Capítulo 22

226 21 0
                                    

Al día siguiente, tras una mañana en la que Sasuke y yo hemos estado bañándonos en el río, cuando regresamos, vemos a Hideki y lo convenzo para que hablemos con ella.
No es nada fácil: hablar de sexo con un adolescente siempre es motivo de apuro para los mayores. Pero, dispuesta a que la chica se proteja y no cometa tonterías, hablo con ella con total claridad, mientras Sasuke, en ocasiones, no sabe dónde meterse.
Una vez acabada la conversación —en la que no se ha mencionado para nada el nombre de Deidara—, quiero y necesito que tío y sobrina hagan las paces, por lo que digo:
—Daos un abrazo de una santa vez.
Sin pensarlo, Hideki da un paso adelante, y Sasuke, con una sonrisa, la cobija entre sus brazos y murmura:
—Enana, sé que no es fácil hacerse mayor, ni hablar de estas cosas, pero nunca dudes que me tienes aquí para todo lo que necesites, y a Sakura también.
¿Entendido?
La cría asiente, sonríe y, cuando se suelta de él, me abraza y dice:
—Gracias, tía Sakura.
Al oír eso miro a Sasuke. ¿Cómo que «tía Sakura»?
Pero, sin querer decir nada, la abrazo, sonrío y, cuando ella se va, miro a mi vaquero y murmuro:
—Cada vez me siento peor con esta mentira. ¡Acaban de ascenderme a tía! 
Sasuke sonríe, me coge en brazos y, entre risas, entramos en la cocina.
Después de comer, Mikoto se empeña en que las acompañe a ella, a Izumi y a Kohana al lugar donde se va a celebrar la boda. Van a ir a echar el último vistazo. Sólo quedan diez días para la misma, y Mikoto quiere comprobar que está todo a punto.
En un principio, Sasuke se niega, quiere que me quede con él, y sonrío al ver en su mirada que desea que volvamos a la cabaña para repetir.
¡Dios, qué tentación!
Pero, como no me da la gana de estar a su disposición siempre que él quiera, me apunto al plan de las chicas.
Creo que es mejor enfriar el momento.
Finalmente, Sasuke decide marcharse con Obito y Tobirama a una feria de caballos en Lander. Tsunade, Kurenai, Itachi e Izuna están allí vendiendo algunos de los ejemplares, y Obito le ha pedido a Sasuke que vaya con ellos.
Antes de marcharse, Sasuke nos acompaña hasta el coche de Izumi y, cuando me voy a montar, me para, me da un beso en los labios y murmura:
—Pásalo bien.
—Tú también.
—Estaré con los muchachos hasta que regreses, mi niña.
Ay..., ay..., que ya me estoy arrepintiendo de haber aceptado el plan de las chicas. Pero, sonriendo, le devuelvo el beso y respondo:
—Hasta luego, Caramelito.
Él sonríe, cierro la puerta e Izumi  arranca el coche y salimos de Sharingan mientras las mujeres se mofan por nuestros apodos. Somos dos friquis.
Al llegar a Hudson, aparcamos y, antes de entrar en el local, veo que Karin nos está esperando. Nos saluda, nos besa y, como siempre, es un encanto.
Estoy abstraída con su presencia hasta que, al entrar en el lugar donde se va a celebrar la boda, se me cae el alma a los pies.
Pero ¿qué es esto?
El local parece un viejo comedor social sin gracia, presencia ni glamur.
Nada es bonito. Nada es ni siquiera vistoso. El sitio es deprimente y, aunque tiene unos grandes ventanales, es todo tan arcaico que, por mucho que hagan, aquí poco se puede lucir.
Izumi, Karin y Mikoto parecen emocionadas, mientras yo miro a mi alrededor en busca de esa emoción que no encuentro. Pero, por favor, si hasta en el techo hay desconchones y manchas de humedad. Sin embargo, como no quiero parecer una idiota relamida, no digo nada, pero entonces miro a Kohana y sé que piensa lo mismo que yo. Se lo veo en la cara y, tras acercarme a ella, pregunto con disimulo:
—¿En serio que la boda va a celebrarse aquí?
—Sí —dice, y al ver mi expresión cuchichea—: Es un local que la iglesia cede a todo aquel del pueblo que necesite organizar un bautizo, una comunión, una boda o un funeral.
—Vaya tela —murmuro al saber eso último.
—Sí, ya ves, es viejo y deprimente, aunque reconozco que está limpio. —A continuación, levanta la vista al techo y añade—: Pero algún día esto se vendrá abajo. Sólo es cuestión de tiempo.
Sin duda tiene razón.
—¿Celebraste aquí tu boda con Izuna?
—No —dice ella sonriendo—. La nuestra fue en el jardín de la casa de mis padres. Y te aseguro que, si no la hubieran vendido y regresado a Nueva York, habría propuesto celebrar la boda de Izumi y Itachi allí.
Asiento. No lo dudo.
Luego miro al techo y veo una preciosa lámpara de araña que sin duda ha visto tiempos mejores y, debajo de ella, un cubo para recoger el agua que cae de una gotera.
—Esto es deprimente —murmuro.
Inconscientemente pienso en Temari: si meto aquí a la Cuqui para celebrar aunque sea la caída de una uña del pie, ¡se me desmaya! No quiero ni imaginarme si la meto para una boda.
Estoy sonriendo al pensar en ello cuando Karin se acerca a mí y, al ver que Kohana se aleja, cuchichea:
—La otra noche intenté hablar con Sasuke, pero fue imposible. Tenía prisa por regresar contigo.
Me gusta que me diga eso. Me agrada muchísimo y, sin pensar, contesto:
—Ahora mismo está en una feria de venta de caballos en Lander con sus hermanos. Quizá, si no me ve a mí cerca, esté más receptivo contigo...
Según digo eso, maldigo. Pero ¿qué hago? ¿Por qué soy tan idiota?
Karin asiente, creo que sabe dónde está y, tras un significativo silencio, añade:
—Sigo sin entender por qué haces esto.
Toma, ¡pero si no lo sé ni yo!
Y, tras asumir que no sólo me faltan tornillos en la cabeza, respondo:
—Simplemente quiero que sea feliz.
Ella asiente, regresa junto a su prima y, minutos después, excusándose, desaparece del local mientras mi corazón se resquebraja al saber hacia dónde se dirige.
Estoy abstraída en mi propia tontería cuando Kohana se acerca de nuevo a mí.
—Es una pena que Tsunade no permita que la boda se celebre en el rancho — comenta—. Con todo el terreno que hay, podría hacerse una ceremonia muy bonita en la parte de atrás de la casa.
Oír eso me hace regresar a la realidad y me da rabia. ¡Joder con la abuela!
Pero, vamos a ver, ¿las abuelas no suelen desvivirse por ver felices a sus nietos?
Bueno, vale, hay clases y clases de abuelas, y desde luego ésta es de la clase cabrona, a la que le gusta dar la nota y hacerse notar con sus imposiciones.
Una señora entra entonces en el local y Kohana me dice que es la mujer del pastor. Mikoto me presenta como la novia de Sasuke, y la mujer, guiñándome el ojo, me dice que cuando quiera el local también estará listo para mi boda.
Las tripas se me contraen. Sólo de pensarlo, me pongo, no mala, ¡enferma!
Mientras oigo hablar a las mujeres, veo la pila de manteles blancos y relucientes que hay a un lado.
—Esto aún tenéis que decorarlo para la boda, ¿no? —pregunto.
Ellas me miran como si les hubiera preguntado el resultado de una raíz cuadrada o vete tú a saber qué.
—Ya está decorado —responde Mikoto—. Sólo hay que poner los manteles y la cubertería, ¿no lo ves?
Ahora sí que se me caen el alma y el corazón a los pies. ¿Realmente me está diciendo que los manteles blancos que veo junto a los platos y los vasos del año de la tana son la decoración para la boda?
Izumi, que está feliz, me coge de la mano y, mientras caminamos por entre las impersonales mesas con distintas sillas —a cuál más cutre y fea—, me explica dónde se situará el grupo de country para celebrar el baile.
De pronto, las puertas del local se abren y entran Kurenai y la abuela. ¡Las que faltaban!
El gesto de Tsunade es oscuro. Viene enfadada. ¡Menudo careto de mala leche que trae!
—Uf... —murmura Mikoto—, la venta de caballos debe de haber ido mal. Sólo hay que ver el gesto de Tsunade.
Se acercan a nosotras y, mirándome, la abuela sisea:
—Ya hablaré contigo después.
Todas me miran. Pero ¿qué habré hecho yo ahora?
Y, sin importarle las miraditas de las demás, ni mi cara de no saber de qué habla, la implacable mujer espeta mirando a Mikoto:
—Se nos han caído seis ventas y el idiota de Danzo se las ha llevado.
Mikoto menea la cabeza, mientras que Kurenai no dice nada, y la abuela prosigue:
—Por cierto, Walker, el párroco, me ha dicho que no hay hora para dejar el local. Por lo que, si los jóvenes quieren estar toda la noche bailando, pueden quedarse.
Al oír eso, Izumi aplaude. Qué linda es, y qué contenta está por celebrar su boda, aunque sea en este desastroso lugar.
Estoy mirándola cuando Kurenai se mofa:
—Mira la Rolliza, qué contenta se pone.
Estoy de Vaca Sentada y sus envenenados comentarios ¡hasta el gorro!
Ostras, ¿cómo puede ser tan desagradable?
Miro a Izumi a la espera de que se queje, pero ella ni se inmuta. Hace que no la ha oído, cuando lo cierto es que la hemos oído todas. Pero, vamos a ver, ¿esa muchacha tiene horchata en las venas? Porque a mí me dice algo así y, sin lugar a dudas, sale a propulsión por la ventana.
En ese instante, en el local entran varias mujeres que saludan con afabilidad a las demás mientras a mí me miran con curiosidad.
—Ella es Sakura, la novia de mi hijo Sasuke —explica Mikoto orgullosa cogiéndome del brazo, y yo sonrío. Es lo mínimo que puedo hacer.
Tras saludarlas a todas, que me abrazan encantadas y me dan la bienvenida a Hudson, me percato de que, entre todas ellas, hay una que me suena. ¿De qué la conozco? Durante un buen rato, la miro con disimulo intentando saber dónde habré visto yo a esa mujer, hasta que, acercándome a Kohana, le pregunto:
—¿Dónde he podido ver antes a esa mujer?
Ella la mira y, sonriendo, responde:
—Es la madre de Deidara
Junior, el chico que le gusta a Hideki. La viste cuando fuimos a recogerla a su casa aquel día.
—Ostras, ¡es verdad! —Entonces, recordando que vi a Kurenai con su marido, murmuro—: Madre mía, lo de Vaca Sentada es muy fuerte.
Al oír mi comentario y ver mi expresión, Kohana pregunta:
—¿Por qué dices eso?
Dudo. No sé si tengo que contarle lo que vi. Pero, necesitada de compartir mi descubrimiento, y más tras saber lo que ella sabe de esa asquerosa, saco el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón vaquero y, tras separarnos un poco de las demás, busco las fotos que les hice aquel día y se las enseño.
—Lo digo por esto. ¿Qué te parece? 
El gesto de Kohana pasa de la incredulidad al alucine total mientras mira las fotos. Una vez vuelvo a guardar el móvil en mi bolsillo, murmura:
—¿Crees que Izuna sabe esto?
—Dudo que lo sepa. Pero, tranquila, lo sabrá.
Kohana resopla. Esa bruja, que ha terminado de matar su matrimonio, no está sólo con su marido.
—Espero que, cuando lo sepa, se le retuerzan las tripas —cuchichea.
La miro. El dolor que percibo en sus palabras es comprensible.
—¿Puedo preguntarte algo muy... muy personal? —digo entonces.
La pobre me mira. Creo que intuye lo que voy a preguntar, y asiente:
—Sí.
Mido mis palabras. Pienso en lo que quiero decir, y acto seguido pregunto:
—¿Por qué, si eras la novia de Sasuke, te casaste con Izuna?
Kohana sacude la cabeza y finalmente responde:
—Sasuke no estaba. Sólo lo veía un par de días cada dos meses. Yo era una cría. Demasiado joven. Me gustaba divertirme con mis amigos y coincidí varias veces con Izuna. En un principio, él tan sólo me protegía porque era la novia de su hermano. Pero un día todo cambió, y comencé a ver en él al hombre que necesitaba. Me enamoré, creo que él, en aquel momento, se enamoró de mí también y, dejándome llevar por mis sentimientos, me olvidé de Sasuke para centrarme y casarme con Izuna. Sé que lo hice mal. Era una niña, pero así ocurrió.
No pregunto más. Creo que sobra seguir haciéndolo. Entonces, intentando cambiar el rumbo de la conversación, digo:
—¿Tienes claro lo de irte del rancho después de la boda de Izumi?
Ella asiente y, tras mirar a Mikoto, susurra:
—Sí. Ya lo tengo todo preparado.
Me duele, pero creo que merezco ser feliz.
—Por supuesto que lo mereces. Eso no lo dudes.
Durante unos minutos, ambas observamos a Vaca Sentada reír con Marie. Al cabo, Kohana pregunta:
—¿Cómo has conseguido esas fotos?
Me encojo de hombros. No quiero hablarle de mi frustrada huida.
—Los vi un día que estaba en Hudson. El caso es que doña decencia no es lo que da a entender, y el día que Tsunade se entere se va a quedar sin palabras.
Kohana asiente y, con un gesto que me hace sonreír, afirma:
—Avísame cuando vayas a decírselo. No quiero perdérmelo, ni tampoco el momento en que se entere el tonto de mi marido.
Una hora después, tras despedirnos de las demás mujeres, que serán las encargadas de servir a los invitados el día de la boda, cuando salimos del local, Tsunade me agarra del brazo y sisea:
—¿Te han dicho alguna vez que eres una mujerzuela?
—Tsunade, por favor, pero ¿a qué viene eso ahora? —protesta Mikoto mientras Kohana e Izumi nos miran sorprendidas.
Ni ellas ni yo entendemos el repentino ataque por parte de la abuela.
Pero, sin cambiar mi gesto, respondo:
—Pues la verdad es que sí, pero mi madre siempre me enseñó que, según quién me lo dijera, debía darle importancia o no. Y, dicho esto, señora, ¿de qué se me acusa?
Es evidente que a la vieja le sorprenden mi respuesta y mi actitud, pero replica:
—Lo que tú y el atontado de mi nieto hacíais esta mañana en...
—Lo que su nieto y yo hagamos —la corto, pues sé a qué se refiere— es algo que nos incumbe a nosotros dos y a nadie más.
—Indecentes —matiza Kurenai—. Os he visto al aire libre, no una, sino dos veces.
Sonrío al oír eso.
—¿Nos has visto? —digo, y ella asiente—. Y, aun así, te has quedado para vernos la segunda vez. Ay..., ay..., qué morbosilla eres, mujer. Pero, mira, si te hubieras quedado un poco más, habrías visto una tercera.
—¡Por el amor de Dios! —murmura ella mirando a Tsunade.
Molesta y enfadada por el numerito, doy un paso hacia Vaca Sentada.
—¿Sabes? Para mí indecencia es otra cosa. Y ¿sabes por qué? Porque en mi caso yo estaba con mi novio, no estaba revolcándome con distintos hombres casados como hacen otras ¡indecentes!
Bueno..., bueno..., lo que acabo de soltar por esta boquita de piñón.
Kurenai me mira. Acabo de escupirle lo que sé, y veo el desconcierto en sus ojos. Entonces, Tsunade la agarra del brazo y sisea en plan protector:
—Ya quisierais muchas de vosotras tener la integridad y la moralidad de Kurenai. Y justamente ha ido a hablar la que más tiene que callar.
—¿Sabe, señora?, como diría mi amiga Isa, para ser puta y estar en chancletas, mejor me quedo quieta.
—Por el amor de Dios, ¡qué vulgaridad! —sisea Tsunade.
Y, sin más, dan media vuelta y se van, mientras yo me río por lo que acabo de decir. Pero ¿por qué habré dicho eso?
La pobre Mikoto se apoya en la pared, y en su gesto veo el dolor que siente. La mujer comienza a llorar y, cuando la calmamos, consigo que vayamos hasta una cafetería cercana, donde nos sentamos a charlar.
Compungida, con el pañuelo en la mano, Mikoto se queja de su suegra, y pregunta una y otra vez:
—¿Por qué os tiene que tratar tan mal? ¿Por qué?
Kohana y Izumi intentan calmarla.
Tienen más paciencia que un santo. Pero yo, que precisamente paciencia no es que tenga mucha, respondo:
—Pues porque nadie le ha parado los pies y pocos le han plantado cara como hizo Sasuke y como ahora he hecho yo. —Ninguna dice nada—. Tú, Kohana y Izumi sois excesivamente permisivas con ella. No os tiene ningún respeto, y se atreve a deciros todo lo que se le pasa por la cabeza. Además, con vuestra actitud, se lo toleráis también a Kurenai; pero ¿no os dais cuenta?
—Tienes razón —afirma Kohana.
—Mucha razón —añade Izumi con la cara roja.
Al oír eso, Mikoto deja escapar un sollozo. Verla así me parte el alma y, cuando conseguimos que deje de llorar, me mira y pregunta:
—¿Qué quieres que hagamos, hija? No podemos obviar que vivimos en el rancho de Tsunade.
La miro. Sabe muy bien lo que voy a responder.
—Esa mujer merece un escarmiento —señalo—. Merece ver cómo todos os marcháis de su lado y que no la necesitáis para vivir.
Kohana me mira. Sabe que lo ocurrido le da pie a hablar con ella y, cuando yo asiento en su dirección, murmura:
—Mikoto, sé que quizá no es el momento, pero tengo que hablar contigo de algo.
—Se trata de Izuna, ¿verdad? —dice Mikoto. Kohana asiente, y ella murmura —: Llevo preparándome mucho tiempo para esta conversación. Dime, hija.
Izumi, que sabe lo mismo que yo, desde mucho antes incluso, se lleva la mano a la boca. Finalmente, Kohana dice:
—Sabes que te quiero con todo mi corazón porque, desde que me casé con tu hijo, siempre has estado a mi lado.
Pero, una vez pase la boda de Itachi y Izumi, he decidido regresar a Nueva York y... y comenzar los trámites para divorciarme de Izuna.
Mikoto asiente. En sus ojos veo que intuía que tarde o temprano podía pasar y, con una tristeza que me encoge el corazón, afirma:
—Y harás bien, cariño mío. Te echaré mucho de menos porque siempre has sido mi gran apoyo en Sharingan, pero precisamente porque te quiero y veo lo infeliz que eres con mi hijo, has de marcharte y ser feliz. Eso sí, sólo te pido que no te olvides de mí porque, para mí, aunque estés lejos, seguirás siendo mi hija.
Me emociono. Lloro como lo hace Izumi y, con cada palabra que dice Mikoto, soy más consciente de lo buena persona que es.
Durante un rato, Kohana y Mikoto hablan, se desahogan, y tanto Izumi como yo las escuchamos, hasta que ambas rompen a llorar y, como podemos, las consolamos.
Abrazada a Mikoto, de pronto soy consciente de cómo le tiemblan las manos. Ese extraño temblor llama mi atención y, al ver que ella las esconde, sugiero:
—Chicas, ¿por qué no vais a por el coche? Mikoto y yo os esperamos aquí.
Una vez desaparecen, miro a la madre de mi supuesto novio y pregunto:
—¿Qué te ocurre?
Ella me mira, sabe muy bien que no me refiero a las lágrimas que aún le corren por las mejillas.
—Nada —responde.
—Mikoto..., no me engañes porque, esta vez, ni el asa de la bolsa se ha roto, ni las llaves se te han caído al suelo y no me has pinchado con alfileres. Esta vez no me engañas con respecto a esos temblores. ¿Qué pasa?
La mujer cierra los ojos. Su gesto me hace ver que se siente descubierta, y murmura:
—Me han diagnosticado principio de párkinson...
—Mikoto...
—Pero nadie sabe nada, a excepción de Mebuki, Kohana y ahora tú, y te pediría que siguiera siendo así.
La miro boquiabierta. ¿Acaso cree que puede ocultar esa enfermedad? Y, como si me leyera la mente, dice:
—No quiero estropearles la boda a Itachi y a Izumi y, por supuesto, no quiero preocupar antes de tiempo a mis hijos.
—Pero, Mikoto..., no puedes...
—Se lo diré. Claro que se lo diré.
Pero cuando pase la boda. Guárdame el secreto, por favor, y apoya a Kohana en todo lo que necesite. Sé que ella ha dudado sobre marcharse o no tras saber de mi enfermedad, pero es joven y ha de rehacer su vida.
Me apena. Saber eso me apena hasta en lo más hondo de mi ser.
—De acuerdo —asiento—. Prometo apoyar a Kohana en todo lo que pueda, como te voy a apoyar a ti. Pero, una vez pase la boda, debes decírselo a tus hijos, ¿entendido?
—Te lo prometo —asiente ella secándose las lágrimas.
La abrazo. Mikoto es una mujer entrañable que, desde el momento en que aparecí en su vida, no ha parado de darme cariño.
—Sabes que me tienes aquí para todo lo que necesites, ¿verdad?
Asiente. Luego veo que sonríe y afirma:
—Lo sé, hija. Mi Sasuke no pudo hacer mejor elección contigo.
No..., no..., no...
Escucharla y ver su cariño me machaca el alma. Vuelvo a sentirme como una Perracienta y, separándola de mí, indico:
—Escucha, Mikoto, y esto te lo digo muy en serio: aunque yo mañana rompiera con tu hijo, quiero que sepas que me seguirás teniendo todo el tiempo que tú quieras y para todo lo que necesites, ¿entendido?
—Y ¿por qué tenéis que romper, con lo bien que estáis juntos? —Acto seguido, mirándome a los ojos, cuchichea—: Karin ya es algo pasado para él.
Oír ese nombre y saber que Mikoto nos ha estado observando me recuerda adónde he mandado yo precisamente a aquélla, y digo:
—Apenas la conozco, pero me parece una buena chica. ¿Qué opinas de ella, Mikoto?
La mujer sacude la cabeza. Sin lugar a dudas, la conoce mejor que yo.
—Voy a ser sincera contigo, hija — responde—. Karin es una chica excepcional. Es trabajadora, solícita, educada, cariñosa, y me consta que muy buena cocinera. No puedo decir nada malo de ella porque, siempre que me ve, a pesar de lo que sucedió con Sasuke, me recibe con una bonita sonrisa. Y, aunque sé que ella cuidaría muy bien a mi chico, creo que tú lo harás mejor.
Ay, Mikoto. No me digas eso... ¿O sí?
—¿De verdad que no te gustaría que retomaran su relación? —pregunto entonces.
Ella me mira. Clava sus oscuros ojazos en mí y protesta:
—Pues no. Porque a mí me gustas tú.
—Eso me hace sonreír—. El Caramelito es un chico listo y no te dejará escapar.
Te lo digo yo, que soy su madre y lo conozco muy bien. Nunca lo he visto tan cariñoso y entregado con nadie.
Asiento. Vuelvo a sonreír y no digo más. ¿Para qué?

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora