Capítulo 16

247 26 3
                                    

Pasan tres días durante los cuales nuestra mentira parece ir viento en popa y, de pronto, me veo saludando cordialmente a los vaqueros con los que me cruzo en mi camino por el rancho.
Reconozco que son encantadores conmigo.
Todos siguen creyendo que soy la novia de Sasuke, y yo, feliz, dejo que lo crean, a pesar de que siento hachas de guerra clavadas en mi espalda cada vez que me cruzo con Pocahontas y Vaca Sentada. Sin duda, no les hace ni pizca de gracia que yo esté allí.
Voy a Hudson para hablar por teléfono con Sasori y mi chiquitina.
Todo va bien. Escuchar su vocecita me levanta el ánimo, y cuento los días para volver a encontrarme con ella.
También hablo con mis amigas.
Azumi, en París, se lo está pasando de vicio con su francés, y Ino, Temari y Hinata se divierten en Puerto Rico, rodeadas por su más que numerosa familia y bebiendo los famosos chichaítos.
Conozco a Izumi, la novia de Itachi y, como imaginaba, es un encanto de muchacha.
Es castaña, ojos negros y tremendamente tímida. Por todo se pone roja, y es de las que no abren la boca por no molestar. Vamos, del todo diferente de mí, que no puedo quedarme calladita.
Esa mañana, cuando me despierto, como siempre Sasuke no está.
Madrugar es algo propio del rancho y de mi madre y, aunque lo intento, yo no soy de levantarme en cuanto abren los ojos las gallinas.
Me levanto, me doy una ducha, me pongo una minifalda vaquera con unas bailarinas celestes monísimas que me regaló Ino y salgo de la cabaña.
Cierro la puerta y observo a los hermosos caballos que tanto llaman mi atención. Son increíbles, ¡preciosos!
Una vez me lleno de su positividad, miro a mi alrededor y veo que todo el mundo está ocupado. Hay quien lava a los caballos, quien los pasea, quien les da de comer, quien los cepilla y, al fondo, hay otros hombres trabajando en la construcción del granero. Los estoy mirando cuando veo salir a Kurenai del establo junto a Izuna. Los observo y veo que, sonriendo, desaparecen de mi campo de visión.
Con ojo avizor, busco a mi vaquero, pero no lo encuentro. Dudo qué hacer.
No quiero moverme por no molestar, pero me aburro como una ostra. Estar allí de brazos cruzados no va conmigo y, mirando mi móvil, decido caminar hacia el lugar donde me indicó Sasuke para ver si pillo cobertura y al menos puedo hablar con alguna de mis amigas.
Encantada por el bonito y soleado día que hace, camino, camino y camino, y pronto me doy cuenta de que las bailarinas que llevo no son el mejor calzado para andar por allí. No obstante, sigo, no doy media vuelta, aunque me estoy destrozando las plantas de los pies.
Voy protestando mientras levanto mi móvil al cielo a la espera de que capte señal.
—Vamos..., vamos..., señal..., sé que estás por aquí, ¡manifiéstate!
Pero nada, la única que está pillando algo soy yo, y es una gran insolación.
No sé cuánto tiempo estoy así, hasta que de pronto oigo:
—No te muevas.
Al volverme me encuentro a Kohana, la ex de Sasuke, que está apuntándome con un rifle. Su gesto es serio, vengativo.
—¿Qué... qué haces? —murmuro acojonada.
—He dicho que no te muevas.
Pero me asusto. Joder, ¡que me está apuntando con un arma!
—Pero... pero ¿qué haces?... — insisto mientras se me cae el móvil al suelo.
—Quietecita o lo vas a lamentar. 
¡Ay, Dios mío, que me va a disparar!
Debe de estar celosa o resentida porque estoy allí con su exnovio. Y...
¡que me mata!
Ay, Diosito, ¡que voy a dejar huérfana a mi niña! ¡Que ésta me manda a criar malvas!
Pero, antes de que pueda decir nada más, ella aprieta el gatillo, suena un ruido seco y noto que la vida se me va poco a poco.
Aterrada, espantada y atemorizada, veo que Kohana baja el arma, me mira y se acerca a mí.
Ay, Dios, ¡que me remata!
Me siento aturdida. Me desvanezco. 
Me estoy mareando.
Por Dios, ¡debo de estar desangrándome y no puedo ni mirar por dónde!
Pero, cuando estoy a punto de caer al suelo, ella me agarra del brazo, tira de mí y, haciendo que la mire, pregunta:
—¿Qué haces aquí?
¿Aquí?... ¿Dónde?... ¿Dónde estoy?... Ay, madre, ¡que estoy desvariando!
No contesto. Ya no sé ni hablar.
Pero de pronto dice enseñándome una serpiente que levanta del suelo conla punta del rifle:
—Si no llego a aparecer, esta cascabel te habría pegado un buen mordisco. Si nadie te lo ha advertido, te lo digo yo: por aquí hay muchas como ésta y debes tener cuidado. ¿Qué haces caminando sin botas por este sitio? ¿Acaso no sabes los peligros que corres?
Ver la bicharraca muerta sobre el rifle me hace regresar a la realidad.
Madre mía..., madre mía, ¡que sigo viva, y qué pedazo de serpiente!
Instantáneamente me examino el cuerpo en busca de la sangre. Lo toco.
Me toco. Pero nada, ¡ni sangre, ni balazo! Y, mirando a la mujer rubia, voy a hablar cuando ella me suelta y pregunta:
—¿Creías que te había disparado a ti?
Como una autómata, asiento.
—Lo que me faltaba por oír —sisea ella entonces—. Anda, regresa al rancho, no te alejes de él y ponte calzado en condiciones para andar por estas tierras.
Una vez se va, creo que no sé ni cómo me llamo de lo nerviosa que estoy.
Pensaba que iba a matarme. Creía que me había disparado cuando lo único que ha hecho ha sido evitar que la bicharraca que ahora yace muerta a mis pies me mordiera.
Me toco el pecho. ¡Se me va a salir el corazón!
Miro a mi alrededor y me acobardo. 
Si hay una bicharraca de ésas aquí, ¡seguro que habrá más! Así pues, me agacho, cojo mi móvil y salgo pitando en dirección al rancho.
¡A la mierda la cobertura!
Cuando se acerca la hora de la comida y, más tranquila tras lo ocurrido, entro en la cocina y me encuentro a Mikoto hablando con Izumi y con otra mujer.
—Mebuki —dice Mikoto—, aquí tienes a la novia de mi Sasuke. Sakura, ella es mi mejor amiga, Mebuki.
Con una sonrisa me acerco a ella, que tiene cara de buena gente y, cuando voy a hablar, la grandota mujer me abraza.
—¡Qué alegría conocerte, Sakura! ¡Qué alegría!
A partir de ese instante se desata el torbellino Mebuki. La mujer es un huracán de vida y de alegría, ¡me encanta! Y más cuando, al referirse a Tsunade, la llama ¡vieja gruñona! Ver la cara de Mikoto regañándola y de Izumi riendo por lo bajini mientras Mebuki gesticula me hace reír.
Encantada, me siento con ellas a la mesa para observar cómo cocinan, mientras la amiga de Mikoto me habla de sus famosas croquetas de carne. Luego saca varias de la sartén, pone dos en un platito y nos dice a Izumi y a mí:
—Éstas son especiales para vosotras. Pero dadles unos minutitos para que se enfríen u os quemaréis.
Sonrío feliz. Mebuki me cae bien y, cuando pruebo aquella delicia, murmuro:
—Mmmm..., pero qué ricas, Mebuki.
—Buenísimas —afirma Izumi.
La mujer sonríe encantada.
—Otra más que cae rendida ante mis croquetas —comenta dirigiéndose a Mikoto.
Me quedo con ellas en la cocina durante al menos una hora, hasta que Mebuki se quita el mandil y se marcha a su casa. Antes, sin embargo, me da dos besos y promete que volveremos a vernos.
Es la hora de la comida y los Uchiha comienzan a llegar a la casa.
La abuela me mira con desagrado mientras pongo la mesa con Izumi. Vaya tela..., lo mal que le he caído a esta mujer.
Cuando entra Sasuke, sonrío. Él se quita el sombrero, se acerca a mí y, al ver cómo nos mira su abuela, me da un beso en los labios y pregunta:
—¿Qué tal, mi niña?
Aisss, ¡que me ha llamado mi niña!
Que me muero..., que me muero, pero me muero de gustazo.
—Bien..., bien... —respondo como puedo.
Mi cara de alucine debe de ser tal que Sasuke clava los ojos en mí e insiste:
—¿Te ha ocurrido algo?
Lo miro. Estoy por contarle que creí que la palmaba esa mañana a manos de Kohana cuando veo que ésta entra en el salón con dos jarras de agua fresca que pone sobre la mesa.
—¡Tú! —oigo que dice la abuela—. Dame una de las jarras.
Sin inmutarse por su tono, Kohana se acerca a Tsunade, deja una de las jarras delante de ella y, sin mirarla, se da la vuelta y se encamina a la cocina. Me  indigno; pero ¿cómo puede tratarla así?
Sin perder tiempo, miro a Sasuke, que, como el resto, ha sido testigo de la situación.
—Ahora vuelvo —digo—. Voy a ayudar a tu madre.
Acelerando el paso llego hasta Kohana y la agarro del brazo antes de que entre en la cocina.
—Antes no te lo he dicho, pero te agradezco lo que has hecho por mí —le digo.
Su gesto no cambia.
—Has tenido suerte de que estuviera cazando. De lo contrario, te aseguro que ahora mismo estarías pasándolo muy mal por el mordisco de esa cascabel.
Ten más cuidado en adelante.
Asiento. Parezco medio lela.
Cuando al fin nos sentamos todos a comer, como si de una reina se tratara, Kurenai entra en el salón. Esa listilla viene a comer a mesa puesta.
Más tarde, me quedo ojiplática cuando se dirigen a la buena de Izumi llamándola Rolliza.
Pero bueno, ¿cómo puede consentirlo?
Espero que ésta diga algo, pero nada. No lo dice, como tampoco veo que diga nada Itachi.
Siempre que alguna de aquellas dos se dirige a la pobre Izumi, la llama así, y me doy cuenta de que a la joven no le agrada ese apodo. Cada vez que se lo dicen, agacha la cabeza, y estoy por saltar yo por ella, pero al final decido callarme: si ella lo consiente, sus razones tendrá.
Tras pasar la tarde con Mikoto, pues Sasuke se marcha con sus hermanos para arreglar unas cercas, cuando me dirijo hacia la cabaña donde duermo me encuentro con Hideki. Está sentada bajo un árbol, escuchando música con unos auriculares puestos.
Me acerco a ella y, tras acomodarme a su lado, le pregunto quitándole un auricular:
—¿Qué escuchas?
—Meghan Trainor; ¿la conoces?
A partir de ese instante comenzamos a hablar de música y la chica se queda sorprendida al ver que conozco muchos de los grupos que a ella le gustan y sé de lo que habla. Me hace cientos de preguntas sobre Ino y yo le contesto encantada mientras acepto unos caramelos que se saca del bolsillo.
Sentir que no miento al hablar de eso me da seguridad y, cuando a lo lejos aparecen los Uchiha a caballo y me quedo mirando a Sasuke, Hideki comenta:
—Mis amigas dicen que tengo suerte de tener unos tíos tan guapos.
Asiento. Son todos unos tipos muy atractivos.
—Estoy de acuerdo con tus amigas.
Reímos, y a continuación ella me pregunta:
—¿Cómo supiste que el tío Sasuke era el hombre de tu vida?
Su duda me sorprende y, como puedo, respondo.
—No sé si es el hombre de mi vida, Hideki. Sólo sé que, de momento, estamos juntos y bien.
Ella asiente. Entiende lo que digo, pero insiste:
—Pero ¿cómo sabes que él es el especial para ti?
Miro a Sasuke, que se baja del caballo más allá. Siempre me ha gustado ese hombre. Siempre ha sido especial para mí, aunque él ni siquiera me mirase.
—Pues porque, cuando lo veo, me quedo sin respiración —afirmo—, se me reseca la boca, me pongo nerviosa, me sudan las manos, y sólo tengo ojos para él porque el resto de los hombres han dejado de existir.
—Uauuuuuuuuu.
—Eso digo yo: ¡uauuuu! —me mofo al darme cuenta de lo que he dicho.
—Cuando te besa, ¿sientes que el mundo se detiene?
Sonrío.
—Sí. Pero... ¿por qué me preguntas todo esto?
Hideki sonríe también y, bajando la voz, murmura:
—Hay un chico que me gusta, pero creo que yo a él no.
¡Ay, pobre! Menudo rollo es sufrir mal de amores. Y sé de lo que hablo.
—Cuando lo veo siento las mismas cosas que tú has dicho que sientes por el tío Sasuke —prosigue ella— y, aunque sé que no soy la chica que lo vuelve loco, no puedo dejar de pensar en él.
Bueno..., bueno... Si no supiera a ciencia cierta que ésta no sabe que lo que Sasuke y yo hacemos es el papelón de nuestras vidas, diría que está hablando de mí.
—En fin —replico mirándola—, pues lo cierto es que sólo puedo decirte que te alejes de él, o tarde o temprano sufrirás.
Vamos, que le estoy diciendo a la chica lo que yo misma debería poner en práctica.
—Ya, pero ¿y si con el tiempo cambia de parecer? ¿Y si se da cuenta de pronto de que soy especial y comienza a sentir lo mismo que yo siento por él?
Eso me hace sonreír. Sin lugar a dudas, Hideki es una romántica como yo.
No me apetece meterme en más berenjenales, así que le digo:
—Dale tiempo al tiempo, cielo. Sólo él te dará la respuesta que buscas. Pero hazme caso en una cosa: protege tu corazón todo lo que puedas y no permitas que nadie te lo rompa. El chico que se enamore de ti nunca te lo romperá, pero el que no lo haga te lo destrozará y...
—¿A ti te lo destrozaron?
Pienso en mis desastres sentimentales a lo largo de los años. Por desgracia, he permitido que me lo destrozaran demasiadas veces.
—Sí. Claro que me lo destrozaron —afirmo.
—Y ¿cómo lo superaste?
Su juventud y su inexperiencia me hacen sonreír. Entonces recuerdo aquello que decía mi abuela de «cuánto me gustaría tener tu edad sabiendo lo que sé», y respondo:
—Lo superé queriéndome a mí misma y asegurándome de que la siguiente vez sería más lista. —Hideki sonríe—. Si éste ha de ser el amor de tu vida, lo será, pero no te obsesiones con ello, ¿entendido?
—Vale. —Sonríe y, al ver que Sasuke se acerca a nosotras, cuchichea —: No es porque sea mi tío, pero creo que él nunca te romperá el corazón.
Sonrío a duras penas. Sin duda su tío me lo está consumiendo sin él saberlo, y yo se lo estoy permitiendo, pero no digo  nada.
Sasuke llega hasta nosotras, nos levantamos del suelo y Hideki le da un beso en la mejilla y se va.
—¿De qué hablabais? —pregunta mi vaquero.
—De hombres y de amor.
—Vaya... —se mofa él.
—Y no preguntes —añado guiñándole un ojo—, porque lo hablado entre ella y yo es secreto ¡secretísimo!
Sasuke sonríe y, cogiéndome por la cintura, vamos a dar un paseo por el rancho, mientras mi corazón se consume y mi cabeza me llama tonta una y otra vez.
Esa noche decidimos ir a Hudson a tomar algo con los demás. Como cada vez que salimos del rancho, me presentan a medio pueblo. Sin duda, los hermanos Uchiha son más conocidos que la cerveza. Me lo paso bien escuchando las anécdotas que cuentan entre risas. Menudos deben de haber sido los Uchiha.
En el pueblo, nos encontramos con Karin, la pelirroja. Me saluda y se muestra amable conmigo. Mientras Izumi y Kohana hablan, Karin me da conversación y maldigo, maldigo y maldigo porque sea tan buena gente. La tía es encantadora pero, al ver cómo Sasuke la observa, me llevan los demonios. Sin embargo, no voy a decir nada. No me corresponde a mí hacerlo.
En esta salida, una vez más, me percato de que el romanticismo no es algo que los Uchiha cultiven. Itachi e Izuna son fríos con Izumi y Kohana. ¡Y me quejo yo del Caramelito!... Nunca abrazan a sus chicas, no las besan, no las piropean, y eso me da pena. Creo que la magia jamás debería perderse en una pareja, porque el día en que se pierde, los ojos vuelan a otras personas y, por desgracia, comienzan los líos.
Por su parte, Obito es el más atento  con las mujeres. Me río al ver cómo todas quieren bailar con él, estar a su lado, y él, encantado, las maneja a su antojo.
También me doy cuenta de que los Uchiha son unos ligones. Miran a todas las chicas que pasan por delante de ellos, las piropean y bromean con ellas, olvidándose de las mujeres que tienen al lado.
¡Menudos descarados!
La primera vez que lo hizo Sasuke me reí; la segunda, sonreí; la tercera, me cagué en su moto; la cuarta, en su abuela y, ya que voy por la vigésima vez, creo que cualquier día le voy a dar un pescozón sin importarme quién esté delante.
Más tarde, Tobirama propone ir a un local nuevo de salsa que han abierto en el pueblo. Al principio, varios de los chicos se resisten, es obvio que prefieren el country, pero al final los convencemos. Me paso toda la noche bailando y queda patente que soy la reina de la salsa.
A la mañana siguiente, tras la noche de juerga en Hudson en la que nos acostamos sobre las cuatro de la madrugada, me despierto con ganas de ir al baño. Mira que soy meona.
Me levanto a toda prisa de la cama, visito al señor Roca y, cuando salgo, me fijo en la puerta del dormitorio de Sasuke, que está entreabierta.
De puntillas, llego hasta ella y, tras asomarme, veo a mi vaquero durmiendo.
Observo su torso desnudo, su respiración regular, su pelo revuelto, y suspiro.
¡Qué sexi!
Tras alegrarme la vista durante unos instantes, miro el reloj digital que hay sobre su mesilla. Veo que son las 7.45, suspiro y decido regresar a la cama. Es sábado y, cuando nos acostamos anoche, nos propusimos descansar.
Durante un rato intento dormirme, pero nada. Tengo calor, me quito la camiseta y me quedo en bragas. Ver a Sasuke desnudo, con tan sólo una sábana por encima, ha hecho que me subiera la bilirrubina, y no puedo dejar de pensar en él y en lo que ocurrió la noche que estuvimos en Las Vegas.
Rememorar la noche tan increíble que pasamos me hace sonreír, y estoy encantada pensando en ello cuando de pronto me parece oír la voz de Mikoto saludando a alguien.
Sin dudarlo, me levanto de la cama y, al mirar a través del visillo de la ventana al exterior, me doy cuenta de  que está a pocos pasos de la cabaña, con unas bolsas en la mano.
Resoplo. Quiero dormir, y lo último que me apetece es madrugar e ir al mercado. Estoy quejándome por ello para mis adentros cuando me doy cuenta de la situación. Si entra en la cabaña, ¡no puede verme durmiendo en esa habitación!
Ella cree que su hijo y yo dormimos juntos. Así pues, sin tiempo que perder, salgo a toda mecha de mi cuarto, cruzo el salón y, tras entrar y cerrar la puerta de la habitación de Sasuke, me tiro en plancha sobre él. Al hacerlo, siento que mi rodilla lo golpea en el costado.
—¡Ayyyyyyy!
¡Pobre! Se encoge de dolor, me mira con cara de querer matarme y, cuando va a preguntar, oímos que la puerta de la cabaña se abre y una voz dice:
—Buenos días, ¿estáis despiertos?
Sasuke me mira dolorido y sus ojos van derechos a mis pechos desnudos.
Joder, ¡que voy sin camiseta!
Rápidamente me tapo y, como puedo, murmuro:
—Lo siento..., lo siento... La he visto venir y tenía que meterme en tu cama o nos descubría. ¡No pienses nada raro!
—¿También tenías que destrozarme el bazo? —protesta.
Voy a responder cuando oímos unos golpecitos en la puerta de la habitación.
—Sasuke, Sakura, soy mamá..., ¿estáis despiertos?
De mala gana, él pasa la mano alrededor de mi cuello para acercarme a él y responde:
—Mamá, estamos durmiendo. ¿Qué quieres?
—¿Puedo abrir la puerta? ¿Estáis visibles?
Nos miramos. Visibles, lo que se dice visibles, no estamos. Pero Sasuke afirma mientras me cubro los pechos avergonzada:
—Puedes pasar.
La puerta se abre, y Mikoto nos mira y sonríe.
Durante unos segundos permanecemos todos en silencio.
Imagino que la mujer saca sus propias conclusiones, y yo estoy histérica. Bajo las sábanas, mi piel y la de Sasuke se rozan. Noto el calor de su cuerpo como él debe de notar el mío.
—¿Qué ocurre, mamá? —pregunta entonces.
Ella nos mira. Sin duda, mis pelos de loca y nuestras respiraciones aceleradas por la sorpresa dan a entender otra cosa.
—Voy a ir al mercado y quería saber si Sakura quiere venirse conmigo —dice—. Sé que es un poco pronto, pero...
—Mamá, por el amor de Dios, ¡que no son ni las ocho de la mañana! —la corta Sasuke—. Nos hemos acostado hace apenas cuatro horas y estamos agotados.
Al ver la cara de la mujer, pienso en mi madre. Ella también se levanta cuando el gallo hace quiquiriquí, ya sea  lunes o domingo.
—No te preocupes, Caramelito — digo incorporándome—. Tú sigue durmiendo. Yo me levanto.
Pero Sasuke no me suelta. No permite que me levante de la cama y, mirando a su madre con una media sonrisa, explica:
—Mamá, Sakura está cansada.
La mujer nos observa. Menea la cabeza como solemos hacer las madres cuando algo nos hace gracia de nuestros hijos y, finalmente, murmura:
—De acuerdo.
Sonrío. Sasuke asiente. A continuación, Mikoto nos guiña un ojo y añade:
—Descansad, ¡Caramelitos!
Una vez se marcha, ambos nos miramos y, cuando oímos que la puerta de la cabaña se cierra, nos echamos a reír.
Así estamos durante varios minutos, hasta que cierro los ojos y murmuro:
—Estamos como dos cabras.
—Como no dejen de llamarme Caramelito, no te lo voy a perdonar nunca —se mofa él.
Cuando consigo parar de carcajearme, consciente de cómo estoy pegada a su cuerpo, señalo:
—Creo que engañar a tu madre y a tu familia no es lo más acertado, pero aquí estamos, mintiendo un día más y haciéndoles creer que tú y yo somos algo más que dos tramposos que...
—Mírame.
Su voz hace que acate la orden y, cuando lo hago, mi Caramelito, que no me ha soltado, pregunta mientras pasea la mano por mi espalda desnuda:
—¿Lo pasaste bien anoche?
Asiento al recordar lo bien que lo pasamos en el local de salsa, bailando y bromeando.
—Sí. Fue muy divertido.
Sonreímos de nuevo al rememorar la noche. Bailamos, cantamos y nos divertimos sin separarnos, como una auténtica pareja, a pesar de lo mucho que él estuvo mirando a Karin. Incluso hubo algún que otro mua para hacer más creíble nuestro engaño.
Pero ay..., ay...
Que seguimos mirándonos.
Ay, Diosito..., ¡que me da!
Y, antes de que pueda darme un telele, su boca se encuentra con la mía, y en menos de dos segundos está sobre mí, sujetándome las manos por encima de la cabeza y asolándolo todo a su paso.
Me dejo llevar extasiada. Lo deseo.
Madre mía, cuánto lo deseo. Entonces, su boca abandona la mía y Sasuke me mira, y yo sólo puedo decir:
—Vaquero, ahora no se te ocurra parar.
Y no para, ¡claro que no para!
Está desnudo. Noto su dura erección contra mis muslos y cuando, con maestría, me quita las bragas y éstas vuelan por la habitación, se pone un preservativo que ha sacado de su mesilla y me penetra al tiempo que me mira y me besa.
El placer que siento ante la urgencia es increíble.
Sasuke me gusta...
Sasuke me excita...
Sasuke me vuelve loca...
Y, cada instante que paso con él, me gusta más y más.
Sin hablar, nos entregamos el uno al otro.
Sin hablar, damos y recibimos placer.
Sasuke es sexi, posesivo y caliente en la cama, y yo, que no me quedo atrás, metida en juerga le demuestro mi ferocidad.
Durante más de tres horas, continuamos con nuestro salvaje juego.
Repetimos, ¡vaya si repetimos!, y, cuando acabamos, agotados, felices y tirados sobre la cama, murmuro:
—Cielo, hasta los conejos descansan.
Él se ríe.
—Tú y yo no tenemos remedio — replica.
Totalmente de acuerdo con lo que ha dicho, lo miro y me mofo:
—Si es que soy irresistible. Soy pequeñita pero matona. No puedes negarlo.
Entonces él, divertido, me da un azotito cariñoso en el trasero y, antes de que me dé cuenta, me está haciendo el amor de nuevo mientras yo mentalmente grito: «¡Viva Wyoming!».

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora