Capítulo 21

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Llega el domingo y Hideki se prepara para su fiesta.
Entre Kohana y yo, le aconsejamos qué ponerse. Si se viste muy sexi, sus abuelas y sus tíos no le permitirán salir de la casa, por lo que nos encargamos entre las dos y el resultado es espectacular. Hideki está preciosa, le dejo un bolso mío que le encanta, y aprueba el examen que le hace toda la familia.
Cuando sus tíos se la llevan a la fiesta, Kohana y yo, que nos quedamos con Mikoto, la tranquilizamos, mientras ella se afana en coser los vestidos de la boda. Hideki sólo lo va a pasar bien, y a las doce de la noche iremos a buscarla a la fiesta.
Al quedarnos solas, me pruebo el vestido de dama de honor para que Mikoto vea si las medidas que cogió encajan. Un par de veces, Mikoto me clava alfileres sin querer, uno en la cintura y otro en un pecho. La cara de la mujer es de horror, y yo, aunque dolorida por el picotazo, digo para que sonría:
—Si me explotas una, me vas a tener que explotar también la otra.
Ella finalmente sonríe y se va a la cocina a por un vaso de agua.
Entonces Kohana me mira, y yo, como necesito hablar con ella, digo:
—Oye, Kohana, no sé cómo decirte esto, pero...
—Os vi.
—¿Qué?
—Os vi a Sasuke y a ti el otro día, cuando estaba discutiendo con Izuna en el bosque.
Me apresuro a acercarme a ella y murmuro:
—No sé qué os ha pasado, pero quiero que sepas que me tienes aquí para hablar y para todo lo que necesites, ¿de acuerdo?
Ella asiente. Veo gratitud en su mirada y, cuando entra de nuevo Mikoto, dejamos de hablar del tema.
Esa noche, después de cenar, decidimos ir a tomar algo antes de ir a recoger a Hideki a la fiesta.
Cuando llegamos al bareto adonde vamos habitualmente, no hay música en directo, pero la música country suena por los altavoces y la gente baila animada.
A los cinco minutos de entrar en el local, aparece Karin. Nos miramos.
Nos entendemos con la mirada y, como es lógico, Sasuke finalmente se percata de su presencia.
Yo disimulo. Miro para otro lado, pero con el rabillo del ojo observo cómo ella se acerca a Sasuke, que está pidiendo en la barra, y comienza a hablar con él. El corazón se me encoge pero, a diferencia de otras veces, asumo lo que ocurre. Yo misma lo he provocado, yo misma le he pedido a Karin que proceda así, y decido sentarme en uno de los butacones.
Sasuke estará entretenido durante un rato.
—¿Quieres bailar? —oigo de pronto.
Al mirar, me sorprendo. Sasuke está a mi lado y, tras mirar hacia la barra y ver a Karin hablando con otra gente, voy a decir algo cuando él exclama mientras deja las cervezas que ha traído para los dos:
—Vamos, Pelirosa..., ¡bailemos!
Sin saber todavía qué ha fallado para que él esté conmigo en vez de con ella, de su mano llegamos hasta el borde de la pista. Allí, Sasuke me explica los pasos de baile, y rápidamente salimos a la pista.
—¿No era Karin la de la barra?
—Sí.
Espero que diga algo más. No abre el pico y, cuando comienza a sonar una canción, pregunto sonriendo:
—¿No es ésta la canción que tanto te gusta?
Él sonríe.
—Sí. Somebody Like You. Por cierto, ¿sabes que Keith Urban es el marido de la actriz Nicole Kidman?
—No me digas —murmuro sorprendida.
Sasuke sonríe.
—Te digo, mi niña..., te digo.
Cada vez que me dice eso de mi niña en ese tono tan íntimo y sensual..., me pongo tonta y, si ya lo sumo a lo que esa canción comienza a representar para mí, ¡es para flipar!
Creo que Sasuke no se da cuenta de lo que provoca en mí, y casi mejor que no se dé cuenta porque, si lo hace, Dios..., ¡qué vergüenza!
Veinte minutos después, y acalorada por no parar de bailar con él, estoy feliz.
Feliz por comprobar que no busca a Karin con la mirada.
Cuando bajan las luces del local, la música se tranquiliza y, sin soltarme, Sasuke murmura:
—Esto lo sabes bailar, ¿verdad?
Uf, madre...
—Sí. Esto sí —asiento.
La canción que suena es preciosa.
Sasuke me dice que se titula If Heaven Wasn’t So Far Away , y la canta un tal Justin Moore. Nunca la había oído. 
Entonces, él me susurra al oído, poniéndome cardíaca:
—Hoy estás muy bonita.
Sonrío. ¡Vaya un piropo! Y, como soy medio tonta, murmuro mirándolo a los ojos:
—Gracias.
—¿Por qué?
Incapaz de decirle que le agradezco que no me haya dejado colgada por Karin, digo:
—Por hacer que me sienta especial, a pesar de que Karin esté aquí.
Siento que sus ojos y los míos se hablan. Y, acercando su boca a la mía, Sasuke susurra:
—Estoy disfrutando de mi novia, y aquí no existe nadie más que tú.
¡Maaadre míiiaaaaaa!
¡Maaadre míiiaaaaaa!
Lo que me acaba de decir supera todas mis expectativas y, sin separar mis labios de los suyos, disfruto de un íntimo y sensual beso que me hace saber que, cuando lleguemos a la cabaña, nuestro extraño jueguecito va a continuar.
Durante horas disfrutamos de algo que, de pronto, se vuelve natural para ambos. Hablamos, reímos, nos besamos y nos comportamos como cualquier pareja de novios que sale a tomar algo con los amigos, y Karin no se acerca.
Soy consciente de cómo esta noche Sasuke me sigue con la mirada si voy al baño, si bailo o si me alejo un par de metros para respirar con Kohana. De pronto, mi Caramelito me está haciendo sentir tremendamente especial, y me gusta, me encanta. Emocionada, lo disfruto sin querer pensar en nada más.
Poco antes de medianoche, Izuna y Obito se marchan a buscar a Hideki para regresar todos juntos a casa.
Estamos charlando con los demás cuando a Sasuke le suena el móvil. Lo coge y frunce el ceño. En cuanto cuelga la llamada, explica mirándonos a Kohana, a Tobirama y a mí:
—Obito e Izuna dicen que Hideki no está en la fiesta.
—¡¿Qué?! —pregunta Tobirama soltando su cerveza.
Kohana y yo nos miramos. Sin duda, imaginamos con quién está. 
Sasuke nos mira entonces y pregunta:
—¿Vosotras sabéis dónde está?
Ambas ponemos cara de circunstancias mientras los hombres nos taladran con la mirada, y Sasuke insiste de mal talante:
—¿Eso qué quiere decir? ¿Sabéis con quién está?
El gesto de Kohana me hace saber que no he de decir el nombre de Deidara o allí se va a organizar una buena, por lo que respondo:
—No.
—¿Entonces? —pregunta mi chico.
—Creo... creemos que sabemos dónde puede estar —finaliza Kohana, que debe de saber dónde está, porque desde luego yo no lo sé.
Sasuke y Tobirama nos miran con gesto serio. No sé si están aliviados o enfadados, y entonces Tobirama gruñe:
—¡Perfecto! Y ¿podéis decirme por qué vosotras lo sabéis y nosotros no?
Kohana se mueve, deja la cerveza que tiene en las manos y responde:
—Somos mujeres y nos fijamos en cosas que a vosotros ni se os ocurren.
Anda, venga, vayamos a buscarla.
Sin hablar, los cuatro salimos del local. La fiesta se ha acabado y, cuando estamos llegando al coche, aparecen Obito e Izuna en el otro coche con el gesto descompuesto.
Rápidamente les explicamos lo que creemos y Kohana les pide que vayamos hasta la arboleda. Los hombres se miran sorprendidos: allí es adonde van las parejas de Hudson en busca de intimidad.
—Tú sabías que estaba en la arboleda —protesta Obito.
Kohana lo mira y Sasuke pregunta:
—Y, si lo sabías, ¿por qué no has dicho nada?
—Joder, Kohana... —protesta Izuna.
Pero, cuando veo que Tobirama va a abrir la boca y a decir alguna grosería más, agarro a la pobre Kohana, que está cargando con las culpas de todo, y exclamo:
—¡Ya está bien! ¿Queréis dejar de culpabilizarla a ella?
—Ha dicho que Hideki está en la arboleda —gruñe Tobirama—. Y eso sólo puede saberlo porque sabía adónde iba a ir.
—No lo sé, pero lo imagino — consigue balbucear Kohana—. La arboleda es adonde van todas las parejitas tras las fiestas. Y si me decís que habéis ido a buscarla y no estaba allí, pues es en el primer sitio en el que pienso.
Los Uchiha, junto a Tobirama, protestan y, cuando me canso de oírlos gruñir, siseo:
—Antes de que ninguno vuelva a decir otra tontería más, os diré que, gracias a Kohana, vuestra sobrina no ha hecho muchas de las locuras que se hacen a su edad, porque se ha preocupado de hablar con ella, de escucharla y de aconsejarla. Mientras vosotros hacéis vuestra vida de vaqueros machotes, ella se ha ocupado de Hideki y la conoce mucho mejor que nadie. Por tanto, que delante de mí no se os ocurra decir nada en contra de esta mujer porque, si ella no se defiende, lo voy a hacer yo.
Ninguno dice nada más. Parece que mis palabras les dan que pensar, y nos repartimos en los coches para ir a la arboleda. Por supuesto, yo voy con Kohana. Pienso apoyarla.
Al llegar, los hombres bajan de los vehículos con gesto huraño y, poniéndome ante esos rudos vaqueros, ordeno:
—Vamos a ver, vosotros quedaos aquí quietecitos.
—¡No digas tonterías! —protesta Obito.
—Sakura, es nuestra sobrina —sisea Sasuke—. Quítate de en medio. Quiero ver con quién está para partirle la cara. 
Sin moverme, a pesar de lo pequeña que me siento ante esos cuatro machitos venidos a más, repito:
—Kohana y yo la buscaremos y vosotros esperaréis aquí.
—Cuando coja a quien esté con ella, le voy a arrancar la cabeza... —murmura Izuna.
—Ya somos dos —afirma Tobirama.
—No vais a arrancarle la cabeza a nadie —replica Kohana—. ¿O acaso ninguno de vosotros ha venido nunca aquí?
—¡Se trata de nuestra sobrina! De Hideki —insiste Obito.
—Lo sé. Y me preocupa tanto como a ti —se encara Kohana, sorprendiéndome—. Pero todos vosotros habéis venido aquí con las hijas y las sobrinas de otras personas.
No me vayáis de puritanos ahora. 
Los hombres se miran entre sí.
Saben que tiene razón.
—No os mováis de aquí —repito—. Si Hideki está en la arboleda, regresaremos con ella. Y os digo una cosa: cuando la veáis, dramatismos los justos. En el momento en que lleguemos al rancho le gritáis cuanto queráis, pero aquí, delante de toda esa gente, ¡ni se os ocurra! O Hideki no volverá a dirigiros la palabra en la vida, ¿entendido?
—Pequeñina pero matona —se mofa Tobirama.
—Ésa es mi chica —afirma Sasuke, haciéndome sonreír.
Al oírlo decir eso entiendo que puedo contar con él para que retenga allí a sus hermanos, por lo que Kohana y yo comenzamos a caminar entre los coches aparcados.
Sin querer mirar en exceso, vemos de todo, y no podemos evitar sonreír hasta que ella reconoce el coche de la madre de Deidara.
—Ése es el coche —afirma.
Juntas nos acercamos al vehículo. 
Por suerte, la oscuridad hace que los Uchiha no puedan vernos y, al distinguir el bolso que le he prestado a Hideki en la parte delantera del coche, llamo a la ventanilla empañada y digo:
—Hideki, no sé si estás vestida o no, pero tienes cinco segundos para hacerlo y salir del coche.
—¡Joder! —grita Deidara.
Dos segundos después, antes incluso de lo que esperábamos, la puerta se abre, Hideki sale abrochándose los botones de la blusa y, cuando va a protestar, Kohana la corta:
—Por tu bien, no digas nada.
Prepárate porque tus tíos te esperan allí, y mejor que no sepan con quién estás, o te aseguro que lo lamentarás.
Cuando la chica sigue el dedo con el que ésta le señala y divisa al fondo las figuras de sus tíos, veo que el rostro se le descompone. Entonces, me mira y, sin querer empatizar con ella más de lo que debo en un momento así, murmuro:
—Apechuga con lo que has hecho.
Si eres mayorcita para hacer lo que estabas haciendo, también debes serlo para enfrentarte a tus tíos. Venga, vamos.
En ese instante, Deidara sale del coche y, mirándonos, va a decir algo cuando me dirijo hasta él, lo agarro de la camiseta y siseo:
—Si vuelves a acercarte a Hideki, te aseguro que vas a tener que vértelas con los Uchiha. ¿Entendido?
Su chulería desaparece de golpe. Es evidente que le preocupa el hecho de que los Uchiha puedan enterarse de lo que hace con su adorada sobrina.
A continuación, sin mirar atrás, sigo a Kohana y a Hideki.
Cuando llegamos ante Sasuke, Izuna, Obito y Tobirama, ninguno de ellos abre la boca. Adelantándome, cojo a la chica del brazo y digo:
—Venga, monta en el coche y regresemos a casa.
El camino de vuelta lo hacemos en silencio. Nadie dice nada y, en cuanto llegamos al rancho y nos bajamos de los coches, Hideki mira a sus tíos y pide:
—No se lo contéis a las abuelas.
Los vaqueros continúan sin decir nada. No saben cómo proceder con ella.
—Si se lo contáis, se van a disgustar mucho —insiste la cría— y, aunque no me creáis, no estaba haciendo nada de lo que pensáis. ¡Os lo prometo!
De nuevo, ninguno de los hombres abre la boca, hasta que, finalmente, Kohana dice:
—Venga, vete a dormir. Ya hablaremos.
Hideki nos mira. No sabe qué hacer, como tampoco saben qué hacer ellos y, cuando con la cabeza le indico que desaparezca, ella lo hace sin mirar atrás.
Acto seguido, Kohana nos mira.
—Me voy a descansar. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Kohana — respondo cuando ella da media vuelta y se encamina hacia la casa.
Al ver que nadie más dice nada, fulmino a los duros Uchiha con la mirada al tiempo que gesticulo.
Entonces, uno a uno, le dan las buenas noches. Todos excepto Izuna, y Kohana, al oírlos, se vuelve y los mira sorprendida. Yo sonrío, ella me da las gracias con la mirada, y, como era de esperar, su marido echa a andar en otra dirección.
Obito y Tobirama se marchan también y Sasuke, cogiéndome de la mano, comienza a caminar hacia la cabaña. En silencio, tan sólo acompañados por el chirrido de los grillos y el relinchar de los caballos, llegamos hasta allí.
Sasuke abre la puerta y, cuando la cierra, no me suelta, sino que, acercándome a él, me arrincona contra la pared y me besa.
Está excitado. Tremendamente excitado y, sin lugar a dudas, su excitación me excita también a mí.
Sin hablar, nos besamos. Nos tocamos. Nos tentamos. Nuestra ropa comienza a volar por los aires y cuando, de un tirón, me rasga las bragas y siento cómo su caliente miembro se introduce en mi más que húmedo sexo, jadeo y disfruto el momento.
Lo que me hace es, como poco, placentero. Su boca busca la mía y me muerde el labio inferior mientras sus caderas se bambolean adelante y atrás y me da lo que ansío y esta vez no he buscado.
Pero disfruto..., disfruto y disfruto, y al mismo tiempo me agarro a sus hombros y permito que me mueva a su antojo y me dé todo el placer del mundo.
Sus embates son certeros; sus movimientos, contundentes. Y, cuando el clímax nos llega a los dos y un gemido sale de nuestras bocas, nos miramo s a los ojos con las respiraciones aceleradas y mi vaquero moreno murmura, sabedor de lo mucho que me gusta esa frase:
—Oye, Pelirosa, ¿tú qué miras?

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora