Capítulo 13

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Tras un viaje de casi diez horas en el que me las ingenio para parecer la alegría de la huerta y obviar el tema que sé que ambos tenemos en la cabeza, cuando dejamos atrás el pueblo de Hudson y al rato pasamos por debajo de un cartel que dice RANCHO SHARINGAN, aplaudo.
La verdad, no sé si aplaudo porque llegamos o porque, con un poco de suerte, dentro de unas horas estaré sola en una habitación y podré dejar de sonreír como una mema.
Sasuke detiene el vehículo.
—Ahora ya está muy oscuro, pero mañana ya verás qué lugar tan bonito.
Asiento. Y, sacando mi móvil del bolsillo del pantalón, digo:
—Voy a enviar un mensaje a Ino y a las chicas para decirles que estoy aquí contigo.
Al mirar mi móvil, de pronto veo algo que no me cuadra.
—Oye, ¿por qué no tengo cobertura?
Sasuke menea la cabeza y, tras hacer un gesto incómodo, indica:
—Se me olvidó decirte que en el rancho la vas a encontrar con dificultad.
—No me jorobes.
Él sonríe.
—Es lo que tiene estar rodeados de montañas, y la abuela se niega a que esa modernidad entre en su rancho. Aquí ni siquiera hay teléfono. Sin embargo, en ocasiones he oído decir a alguno de mis hermanos que, moviéndose por allí — señala hacia una arboleda de la derecha —, alguna vez han pillado cobertura.
Pero, vamos, no está asegurada.
—Joder, Sasuke —protesto—. Sasori me llama cada tres días para que hable con Sarada. ¿Cómo voy a hacerlo?
—Tranquila, mujer. En Hudson sí hay cobertura, y ya has visto que el camino es recto, por lo que puedes acercarte cuando quieras o yo mismo te llevaré. Sólo debes decirle a Sasori el horario para que te llame. Así no tendréis problema.
Asiento. Llegar a un sitio en el que no hay cobertura ni teléfono me mata.
¿Cómo pueden vivir así?
Me siento desconectada del mundo..., vamos, como si volviera a vivir en la prehistoria.
De pronto me fijo en unas vallas que hay a ambos lados del coche y, al ver a unos caballos correr, chillo como una posesa:
—¡Ostras, qué bonitos, ¿los has visto?!
Sasuke me mira y sonríe.
—Claro que los he visto. Te recuerdo que éste es mi hogar.
Encantada, miro a mi alrededor; Sasuke arranca el coche de nuevo y veo unas luces que se van agrandando y distingo una casa de dos plantas, junto a otros edificios.
A medida que nos acercamos, veo que en el porche de la casa, atraídas por el ruido del vehículo, comienzan a congregarse varias personas, e,  inconscientemente, me retuerzo las manos.
—Tranquila. Mi familia te va a recibir con calidez. Ya lo verás —dice él.
Asiento y sonrío. Cuando, un par de minutos después, Sasuke por fin para el coche y ambos bajamos, oigo que dice:
—Bienvenida a Sharingan.
Vuelvo a mirar hacia la casa y compruebo que varias de las personas que nos esperaban en el porche caminan ahora hacia nosotros, entre ellas, una jovencita que se acerca corriendo y se tira a los brazos de Sasuke.
—Has venido, tío..., ¡has venido! — grita la chica.
Deduzco entonces que debe de ser Hideki, la que le dejó aquel mensaje en el contestador, y me convenzo de ello cuando pregunta:
—¿Me has traído lo que te pedí?
Él asiente y la muchacha chilla y vuelve a abrazarlo feliz.
Una vez consigue despegar a la chica de sus brazos, Sasuke dice:
—Enana, cada día estás más guapa.
—La jovencita sonríe y él añade a continuación—: Te presento a Sakura. Sakura, ella es mi sobrina Hideki.
La saludo con una gran sonrisa, y ella, tras darme dos besos, nos observa unos instantes y pregunta curiosa:
—¿Eres su novia?
Ambos nos miramos divertidos y, antes de que Sasuke pueda contestar, cuatro gigantes con sombreros vaqueros se abalanzan sobre él y todos comienzan a pelearse como chiquillos. Por suerte, veo que bromean y, cuando terminan de  darse golpes, a cuál más rudo, lo que deduzco que es su forma de saludarse, Sasuke me mira y explica:
—Sakura, ellos son mis hermanos
Izuna, Obito e Itachi —los aludidos se tocan el sombrero a modo de saludo—, y el grandullón es Tobirama, que es como otro hermano.
—Encantado de conocerte, Sakura — dice el último cogiéndome la mano con galantería para besármela.
Sonrío. Qué caballeroso.
Pero, acto seguido, me levanta en el aire y, como si fuera una bala de heno, me lanza hacia los brazos de Itachi, que dice:
—Encantado de conocer a la novia de Sasuke. Verás cuando la vea mamá.
Antes de que pueda aclarar el error, vuelo por los aires y caigo en los brazos de Obito, que afirma:
—Por fin Sasuke trae a una mujer a casa. Encantado de conocerte, Sakura.
Y, nada más decir eso, me lanza a los brazos de Izuna, que, al cogerme, indica:
—Mi hermanito tiene buen gusto para las mujeres.
De nuevo, salgo volando y esta vez aterrizo en los brazos de Sasuke.
—Disculpa a los bestias de mis hermanos —dice mientras me deja en el suelo—, pero están acostumbrados a tratar sólo con yeguas y potrancas, y...
—Sasuke..., Sasuke..., mi amor.
Al mirar hacia la derecha, veo a una mujer morena, algo más mayor que mi madre, que corre hacia nosotros.
—¡¿Sasuke?!—pregunto mirándolo con mofa.
Veo su gesto. ¿Qué le ocurre?
Cuando la mujer llega hasta nosotros y lo abraza, observo que Sasuke sonríe de un modo encantador. Sin duda cuando nuestras madres nos abrazan y nos besuquean, todos sonreímos así.
—Mamá, ya nos tienes aquí —dice él entonces.
—Ay, hijo mío, cuánto te quiero..., cuánto te quiero..., pero qué guapo estás...
—Mamáaaa...
Sin embargo, la mujer no para de besarlo y ensalzarlo, hasta que él le pide divertido:
—Mamá, ya basta...
—No seas arisco, Sasuke —dice ella riendo—. Llevo cuatro meses sin verte.
¿Cómo no quieres que me cobre todos los besos que me debes?
Ay, qué mona... Me encanta lo que le ha dicho.
Entonces, Sasuke me mira.
—Mamá, ella es Sakura —explica, y luego añade mirándola a ella—: Mi madre, Mikoto.
El gesto de la mujer al verme es encantador. Madre mía, qué emocionada está. Y, abrazándome, dice:
—Llevo años esperando conocer a la novia de Sasuke, cielo. Por fin la trae a casa.
¡¿Su novia?!
Eso me hace sonreír. Pobre mujer, qué confundida está, pero la sangre se me licua cuando él me coge por la cintura y afirma:
—Te prometí que te traería a mi novia la siguiente vez que regresara y aquí la tienes, mamá.
¡¿Qué?!
¡¿Cómo?!
¿He oído bien?
¿Soy su novia? ¿Cómo que soy su novia?
Pero bueno, ¿cuándo ha decidido eso y por qué no me lo ha consultado?
Descolocada, sonrío como una tonta y, al ver que la mujer espera que diga algo, consigo murmurar:
—Encantada de estar aquí, Mikoto.
Ella sonríe. Menea la cabeza con picardía como lo habría hecho mi madre y me coge del brazo.
—¡Qué ilusión conocerte, Sakura! — exclama—. ¡Qué ilusión!
Atocinada y alucinada por el impacto que me ha provocado ser de pronto la novia oficial de Sasuke, lo busco con la mirada y me fijo en que su gesto es ahora algo más serio. Veo que una mujer de pelo claro se acerca a nosotros y noto una extraña tensión en el ambiente. Bueno..., bueno..., ¿qué ocurre aquí? Entonces Mikoto, que es todo felicidad, me coge de la mano y dice emocionada:
—Kohana, te presento a Sakura, la novia de Sasuke —y, mirándome, añade —: Kohana es la mujer de mi hijo mayor, Izuna.
Aún en shock porque al parecer soy la novia de Sasuke, sonrío. La tal Kohana y yo nos saludamos con un movimiento de la cabeza. Menuda frialdad.
A partir de ese instante, todos comienzan a hablar y a bromear a mi alrededor, menos la tal Kohana, que noto cómo me observa. Tengo taquicardia, ¡y más cuando oigo una y otra vez la expresión «novia de Sasuke»!
Joder, ¡que soy su novia!
—Vamos..., dejad el equipaje en el coche, luego lo recogéis. Ahora entremos a cenar, es muy tarde y la abuela bajará enseguida —dice Mikoto.
Camino entre todos aquellos gigantones con sombreros vaqueros, mientras Mikoto, agarrada a mi brazo, me pregunta si ha ido bien el viaje y yo asiento encantada. Subimos la escalera del porche y, cuando entramos en la casa, miro alucinada a mi alrededor. Es enorme.
Veo una escalera de madera oscura que sube a la parte alta de la casa, pero nos desviamos por la puerta de la derecha hasta entrar en un salón grande con muebles antiguos.
Estoy alucinada contemplándolo todo cuando Sasuke me agarra por la cintura y dice mirando a su madre:
—Mamá, vamos a lavarnos las manos.
—Así me gusta, Sasuke —afirma ella —. Las buenas formas nunca se han de perder.
A toda velocidad, me lleva hasta un aseo de cortesía y, en cuanto cierra la puerta y voy a hablar, se me adelanta:
—Lo sé. Sé lo que vas a decir.
—¿Lo sabes, maldito liante? ¿Cómo que tu novia? ¡Pero ¿tú eres idiota o qué?!
Sasuke me mira, asume todo lo que digo.
—Lo siento. Pero...
—¿Por qué lo has hecho? Nos hemos tirado varias horas de viaje para llegar hasta aquí. ¿Por qué no me lo has consultado?
Sacude la cabeza. Intenta darme una explicación, y finalmente dice:
—Siempre que vengo, mi madre se preocupa porque esté solo en Los Ángeles, y la última vez que estuve aquí le prometí que, la próxima vez que regresara, le traería a mi novia. Y... y cuando la he visto tan contenta, yo...
—Joder, Sasuke..., joder — protesto.
—Por eso le estaba dando largas a Itachi con respecto a lo de venir a su boda, pero luego, el día que recibí el mensaje de Hideki y tú estabas allí, pensé que...
—Ah, genial..., ¡pensaste! Me alegra saber que lo pensaste. —Y, dándole con mi dedo en el pecho, gruño sin levantar la voz—: Y ¿no podías consultármelo?
—Habrías dicho que no.
—Por supuesto que habría dicho que no. Pero ¿tú estás loco? ¿Cómo pretendes que engañe a tu familia? Apenas te conozco y...
—Me conoces lo suficiente. Créeme que me conoces mucho más que cualquier otra mujer, y tú, precisamente por tu desparpajo y tu manera de ser, sé que le vas a encantar a mi madre.
Lo miro boquiabierta. Estoy por darle un guantazo con toda la mano abierta, pero sin poder evitarlo murmuro:
—Vamos, que soy la tonta que viene a divertir a tu madre, ¿verdad? —Él no responde, y añado—: En mi casa, mi hermana siempre era la guapa y yo la simpática. Ni te imaginas la rabia que me da lo que acabas de decir.
El agobio se apodera de su expresión y el mío me hace dejar de mirarlo y fijar la vista en la pared.
Tengo que salir de aquí cuanto antes. Me enferma el hecho de que me haya utilizado para su propio beneficio y, en el momento en que voy a decirle que me quiero ir, oímos unos golpes en la puerta y la voz de Itachi, que dice:
—Vamos, parejita, salid del baño, que mamá os espera.
Miro a Sasuke y, al ver cómo me observa, me dispongo a protestar cuando murmura:
—Lo siento. Creo que he vuelto a cruzar la línea, pero en otro sentido, y...
Mi dedo rápidamente va a su boca.
Sin lugar a dudas, los dos estamos metidos en un buen lío.
—Mira —replico—, tu madre me ha parecido una mujer encantadora y, por no hacerle el feo a ella y sólo a ella, me quedaré haciéndole creer que soy tu divina novia hasta el día de la boda pero, una vez pase y regresemos a Los Ángeles, me deberás una muy... muy grande. ¿Entendido?
Sasuke resopla y cierra los ojos.
—Gracias, preciosa... —murmura entonces volviendo a abrirlos—. Gracias. Te...
—¡Ni se te ocurra llamarme preciosa! Tengo nombre.
Al oír eso, sonríe. Es consciente de que yo sé por qué llama preciosas a sus ligues de una noche.
—Te debo una bien grande, Sakura —contesta—. Gracias.
Dispuesta a hacer lo que he dicho, abro el grifo y comienzo a lavarme las manos.
—¡No lo dudes, Sasuke! —replico con sorna.
Sin hablar, nos secamos las manos y luego Sasuke abre la puerta del baño y regresamos al salón, donde Mikoto nos indica dónde debemos sentarnos. Una vez lo hacemos, tengo a Hideki a mi izquierda y a Sasuke a mi derecha.
Todavía conmocionada y sin saber qué decir, miro la gran lámpara rústica de madera que cuelga sobre la mesa. De pronto, las voces se apagan y oigo una voz ronca, que dice:
—Tengo entendido que tenemos visita.
Al mirar a la derecha, me encuentro con una mujer morena de ojos oscuros que se sienta a la cabecera de la mesa. ¡La abuela! Todos guardan silencio, y Mikoto, que sigue feliz, explica:
—Tsunade, Sasuke por fin nos ha traído a su novia. ¿A que es preciosa?
La mujer me mira y yo también a ella. Todos nos observan cuando la anciana dice sin mirar a su nieto:
—Dudo que sea la definitiva. ¿Cómo se llama?
Vaya con la abuela.
Compruebo que es cierto lo que me dijo Sasuke acerca de que la abuela no le habla. Entonces, Obito me mira, se dispone a contestar cuando, con la mirada, lo hago callar y, observándola a ella con el mismo descaro con que ella me observa a mí, respondo:
—Sakura. Mi nombre es Sakura, señora.
La mujer asiente. Noto que me escanea con la mirada y, sin quitarme ojo, dice:
—Que yo sepa, el burro de mi nieto es un mujeriego; ¿aún sigue igual?
¡Joder con la abuela!
Pero, en vez de enfadarme por su nefasto comentario, sonrío y, al ver a Sasuke resoplar, indico dejándome llevar por mi locura:
—Señora, por la cuenta que le trae, el burro de su nieto se portará bien, porque, si yo me entero de que me es infiel, puedo asegurarle que dejará de respirar.
Sasuke me mira. Todos me observan asustados por la barbaridad que acabo de soltar y, dispuesta a dejarles claro que es una broma, murmuro:
—No me mires así, Caramelito, sabes que soy capaz.
—¡¿Caramelito?! —se burla Obito.
Todos se ríen. Se mofan. Todos menos Sasuke, a quien no le ha gustado mi apelativo. Entonces, dispuesta a ganar un Oscar a la mejor actriz, acerco mi nariz a la suya y, tras rozársela, añado:
—Vamos, Caramelito, dame un mua y quita esa cara de perdonavidas.
Él me mira boquiabierto, mientras sus hermanos siguen riendo y bromeando, hasta que él también sonríe y murmura:
—¡¿Caramelito?!
Su gesto me hace gracia y, con familiaridad, apoyo la cabeza en su hombro y observo cómo Kohana nos mira con seriedad.
—¿Tu hijo dormirá en la cabaña? — le pregunta entonces la abuela a Mikoto.
Sasuke maldice y, clavando la mirada en la mujer, responde:
—Sí.
La anciana, como si no lo hubiera oído, repite:
—Mikoto, ¿tu hijo dormirá en la cabaña?
—Sí, Tsunade, sí —afirma la mujer pidiéndonos tranquilidad con la mirada.
—¿Con ésa?
—¡Abuela! —protesta Hideki.
Uis..., uis..., no me ha gustado nada cómo ha sonado ese «ésa» en boca de la anciana.
—Tú cállate —le suelta entonces a la chica clavando los ojos en ella.
El ambiente se enrarece de nuevo.
Desde luego, la abuela tiene un par de narices.
—Por supuesto que mi novia dormirá en la cabaña conmigo —afirma Sasuke a continuación.
¡¿Cómo?!
Pero ¿no dijo que yo tendría mi propia habitación?
Esto va de mal en peor. Primero su novia, ahora dormimos juntos. Por Dios..., por Dios... ¿Qué será lo siguiente?
—Eso es amoral e indecente — gruñe la abuela sacándome de mis pensamientos—. No me gustan las frescas de hoy en día que se acuestan con cualquiera antes del matrimonio. Y, encima, ésta va tatuada —murmura con desagrado mirando mi brazo—. Mientras estés bajo mi techo...
Valeeeeeeeeeee..., tatuada y madre soltera. Aunque mejor que no se entere.
Bien, ¡la cosa va bien con la abuela!
—La cabaña del norte es mía —la corta Sasuke—. O ¿acaso tengo que  recordarte que la construí con la ayuda de mis hermanos para no estar bajo tu techo cuando vengo aquí? Y, en cuanto a lo que es indecente o no, mejor no hablemos, ¿de acuerdo?
Joder..., joder..., ¡qué mal rollito se masca en esta casa!
Un silencio sepulcral se apodera del salón hasta que Mikoto, que debe de estar más que acostumbrada a estos líos, se levanta y dice:
—La cabaña está preparada —y, mirándome, indica—: Hay una cafetera y café en la cocina, por si cuando te levantes te apetece, aunque las comidas las hacemos aquí, en la casa grande.
Asiento; no sé ni qué decir cuando veo a Mikoto salir junto a su nieta y Kohana del salón y todos comienzan a hablar de nuevo con normalidad. Miro a Sasuke. Está en tensión, su gesto me lo indica. Entonces, apoyo una mano en su muslo y consigo que me mire.
—¿Estás bien? —pregunto bajando la voz.
Él asiente y, cuando sonríe, me tranquiliza.
En ese instante veo que Mikoto vuelve con varios platos y que Hideki trae el pan. Rápidamente me levanto dispuesta a ayudarlas, pero la mujer dice:
—No, hija, no. Siéntate. Hideki, Kohana y yo traeremos el resto de los platos que faltan. Estamos acostumbradas a ello.
Alucinada por lo que acabo de oír, la miro y, sin moverme de mi sitio, espero a que dejen las cosas sobre la mesa. Acto seguido, las acompaño de vuelta a la cocina.
—Eres nuestra invitada —protesta la madre de Sasuke—. Ve y siéntate con Sasuke.
—Mikoto, si mi madre se entera de que no te ayudo, ¡me mata! En casa, poner y quitar la mesa es cosa de todos.
La mujer sonríe cuando Hideki sale con dos jarras de agua y Kohana con otra cesta de pan.
Pienso en la abuela y..., bueno, a ella se lo perdono porque ya tiene una edad, pero ¿y los huevones de los hijos?
¿Cómo no ayudan a su madre?
Estoy reflexionando acerca de ello cuando me doy cuenta de que me falta por conocer a la hermana de Sasuke. Él dijo que eran cinco, cuatro chicos y una chica. Pero no quiero ser indiscreta, así que no digo nada al respecto y me limito a coger unas bandejas con carne asada y puré de patata para llevarlas al salón.
—Vamos, Mikoto —digo—, en este viaje lo llevamos todo.
Una vez dejamos los últimos platos sobre la mesa y nos sentamos, atacamos con ganas las bandejas. Allí ni se reza ni nada de lo que he visto que hacen en las películas del Oeste.
Todo está exquisito y, cuando después de la cena Mikoto saca una tarta, la miro como el que mira el mayor de los manjares.
—Dios santo, ¡qué tarta más rica! — exclamo al probarla.
La mujer sonríe encantada. Sirve otro pedacito más en mi plato y afirma:
—Me alegra que te guste. La ha hecho la abuela.
Observo a la mujer, que come en silencio, e intentando ser educada, sonrío y digo:
—Está buenísima, señora.
Ella asiente sin levantar la vista. No sé por qué, pero no le he caído en gracia, y está más que claro que no quiere nada conmigo.
Mikoto, que está frente a mí, me da conversación y, cuando se entera de que soy repostera, promete prepararme otros dulces que ella sabe hacer y yo asiento encantada. Eso me interesa.
Cuando terminamos el postre, la abuela se levanta y, tal como ha venido, se va. No dice nada. Sin duda es una mujer parca en palabras.
Una vez nos despedimos de los que se van a dormir, salimos a por el equipaje junto a Mikoto, Obito e Itachi, y saludo a unos perros que se nos acercan.
Me encantan los animales.
—Itachi, Obito, ayudad a Sasuke y a Sakura con las maletas —les pide Mikoto.
Luego, mirando a Sasuke, señala—: No te preocupes por la abuela. Ya sabes cómo es, hijo.
Observo a Sasuke con curiosidad.
Él le da entonces un beso a su madre y dice:
—Tranquila, mamá. Anda, ve a acostarte.
Una vez Mikoto nos da un beso a los cuatro en plan madraza, Itachi, Obito, Sasuke y yo montamos en el coche y pasamos por lo que considero un establo de madera. Está cerrado, y Itachi me explica que allí guardan algunos de los caballos que tienen para la venta. Luego, más allá, a lo lejos, diviso una pequeña cabaña de madera oscura e imagino que debe de ser nuestro destino.
Mientras Itachi va hablando con Sasuke, Obito, que está sentado detrás conmigo, dice señalando a un perro que nos sigue:
—Ésa es S i a n . —Asiento, y a continuación murmura—: Espero que te guste el rancho, aunque no tenga nada que ver con el glamur y el lujazo de Los Ángeles. Aquí, el trabajo comienza muy pronto y termina muy tarde.
Eso me hace reír. Si él supiera las horas que yo trabajo cuando lo hago...
—Te aseguro que en Los Ángeles no todo es glamur y también se trabaja mucho —contesto—. En cuanto al rancho, estoy segura de que me encantará.
—¿Desde cuándo conoces a Sasuke? —me pregunta entonces.
Bueno..., bueno..., ¿cuestiones personales?
No sé qué decir pero, dispuesta a contar más o menos la verdad, respondo:
—Uf..., pues desde hace más o menos dos años. Él era amigo de una amiga, y así fue como nos conocimos.
Más allá, a lo lejos, veo a Hideki saliendo del establo.
Obito asiente y me mira.
—Eso es mucho tiempo, ¿no crees?
—cuchichea bajando la voz.
Sonrío. No puedo remediarlo.
—Entre tú y yo, al Caramelito le gustaban las mujeres pelirrojas y de grandes curvas —digo, y, señalando mi pecho normalito, me río—, y fíjate tú, que al final resulta que se ha vuelto loco por mí. Eso sí, le costó salir conmigo.
Te aseguro que le di muchas calabazas hasta que accedí.
Mi comentario hace que Obito suelte una carcajada. Itachi y Sasuke, que van delante, se vuelven y este último pregunta:
—¿De qué os reís? Obito lo mira divertido.
—Sin duda, tu novia me cae bien, Caramelito —responde cuando consigue parar de reír.
Yo sonrío y, dándole un codazo, le ordeno que se calle.
Cuando paramos frente a la cabaña de madera oscura, bajamos del vehículo y flipo al entrar. Es la típica cabaña que he visto mil veces en las películas del Oeste. Porche con un balancín para ver las estrellas. Un salón nada más entrar con una cocinita y tres puertas: dos que dan a las habitaciones y otra que debe de ser un baño. Sin dudarlo, y antes de que ninguno abra la boca, me apresuro a decir:
—Sasuke, ¿qué te parece si dejamos mis cosas en otra habitación?
Ya sabes que no me gusta juntar mis cosas con las tuyas. Eres tan desordenado que me sacas de mis casillas.
A Itachi y a Obito les hace gracia mi comentario. Sasuke me mira —está claro que la desordenada soy yo— y afirma:
—Deja tus maletas en la habitación de la derecha. Dormiremos en la mía, que es la de la izquierda.
Sin querer pensar en lo que ha dicho, pues no voy a dormir con él, Obito y yo entramos en el cuarto de la derecha.
Deja mi maleta sobre la cama y, mirando a su alrededor, señala:
—No es gran cosa, pero te aseguro que está limpia.
Sonrío. Esa habitación es mucho más grande que la que compartía con mi hermana cuando vivía con mi madre en nuestro pisito de cuarenta y cinco metros cuadrados.
—Está genial —afirmo.
Obito asiente y, tocando la madera de la pared, comenta:
—Sasuke hizo un buen trabajo cuando la construyó. Es una cabaña íntima y discreta, llena de detalles que la hacen confortable, ya lo verás. —Luego, bajando la voz, cuchichea—: En ocasiones yo mismo la utilizo, pero no se lo digas.
Eso me hace gracia.
—Traes aquí a las chicas, ¿no? — murmuro tocando el colchón.
Él me guiña un ojo y ambos sonreímos.
Estamos charlando cuando Sasuke entra en el cuarto junto a Itachi.
—Obito, estamos cansados —dice —. ¿Qué tal si te marchas ya?
El aludido se toca su sombrero de cowboy y, tras cogerme la mano, me la besa y se despide.
—Buenas noches, Sakura. Mañana prometo enseñarte la granja, si el Caramelito me deja...
Al oír eso, Sasuke le suelta un puñetazo en el hombro.
—Me encantará —digo mientras sus hermanos salen de la cabaña.
Una vez se cierra la puerta, estoy mirando el armario que está tras la cama cuando oigo que él me pregunta con voz ronca:
—¿Por qué me llamas Caramelito?
—Porque me da la gana. Digamos que yo soy tu novia a la fuerza y tú eres mi Caramelito... a la fuerza.
El vaquero me mira y maldice.
—No me digas que ya estás pensando en pisotear la cama —dice entonces.
—No lo dudes.
Ambos soltamos una carcajada.
—Estoy avergonzado —comenta él a continuación—. Te he metido en una encerrona que no te mereces.
Asiento. Tiene razón. Pero, buscando la parte positiva, indico:
—Serán sólo unos días. Podré resistirlo, pero cuando lleguemos a Los Ángeles, ¡prepárate!
Sasuke asiente.
—Lamento que te hayas sentido incómoda por los comentarios de la abuela. Como te dije, nuestra relación no es la mejor y, de verdad, Sakura, si ella te increpa, quiero que le respondas con toda tranquilidad. No voy a ofenderme por ello.
Al oír eso, me dirijo a donde él está, junto a la puerta.
—Tranquilo —le digo—. No pasa nada. Creo que sabré manejarla. —Él sonríe y yo levanto las manos y añado cambiando de tema—: Oye, este lugar es fantástico; ¿de verdad lo hiciste tú?
Él asiente de nuevo y me agarra la mano.
—Ven —dice—. Te voy a enseñar las dos cosas que me enamoran de esta cabaña.
Cogidos de la mano, nos encaminamos hacia una puerta. Al abrirla y encender la luz, veo un fabuloso baño con una bañera con patas de bronce en un lateral.
—Ostras, qué bonita bañera, y el baño es una pasada en pizarra negra. Sasuke sonríe.
—La casa en sí la terminé hace tres años, y el año pasado vi un día esa bañera extragrande, me encapriché de ella y la hice traer desde Los Ángeles.
—Pues es preciosa.
Todavía estoy alucinada cuando vuelve a cogerme de la mano, me lleva hasta la otra puerta que imagino que es su habitación y, al abrirla, veo una cama más grande que la mía.
—Túmbate —me pide señalándola.
Mi cara debe de ser un poema, pues Sasuke sonríe y añade:
—Tranquila. Túmbate, quiero enseñarte algo.
Bueno..., bueno..., bueno. ¿Qué querrá enseñarme?
Mi corazón comienza a acelerarse.
Me tumbo, apoyo la cabeza sobre la almohada y él hace lo mismo a mi lado.
Entonces, un panel de cristal que hay en el techo se desplaza y puedo ver las estrellas en vivo y en directo.
—¡Qué pasada!
—De niño, me encantaba dormir al aire libre con mi padre y mis hermanos.
Siempre me gustó el hecho de poder ver las estrellas antes de dormir y, cuando construí la casa, no lo dudé: me instalé ese panel móvil para poder verlas siempre que quisiera.
Sin palabras. Estoy sin palabras.
Durante unos segundos, permanecemos tumbados boca arriba, hasta que murmuro:
—Es increíble el número de estrellas que se ven desde aquí.
Sasuke no responde. Entonces, al sentir la tensión sexual que seguramente sólo yo siento, para cortar la tontería que me está entrando, me pongo de pie sobre la cama y, cuando él me mira, doy dos saltos como suelo hacer con mi hija en casa y digo con guasa:
—Buen colchón, el tuyo.
Su carcajada no tarda en llegar y, justo cuando estoy mirando de nuevo las estrellas, siento que me coge de las piernas. Lo miro; está de pie sobre la cama y, de pronto, me iza hacia arriba y casi saco la cabeza por la abertura del
techo.
—¿Ves bien las estrellas? — pregunta divertido.
—Veo las estrellas, la luna y todo el firmamento.
Así estoy unos segundos hasta que me baja y, al tumbarnos de nuevo, comento:
—Oye..., le he dicho a tu hermano Obito que nos conocemos desde hace dos años y...
—Tranquila, todo va a salir bien.
—Vale..., pero si me preguntan cosas sobre ti, apenas te conozco y...
—¿Qué necesitas saber de mí?
Lo miro hechizada... Dios..., me encantaría saberlo todo de él.
—¿Edad? —pregunto.
—Treinta y cinco, ¿y tú?
—Veintinueve, y tres días antes de la boda cumplo treinta.
—¡No me digas!...
—Te lo digo.
Espero que añada algo, como que estoy estupenda para mi edad y esas cosas que suelen decirse por amistad o caballerosidad, pero nada, ¡se calla!
Cansada de esperar a que diga cualquier cosa, insisto:
—Si me preguntan cómo comenzamos a salir, ¿qué digo?
—¿Quién te va a preguntar eso?
Sonrío. Qué poco conoce éste a las mujeres.
—La primera, tu madre. Estoy segura de que querrá saber por qué su niño se fijó en mí y cómo me conquistó. 
El vaquero piensa mientras yo lo miro y, al ver que no dice nada, indico:
—Vale. Diré que, tras salir varias veces con amigos en común, un día coincidimos en la playa y me invitaste a cenar y ahí comenzó todo, ¿te parece?
—Perfecto —asiente.
—¿Y nuestro primer beso?
—¿También te va a preguntar eso mi madre? —gruñe.
Yo asiento. No sé si me lo va a preguntar o no, pero es mejor estar prevenidos.
—Fue la noche en que me invitaste a cenar —prosigo—. Cuando me acompañaste a casa... ¡Zas!, simplemente ocurrió.
Sasuke pone los ojos en blanco. No le gusta nada hablar de eso, pero como queremos interpretar un buen papel ante su familia, nos ponemos al día sobre nuestras respectivas vidas.
—¿Qué te ocurre con la mujer de tu hermano Izuna? —le pregunto al cabo.
Sasuke frunce el ceño, va a moverse, pero yo lo agarro del codo y se lo impido.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora