no debería estar ahora mismo. Tras unos segundos lo conseguí e intenté incorporarme en el asiento donde estaba tumbada, de repente dos grandes manos ayudaron a conseguir mi tarea de sentarme bien.
El coche era una especie de mini limusina pero bastante más pequeña, había dos tiras de tres asientos, estas filas estaban encaradas dejándome observarlo sentado frente mía y con sus dos codos apoyados en sus rodillas.
Era el chico de mis sueños eróticos, con el que había estado soñando durante el último mes. No lo podía creer, él estaba allí, con un impecable traje negro, camisa blanca desabotonada en sus dos primeros botones y sin corbata.
—Tú eres...
—El hombre con el que has estado follando en sueños, lo sé. —Respondió él mirándome fijamente mientras que una pequeña sonrisa de satisfacción asomaba en su rostro. —Bueno, realmente no soy un hombre, pero eso ya lo irás entendiendo poco a poco.
Desperté en ese momento del trance por verle y caí en la cuenta de que me había secuestrando, porque no había otra forma de llamar a esto.
—¿Qué quieres? ¿Qué hago aquí? ¿Quién eres? —Empecé a preguntarle rápidamente mientras cada vez me ponía más nerviosa y comenzaba a hiperventilar.
—Cálmate, lo primero y más importante que quiero que sepas es que no te voy a hacer daño, no tienes que tenerme miedo, me importas demasiado y haré lo que sea por ti. ¿Entiendes?
Yo solo asentí temerosa y dudando mientras me hacía una bolita en el asiento.
—Ahora respondiendo a tus preguntas, te quiero para mí, estás aquí porque yo te he elegido y... soy un demonio.
Al decir lo último me entraron ganas de reír, este hombre sí que estaba loco, ¿un demonio? eso no existe.
—Ya claro, y yo soy la virgen María. —Contesté entre risas. —Y por cierto, no soy un objeto que te puedas quedar. Lo raro es que sepas que he soñado contigo.
Él me miró y de repente una voz sonó en mi cabeza, era él, pero no estaba moviendo sus labios.
—Debes creerme, espero que esto te lo demuestre. No voy a mentirte en nada pequeña Kate, soy un demonio y te he escogido a ti para pasar el resto de mi eternidad.
—¿Puedes leerme la mente? —Le cuestioné yo en voz alta.
—No, solo puedo comunicarme contigo a través de telepatía, pero ni tú me puedes contestar, ni yo puedo saber lo que piensas. —Respondió hablando otra vez normal. —¿Ahora crees que soy un jodido demonio?
—Sí, pero tengo muchas dudas. —Contesté aterrorizada.
—Tranquila, poco a poco las iré respondiendo todas. Lo único que debes saber es que no debes tener miedo, y que ahora eres mía y solo mía. —Dijo mientras que con su mano acariciaba lentamente mi mejilla.
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Dama del demonio.
RomanceKatherine Brown es una chica de 20 años que estudia Bellas Artes en Nueva York. Tras sufrir la muerte de sus padres en un accidente de tráfico ella está dispuesta comenzar una nueva vida sola y centrarse en los estudios, Pero todo se quedará en un i...