Capítulo 5

384 32 1
                                    

A finales de agosto, el restaurante cierra.
Ya lo tengo tan asumido que no me impresiona. Eso sí, qué penita despedirse de los compañeros y qué llantinas que pillamos algunas, entre ellas yo, que me apunto a todos loslloros. Vamos, ¡que soy de lágrima fácil!
Decirle adiós a Choji, mi compañero, me apena. Es un increíble repostero y una buena persona que adora a su mujer y a sus cinco hijas, y nunca he trabajado con tanta complicidad con nadie como lo he hecho con él. Por eso, tras darnos dos besos, lo miro y digo:
—Escucha. Me estoy planteando abrir algo mío dentro de unos meses. Si para entonces no tienes nada y quieres volver a trabajar conmigo, yo...
—Llámame si lo haces —afirma él con una sonrisa—. Me encantará volver a trabajar contigo, ¡me gustas como jefa!
Ambos sonreímos. Sin duda él también ha sentido esa complicidad y, tras abrazarnos y decir adiós al resto, cada uno se marcha por su lado.
A partir de ese instante, aprovecho para disfrutar de mi hija como no he podido hacer por horarios de trabajo hasta el momento y prescindo de Alicia.
Vamos a la playa, quedo con mis amigas y sus hijos para ir de compras, la acompaño a los cumpleaños a los que la invitan. Otros días la llevo al tiovivo que tanto le gusta, a la playa a jugar con el cubo y la pala y, los días que no salimos de casa, hago con ella los pasteles que me pide. Eso sí, la cocina queda hecha un cristo, pero no importa: cuando Sarada se acuesta, me doy el jupe del siglo y todo vuelve a quedar niquelado.
Una de las tardes, cuando estoy con mi hija en la playa, me subo las gafas de sol a la cabeza para rascarme un ojo y, al hacerlo, me fijo en la terraza que hay a la derecha de la mía y me quedo sin palabras cuando reconozco a Sasuke.
Pero ¿desde cuándo es mi vecino?
Mientras estoy sentada en la orilla con mi hija haciendo churritos con la arena y mi pequeña disfruta de lo que hace, yo disfruto de las vistas. Sasuke sin camiseta y con el vaquero medio caído es una delicia para la vista. Ver sus duros abdominales me hace recordar la noche que tuve con él, tiempo atrás, y me reseca hasta el alma.
Con disimulo, pues él no ha reparado en mí entre la gente, lo observo teclear algo en su móvil, cuando de pronto aparece una chica tras él, por supuesto pelirroja, lo agarra por la cintura y veo que sonríe.
Vaya..., el Caramelito no pierde el tiempo.
Como era de esperar, la chica es un pibón de ésos con los que siempre lo veo marcharse de los conciertos o los eventos: piernas kilométricas, cara perfecta, pechos prominentes, pelo largo. Va vestida con una camisa azul entreabierta, ya imagino por qué...
Dejo de mirar y vuelvo a centrarme en Sarada, pero como soy una cotilla redomada, con más disimulo que antes, me bajo las gafas de sol para que no se me vean los ojos y observo de nuevo la terraza del apartamento.
En ese instante, la chica enreda los dedos en el pelo de Sasuke y él, olvidándose del móvil, la agarra, la mira, la aprieta contra sí y la besa.
—Ay, Diosito —murmuro para mí.
El beso se prolonga, se intensifica, mientras observo que las manos de él paNeji por las largas piernas de ella hasta que la coge en brazos y desaparecen en el interior del apartamento.
Asiento acalorada, miro a mi hija y ésta parece saber lo que necesito, pues veo que me observa y pone sus morretes ante mí.
—Mami, mua —dice.
Sin dudarlo, le doy el beso que me pide y, cuando me separo de ella, susurro con una sonrisa:
—Gordincesa..., sigue llenando el cubito de arena, mi amor.
¡Agua!
Eso es lo que necesito yo para enfriarme después de lo que he visto. El beso de mi hija me ha llegado al alma, pero el de la terraza de mi vecino me ha removido lo no mencionable.
Me viene a la mente el buen recuerdo que el bombón de Sasuke dejó en mí, y maldigo al darme cuenta de lo imbécil que soy.
Vuelvo a mirar hacia la terraza. No hace falta ser muy listo para saber lo que está ocurriendo en el interior de la casa en este instante. Sigo mirando. No se ve nada. Pero ¿qué espero ver?
Finalmente, y con la boca reseca por lo que eso me provoca, me levanto, cojo a mi hija en brazos y me meto en el mar, donde Sarada ríe a carcajadas y yo me olvido del resto del mundo.
A partir de ese día, me encuentro con Sasuke en todos lados: en el portal de la casa, en el aparcamiento, en la playa. Eso sí, al igual que yo voy acompañada por mi Gordincesa, él siempre va acompañado de una mujer diferente. Aunque todas ellas pelirrojas.
Cuando nos vemos, no nos paramos a hablar, no somos tan amigos, pero ambos sabemos que nos saludamos con la mirada.
Sin lugar a dudas, él sigue su vida y yo sigo la mía. Lo que ocurrió en el pasado, como su nombre indica, pasado está y, aunque yo lo recuerde, seguro que él ya lo ha olvidado.
Una noche, a las cuatro de la madrugada, Sarada se despierta llorando desconsoladamente. Asustada,voy a su habitación y veo que mi niña ha vomitado en la cama.
—Pero ¿qué te pasa, mi amor? Sarada no responde, llora y me agobio.
Rápidamente encuentro el chupete y se lo pongo. Pero, cuando voy a cogerla
en brazos para cambiarle el pijama, me doy cuenta de que está ardiendo.
Del agobio paso al pánico.
La fiebre me asusta y, tras coger el termómetro digital y ponérselo, casi grito cuando veo que tiene cuarenta de fiebre. ¡Cuarenta!
Angustiada, aterrorizada y espantada, corro a por el antitérmico.
Sarada es una niña muy sana y nunca ha tenido tanta fiebre.
Una vez consigo que la pequeña se trague el medicamento, le cambio el pijama húmedo por uno seco y limpio y, con el corazón a mil, me la llevo a mi habitación mientras digo:
—Tranquila, cariño, mami se va a  vestir y te va a llevar al médico, ¿vale?
—El teteeeeeeeeeeeeeeeeee —grita ella cuando éste se cae al suelo.
Rápidamente lo cojo, lo dejo sobre la mesilla para lavarlo y saco otro chupete de emergencia que tengo en el cajón. Se lo pongo, pero mi Gordincesa llora y llora y llora como nunca en su vida. Tiene el rostro congestionado de tanto llorar, y creo que, si sigue así, me voy a poner a llorar yo también. Pero ¿qué le ocurre?
Intento dejarla sobre la cama y no hay manera Sarada se agarra a mí como un monito y no quiere que la suelte.
Trato de vestirme con ella encima pero es complicado, por no decir imposible.
Yo duermo en bragas y camiseta de tirantes y así no puedo ir a urgencias.
Finalmente, tras hacer muchos equilibrios, cuando por fin la niña me da un respiro, rápidamente me visto casi a oscuras, aunque antes de acabar vuelve a vomitar sobre mi cama.
—Ay, cariño..., no te preocupes..., no te preocupes...
—El tete..., el teteeeeee... —dice ella en medio del vómito.
—Un momento, cariño..., mamá tiene que lavarlo.
Sin importarme lo que se ha ensuciado, atiendo a mi niña, corro de
nuevo a su habitación y la cambio otra vez de pijama mientras no dejo de
hablarle para que se tranquilice y al tiempo me digo que quien ha de tranquilizarse soy yo.
—El teteeeeeeeee —insiste ella.
Cuando por fin acabo y salgo al salón temblando con Sarada en brazos, cojo el bolso, lo abro y saco otro chupete (¡será por chupetes!). También cojo las llaves del coche. De los nervios, se me resbalan de las manos y se me caen al suelo. Me agacho y, al levantarme, me doy con el pico de la mesa en la cabeza.
—¡Ayyyy!
¡Qué dolor..., qué dolor!
La niña se asusta y llora más, y yo, con ella en brazos, no puedo tocarme la cabeza. ¿Me la habré abierto?
Sin importarme mi dolor, me apresuro a salir de casa y corro por el portal, donde choco con una pareja. Sin mirar, sigo mi camino a toda prisa hasta que noto que alguien me agarra del brazo y, al levantar la cabeza, me encuentro con Sasuke.
—¿Qué te ocurre?
Ver una cara amiga en ese momento me reconforta.
—Sarada..., mi hija, tiene mucha fiebre y voy a llevarla a urgencias — respondo preocupada.
Veo cómo Sasuke nos mira a las dos y después mira a la pelirroja despampanante con más curvas que el muñeco de Michelin que está a su lado y, sin darme opción, dice:
—Vamos. Yo te llevo. Estás demasiado nerviosa para conducir.
Su mirada pasa de mí a ella, y entonces lo oigo decir:
—Preciosa, mañana te llamo.
La tal «preciosa» me observa con ganas de degollarme, pero a mí me da igual: que me degüelle si quiere, pero que se espere a que mi hija esté en el médico.
—Pero, Sasuke, ¿cómo regreso a casa? —protesta.
Sasuke me quita entonces las llaves del coche de las manos y dice:
—Iremos en mi coche. Vamos. —
Luego, mirando a la atontada con cara de haber chupado un limón, añade—: Ven con nosotros. Te acercaré a una parada de taxis.
Asiento, no rechisto y lo sigo hasta su vehículo. No sabía que tenía coche, y me meto atrás con mi pequeña, que sigue con el hipo y sus lloros desconsolados.
Me agobio. No ha servido de nada haberle dado el antitérmico: lo ha vomitado y, por miedo, no he querido darle más. ¿Habré hecho bien o mal?
Una vez informo a Sasuke del hospital al que tiene que llevarme, en silencio él conduce hasta que ve una parada de taxis, se detiene e indica con rudeza:
—Bájate aquí.
La atontada pestañea, se acerca a él, le da un beso en los labios y, pasados dos segundos, yo grito furiosa:
—¡Joder! ¿Quieres hacer el favor de sacar la lengua de su boca y bajar de una santa vez tu culo del coche? ¡Tengo que llevar a mi hija a urgencias!
La reacción de aquélla es rápida. Se baja con su gesto agrio y Sasuke arranca a toda pastilla, mientras yo sólo tengo ojos para mi niña y no paro de acunarla, de hablar con ella y darle mimos.
Al llegar al hospital, Sasuke detiene el coche en la misma puerta de urgencias, y yo, sin decir nada, abro y bajo a toda leche. Quiero que atiendan a Sarada.
Por suerte, no hay ningún niño esperando, y el pediatra de urgencias nos atiende nada más llegar. Le explico lo que ha pasado mientras le hace un reconocimiento rápido. Entonces, el médico me tranquiliza y me dice que Sarada está bien, pero que tiene placas de pus en la garganta y eso le ha hecho tener tanta fiebre.
Una enfermera le da a mi Gordincesa de nuevo el antitérmico. A mí me tiembla todo, tanto, que hasta el pediatra me pregunta si estoy bien. 
Asiento.
Afortunadamente, el rostro de Sarada vuelve a recobrar el color segundo a segundo, y creo que el mío también. Cuando, media hora después, salgo de la consulta con ella dormida en brazos, me sorprendo al ver a Sasuke esperando en la salita.
Al verme, se acerca a mí y, quitándome a la niña de los brazos, pregunta con cautela:
—¿Está bien?
Digo que sí con la cabeza. Ni siquiera tengo voz. Me siento en una silla y tomo aire.
Nunca, desde que Sarada vino al mundo, había pasado tanto miedo y, a punto de llorar, murmuro:
—La fiebre tan alta es porque tiene placas en la garganta, pero... pero... está bien.
Se sienta a mi lado. No me toca, pero tiene a mi hija dormida en sus brazos para que yo pueda moverme.
Desesperada, me llevo las manos a la cara. Dios..., Dios..., ¡qué susto he pasado! Y, anhelando una muestra de cariño, lo miro y digo:
—Necesito un abrazo; ¿puedes dármelo, si no es mucho pedir?
Sasuke me mira. Intuyo que no le hace gracia, pero pasa su mano libre por mis hombros y, al acercarme a él, siento que recoge todo mi cuerpo.
—Vamos..., vamos... —me tranquiliza—, tu hija está bien.
Se lo agradezco. Le agradezco infinitamente ese gesto e, intentando sonreír, a pesar de que tengo los ojos llenos de lágrimas, susurro:
—Gracias..., estaba tan nerviosa que si hubiera cogido el coche creo que... creo que... Pero bueno... —digo al fijarme en la etiqueta de mi camiseta, que sobresale—, ¡si llevo la camiseta del revés!
Siento que Sasuke sonríe y, soltándome, replica:
—Respira y relájate. Lo de la camiseta es remediable. Cuando estés mejor, nos levantaremos y regresaremos a casa; ¿de acuerdo, Sakura?
Asiento de nuevo. Es la primera vez que me llama por mi nombre, y me sorprendo. Luego miro mi camiseta y sonrío. ¡Me importa un comino!
—De acuerdo —digo.
Una hora después, al llegar frente a mi puerta, me doy cuenta de que, con los nervios, no he cogido las llaves de casa, sino sólo las del coche. Miro a Sasuke con cara de circunstancias y murmuro:
—No me vas a creer, pero no tengo llaves de casa —y, antes de que él diga nada, añado—: Pero, tranquilo, saltaré de tu terraza a la mía, forzaré el ventanal y entraré.
Él me observa boquiabierto y, cogiéndome del codo, contesta:
—Ven. Pasemos a mi casa y olvídate de saltar terrazas. Yo lo solucionaré.
Me río y se ríe. Con Sarada en brazos, veo que se saca las llaves del bolsillo delantero del pantalón y entonces explica:
—Era la única casa que le quedaba al casero con vistas y salida a la playa. Y si no te he dicho nada ha sido porque no quería molestarte. No me gusta ser un vecino pesado.
No respondo. No somos amigos como para que hubiera tenido que decirme algo. Dejo que Sasuke abra la puerta y entramos en la casa, que es igual que la mía.
Una vez dentro, me encuentro con el apartamento lleno de cajas. Sin duda sigue con la mudanza.
Entonces me sorprendo al ver cómo lleva con cuidado a Sarada hasta su habitación y la deja sobre su cama perfectamente hecha. Luego compruebo que se apresura a colocar unos cojines a los lados para que la niña no se caiga, lo que llama mi atención. Mientras salimos al salón, me explica:
—Tengo amigas que tienen hijos y esto es algo que siempre hacen cuando se quedan dormidos en casa de cualquiera.
Asiento. Mejor no preguntar por esas amigas. Entonces, me miro en un espejo y veo mi coleta alta medio deshecha. Rápidamente, me suelto mis cuatro pelillos y me los recoloco. Por Dios, pero ¿cómo he podido salir a la calle con estos pelos?
Al tocarme la cabeza, noto un dolor que me hace encogerme y, al recordar el golpazo que me di, le pregunto a Sasuke mientras me acerco a él:
—¿Tengo algo aquí?
Desde su altura, Sasuke se acerca para mirar mi cabeza y, de pronto, tocándome, dice mientras me encojo:
—Menudo chichón. Pero ¿cómo te has hecho esto?
—No preguntes. Mi noche ha sido completita.
—Iré a por hielo.
Cuando él se va, de pronto me fijo en una foto que hay sobre la bonita chimenea y, tras  proximarme a ella, veo a Sasuke con varias personas.
Todos están subidos a lomos de varios caballos y llevan sombreros vaqueros. 
No me digas..., no me digas que esos andares tan chulos suyos son ¡porque es cowboy!
En ese instante, entra en el salón con un pañuelo con hielo dentro y, cuando me lo pone en la cabeza, pregunto divertida:
—No me digas que eres un vaquero...
Sonríe, mira la foto que está ante nosotros y responde:
—Mi familia es de Wyoming. Tenemos un rancho y...
—Ya decía yo que esas piernas arqueadas y tu forma de caminar me recordaban a los vaqueros de las películas.
Sasuke sonríe, sacude la cabeza e indica:
—Haz el favor de no quitarte el hielo del chichón. Eso bajará la inflamación.
Incrédula por lo que acabo de descubrir, voy a decir algo más cuando él se me adelanta:
—No sé si me gusta más tu zapatilla azul o tu zapatilla roja.
Olvidándome de la foto y de los vaqueros, miro mis pies. ¡Pero ¿qué me he puesto?! Me dispongo a protestar al ver que llevo una zapatilla de cada color, textura y modelo, cuando él dice:
—Pero te quedan muy bien. Crearás tendencia, ¡ya lo verás!
Sonrío. Camiseta del revés, zapatillas diferentes, pelos de loca y sin gota de maquillaje. ¡Viva mi glamur! Sin duda, peor pinta no puedo tener.
—¿Quieres algo de beber? —me pregunta entonces.
Compruebo el reloj: son las seis menos veinte de la madrugada. A continuación, me encojo de hombros y contesto:
—Mira, después de la nochecita que llevo, creo que una cervecita no me vendrá mal.
Él sonríe, se da la vuelta y desaparece por la puerta de la cocina.
Me miro al espejo. Mis pintas me hacen saber que ¡soy el antimorbo! Y, al ver que me he quedado sola, rápidamente dejo el pañuelo con hielo sobre una mesa, abro la puerta de la terraza, me subo a la barandilla y, con agilidad, salto a mi terraza. No hay peligro. Está, como mucho, a dos metros de la arena de la playa.
Una vez allí, me agacho para hacer palanca en la puerta corredera y de pronto oigo:
—Pero ¿no te he dicho que no saltaras?
Al mirar, veo que Sasuke deja dos cervezas sobre una mesita que tiene en su terraza y sonrío al ver lo serio que está. Él no.
El sonido de un clic me hace saber que he conseguido desbloquear la puerta corredera y, guiñándole el ojo, digo mientras me incorporo y abro la puerta de mi salón:
—Mi tío es cerrajero y me enseñó cientos de truquitos.
—Ya veo..., ya...
—Dame un segundo, que voy a coger las llaves.
—Vale. Pero entra luego por la puerta, ¿entendido?
No contesto. Entro en mi salón, veo las llaves sobre la mesa y las cojo.
Me miro en el espejo y blasfemo, pero no es momento de querer parecerme a Beyoncé cuando soy el vivo retrato de Fétido de la familia Addams. Así pues, convencida de que el mal mayor ya está hecho, vuelvo a salir a la terraza y hago el mismo recorrido que segundos antes. Cuando poso los pies en su lado, cojo una de las cervezas que él ha dejado sobre la mesa y grito sentándome en una silla:
—¡Estoy aquí!
Oigo la puerta de la calle cerrarse y, cuando Sasuke aparece ante mí con gesto duro, gruñe poniéndome el pañuelo con hielo sobre el chichón de mi cabeza:
—¿Te has propuesto que regresemos al hospital, esta vez por tu inconsciencia?
—No seas exagerado, que vivimos en una primera planta. —Al ver que no sonríe, insisto—: Venga, vaquero..., no te enfades, pero sé apañármelas solita, aunque te estoy muy agradecida por lo que has hecho por mí y te debo una. Por cierto, me siento fatal por haberte jorobado la noche con la pelirroja.
Por fin veo que sonríe. Se sienta en la silla que hay frente a mí y, tras dar un trago a su cerveza, replica:
—No te preocupes. Mañana la llamaré.
—Pero si tú no repites.
Nada más decir eso, me doy cuenta de lo terriblemente bocazas que soy.
¿Por qué he tenido que decir eso otra vez?
—Y no voy a repetir —asegura él entonces—. No llegó a mi cama.
Asiento. Ahora la que bebe cerveza soy yo, mientras que él sigue sonriendo; ¡será canalla!
Durante unos segundos ambos permanecemos en silencio. Comienza a amanecer. Las vistas desde nuestros apartamentos son impresionantes y, para cambiar de tema, señalo:
—Bonito, ¿verdad? 
Sasuke mira hacia el mar, que poco a poco se ilumina, y afirma:
—Precioso. Por eso elegí este apartamento. Las vistas son las mejores.
En silencio, vemos cómo amanece lentamente. Ver nacer un nuevo día y contemplarlo en primera fila es increíble y, tras levantarme de la silla, apoyo los codos en la barandilla y murmuro:
—De donde yo vengo, los...
—¿De donde tú vienes? —me corta—. ¿De dónde eres?
Sonrío al ver que no sabe nada de mí; ¡qué poco le intereso!
—Soy española. Concretamente, de una maravillosa y preciosa isla llamada Tenerife, a la que adoro y añoro a menudo.
—Ino también es de allí.
—¡¿No me digas?! —me mofo.
Sasuke sonríe, y lo hace de tal manera que presiento que el hecho de que sea mi vecino va a ser una tortura.
—Somos amigas de toda la vida — continúo—, y te aseguro que nos han pasado cientos de historias hasta llegar aquí, a Los Ángeles.
—Me encantaría oír esas historias.
Lo miro divertida y, tras suspirar, comento:
—Seguro que te aburren.
—Lo dudo, pareces divertida — responde sorprendiéndome.
De nuevo, los dos nos quedamos contemplando el mar en silencio, hasta que digo:
—La primera noche que dormí aquí con mi Gordincesa no podía conciliar el sueño. Salí a la terraza, me senté en el suelo y, sumida en mis pensamientos, vi amanecer. Ese día me enamoré de estas vistas, recordé mi precioso Tenerife y me juré que nunca dejaría de mirar el mar.
Noto entonces que Sasuke se levanta, con el rabillo del ojo veo que se pone a mi lado y, apoyándose en la barandilla como yo, pregunta:
—¿No has pensado regresar a tu tierra?
—Sí. Claro que lo he pensado, pero es complicado. Aquí tengo oportunidades de trabajo que allí sé que no voy a tener y, además, aquí está el padre de Sarada, y siento que le debo a la niña la oportunidad de vivir cerca de él también.
—Eso es muy consecuente por tu parte. No creas que todas las mujeres piensan así.
Me encojo de hombros y respondo con una sonrisa:
—Sasori es una buena persona y un buen padre, aunque lo nuestro no funcionó. Ahora se va a casar con su novia y sólo espero que sea muy feliz y le dé los hermanitos a Sarada que yo nunca voy a darle.
—¿No quieres tener más hijos?
—No.
—¿Por qué?
—Porque con una tengo bastante, te lo aseguro.
—Y ¿por qué tienes tan claro que no habrá más?
—Porque sí. Soy algo bruja.
Mi respuesta lo hace reír, y a continuación insiste:
—¿Y si conoces a alguien?
Volviéndome hacia él para mirarlo directamente a los ojos, replico:
—Dudo que alguien me soporte más de tres citas o que yo lo soporte a él. Prefiero ocupar mi tiempo pensando en otras cosas, entre ellas, mi Gordincesa.
—¿Por qué la llamas Gordincesa?
Su pregunta me hace sonreír y, tras guiñarle un ojo, respondo:
—Porque es mi gordita princesa. Es un término íntimo y cariñoso entre nosotras, parecido a ese preciosa con el que llamas tú a tus ligues. Por cierto, hablando de tus ligues, la pelirroja de esta noche tiene una cara de agria que no puede con ella.
Sasuke sonríe y, evitando hablar de aquélla, murmura:
—No creo que tú utilices ese término del mismo modo que yo.
—¿Ah, no?
—No.
—Y ¿por qué no?
El bombonazo que está ante mí se retira su moreno pelo de la cara y, ladeándose como yo, me mira e indica mientras coloca de nuevo el hielo en el chichón:
—Si las llamo preciosas es porque no suelo prestar mucha atención a sus nombres. Cuanto menos sepa de ellas, mejor, y sé que preciosa es un término que a las mujeres os suele gustar, ¿verdad?
Incrédula por su poca vergüenza, lo miro y afirmo sonriendo:
—Serás canalla...
Sasuke sonríe a su vez y, antes de que yo diga nada más, añade:
—Te aseguro que nunca le doy falsas expectativas a una mujer, porque antes de tener nada con ella siempre digo eso de...
—Yo nunca repito —termino la frase por él.
De nuevo soy una bocazas, ¡mierda..., mierda...!
—¿Lo ves? —dice él entonces—. Tú lo recuerdas. Captaste el mensaje aquella noche, como lo captan todas las demás.
Lo capté. ¡Claro que lo capté! Y, ahora que me doy cuenta, recuerda haber pasado la noche conmigo; ¿será eso bueno? Entonces, intentando parecer una mujer tan fría en cuestión de sentimientos como él, afirmo:
—¿Sabes?, yo ese tema lo llevo de diferente manera.
—¿El tema sexual? —pregunta abiertamente.
Asiento. En menudo berenjenal me estoy metiendo y, tras dar un trago a mi cerveza, explico:
—En mi caso, si me gusta el tipo en cuestión, repito, única y exclusivamente pensando en mí y sin esperar nada a cambio. Si algo he aprendido en este tiempo es a ser egoísta en el sexo y en otras cosas.
Sasuke escucha lo que digo y al final, asintiendo, replica:
—Pues yo me di cuenta de que era mejor no repetir. Las mujeres tenéis un sentimiento de la propiedad muy arraigado, y si sales con algunas dos veces creen que ya les perteneces. Hay mujeres que, tras cuatro citas, ya planean boda, hablan de hijos y se ven con un monovolumen y perro. Yo no quiero eso, y por ello dejo claras mis intenciones antes de acostarme con ellas y les doy la opción de decidir. No quiero líos.
—Pues haces bien..., muy bien — afirmo. Sasuke asiente, y yo, sintiéndome como una devorahombres, insisto—: Por suerte, los hombres con los que me acuesto suelen buscar lo mismo que yo: sexo sin complicaciones. Además, el hecho de que tenga una hija es un hándicap, suele asustar y...
De pronto, un ruidito llama mi atención y, alertándome, pregunto:
—¿Has oído eso?
Ambos nos quedamos callados y, pasados unos segundos, finalmente Sasuke responde:
—Sólo oigo el rumor del mar.
De nuevo, el ruidito taladra mi cabeza y, dejando la cerveza sobre la mesa de la terraza, lo miro y digo:
—Oye, voy a entrar en tu habitación para ver cómo está mi niña. Creo que se ha despertado.
—Pero si duerme como un tronco.
Yo niego con la cabeza y juntos entramos en el salón, donde veo que Sasuke deja el pañuelo con hielo sobre una especie de fuente. De allí nos dirigimos a la habitación y, al mirar por la rendija abierta de la puerta, observamos que mi pequeña está sentada sobre la cama, con su chupete puesto, mirando a su alrededor.
Sasuke me mira sorprendido.
—¿Cómo lo sabías? —pregunta.
Yo suspiro y sonrío.
—Soy mami, y las mamis sabemos muchas cosas, además de tener un sexto sentido.
Divertida, abro totalmente la puerta y mi niña sonríe al verme. Sin duda está muchísimo mejor y, tras quitarse su «tete» de la boca, exclama levantando los bracitos hacia mí:
—¡Mamiiiiiiiiii!
Me apresuro a acercarme a la cama, la cojo y, apoyando los labios sobre su frente, como hacía mi madre conmigo cuando era pequeña, compruebo que su temperatura sea normal. Lo es, y respiro aliviada. Sasuke se acerca a nosotras y, tras decirle cuatro palabras a Sarada, consigue que ésta quiera ir a sus brazos.
Eso no me sorprende: mi Gordincesa es una niña muy sociable, y sé por mi amiga Hinata que a Sasuke siempre le ha gustado jugar con sus hijos.
Durante varios minutos, mi muñequita nos regala sonrisas y palabras a medias que nos hacen sonreír. Sasuke se presenta y ella lo bautiza como sasu. Él sonríe al oírlo y, cuando mi niña bosteza, digo:
—Creo que ha llegado la hora de marcharnos.
Sasuke me mira y, sonriendo, pregunta:
—¿Os vais saltando por la terraza o salís por la puerta?
Eso me hace gracia. Estoy descubriendo a un Sasuke que no conocía.
—Espera, que lo pienso —murmuro sonriendo.
Divertido, él suelta una risotada mientras caminamos hacia la salida. Una vez en el rellano, abro mi puerta y entonces oigo que Sarada dice:
—sasu, mua.
¡Joder con la niña, qué buen gusto tiene! No cabe duda de que es mi hija.
Sonrío y miro a Sasuke.
—Sarada quiere un beso —le explico—. Un mua es un beso.
Sin dudarlo, él se dispone a besarla en la mejilla cuando la niña se quita el chupete, lo agarra de la cara y se lo planta en los morros.
Confirmado: ¡no me la cambiaron en el hospital al nacer! ¡Es mi hija!
Me entra la risa. Sasuke sonríe también y, cuando la pequeña vuelve a ponerse el chupete y apoya la cabeza en mi hombro, digo:
—De verdad, muchas gracias por todo.
El bomboncito sonríe, y cierro la puerta de mi casa antes de que yo también decida plantarle un mua sin avisar. Que sí, que me conozco y sé que se lo planto como la digna madre de Sarada que soy.
Una vez a solas en casa, beso a mi pequeña en su pelirosa cabecita y, centrándome únicamente en ella, le preparo un vaso de leche calentito, quito las sábanas de su camita y, tras poner unas limpias, la acuesto.
Como es de esperar, se duerme rápidamente. Entonces apago la luz y me encamino a mi  habitación. El pestazo a vómito al entrar es increíble, por lo que abro la ventana. Al hacerlo, me doy cuenta de que Sasuke sigue mirando el amanecer desde su terraza, y decido observarlo oculta entre mis cortinas mientras la canción No existen límites suena en mi cabeza.
Me quedo atontada mirándolo durante más de cinco minutos, hasta que me convenzo de que no debo pensar en algo que nunca será, porque con él sí hay límites. Así pues, me doy la vuelta, cambio las sábanas de mi cama y me acuesto. Creo que me quedo dormida antes incluso de apoyar la cabeza sobre la almohada.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora