Dominique

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Narra México

Diablos, diablos, diablos, diablos. ¿Se habrá dado cuenta?, ¿Y si se dio cuenta? Es que yo no sé ser discreto, de seguro sí se dio cuenta y ahora nunca me va a volver a hablar en la vida porque sé su secreto.

—No exageres México, cálmate—Me susurro a mí mismo para después soltar un suspiro y tirarme boca abajo en la cama volviendo a suspirar, cierro los ojos para relajarme pero los abro de golpe y me siento—¿Y si me mata porque sé su secreto?—Me pregunto aún en un susurro—Algo así como los narcos o los políticos.

Ahora todo tiene sentido. El desmayo, la empanada en la basura, su afición por las uvas, el hecho de que casi se vomita cuando le dí de comer pechugas rellenas, el otro hecho de que uno literalmente le tiene que rogar para que coma... Oh, Rusia, ¿Qué estás haciendo?.

Me levanto de la cama y miro por la ventana mientras pienso qué debería hacer ahora. Obviamente confrontarlo no es una buena idea para nada, tengo que intentar ayudarlo sin que se de cuenta. O bueno, quizá sí se de cuenta pero debe creer que yo no me doy cuenta, debe pensar algo como que sólo lo hago porque así soy yo y porque me gusta ser necio y obligar a la gente a tragar cual abuelita.

¿O no? No. No, no es buena idea porque entonces se va a alejar con tal de que no lo haga comer, ¡Chingada madre, pinche Rusia!, ¿Qué voy a hacer contigo? No puedo hacerme el loco y fingir que no ví nada y que no pasa nada, sería muy poco solidario de mi parte, además literalmente se puede morir por eso.

—¿Por qué no soy psicólogo?—Le doy la espalda a la ventana—¡Eso es! Un psicólogo.

Tomo mi suéter y abro la puerta, asomo la cabeza para tratar de descartar la presencia de Rusia en el pasillo o en la escalera, si me ve me va a preguntar a dónde voy y yo soy un pésimo mentiroso, no voy a saber qué responder. Como no lo veo por ninguna parte me animo a salir y bajar las escaleras de puntitas para no hacer ruido, consigo escabullirme hasta el estacionamiento para auto prestarme uno de los carros del francés.

Me dirijo a la clínica donde le hicieron esos análisis a Rusia, recuerdo haber visto un letrero donde decía que tenían atención en distintas áreas de la salud, entre ellas psicología, espero encontrar ahí a alguien que me pueda orientar, es urgente.

Cuando llego me bajo del carro después de estacionarlo y entro a la recepción, me quedo un momento parado ahí pensando exactamente qué voy a decir.

—¿Se le ofrece algo, señor?.—Me pregunta la recepcionista.

—Oh, ¿Yo?.—Pregunto estúpidamente, soy la única persona ahí además de ella

—Sí—Se ríe—Usted, ¿En qué lo puedo ayudar?.

—Para ver al psicólogo—Señalo el letrero donde dice que hay uno—¿Es necesario tener cita previa?.

—Normalmente sí, pero ahorita tiene suerte porque el joven está desocupado, su próximo paciente llegará en poco más de una hora, si quiere le puedo decir que lo atienda o podemos sacar una cita para otro día.

—Me gustaría verlo en este momento, por favor.

—Permítame.

Se va hacia donde me imagino es el consultorio del psicólogo, se tarda un par de minutos antes de regresar.

—Puede pasar—Me indica—El consultorio en la puerta dice psicología, vaya todo derecho por este pasillo de aquí.

—Gracias.—Asiento.

Empiezo a caminar hacia la puerta con algo de nervios, jamás había estado involucrado en algo similar y me da mucho miedo arruinarlo o empeorar las cosas. Toco la puerta del consultorio y escucho una voz suave y relajada que me dice "pase" desde dentro, abro la puerta y me encuentro con un hombre joven de unos veintiocho años, tiene el cabello negro y un poco rizado, la piel blanca con pecas y los ojos verdes detrás de un par de lentes.

—Hola...—Saludo algo nervioso.

—Bonjour, cierre la puerta, por favor y tome asiento.

Le hago caso y me siento frente a su escrito.

—¿Cuál es el motivo de su visita?.—Me pregunta sacando unos papeles.

—Huh... Bueno, vengo porque—Me detengo un momento a buscar las palabras adecuadas para usar—Me encontré esto, es de un amigo—Saco de mi pantalón la hoja toda arrugada y se la extiendo, él la lee atento—La encontré, y vengo porque quiero ayudarlo, pero no sé cómo.

—¿Ya comprobó usted que su amigo padece de un desorden alimenticio?.

—Creo que sí...—Respondo dudando un poquito de mis palabras—Es decir, no le gusta comer.

—¿Puede explicarme más a fondo la situación?.

—Todo empezó hace algunos días que le tiré su empanada en la calle...—Le empiezo a contar con detalle todas las irregularidades que he notado en él.

—Comprendo...—Me dice cuando termino de contarle lo que he visto mientras escribe algo en su libretita clásica de los psicólogos—Parece que nos enfrentamos a un caso de anorexia nerviosa, pero me gustaría que observe con más detalle a la persona en cuestión para que podamos descartar por completo al resto de los trastornos.

—Claro, lo haré.

—¿Y lo que usted quiere es traerlo aquí?.

—Bueno... Sí.

—Mire—Deja a un lado su libretita y se quita los lentes—En este tipo de enfermedades el afectado no sabe que está enfermo, les cuesta mucho reconocer que necesitan ayuda, así que si usted me lo intenta traer lo más probable es que sólo se descontrole todo y termine por apartarlo de su vida para evitar que le cause "problemas".

—Sí, eso pensé...

—Le propongo una cosa, yo lo voy a asesorar para que usted lo ayude a darse cuenta de que tiene un problema de extrema gravedad y cuando logremos que él lo reconozca, ahora sí me lo trae y lo tratamos directamente, ¿Le parece bien?—Me pregunta, yo asiento—Bueno, nos vamos a estar viendo dos veces por semana señor....—Se me queda viendo para que le diga mi nombre.

—Soy México.—Sonrío nerviosamente.

—Claro, discúlpeme, no lo reconocí. Dos veces por semana usted viene y me habla del estado del señor...—Se voltea a ver el papel que le dí—Es Rusia, ¿Verdad?.

—Sí.

—De acuerdo—Hace algunas anotaciones en una hoja que tiene cosas impresas, parece algún tipo de formulario o tabla de datos—¿Qué días le parecen bien?.

—¿Miercoles y sábado?.

—De acuerdo, ¿Un horario de diez de la mañana a once le queda bien?.

—Me queda perfecto.

—De acuerdo, yo soy el psicólogo Dominique Morel, y esta es mi tarjeta, aquí está mi número de celular, por aquí mismo me puede informar cualquier cosa que no pueda esperar al día de la cita.—Me extiende la tarjeta.

—Entendido mi doc.—Tomo la tarjeta.

—En estos días como ya le mencioné, quiero que lo observe e intente hacer que lo acompañe en sus comidas, aunque él no coma, simplemente que se empiece a acostumbrar a la comida, a verla, al olor, porque muchas veces el simple olor causa repulsión. Vamos a ir poco a poco, es un proceso muy largo y difícil, hay que tener mucha paciencia.

—La tendré.—Asiento.

—Pero vamos a ayudarlo, verá que su amigo va a superarlo.—Me sonríe.

Su sonrisa me reconforta, me hace confiar en él y me hace sentir que tiene razón, que Rusia va a conseguir librar esto. Su sonrisa me da... Paz, de cierta manera.



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Estoy lista para que arda Troya por Dominique:)

Anorexia (Rusmex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora