capitulo 25

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Cuando despierto por la mañana en la cama de Sasuke, hay una extraña oscuridad. Me muevo, mis pies chocan contra alguien y, al mirar, veo que me observa y murmura:
—Buenos días, Pelirosa.
Sonrío.
—Me encanta esta sonrisa mañanera tuya.
Sus palabras y cómo me mira son el inicio de una bonita mañana y, retirándole con la mano el pelo que le cae sobre los ojos, pregunto:
—¿Es todavía de noche?
Mi morenazo sonríe a su vez y murmura negando con la cabeza:
—No, mi niña, pero hoy amenaza lluvia y el día está nublado.
—Y ¿qué haces aquí todavía?
Sasuke coge mi mano, se la lleva a los labios y, tras besarme los nudillos, susurra:
—Disfrutando de la preciosa vista que me ofrecías.
Ay..., ay..., ay... Algo le ocurre. ¿Por qué está tan romántico?
—Oye..., con respecto a lo de ayer...
—Karin no significa nada para mí.
—Pero yo veo que...
—Créeme, Pelirosa, por favor.
Lo miro. No insisto y, tras levantarse, tira de mí y dice con una sonrisa:
—Olvidemos a Karin y vayamos a la ducha. Tenemos que levantarnos.
Acto seguido, me carga sobre su hombro y, entre risas, nos duchamos y, lógicamente, volvemos a hacernos el amor.
Cuando salimos de la cabaña cogidos de la mano, levanto la vista al cielo y compruebo que está gris. Vamos, que va a caer una buena. Sasuke mira a los dos caballos que sabe que me gustan tanto y dice:
—Hasta a ellos les resulta extraño que no haya madrugado hoy.
Eso me hace sonreír. Sin soltarnos de la mano, charlando, caminamos hasta llegar a las inmediaciones del establo y de pronto comienza a chispear. Nos encontramos con Obito, que se coloca ante nosotros y pregunta:
—¿Todo bien?
Su gesto preocupado me hace gracia y, poniéndome de puntillas, le doy un beso a Sasuke en los labios.
—¿Te parece bien esto? —pregunto a continuación.
Obito sonríe, yo lo hago también, y Sasuke le tiende la mano y le dice:
—Siento lo de anoche, hermano. Discúlpame, pero...
—No tengo nada que disculparte — replica él, y le coge la mano para luego abrazarlo.
Los miro encantada. Sonrío y me apena saber lo que sé que Sasuke no sabe, pero soy una tumba. Si Obito me ha dicho que no diga nada, no seré yo quien lo diga.
En ese instante oímos la voz de Mikoto:
—Buenas casi tardes, dormilones.
Al mirarla, sonrío y ella pregunta: —¿Te encuentras mejor, Sakura?
—Sí. Ya estoy bien.
La mujer sonríe y, mirando a sus hijos, dice:
—Buscad a Itachi y a Izuna e id a Hudson. El párroco quiere comer con vosotros para hablar de la ceremonia.
Obito y Sasuke protestan. No les hace gracia esa comida, pero su madre insiste:
—Vamos. No me obliguéis a cogeros de las orejas y llevaros yo misma como cuando erais pequeños. — Ellos sonríen, y entonces Mikoto indica mirándome—: Y tú vente conmigo. Hoy tenemos la prueba del vestido de novia.
Consciente de que no me puedo escaquear, asiento.
—Te veo dentro de un rato —me dice Sasuke.
Sonrío y, tras darme un beso en los labios, me guiña un ojo y se marcha con Obito.
Como siempre, lo miro atontada, y Mikoto me agarra del brazo y se mofa:
—Oy..., oy..., mi hijo, nunca lo imaginé tan tontorrón.
Vuelvo a sonreír y Mikoto comenta divertida:
—¡Juventud, divino tesoro!
Cuando entro en el salón de la casa, además de las mujeres que ya conozco, entre ellas Karin, Mikoto me presenta a unas amigas de Tsunade. Todas me miran con curiosidad y yo les sonrío, aunque veo por sus gestos que Pocahontas y Vaca Sentada les han hablado de mí.
¡Qué bien!
Durante un buen rato hablamos o, mejor dicho, hablan ellas. A Kohana, a Izumi y a mí nos ignoran. Después comemos y, tras la comida, entramos en el salón y comienza la prueba del vestido.
En el centro de todas ellas está Izumi.
La pobre lleva un vestido de encaje que más feo no puede ser, con mangas y cuello alto, que además la hace más bajita y le queda que da pena. Miro a Karin, que está a un lado, y, acercándome a ella, pregunto:
—¿Ayer bien?
Al oírme, me mira y murmura:
—Creo que sí. Me confesó que en ocasiones ha pensado en mí mientras estaba en Los Ángeles y, cuando nos despedimos, lo besé y no me rechazó, aunque lo noté algo reticente.
Joder..., joder..., lo mío es masoquismo puro.
Trato de sonreír y murmuro:
—Me alegra saberlo.
—¿Estás segura, Sakura?
No. No estoy segura, pero asiento. 
Cuando me alejo de ella, siento que el corazón se me ralentiza dolorido, pero decido no hacerle caso y prestar atención a las opiniones de las mujeres en relación con el horrible vestido de novia. Todas dan su parecer, y Kohana, que está en un lateral, se acerca a mí y me pregunta:
—¿Qué te parece?
Intentando centrarme en ella, miro a Izumi. Sus ojos no brillan.
—Que tiene que tomarse un par de cervecitas para ser ella —digo.
Kohana sonríe, yo también, y finalmente añado:
—El vestido me parece anticuado, puritano, y creo que a Izumi no le gusta, ¿no te parece?
Asiente.
—Elección de Tsunade. Según ella, la elegancia y la decencia residen en no enseñar de más.
Eso llama mi atención y, sonriendo, afirmo:
—Sin duda, esa mujer no ha entendido bien el concepto «menos es más».
Ambas reímos y, a continuación, Kohana cuchichea:
—Cualquiera de los vestidos de nuestras fiestas del divorcio le gustan más. En mi habitación tengo el que más le gusta a ella. Se lo arreglé, pero no se atreve a decirle a Tsunade que prefiere ese vestido al que ella ha elegido.
—¿En serio? —Kohana asiente, y yo murmuro—: Y ¿por qué no se lo dices tú?
—Porque Izumi no quiere. Opina que  eso sólo nos originará más problemas.
—Y ¿dónde está ese vestido?
—En el armario de mi habitación. Al final se lo venderé a otra novia.
Saber eso me revienta las tripas.
Pero, vamos a ver, ¿no es la boda de Izumi y ella elige su vestido?
Y, sin dudarlo, porque yo no tengo nada que perder en todo esto, le sugiero a Kohana:
—¿Y si lo digo yo?
—Pues entonces será un problema para las tres —replica.
Ambas reímos cuando Tsunade, que, como siempre, nos observa con su ojo avizor, pregunta:
—¿Y vosotras de qué os reís?
En el salón se hace un silencio sepulcral. Todas nos miran, Mikoto se santigua y, antes de que yo diga nada, Kohana contesta:
—Creemos que ese vestido no le hace justicia a Izumi.
Buenooooooooo..., creo que se va a liar una buena.
Me estoy preparando para escuchar algún borderío de la abuela cuando ésta sonríe y dice:
—Escuchemos a la experta en moda y otros menesteres. ¿Cómo crees que sería el vestido ideal para Izumi? Y te recuerdo que, con lo rolliza que está, no es fácil que algo le siente bien.
¡Joder con la abuela y su crueldad!
Me dice a mí eso delante de toda esta gente y, del bufido que le meto, le quito hasta años.
Sin inmutarse, Kohana se acerca hasta una acalorada Izumi y responde:
—Ella no está gorda como continuamente le hacéis creer.
Simplemente es una muchacha con un busto generoso y ancha de caderas. Para empezar, eliminaría el encaje de los hombros, los brazos y el cuello. Tiene una piel preciosa y unos hombros y un cuello delicados. Le pondría un escote palabra de honor. En la cintura añadiría un bonito aplique, que suele ser perfecto para novias con mucho pecho, y la falda la haría de volantes asimétricos para disimular las caderas.
Toma yaaaaaa, ¡me encanta Kohana! Ésta haría un buen equipo con Temari.
Mientras describe el vestido, sé que es el que tiene en la habitación, y los ojillos de Izumi comienzan a brillar.
Pero entonces Kurenai suelta con una malévola sonrisa:
—Demasiada elegancia para la Rolliza, ¿no creéis?
Muchas asienten, se mofan, y Izumi baja la cabeza, mientras Karin murmura algo en dirección a su prima y ésta asiente. Me enerva esa falta de tacto de todas, especialmente de Kurenai, y, sin poder remediarlo, siseo:
—¿Te gustaría que yo a ti te llamara Rolliza, Kurenai?
La aludida sonríe, se lleva la mano a la cintura y replica:
—Imposible que te tomaran en serio: ¿tú me has visto?
Bueno..., bueno..., ésta necesita una cura de humildad.
—Claro que te he visto y, sinceramente, presumes de lo que careces.
—¡Sakura! —murmura Mikoto incrédula.
Vale. Sé que lo que acabo de decir es un despropósito pero, con ganas de liarla, miro a la abuela, que me observa con cara de asco, y suelto:
—Ese vestido es feo, soso y puritano. Yo tengo un vestido de novia que quiero que Izumi se pruebe.
Todas me miran. Sin lugar a dudas, estoy cavando mi propia tumba.
Entonces, Kohana se acerca más a mí e insiste:
—Lo he arreglado yo y también quiero que se lo pruebe.
Nadie dice nada. Nadie se mueve.
Izumi, junto a su prima, está roja como un pimiento.
—Por favor, ¿puedes ir a por él? — le pido a Kohana.
Ella sale del salón rápidamente.
Mikoto me mira, en sus ojos veo una tímida sonrisa y, obviando las miraditas de todas las demáus, me acerco a Izumi y digo mientras le desabrocho los botones de la espalda del vestido que lleva puesto:
—Ahora te vas a probar el otro y vas a decidir cuál te vas a poner el día de tu boda.
Ella asiente.
La abuela está que echa humo por las orejas, pero se calla.
Dos segundos después aparece Kohana con el vestido. Es blanco, precioso y, mirándolo, asiento.
—Vamos, Izumi, nosotras te echamos una mano.
En silencio, ayudamos a la novia a ponerse el vestido y, cuando Kohana cierra la cremallera de la espalda, contemplo a la joven y murmuro:
—Izumi, estás preciosa. Mírate en el espejo.
Ella, colorada, se da la vuelta y, cuando se mira, veo en sus ojos lo que hay que ver en una novia: felicidad. El vestido de Kohana es bonito, sexi y actual y, señalándola, afirmo:
—Buen trabajo, Kohana, ¡es una preciosidad!
—Increíble, Izumi..., es maravilloso —comenta Karin.
Sonreímos. Mikoto se acerca entonces a nosotras y murmura:
—Por el amor de Dios..., estás bellísima, Izumi.
La novia sonríe. Se siente segura con ese vestido; cuando la abuela se levanta de su silla, se coloca a su lado y, tirándole del escote, sisea:
—Demasiada carne al descubierto. Pareces una furcia con este vestido.
—¡Tsunade! —protesta Mikoto.
—No voy a permitir que un nieto mío se case con una mujer que lleva esta indecencia —insiste la abuela—. Ya lo permití una vez y mira el resultado. Una seca que ni hijos puede tener.
—¡Tsunade! —vuelve a protestar Mikoto al ver cómo la anciana mira a Kohana.
Y, antes de que nos demos cuenta, agarra los finos volantes delanteros y los rasga. El ruido de la tela al romperse nos encoge hasta el alma y, como un tsunami, le digo todo lo que se me pasa por la cabeza a la jodida abuela.
Izumi llora y Karin la consuela.
Mikoto y Kohana no saben ni qué decir, y entonces la novia se quita el vestido, se viste y sale corriendo de la casa con su prima. Mikoto va tras ellas.
Durante varios minutos, la abuela, sus amigas y Kurenai me dicen de todo.
Pero, la verdad, todo lo que me digan es poco para lo que yo les estoy diciendo.
Menuda boquita tengo cuando me pongo.
Desde luego, a gustito me estoy quedando. Ya basta con todo eso. Ya basta con el matriarcado de la abuela.
¡Ya basta!
Kohana, que está en medio, intenta tranquilizarnos a todas, cuando de pronto la abuela grita:
—Tú, seca atontada..., ¡cállate!
—Tsunade, por favor —replica ella con paciencia.
—Desde luego, el gusto por las mujeres de mis nietos ¡es pésimo!
—Lo que es pésimo es su comportamiento, señora —respondo fuera de mí.
Entonces, la mujer, a quien es evidente que no le caigo bien, se acerca y sisea en mi cara:
—Una rolliza llorona pakistaní, una atontada y seca neoyorquina y una española buscona y tatuada; ¿crees que es eso lo que quiero para mis nietos?
—¡Tsunade! ¡Ya basta! —protesta Kohana.
—He dicho que te calles, y no se te ocurra volver a mandarme callar a mí en la vida.
Kohana me mira. Yo resoplo y ésta dice:
—¿Sabe, señora? La que nunca más me va a volver a chillar es usted a mí. Y ¿sabe por qué?
Uy..., uy..., que me temo lo peor.
Entonces, Kohana, como quitándose cien años de encima, sonríe y afirma:
—Porque, una vez pase la boda de Itachi y Izumi, voy a irme de aquí, me voy a separar de su nieto, la voy a perder de vista a usted y, por supuesto, dejaré mi cama libre para Kurenai. Así dejará de acostarse con mi marido en el establo o donde los pille.
Las demás mujeres se llevan las manos a la boca sorprendidas, pero Tsunade no. No me lo puedo creer, ¿ella lo sabía?
Kohana me mira, acaba de percatarse de lo mismo que yo, y sisea asqueada contemplando a Kurenai:
—Muy bien, ahora ya eres la nieta oficial de Tsunade. Ya no sólo tienes su beneplácito para que te acuestes con mi marido, sino que también tienes el mío, aunque, sinceramente, no sé cuánto tiempo te va a durar.
Tsunade, con un gesto que es para partirle la cara, sisea:
—Llevo esperando este momento mucho tiempo. Te ha costado tomar la decisión. —Y, sonriendo, añade—: Ni tú ni las otras sois lo que yo quiero para mis nietos y, antes de morirme, se lo demostraré a ellos.
Anda, mi madre... Pero ¿ésta de qué va?
—Le aseguro, señora, que usted tampoco es lo que sus nietos quieren — espeto.
Me mira. ¡Ay, cómo me mira! Y entonces suelta con veneno:
—¿Cuándo pensabas decirnos que eres una madre soltera y tienes una hija?
Buenooooooooo..., y ¿cómo se ha enterado de eso?
Pero, como no estoy dispuesta a negar a mi pequeña, afirmo:
—Sí, tengo una preciosa hija, ¿ocurre algo?
Kohana me mira sorprendida e, ignorando al resto de las mujeres, voy a añadir algo más pero en ese momento Kurenai suelta:
—Te lo dije, Tsunade. Cuando BEE me lo contó no daba crédito. Sin duda, el gusto de Sasuke por las mujeres va empeorando.
—Oh, Dios, Vaca Sentada, ¡cállate! Y, si hablas y chismorreas, di también con quién te estás acostando además de con Izuna Uchiha. Por cierto, como curiosidad, puedo decir que también está casado. ¿Qué te parece, Tsunade? ¿Qué te parece que tu decente Kurenai no sólo se acueste con tu nieto?
Ninguna de las presentes puede creerse lo que está ocurriendo, y de pronto la abuela me suelta una torta que me deja sin habla.
—No pienso consentirte que viertas acusaciones de ese tipo sobre la integridad de Kurenai. ¡Mujerzuela! Si aquí hay alguien que se acuesta con hombres, eres tú.
Oy..., oy..., oy..., la mala leche que me entra. Y, con la cara calentita por el guantazo que me acaba de dar Pocahontas, respondo con toda la mala leche del mundo:
—Le aseguro, señora, que si mi madre no me hubiera enseñado educación, le devolvía el tortazo con todo el gusto del mundo. —Y, sacándome el móvil del pantalón vaquero, busco las fotos de Kurenai y, plantándoselas delante de la jeta, digo —: Cuando yo hablo de algo es porque lo he visto con mis propios ojos y tengo pruebas. Aquí tiene a su decente Kurenai pasándoselo de lujo con Danzo.
El gesto de Tsunade ahora sí que es de sorpresa. Eso la deja noqueada, mientras yo hago todo lo que está en mi mano por no explotar y quemar el rancho de esa maldita vieja.
Con la cara descompuesta, Tsunade mira a su ojito derecho, que ha ido a sentarse en el sillón hace un rato, y sisea:
—¿Cómo... cómo has podido?
—Tsunade, deja que te explique —dice Kurenai. 
—¿Explicarme? ¿Qué vas a explicarme?
—No es lo que crees...
—¡No estoy ciega, Kurenai, y tonta no soy, aunque tú lo creas así! —vocea Tsunade y, a continuación, alzando la barbilla, pregunta achinando los ojos—: ¿Te acuestas con mi nieto Izuna y también con el sinvergüenza de Danzo?
—Tsunade, escúchame...
Pero la vieja, que es peor que un tsunami, grita y grita y grita, y sus amigas huyen de allí  despavoridas. Con el rabillo del ojo, veo a través de las ventanas cómo las mujeres llegan hasta sus vehículos, se montan y se van. Desde luego, les hemos dado información para cotillear durante más de un mes.
—¿Has sido tú quien ha boicoteado mis ventas para beneficiar a Danzo? —inquiere entonces Tsunade.
Vayaaaaaaaaaa..., sin duda piensa lo mismo que yo. Pero Kurenai responde entre temblores:
—No.
Con un movimiento rápido, la india senju con más mala leche que he conocido en mi vida, agarra a Vaca Sentada de la coleta y, acercándola a ella, sisea:
—Como tenga la más mínima constancia de que has hecho que mis caballos enfermen y que has boicoteado mis ventas a favor de ese Danzo, te aseguro que nadie en todo Estados Unidos te va a contratar ni para que le cuides a su periquito, ¿estamos?
Acto seguido, Tsunade le suelta el pelo con furia. Al verse libre, Kurenai se incorpora.
—Izuna y yo...
—Fuera de mi casa —la corta la anciana—, de mi rancho y de mis tierras. Y, si te veo cerca de mi nieto, te aseguro que lo vas a lamentar.
Kurenai se mueve furiosa. Me mira y, señalándome, grita:
—¡A ella no la conoces. ¿Por qué aceptas sus pruebas y no me escuchas a mí?!
Tsunade me mira. Sigue habiendo incomodidad en sus ojos, y responde tajantemente:
—Porque una imagen vale más que mil palabras. Y, ahora, desaparece de mi vista.
Kurenai intenta acercarse a Tsunade con gesto compungido, y ésta grita:
—¡He dicho que te vayas!
Vaca Sentada me mira furiosa.
Observo que su cara roja se crispa y, cuando levanta la mano para darme un bofetón, le lanzo un derechazo al ojo con todas mis fuerzas. Ella cae al suelo, y yo, tocándome el puño, me quejo:
—Ay, Dios..., ¡qué dolorrrrr!
Kohana mira mis nudillos enrojecidos por el golpe, mientras Kurenai se levanta y, con la mano en la cara, se va de allí. Alucinada por lo que acabo de hacer, voy a decir algo cuando Kohana cuchichea:
—Has hecho lo que debería haber hecho yo hace mucho tiempo. ¡Gracias!
Ambas sonreímos, y entonces Tsunade, que me acuchilla con la mirada, sin preocuparse por mi dolorida mano, pregunta:
—¿Dónde conseguiste esas fotos?
—En Hudson —respondo tocándome el puño.
La mujer asiente. Piensa a saber Dios qué y, observándome, dice para mi sorpresa en un tono de voz que no conozco:
—Siento haberte dado ese bofetón.
Oír esa disculpa de su boca, aunque aún me arda la cara, me gusta. Por fin un gesto de humanidad. Sin embargo, dura poco. Su mueca cambia de repente otra vez y suelta:
—Ahora, quítate de en medio. En cuanto al vestido, si la Rolliza quiere casarse con mi nieto, el vestido ya está  decidido. No hay más que hablar.
No me muevo. Mi desconcierto me impide moverme, mientras veo a Kohana con el bonito vestido de novia destrozado en sus manos y oigo que Tsunade vuelve a decir:
—Disfrutad de los días que estéis aquí. —Su sonrisa me recuerda a la malísima Angela Channing, de la serie «Falcon Crest», que veía cuando era pequeña—. Porque, una vez os vayáis, no regresaréis nunca más a mi rancho.
Uisss..., uisss...
Ese «nunca más» no me vale y, con su misma frialdad, afirmo sin quitarme de en medio:
—Quizá no vuelva, pero será porque lo decidamos Sasuke o yo, no usted. Y déjeme recordarle una cosita: su nieto no se amilana ante usted porque es un hombre que tiene lo que hay que tener para decirle lo que piensa, le guste o no.
Por suerte, él elige con quién estar, ¿o todavía no se ha dado cuenta? Quizá yo no sea la mujer de su vida. Quizá otras pasen por aquí antes de que él elija, pero que le quede muy pero que muy clarito que nunca elegirá lo que usted quiere para él, porque tiene su propio criterio.
Tsunade me mira. Sabe que lo que acabo de soltarle es cierto y, sin decir nada más, da media vuelta y sale de la habitación.
Cuando la desagradable vieja desaparece, apoyo las manos en una silla. Estoy temblando. Esa mujer me ha puesto histérica, pero he de relajarme.
Como ella ha dicho, no volveré por allí cuando me vaya, y mucho menos para verla a ella.
—Tranquila, Sakura..., tranquila... — murmura Kohana.
Asiento. Intento tranquilizarme y, mirándola, pregunto mientras me toco mi colorada mano:
—¿Cómo has podido soportarla tanto tiempo sin matarla? ¿Cómo has podido vivir aquí con esa... esa bruja?
Ella coge mi mano y responde:
—Porque quería a Izuna y, aunque ya no lo quiera, sigo queriendo a Mikoto — susurra—. Y, hablando de Mikoto, creo que debes saber que...
—Tranquila. Sé lo que le pasa a Mikoto —digo.
Kohana suspira. Se lleva la mano a la boca y murmura:
—¿Quién la cuidará cuando yo no esté? ¿Quién la ayudará? La quiero mucho. Ella ha sido la única que me ha querido aquí desde...
La abrazo. Kohana necesita abrazos. Abrazos que nadie, a excepción de Mikoto y Hideki, le ha dado.
—Ella te tendrá siempre —susurro —. Pero ya la has oído: has de vivir para que ella también sea feliz y no cargue con las culpas de que arruinas tu vida por ella. Además, estate tranquila, porque sola no va a estar: también tiene a Izumi. —Kohana asiente. Sabe que tengo razón, y continúo—: Sé que estarás en Nueva York, pero recuerda, en Los Ángeles tienes una preciosa casita frente al mar donde mi hija y yo te esperamos siempre que quieras.
La joven rubia sonríe, mientras yo pienso que, como todos a los que les he dicho que me visiten me tomen la palabra, voy a tener overbooking en mi casa.
Pocos minutos después, cuando noto que Kohana se ha repuesto y yo también, me pregunta:
—¿En serio tienes una hija?
Asiento y, sonriendo, saco de nuevo el móvil del bolsillo de mi pantalón, busco una foto y se la muestro.
—Ésta es mi Sarada; ¿a que es muy bonita?
Kohana la mira, sonríe y, llevándose las manos a la boca, murmura:
—Es preciosa..., preciosa...
Miro la foto de mi niña y me olvido del dolor de mis nudillos. Sin lugar a dudas, mi Gordincesa es la más preciosa del mundo. Cuando voy a decir algo, Mikoto entra en el salón y pregunta mirándome:
—¿En serio tienes una hija?
Ya no hay que ocultarlo a nadie y, al ver cómo me mira, aclaro:
—Sí, Mikoto, y Sasuke y ella se quieren mucho. —Luego le muestro la foto que le estaba enseñando a Kohana e indico—: Se llama Sarada y tiene dos años y medio. Ahora está con su padre en japon, porque él se va a casar y se la ha llevado para la boda, y si Sasuke o yo no la hemos mencionado, no ha sido por ti, sino para evitar más problemas con Tsunade.
Mikoto sonríe, asiente emocionada y murmura mirando mi teléfono:
—Tienes una hija preciosa, Sakura, pero qué cosita más bonita. ¿Cuándo la voy a conocer?
Uf, madre, ¡qué preguntita!
No respondo. ¿Cómo le voy a responder a eso?
Evito contestar y seguimos hablando de otras cosas. El tiempo pasa, mientras con cuidado y buena letra le contamos lo de Izuna y Kurenai. Mikoto no se lo puede creer, y menos cuando la  informamos de que Tsunade lo sabía y ambos tenían su aprobación. Mikoto se desespera y, en el momento en que se entera de que Kurenai también se acuesta con Danzo, la pobre no sabe ni qué decir.
No da crédito a lo que está oyendo.
¿Cómo ha podido hacer eso su hijo?
Las manos comienzan a temblarle, y Kohana y yo nos apresuramos a tranquilizarla. La sentamos, le preparamos una tila y, poco a poco, nuestra amada Mikoto se va serenando.
—Qué pena de vestido de novia — dice entonces señalando el vestido roto.
Las tres lo miramos.
—Lo subiremos a la habitación de invitados —comenta Kohana al tiempo que lo recoge—. Si no te importa, Mikoto, a partir de hoy, y hasta que me vaya, dormiré ahí.
La mujer asiente. No le queda otra.
—La madre que trajo a Tsunade. Lo ha destrozado —protesto al verlo rasgado.
—Veré si tiene arreglo. Pero ahora voy a ver a Izumi.
—No. No vayas, hija —pide Mikoto —. Está diluviando, y Izumi me ha dicho que quiere estar a solas con Karin.
Creo que lo necesita, y nosotras debemos respetarlo.
Kohana asiente e indica saliendo por la puerta:
—Subiré el vestido a la habitación.
Es mejor que Tsunade no vuelva a verlo. 
Cuando me quedo a solas con la madre de mi supuesto novio, ésta me pregunta:
—¿Estás bien?
Asiento y me toco los nudillos.
Sonrío para que relaje su gesto y murmuro:
—Tranquila. Por muy india que sea, Tsunade no me asusta.
Mikoto se lleva entonces las manos a la boca y murmura mientras las lágrimas empiezan a correr por su rostro:
—Nunca he conocido a una mujer más descontenta con su vida y con su familia. Siempre ha sido severa e intransigente con mis hijos, pero esto... esto ya no se puede soportar. Mis chicos son buenos muchachos, a pesar de sus cosillas.
Oír eso de «sus cosillas» me da que pensar, y añado:
—Tranquila, Mikoto..., tranquila.
Pues claro que son buenos chicos.
La mujer se seca las lágrimas de desesperación con un pañuelo y prosigue:
—Cuando Itachi comenzó a salir con Izumi, Tsunade puso el grito en el cielo. No le gustó que fuera descendiente de pakistaníes. La pobre chica no puede ser más buena, y cuando propusieron celebrar su boda en el rancho, Tsunade se negó.
—Pero ¿este rancho no es también de Itachi?
Mikoto suspira.
—Este rancho es de ella mientras viva. ¡El rancho de Tsunade! Ella nos lo recuerda todos los días —dice y, reponiéndose, añade—: A Izuna y a Kohana los ha martirizado hasta que los ha separado. Y ella es como Izumi, una buena chica.
—Sí lo es. Me consta —afirmo mirándola.
—Como sabes, Sasuke se fue. Él ha sido el único que le ha plantado cara a la abuela, y me alegra ver que es feliz contigo, aunque yo lo añore por no tenerlo cerca. A Obito lo martiriza queriendo organizarle citas que no le agradan, cuando él... él...
Ay, madre..., ay, madre, que Mikoto sabe más de lo que creo.
—¿Cuando él qué? —digo.
Ella me mira. No sabe cómo decir lo que sabe, y yo, que no quiero meter la pata, susurro:
—Mikoto, confía en mí. Creo que nada de lo que me digas me va a sorprender.
Entonces, me clava la mirada.
—Obito no sabe que yo sé lo que tiene con Tobirama. Tú lo sabes también, ¿verdad? —Sin ganas de mentirle, asiento—. Nunca hemos hablado de ello, pero siempre lo he sabido, y no porque ellos dejen entrever nada, que no es el caso, simplemente lo sé porque soy su madre y lo conozco muy bien.
—Y ¿por qué no lo has comentado con él?
Mikoto se encoge de hombros.
—Porque no quiero que él o Tobirama se sientan incómodos por mí —murmura bajando la voz—. Pero yo amo a mi hijo y adoro a Tobirama. Son dos buenos hombres, y lo que ellos hagan en la intimidad de su habitación a mí no tiene que preocuparme. Simplemente quiero que mis hijos sean felices, y creo que el único que lo está siendo es Sasuke contigo fuera de aquí.
Mikoto, alterada por todo, se toca la frente, sus manos tiemblan y, angustiada, protesta:
—Y ahora sólo faltaba mi enfermedad para sumar a la lista de problemas.
No quiero que la pobre mujer siga martirizándose, pero de pronto oigo voces procedentes del exterior. Al mirar por la ventana con disimulo, veo a Hideki y a Tsunade gritándose. Vaya, ahora la ha tomado con la cría.
No sé qué se dicen, no las entiendo, pero la abuela tiene una actitud agresiva y Hideki la empuja para quitársela de encima. Pienso en salir y pararlas pero, si lo hago, Mikoto se percatará, cuando no se ha dado cuenta todavía. Pobre Mikoto, ¡si es que no gana para disgustos!
Pasan los minutos y esas dos siguen discutiendo y, cuando creo que voy a tener que salir para detenerlas, Hideki se da la vuelta y desaparece. Entonces oigo que se abre la puerta de la casa, y sus pasos rápidos suenan con fuerza en cuanto sube la escalera.
Mikoto mira hacia atrás y, al ver a la chica, pregunta:
—Cariño, ¿estás bien?
Hideki no contesta. Mikoto me mira y yo respondo:
—Seguro que sí. Llevará prisa.
La pobre mujer menea la cabeza, se levanta y se acerca a la ventana. La sigo, la abrazo para que sienta ese amor que necesita, y entonces las dos vemos cómo Tsunade se sube a su caballo con una agilidad increíble para su edad y, a pesar de la lluvia, se va.
—Es una gran amazona y adora montar a su caballo bajo la lluvia — comenta ella.
Con cariño, la miro. A pesar de todo lo que ocurre, Mikoto quiere a esa huraña mujer. Deseosa de que descanse y viendo que hemos echado el día y se acerca la hora de la cena, le pregunto a continuación:
—¿Qué te parece si te vas un rato a tu habitación y te acuestas?
—Uy, no, hija..., tengo que ponerme con la cena.
—Por eso no te preocupes. Kohana y yo nos encargaremos.
Ella me mira. No sabe si fiarse de mí, e insisto:
—Soy cocinera y repostera. Vamos, ve a echarte un rato. Confía en mí.
Al final, acepta. Sin duda, lo ocurrido la ha afectado más de lo que quiere reconocer.
Una vez me quedo sola en la cocina, me pongo hielo en los nudillos. Se me están hinchando, y el dedo gordo me duele. ¡Vaya galletazo que le he dado a Kurenai! Pero, oye, ¡qué a gustito me he  quedado.
Decido olvidarme de mis nudillos y me pongo a hacer unas ensaladas con maíz y atún y, de plato principal, albóndigas con patatas. Seguro que los chicos se las comerán encantados cuando vengan.
Kohana baja a la cocina y, al verme sola, le explico lo ocurrido y, sin dudarlo, se pone al tajo conmigo. Como un buen equipo, preparamos la carne picada, la sazonamos con sal y especias, hacemos bolitas de carne y, una vez Kohana las fríe, yo las sumerjo en una exquisita salsa que he preparado.
De postre preparo natillas. Voy al salón y, tras coger varios cuencos de una alacena, cuando llego a la cocina Kohana me mira.
—Tsunade se enfadará cuando vea que has usado ésos.
Miro los cuencos. Son muy bonitos pero, sin amilanarme, afirmo:
—Pues mira, como ya está enfadada conmigo y soy una mujerzuela, los voy a utilizar.
Kohana sonríe.
—La va a armar.
—Que la arme. Es lo mínimo que espero de ella.
Tras soltar una carcajada, Kohana me coge varios de los cuencos de las manos y señala:
—Y como, según ella, yo soy una seca atontada, ¡me uno a ti!
Entre risas, y sabedoras de que tendremos follón por eso, disfrutamos rellenando los cuencos con natillas.
Una vez acabamos, Kohana decide ir a ver a Mikoto. Está preocupada por ella.
Cuando me quedo sola, oigo el ruido de un vehículo. Me asomo por la ventana de la cocina y veo que son Itachi, Izuna y Sasuke, aunque mi atención se centra en este último. Como siempre, verlo sonreír es una alegría para la vista y, ¿por qué no?, también para el resto de los sentidos.
Durante varios minutos observo cómo bromean, hasta que, entre empujones, entran en la cocina. Al verme sola, Sasuke viene hacia mí, me da un beso en los labios y, sorprendido, me pregunta:
—¿Estás sola?
Asiento. Todos me miran.
—A ver, chicos. En vuestra ausencia ha habido una crisis —explico.
—¡¿Qué?! —exclaman todos al unísono.
—¿Y Obito y Tobirama? —pregunto.
—Vienen en la camioneta de Tobirama —responde Sasuke.
—¿Y mamá? —pregunta Itachi.
—Tranquilos. Está descansando. Lo necesitaba. Kohana acaba de ir a ver cómo está.
Al verme observada por esos gigantes a los que sólo les falta el revólver en la mano, digo:
—Debéis saber que estábamos con la prueba del vestido de Izumi y vuestra abuela, bueno..., ya sabéis cómo es...
—Joder con la abuela —murmura Izuna.
—¿Qué te ha pasado en la mano? — pregunta Sasuke al ver mis nudillos hinchados.
—Esto es del puñetazo que le he soplado a Kurenai en toda la cara.
—¡¿Qué?! —preguntan todos a la vez.
Sonriendo, asiento.
—Veamos, voy a comenzar por el principio. El vestido que Tsunade ha elegido para Izumi es horroroso y, como Kohana le había arreglado otro, se lo ha probado y, al ver que nos gustaba más ése que el que ella había elegido, ha arremetido contra nosotras, la ha liado parda y yo, cariño —digo mirando a Sasuke—, lo siento, pero he tenido que saltar y decirle a tu abuela lo que pensaba. Vamos a ver, ¿cómo podéis permitir que llame a Izumi Rolliza llorona y atontada a Kohana? —
Ninguno dice nada—. Por cierto, cielo, a mí me ha llamado buscona y mujerzuela pero, tranquilo, no pasa nada.
Sasuke frunce el ceño. No le hace gracia lo que oye, pero entonces Itachi pregunta:
—¿Dónde está Izumi?
—Se ha ido a su casa hecha un mar de lágrimas, pero, tranquilo, está con Karin —respondo y, mirándolo, añado—: ¿Cómo puedes permitir que tu abuela se pase con ella de ese modo?
—Tampoco es para tanto.
Su contestación me enferma; pero ¿éste es tonto? Y, plantándome ante él, le suelto:
—Imagínate por un segundo que en su casa te llamaran a ti enano cabezón y te lo dijeran delante de cualquiera mientras se ríen; ¿no te molestaría?
—Pues sí.
—Y, si a ti te molestaría que te llamasen así, ¿acaso a ella no puede molestarle que la llamen Rolliza llorona? Por Dios, Itachi, ¿en qué mundo vives? Te vas a casar con ella. Izumi es una chica encantadora que se merece que la beses continuamente para demostrarle tu amor y, por supuesto, que le saques los ojos a cualquiera que se propase con ella y...
—Yo no soy como tu Caramelito — se mofa él—. No soy tan besucón.
—Pues no sabes lo que te pierdes y la bonita complicidad que eso genera en una pareja —respondo con seriedad.
Acto seguido, mirando a Izuna, que sonríe, señalo—: Y, en cuanto a ti, con lo increíble que es Kohana, qué pena que la hayas perdido. A partir de ahora ya puedes tirarte a Kurenai donde te venga en gana. Eso sí, tengo que advertirte que la estás compartiendo con Danzo. —La cara de Izuna es digna de ver. Entonces, levanto la mano y afirmo—: Por cierto, el puñetazo lo incorporo en esta fase, que ha sido cuando tu abuela, al saberlo, se ha enfadado mucho, la ha echado del rancho y Kurenai, molesta, ha intentado agredirme, pero le ha salido el tiro por la culata porque yo he sido más rápida.
Todos me miran alucinados. Pero, mientras las caras de Obito y de Sasuke son de risa, la de Izuna es todo lo contrario. Está desconcertado. Sin duda alguna, no esperaba eso de Kurenai. Entonces, dispuesta a seguir metiendo el dedito en la llaga por todo el daño que le ha hecho a Kohana, digo:
—Qué decepción para ti, que te crees un pichabrava, lo que acabo de contar, ¿verdad? ¿Cómo sienta saber que tu amante se está tirando a otro porque quizá tú no la dejas satisfecha?
—Sakura... —protesta Izuna.
—No..., Sakura, ¡no! —levanto la voz —. ¿Cómo has podido hacerle eso a Kohana?, y ¿cómo has podido contar con la complicidad de tu abuela? Mira lo que te digo: ódiame, ódiame todo lo que quieras, pero aplaudo que por fin Kohana haya tomado la decisión y se vaya a marchar de aquí tras la boda de Itachi y Izumi. Pero, eso sí, machote, cuando ella no esté, ya puedes aplicarte en cuidar de tu madre y de Hideki, a ver cómo te lo montas...
Los tres se miran. Sin duda, eso va a suponer un problema, y eso que todavía no saben de la enfermedad de Mikoto.
Cuando lo sepan, ¡no sé qué va a pasar! 
—Si yo tuviera que vivir aquí — prosigo—, te aseguro que duraría tres días, porque, al cuarto, o habría matado a Tsunade o ella me habría matado a mí.
Pero, por Dios, ¿cómo unos tiarrones como vosotros pueden consentir que su abuela se comporte así?
Ellos se miran entre sí. Sé que entienden lo que digo, pero ninguno responde. Entonces, dispuesta a sacar a la luz todo lo ocurrido, cojo mi móvil del bolsillo de mi pantalón y digo mirando a Sasuke:
—Tu abuela se ha enterado por el cotilla de bee de que tengo una hija —y, enseñándoles la foto a los demás, afirmo—: Sí, soy madre soltera. ¡Oh, Dios mío, qué escándalo! —me mofo, y Sasuke sonríe—. Tengo una hija de dos años que ahora está con su padre. Se llama Sarada y, si Sasuke y yo no habíamos dicho nada de ella, era por no incomodar a Tsunade. Pero debo deciros que es una chiquilla preciosa, simpática, y un amor de niña por la que muero, mato y hago lo que sea.
Cuando acabo, todos me miran alucinados.
A continuación, Itachi se acerca, mira la foto de mi hija y, sonriendo a pesar del desconcierto por todo lo que he dicho, comenta:
—Es muy linda.
—Tan linda y simpática como la madre —afirma Sasuke, lo que me hace sonreír.
Izuna está bloqueado. No sé si ha llegado a entender lo que he dicho.
Entonces, busco las fotos que tengo de Kurenai con el tal Danzo  y se las enseño.
—Aquí tienes a la mujer por la que has roto tu matrimonio. ¡Enhorabuena!
Los tres miran mi móvil, hasta que Sasuke pregunta:
—Pero tú ¿cómo tienes esas fotos? 
Con cierto gusto por haber descubierto a esa zorra con piel de cordera, indico:
—Los vi el día que fuiste a buscarme a Lander. ¿Te acuerdas de que quise hablarte de ella?
—Sí.
—Pues quería contártelo.
—¿Kurenai y tú...? —pregunta Itachi mirando a Izuna—. ¡Pero ¿tú estás loco?!
Su hermano no responde. No se mueve. Lo que está viendo lo ha dejado noqueado.
—¿Por eso le preguntaste a Obito si se fiaba de Kurenai? —me dice Itachi.
—Exacto —asiento—. Al saber por Obito y por Kohana la inquina que Tsunade les tiene a los Danzo, comencé a pensar y...
—¿Kurenai hace que nuestros animales enfermen? —pregunta Sasuke, mientras que Tom no da crédito a lo que decimos.
—No lo sé, cielo. Eso sí que no lo sé —respondo mirando a mi chico.
—Será hija de su madre... — protesta Itachi.
Me encojo de hombros. De su madre no sé si será hija, pero soy consciente de que es hija de otra que yo me sé.
—Aunque no me creáis, no me gusta ser tan víbora con otras mujeres, y menos en el tema sexual, porque soy de las que piensan que cada cual elige cuándo y con quién quiere estar. Pero Vaca Sentada merecía ser descubierta por su juego sucio, y vuestra abuela merecía saber que no es tan lista como se cree para juzgar a las personas.
Itachi y Izuna hablan, están estupefactos por todo lo que he contado.
Entonces, Sasuke se acerca de nuevo a mí, coge mi mano y, mirando mis nudillos rojos e hinchados, pregunta:
—¿Te duele?
Gesticulo. Lo admito: siento un dolorcillo.
—Un poco. Pero o la atizaba, o ella me atizaba a mí.
Él me besa los nudillos uno a uno mientras me mira a los ojos, y murmura:
—Siento que haya pasado esto, pero me alegra saber que mi chica sabe defenderse.
En ese instante aparece Kohana, que, al vernos, se queda parada. Yo miro a los chicos a la espera de que alguno diga algo, y finalmente Itachi pregunta:
—¿Cómo está mi madre, Kohana?
Sorprendida por su pregunta, ella responde mirándolo a los ojos:
—Ahora está despierta pero, tranquilos, que está bien.
Veo que asienten. Eso los calma, y entonces mi Sasuke pregunta:
—¿Crees que podríamos subir averla?
A cada instante más sorprendidaporque se dirijan a ella de buenosmodos, Kohana asiente.
—Sí. Le encantará veros y saber que os preocupáis por ella.
Los hombres se mueven y seencaminan hacia la escalera. Cuando Izuna pasa junto a su mujer, va aagarrarla del brazo, pero ella,
separándose de él, sisea:
—Ahora no, Izuna. Ahora ya no.
Una vez él desaparece tras los demás, Kohana me mira, y yo,guiñándole un ojo, me mofo:
—Sí, señor. Es lo menos que semerece, por idiota.
Kohana sonríe y camina hacia mí.
A continuación, me abraza y afirma:
—Sí. Eso es lo que se merece.
De pronto, el sonido de un trueno hace que mire por la ventana. Menudatormentaza. Un rayo lo ilumina todo y veo un caballo. Con curiosidad, meacerco más al cristal y pregunto:
—¿Ése no es el caballo de Tsunade?
Kohana se acerca a mí.
—Sí. Ése es Inka.
Sin dudarlo, salimos a toda prisa de la cocina. Rápidamente, la lluvia nos empapa y, cuando agarramos las bridas del animal, digo:
—Tsunade ha salido con él hace un rato.
Mikoto ha dicho que le gusta cabalgar bajo la lluvia.
Kohana asiente. Acto seguido, se sube al caballo, me da la mano y, tras un increíble esfuerzo, me subo tras ella. Sintiempo que perder, guía al animal.
Cabalgamos durante un rato mientras
miramos a nuestro alrededor, hasta que
de pronto vemos algo tirado en el suelo
más allá. Aguzamos la vista y nos damos
cuenta de que es una persona y, sin tiempo que perder, nos dirigimos hacia allí.
Tanto Kohana como yo saltamos de inmediato del caballo. La mujer está en el suelo, con los ojos abiertos. Parece en estado de shock. ¿Qué le ha ocurrido?
Nos arrodillamos a su lado para auxiliarla. Está fría y empapada. La llamamos, pero Tsunade parece desorientada. Perdida. Sólo fija la mirada en nosotras pero no contesta, no habla.
Asustada, miro a Kohana, que está tan calada como yo y, mientras el agua corre por mi cara, digo:
—Vuelve a la casa y pide ayuda.
Ella asiente. Se levanta, monta en el caballo de Tsunade y sale al galope, mientras un nuevo trueno seguido por un rayo rompe sobre nuestras cabezas.
Uf..., con lo poco que me gusta a mí estar en la calle cuando hay rayos, y allí estoy, en mitad del campo, a merced de que me parta uno.
Con cuidado, le quito a Tsunade el barro que tiene en la cara y en la boca.
Sus ojos se mueven, me miran; entonces me asustan cuando murmura:
—No..., no..., no...
—Tranquila, señora..., tranquila.
Pero la mujer repite una y otra vez lo mismo. No para. Parece estar enloquecida, hasta que, al moverme, me separo unos milímetros de ella y grita:
—¡No...!
—Tranquila...
—¡No te vayas!
—De aquí no me muevo hasta que vengan a buscarnos. No se preocupe.
Cierra los ojos. Con el agua que nos cae en la cara, no sé si llora o no.
Necesito que abra los ojos. Necesito que me mire, que gruña. La llamo. Se lo pido por favor, pero ella no los abre y, dispuesta a hacerla rabiar de la mejor manera que sé, siseo:
—Vieja bruja del demonio, ¡abra los ojos y míreme!
Instintivamente, ella lo hace. ¡Bien!
Funciona. Y, al ver que me mira, pregunto con más tranquilidad:
—¿Está bien, señora? ¿Puede hablar?
Ella al final jadea y, a pesar de su gesto de dolor, replica:
—Estoy mejor que tú.
Eso me hace sonreír.
—Me alegra saber que está mejor que yo. ¿Qué ha ocurrido?
Vuelve a callarse. No dice nada pero, empapada y dispuesta a mantenerla despierta, murmuro:
—Que sepa que he cogido unos preciosos cuencos de la alacena del comedor para echar las natillas que he preparado de postre. —Ella me mira—.
Y, aunque Kohana me ha advertido que
no debía cogerlos porque a usted le molestaría, lo he hecho. Y ¿sabe por qué? Porque me encanta hacerla enfadar.
—Eres lo peor, muchacha..., lo peor.
Me río. Ésta no sabe con quién se la está jugando.
—Hideki... —susurra ella entonces
—. ¿Cómo ha podido hacerme eso?
¿Hideki? Sorprendida porque no sé de lo que habla, la miro y ella añade:
—Cuando he ido al establo para coger a Inka, ella... ella les estaba dando a los caballos algo con las manos.
Me he acercado y, al ver su reacción, he sabido que no era nada bueno.
—¿Qué?
Tsunade cierra los ojos. Parece abatida.
—Me ha confesado que me odia y que es ella quien hace que mis caballos enfermen dándoles azúcar adulterado para que tengan diarreas, y no Kurenai, como imaginé.
Bueno..., bueno..., bueno..., ¡esto sí que no me lo esperaba!
Madre mía..., madre mía..., la que le va a caer a esa jovencita una vez se enteren los Uchiha. Estoy pensando en ello cuando oigo que Tsunade continúa:
—Y luego ellos... Los he visto.
—¿Qué ha visto?
—He visto a esos dos indecentes besarse.
Madre... madre...
Aunque no dice sus nombres, enseguida sé a quiénes se refiere.
—Los quiero fuera de mi rancho. Me da igual si es mi nieto o no. Me da igual lo que opinen su madre o sus hermanos.
Sólo de pensar lo que he visto, se me revuelven las tripas y...
—Y se va a callar —la corto—. ¿Usted nunca se ha enamorado? —No responde—. Pues si se ha enamorado alguna vez debe entender que es un sentimiento difícil de controlar porque, cuando el corazón manda, no hay nada que lo pueda parar. Y, le guste o no,
estamos en el siglo XXI y, por suerte, dos hombres o dos mujeres pueden enamorarse, se pueden tener hijos siendo soltera y un negro puede casarse con un blanco y un amarillo con un piel roja.
—No me interesa...
—Oh, claro..., no le interesa —me mofo—. Pues debería interesarle recordar que, ante todo, tanto Obito como Tobirama son dos personas maravillosas, y el modo en que vivan su...
—Yo no he dicho sus nombres. ¿Cómo sabes que hablo de ellos?
Me retiro el agua de la cara. Por Dios, cada vez llueve más. Luego retirándosela también a ella, respondo:
—Lo sé. El cómo no le interesa.
Tsunade gruñe. Lo hace en ese idioma que sabe que no entiendo y, visto lo visto, ni me voy a preocupar por entender. Sólo quiero que lleguen los refuerzos y podamos levantarla del suelo de una vez.
—No sé qué dice —protesto al notar el dolor de mis nudillos—, pero seguro que nada bueno. Y, por Dios, ¡no me sea tan antigua! Modernícese, que el mundo evoluciona, lo quiera usted o no.
—Muy moderna eres tú —gruñe.
Como puedo, aguanto los chaparrones que me están cayendo encima cuando de pronto la anciana añade:
—Mi mundo se desmorona. Primero, Sasuke se marcha y luego aparece contigo;después, izuna se casa con esa atontada seca que no nos ha dado ni un nieto...
—En cuanto a eso —la corto—, Kohana ha tenido demasiada paciencia con usted, pero yo no la tengo, y debe saber que, si no le han dado esos nietecitos, no ha sido por ella, sino por él. Por desgracia, el machote de su
sobrino no puede tener hijos, pero ha preferido callarse y cargarle las culpas a Kohana. Qué majo, ¿verdad?
Tsunade parpadea. De nuevo la he vuelto a sorprender con algo que no esperaba y, cuando se repone un poco, prosigue:
—Muchacha, me estás enfermando.
—Ah, bueno..., eso no es preocupante, porque llevo haciéndolo desde que me vio por primera vez.
—Todo me da vueltas...
De repente, me asusto. No quiero que se desmaye y, cambiando de táctica, pregunto:
—¿Cree que se ha roto algo?
—No. Pero el dolor en el brazo es tremendo.
Miro su brazo y extiendo la mano para tocarlo cuando chilla:
—¡Ni se te ocurra! Y, aunque ahora tenga este momento de debilidad, no me gustas, como tampoco me gustan las demás.
El agua corre por mi cara, por la suya y, con ganas de ahogarla, murmuro:
—Mire, señora, intento ayudarla, no quiero discutir.
—Difícil lo tienes.
Vuelvo a sonreír e, incapaz de callarme, pregunto:
—Pero ¿a usted nunca se le acaban las pilas?
Por increíble que parezca, en ese instante veo que la comisura de sus labios se curva.
—Dios santo —murmuro—, está usted fatal. ¡Pero si va a sonreír y todo!
—No reírse de ti es imposible — replica.
—Ja y ja... Fíjese cómo me río de su gracia. —Y, dispuesta a ser tan borde como ella, añado—: Pues, le jorobe o no, las personas que hemos acudido en su ayuda somos Kohana y yo o, como dice usted, una atontada y una mujerzuela. ¡Oh, Dios mío, qué horror, cuando se enteren sus amigas la
quemarán en la hoguera!...
—Cállate...
—¿Que me calle?
—Sí.
Hacer que hable, a pesar de lo que dice, me garantiza que sigue conmigo, y pregunto:
—¿Le duele algo más, aparte del brazo?
—La cabeza de escucharte.
Incapaz de no hacerlo, sonrío y la miro con preocupación. La mujer ya tiene una edad para que un golpe así la destroce pero, como no estoy dispuesta a dejarme achantar por ella, murmuro:
—Pues dé gracias al cielo de estar escuchándome porque, con su edad, lo normal habría sido que se hubiera roto una cadera o las dos al caer del caballo y no pudiera ni oírme.
Me mira. Debe de estar cagándose en toda mi familia, y sisea:
—¿Puedes dejar de ser tan desagradable e incómoda?
—¿O qué? —No responde. Me acuchilla con la mirada, e indico—: Aunque, ahora que lo pienso, si tanto la incomodo, puedo marcharme. Quizá sería mejor que esperara usted a que pasara alguien por aquí y la recogiera.
¿Qué le parece?
—No te atreverás.
Claro que no lo voy a hacer. No soy tan mala persona, aunque ella así lo crea. Pero, al moverme para acomodarme mejor, Tsunade me agarra confuerza del brazo e insiste:
—No me dejes aquí sola.
Ver la desesperación en sus ojos me hace saber el miedo que tiene a quedarse sola y, retirándole con cuidadoel agua que le cae en la cara, murmuro:
—Tranquila, gruñona. Ya le he dicho que de aquí no me moveré hasta que vengan a ayudarnos. Pero vaya haciéndose a la idea de que, le guste o no, va a tener que agradecernos la ayuda a Kohana y a mí.
—Ya veremos...
—¿Cómo que ya veremos? ¿A que me voy? —Y, al ver su gesto serio, sonrío y musito—: Vale, ya veremos, pero al menos un «gracias» por acudir en su ayuda tendremos, ¿no?
—¡¿Por qué no te callas?!
—Porque me gusta hacerla rabiar; ¿le gusta mi contestación?
Esa respuesta hace que de nuevo se le curven los labios, y de pronto oímos el galope de varios caballos y, al mirar y ver que se acercan hacia nosotras, digo:
—Salvada de escucharme por la caballería.
Instantes después, todos los Uchiha, incluidos Tobirama y Obito, que también
han venido, se ocupan de la mujer.
—¡Degenerados! —grita ella cuando van a levantarla del suelo—. Sois la vergüenza de la familia, ¡no me toquéis!
Todos se paran en seco. Obito me mira y yo asiento mientras me pongo a su lado y le doy la mano. Obito tiene una expresión de horror; que su abuela sepa su secreto lo desconcierta.
Entonces, Kohana se planta frente a la desagradable mujer y sisea:
—Deje de gritar y levántese con cuidado o se hará daño.
—¡Atontada, cállate!
Joder con la abuela. Sin duda, el rato que ha estado conmigo ha cogido fuerzas.
—Abuela, ¡ya basta! —exclama Izuna de pronto.
—¿O qué? —pregunta ella con chulería—. Y en cuanto a Kurenai...
—Ni la menciones —sisea él furioso—. Ni la menciones.
Sasuke y Itachi la ayudan a levantarse y se aseguran de que no vuelva a marearse. Entonces, la vieja levanta la cabeza y, mirando a Tobirama, sisea:
—Qué vergüenza. Tú y él. Y pensar que te he tratado siempre como a unbnieto más.
—Escucha, Tsunade...
—¡Ni se te ocurra pronunciar mi nombre! —lo corta ella—. En tu boca suena sucio. Os he visto... A ti y al descerebrado de Obito, besándoos... No me toquéis..., no os atreváis a tocarme.
Ea..., descubierto el secreto.
Los demás miran a Obito y a Tobirama.
En su expresión veo bloqueo y sorpresa, excepto en Sasuke. Su gesto me hace saber que no lo sorprende lo que acaba de oír y, soltando a su abuela bajo la lluvia, se pone junto a Obito y dice:
—Pues si ellos no pueden tocarte, yo tampoco lo haré. Y no lo haré porque quiero a Obito y quiero a Tobirama, los respeto, y sólo ellos tienen derecho a decidir cómo quieren vivir sus vidas.
Vayaaaaaaaaaaaaa..., ¿lo sabía y no me había dicho nada?
Bueno..., bueno..., sin duda Sasuke y yo tenemos que hablar. Si ya lo sabía, ¿a qué vino la escenita que me montó en el porche de la cabaña? De pronto, la vieja bruja comienza a gritar y todos la imitan. La noticia que acaba de soltar los descontrola a todos. Se dicen barbaridades fuera de lugar y, cuando Kohana y yo tenemos que meternos entre Sasuke y Izuna, que se van a
cascar porque mi chico se posiciona junto a Obito y Tobirama, Kohana grita:
—¡Basta ya! Hablaréis de esto en otro momento; ahora lo importante es llevar a Tsunade al hospital.
Tiene razón, eso es lo que urge.
Todos nos damos cuenta de ello.

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⏰ Última actualización: Apr 19, 2021 ⏰

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