Capítulo 7

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Hoy es el cumpleaños de los mellizos de mi amiga Hinata, y ella y su guapo marido, Naruto, han organizado un fiestorro infantil por la tarde en su casa. Como ya he dicho, yo me encargaba de preparar la tarta, y he hecho una de mis maravillas. Está mal que lo diga yo, pero la tarta que me he currado de bizcocho, chocolate y nata con cobertura de chocolate blanco me ha quedado de muerte, y más cuando posiciono estratégicamente sobre ella los superhéroes que he comprado.
A las doce de la mañana, suena el timbre de mi puerta. Abro y me encuentro con Sasuke.
—Vengo a recoger una tarta, ¿la tienes ya?
Asiento. Lo hago pasar y, cuando entra en el salón, mi Gordincesa se levanta y lo abraza como si lo conociera de toda la vida. Mi niña es tan cariñosa... Al sentir sus manitas alrededor de las piernas, Sasuke se agacha, mi hija le suelta un mua y él le sonríe y pregunta:
—¿Qué ves, cielo?
La niña señala el televisor y responde en su lengua particular:
—Fozen, Anna y la deina Elsa.
Sasuke asiente. Estoy convencida de que no ha entendido lo que ha dicho y, al notar su mirada en busca de ayuda, indico:
—Sarada es una enamorada, como yo, de la película de Disney Frozen. Le gusta mucho la reina  Elsa y su hermana Anna, ¿verdad, cariño? Mi niña asiente y Sasuke sonríe.
Sigo convencida de que lo que he dicho sigue sonándole a chino y, cuando éste le da un beso en la mejilla a la niña, digo en español:
—Corre, cariño, ve y sigue viendo la película.
Sarada obedece, se sienta de nuevo en el sillón burdeos y coge entre sus brazos su peluche de Peppa Pig.
Entonces observo que Sasuke me mira.
—Claro, tú eras española... — señala—. Qué buena idea que le estés enseñando el idioma.
Asiento.
—Desde que nació, su padre y yo quedamos en que él le hablaría en inglés y yo en español. En la guardería también le hablan inglés, pero ella me entiende perfectamente. Los niños son como esponjas, y hay que enseñarles desde pequeñitos.
Él asiente con la cabeza, es evidente que está de acuerdo conmigo. Luego, mirando a su alrededor, comenta:
—Qué bonito apartamento.
Eso me hace gracia. Su apartamento y el mío son iguales, por lo que replico:
—Si sacaras las cosas de las cajas, seguro que el tuyo sería igual de bonito.
Sasuke vuelve a reír. Qué sonrisa tan bonita tiene...
A continuación, suspiro y señalo en dirección a mi cocina abierta:
—¿Qué te parece la tarta?
Al darse la vuelta, parpadea y me mira sorprendido.
—¿Esto lo has hecho tú? —pregunta.
Orgullosa de mi obra, asiento y añado con guasa:
—Vaquero, estás ante una de las mejores reposteras de Los Ángeles. Y, venga, ya que me estoy tirando Izumies, te diré que también cocinera. Es mi trabajo y se me da muy bien.
Fascinado, se acerca a la tarta para admirarla. Me gusta ese detalle por su parte y, tras comentarle más o menos cómo lo he hecho todo, con mucho cuidado la meto en una caja enorme y, cuando él la coge, digo dándole una bolsa:
—Éstos son los superhéroes. Dile a Hinata que no los coloque, ya los pondré yo cuando llegue, ¿de acuerdo?
Cargado con la tarta y la bolsa de los superhéroes, Sasuke asiente.
—¿Quieres que os recoja esta tarde a Sarada y a ti para ir al cumpleaños? —pregunta a continuación.
La oferta es tentadora. Los dos partimos del mismo punto para ir al mismo sitio, pero tras pensarlo niego con la cabeza.
—Gracias, pero iremos en mi coche.
Él no insiste, sino que se limita a dar media vuelta y a salir de mi casa y, antes de cerrar la puerta, le advierto:
—Ten cuidado con la tarta o me las pagarás. 
Sasuke se vuelve, me mira y sonríe.
Acto seguido, cierro la puerta de mi casa y comienzo a recoger la cocina, mientras la ansiedad que yo misma me provoco cada vez que lo veo comienza a aplacarse.
Esa tarde, cuando Sarada se levanta de la siesta, le pongo a mi niña un precioso vestidito azul cielo que Temari le regaló y que la hace parecer un bomboncito esponjoso.
Después, nos metemos en mi coche y conduzco mientras cantamos.
Tras aparcar en la enorme entrada de la casa de mi amiga, mi pequeña y yo caminamos de la mano hacia el jardín trasero, donde están Sai, Ino, Shikamaru, Temari, David, Manuel, Linda, Naruto, Hinata, Azumi, su novio, Minato,la Tata, otras personas que no conozco y los niños. No me sorprendo al ver a Sasuke allí, con un pantalón de vestir y una camisa gris.
Mi chiquitina, que es tremendamente cariñosa, reparte besos a diestro y siniestro y, en cuanto divisa a Sasuke, se le tira a los brazos. Cuando la veo hacer eso, miro a mis amigas y compruebo que todas me observan con una sonrisita. ¡Qué perrotas que son! No obstante, sin hacer caso, prosigo con los saludos y, tan pronto como llego hasta Minato, el suegro de Ino, éste me mira y dice juntando las cejas:
—¿Qué es eso de que no quieres venir a Puerto Rico?
Sonrío. Sin duda Ino ya se ha ido de la lengua con él, y respondo tras darle un beso en la mejilla:
—Tengo planes, Anselmo. Por eso no voy.
El hombre asiente. No sé si me cree, pero desaparezco de su lado antes de que comience con un tercer grado.
Al ver a los niños, Sarada corre hacia ellos. Quiere jugar, y yo, encantada, me siento con mis amigas, aunque antes de que digan nada aclaro:
—Es mi vecino y ha pasado a por la tarta esta mañana. Sarada lo conoce y ya sabéis cómo es de cariñosa. Por tanto, tema zanjado, ¡¿entendido?! Ino sonríe. Sabe lo que me pasa con ese tío, pero no dice nada.
Hablamos del mesecito que vamos a estar sin vernos. Las cuatro se marchan con sus parejas de vacaciones y se quejan porque no las acompañe. Sus protestas me dan igual. He dicho que me quedo y me quedo en Los Ángeles.
Tras oír todo lo que tienen que decir, de pronto Temari comenta:
—¿Sabéis, cuquis? He decidido dar un cambio drástico a mi próxima colección de lencería.
Todas la miramos sorprendidas: si hay alguien a quien no le gustan los cambios drásticos, ésa es Temari.
—Cuando dices «cambio drástico», ¿a qué te refieres? —pregunta Hinata. 
Temari, que está tan mona y guapa como siempre, y más desde que volvió con Shikamaru, se atusa su pelo rubio.
—¿A que, en lugar de utilizar colores suaves y delicados, vas a emplear colores exquisitos y mimosos? —me mofo—. ¿Me equivoco?
Azumi, que es tan malhablada como yo, replica:
—Pero qué porculera eres, jodía.
—¡Serás perra! —respondo yo riendo.
Temari nos mira y, ladeando la cabeza, protesta:
—Aissss, qué ordinarias y malototas que soisssssssss.
Ino sonríe, sacude la cabeza y, cuando va a decir algo, Temari retoma la palabra.
—Pues que sepáis que me superencantaaaaaaaaaa lo que se me ha ocurrido. Y os diré, pequeñas
incrédulas, que con mi próxima colección voy a sacar el demonio perverso y salvaje que hay en mi
interior, en vez de la hadita divina y chispeante que conocéis.
¡Cri, cri...! ¡Cri, cri...!
Todas nos miramos, y hasta me parece oír grillos cuando Ino pregunta:
—Pero ¿tú tienes un demonio perverso y salvaje en tu interior?
La pregunta nos hace reír a todas.
Temari es un alma cándida, y sin inmutarse afirma:
—Por supuesto, cuqui. Y todo se lo debo a ese dulce bichito que sonríe al fondo del jardín y a mis increíbles y maravillosos momentos con él.
Todas miramos hacia el lugar donde señala y, al ver a Shikamaru, su marido, Temari sonríe.
Su relación con él fue de la tempestad a la calma absoluta. Shikamaru pasó de ser alguien despegado de la familia a convertirse en un hombre absolutamente dedicado a su mujer y a sus hijos. Nunca pensé que pudiera ver una transformación semejante en un hombre como él, pero sí, lo reconozco: Shikamaru nos enseñó que, por amor, las personas pueden cambiar si quieren.
—Mi bichito es la cosita más cariñosa y dulce del mundo —insiste Temari—. Voy a crear una colección con cuero negro, seda y satén que se llamará «Mi dulce corazón», y se la voy a dedicar única y exclusivamente a él.
De nuevo, todas la miramos y, en cierto modo, nos emocionamos al verla tan feliz y enamorada.
—A ver, cuquis —insiste—.¿Recordáis que hace cerca de un mes Shikamaru y yo nos fuimos de fin de semana solos para celebrar nuestro aniversario?—Todas asentimos, y Temari añade—: Pues de ahí viene mi inspiración, y...
—Ay, Diosito, mamita linda, qué fatiguita más horrorosa que tengo, por Dios..., por Dios... —interrumpe Sayu, la hija de Hinata, como un vendaval—. Mamita, boruto el Mofeta ha hecho una de las suyas en la cocina, y dice papi que tienes que venir ¡urgentísimamente! 
Enseguida, todas miramos a esa niña a la que adoramos. Hinata nos observa con cara de circunstancias al ver que todas nos levantamos y dice:
—Chicas..., será mejor que os quedéis aquí, enseguida vuelvo.
—Yo te acompaño —insisto al ver que la niña me mira, y luego les pido al resto que se queden.
Según nos dirigimos hacia la cocina, veo que Sarada corre en dirección a Sasuke, que está hablando con Sai.
Llega hasta él y, abriendo los brazos, le pide que la coja. Él sonríe y, tras cogerla entre sus brazos, le da un mordisco en el cuello que la hace reír a carcajadas.
—Bueno..., bueno..., cuánta familiaridad, ¿no? —cuchichea Hinata agarrándome del brazo.
—Y porque no has visto los muas que se pegan —me mofo.
Ambas reímos y luego Hinata añade: —Sasuke es muy niñero. Siempre ha querido mucho a mis hijos.
—¡Qué bien! —exclamo. Pero a continuación, me apresuro a aclarar—: Somos vecinos y tenemos buen rollo. Poco más.
—¿Poco más?
Pongo los ojos en blanco. 
—Sí. Poco más. Mira que eres Celestina.
—Creo que te gusta.
—Y a él le gustan las pelirrojas — digo dándole un tirón a su rojo cabello.
Hinata suelta una carcajada y, cuando se dispone a hablar de nuevo, yo me adelanto:
—Sabes que tengo ojos en la cara, pero ni soy su tipo ni él es el mío, y con una noche de sexo que tuve con él fue más que suficiente.
—Sasuke es un tipo estupendo. Es educado, considerado, algo rudo en ocasiones, pero tranquilo. Aunque no sé por qué nunca da una segunda oportunidad a las mujeres.
—Quizá le rompieron el corazón.
Hinata suspira.
—No lo sé. Nunca he hablado con él al respecto. Sasuke es muy reservado para esos temas, pero creo que, si te conociera más a fondo, le encantarías.
—En la cama, ¡te lo aseguro! — afirmo divertida al recordar nuestra noche juntos—. Pero, fuera de ella, somos polos opuestos y nos mataríamos.
—¿Nunca has oído eso de que los polos opuestos se atraen?
—Tonterías.
Hinata vuelve a sonreír cuando de pronto Naruto, su marido, nos para antes de entrar en la cocina.
—Cariño, tenemos un problemón —  anuncia.
—¿Los niños están bien? —pregunta
Hinata asustada.
—Divina y gloriosamente bien, mamita, pero ha sido Boruto —interviene Sayu—. Ese enano cabezón y mofeta maloliente se ha enrabietado porque Hiwamari lo ha llamado llorica, y el muy perverso la ha liado y mucho..., mucho, ¡muchísimo! ¿Verdad, papi?
Con una candorosa sonrisa, Naruto ordena callar a su hija.
—Pero, vamos a ver —gruñe Hinata —, ¡¿vais a decirme de una santa vez lo que pasa?!
—Cielo —le aconseja Naruto tras intercambiar una mirada conmigo—, respira y no te enfades excesivamente con lo que vas a ver.
Y, sin más, abre la puerta de la cocina y vemos mi tarta desparramada sobre la encimera, a Hiwamari con parte de la misma en la cara y en el cuello y a la pobre Lucía, que es la señora que se ocupa de la cocina, limpiando angustiada.
—¡Ostras! —exclamo.
Hinata se lleva las manos al pecho.
—Pero ¿qué habéis hecho?
—Pues ni más ni menos que cargarse la tarta —afirma Sayu justo en el momento en el que Naruto le pide que se vaya a jugar con los otros niños.
Boruto, que está al lado de su hermana con menos tarta en el cuerpo,sonríe con cara de golfo, y Naruto, que no puede evitarlo, lo imita y responde:
—Como te ha dicho Sayu, se estaban peleando, han entrado en la cocina y, al parecer, Boruto ha cogido la tarta... Lo siento, Sakura... —prosigue mirándome—. Siento que todo tu trabajo haya acabado así.
A mí me entra la risa, pero disimulo.
Nunca había visto una de mis tartas así.
Entonces, Naruto dice mirando a su mujer: —Cielo..., suelta lo que piensas, que no es bueno quedárselo dentro.
—¡Me cago en vuestro padre! — grita ella. Naruto suspira y Hinata sisea acalorada—: ¡Ahora no tenemos tarta especial! ¿Qué hacemos? —Y, mirando a Boruto, señala—: Tú, vas a estar castigado el resto de tu existencia, ¿entendido?
El crío deja de sonreír y, cuando Hiwamari, su melliza, se mueve, no puedo contenerme más y, tras soltar una risotada, exclamo:
—Por Dios..., pero si tiene tarta hasta en las orejas.
Dos segundos después, Naruto, Hinata y yo nos estamos partiendo de risa mientras ayudamos a la pobre Lucía.
Entonces aparece Sasuke en la cocina y, antes de que diga nada, cuchicheo:
—No preguntes..., es lo mejor.
Cuando por fin nos tranquilizamos, Hinata, que vuelve a la realidad, nos mira desesperada y, antes de que hable, me apresuro a decir:
—Tranquila. Lo arreglaré y habrá tarta.
—Pero ¿cómo vas a arreglar esto? —pregunta Naruto sorprendido.
Yo le guiño un ojo y, al tiempo que los hago salir de la cocina, indico:
—Venga..., id a bañar a estos enanos y dejadme a mí.
Cuando ellos se van y me dejan en la cocina con Sasuke, lo miro y le digo:
—¿Me ayudas?
—Claro que sí —asiente él—. Pero yo no tengo ni idea de...
—Necesito que vayas a la tienda que hay al principio de la urbanización.
Tranquilo, está abierta, la he visto al venir... Compra unos paquetes gigantes que hay de KitKat. Necesito dos: uno de chocolate blanco y otro de chocolate negro. También necesitaré M&M, ¿sabes de lo que hablo? —Él asiente de nuevo—. Trae cuatro bolsitas sin cacahuete. Venga, manos a la obra.
Mientras te espero, prepararé lo que he pensado.
Sin tiempo que perder, Sasuke se marcha y yo le pido los ingredientes que se me ocurren a Lucía y los cacharros que necesito. Ella se apresura a buscarlos y los pone delante de mí.
También le pido unos guantes de goma nuevos y, cuando me los da y me los pongo, señalo mirándola:
—Ahora que lo tengo todo, preferiría que me dejaras sola.
La mujer sale de la cocina con una sonrisa. Es un amor, y comienzo a recuperar el bizcocho con chocolate y nata que puedo.
Con maestría, sobre dos platos enormes, empiezo a darle forma a la masa. Fundo el chocolate blanco y negro que Lucía me ha dado, utilizo unas galletas y también preparo una crema.
En ese instante llega Sasuke con lo que le he pedido.
—Abre los KitKat y comienza a separarlos por porciones —le digo.
Él obedece y yo empiezo a untar una de las tartas con la crema de chocolate con leche que he preparado. Una vez la he pintado toda, dispongo los KitKat de chocolate blanco alrededor de la misma y, mirando a Sasuke, digo:
—Te agradecería que fueras a donde están los regalos y quitaras un par de cintas de colores. Las voy a necesitar para sujetar los KitKat y que no se caigan: el chocolate todavía está muy tierno y no se han pegado bien.
Sin hablar, sale de la cocina y, segundos después, entra con dos tiras, una plateada y otra azul. Las cojo y rodeo la tarta de KitKat blanco con la tira azul y, tras hacer un lazo y sentir que está bien sujeto, vierto más chocolate con leche por encima y después dispongo las pastillitas de Kit Kat.
Sin pararme a mirar la tarta, rápidamente y con la ayuda de Sasuke, decoro la otra. En esta ocasión, los M&M que la rodean son de chocolate negro, por lo que, una vez le ponemos el lazo plateado, vierto por encima el chocolate blanco. Cuando terminamos de decorarla con los M&M, Sasuke me mira y murmura:
—Eres toda una artista. Nunca imaginé que pudieras hacer algo así.
Sonrío, lo miro y pienso: «¡Lo que te haría yo a ti!».
Sin embargo, decido quitarme el tema sexual de la cabeza y vuelvo a observar las tartas. El resultado visual es perfecto y, encogiéndome de hombros, afirmo mientras meto un dedo en el chocolate blanco que ha sobrado y me lo chupo:
—Tú también eres un artista. Lo hemos hecho entre los dos, no lo olvides.
Sasuke sonríe. Sin duda lo he sorprendido.
—¿Puedo probar el chocolate? — pregunta entonces.
Asiento.
—¿Blanco o con leche?
—Con leche.
Sin dudarlo, cojo una cucharita y la meto en el chocolate, pero cuando se la tiendo, Sasuke niega con la cabeza. A continuación, me la quita de la mano, la deja sobre la mesa y, tras llevar mis dedos hasta el recipiente del chocolate, los mete y se los lleva a la boca.
—Prefiero probarlo así —dice mirándome.
Joderrrrrrrrrrrrrr, ¡qué momento más erótico!
Madre mía..., madre mía..., que yo creo que un momento así lo he leído en cierto libro de erótica, ¡y me está pasando a mí!
De pronto siento el calor de su boca alrededor de mis dedos, me acelero, el estómago se me descompone y creo que voy a desmayarme.
Su boca...
Su lengua...
Sus labios...
No he olvidado nada de todo eso, y me quedo paralizada mientras tengo los dedos en el interior de su húmeda, sensual y caliente boca y noto su mirada sobre mí.
No me muevo. No puedo. Si lo hago, seguro que termino espanzurrada en medio de la cocina.
Así estamos unos segundos, que a mí se me hacen eternos, hasta que él deja de chuparme los dedos y, cuando los saca de su boca, murmura:
—Delicioso.
Me ahogo...
¡No puedo tragar!
¡Que llamen a una ambulancia y traigan desfibriladores!
Siento cómo el calor sube por todo mi cuerpo con la fuerza de un tsunami y, cuando creo que voy a abalanzarme sobre su boca para probar el chocolate como a mí me gustaría, la puerta se abre y oigo la voz de Hinata, que dice:
—No me lo puedo creer... ¿De verdad has hecho esto en tan poco tiempo?
—Madre mía, Sakura, ¡eres una artistaza! —asiente Naruto agarrándome por la cintura.
Agradecida porque hayan entrado en un momento en el que iba a perder la poca cordura que tengo, sonrío, y más cuando oigo a Sasuke decir:
—Ehhh..., que yo también he colaborado.
Todos reímos por el comentario y, después, cuando recupero la compostura, afirmo:
—Es cierto. Lo hemos hecho entre los dos.
Hinata me abraza, abraza luego a Sasuke y dice:
—Me encanta el buen equipo que hacéis.
Sasuke y yo nos miramos y yo sonrío como una idiota. O eso o me echo a llorar.
Instantes después, Naruto y él salen de la cocina y yo camino hasta el fregadero, donde lleno un vaso de agua. Necesito beber algo.
En ese instante entran en la cocina Azumi, Ino y Temari y, al ver las tartas tan bonitas y distintas de las que suelo hacer habitualmente, me felicitan, y más cuando Hinata les explica lo ocurrido y mi rapidez en resolver el problema con Sasuke.
Ino, que me conoce muy bien, pregunta entonces al verme tan calladita:
—Oye, pero ¿a ti qué te ocurre?
Estoy acalorada, mareada y todo lo terminado en «-ada». Y, sin importarme quién haya delante, murmuro:
—Me... me ha chupado.
Mis amigas me miran. Ninguna entiende lo que digo, hasta que Temari pregunta:
—¿Quién te ha chupado, cuqui?
No respondo. No puedo.
—No me digas que ha sido Sasuke... —susurra entonces Hinata cambiando su expresión.
Asiento. De verdad que parezco imbécil.
—Pero concreta —insiste Azumi —: ¿qué te ha chupado? Porque ya sabes que tengo una mente terriblemente calenturienta y estoy imaginando que te ha chupado el...
—Nooooooo —consigo decir y, enseñándoles la mano que yo misma me miro como si fuera de oro pulido, añado —: Sasuke quería probar el chocolate y ha cogido mis dedos, los ha metido en el chocolate con leche y... y luego me los ha chupado.
—Me superencantaaaaaaaaaaaaaaa —exclama Temari.
—¡¿Eso ha hecho?! —exclama Ino muerta de risa, entendiendo mi estado.
—Uauuuu, ¡qué orgasmazo! —afirma Azumi.
—Como diría mi Naruto, wepaaaaaaaaa —suelta Hinata sonriendo.
Al sentir la mirada de mis cuatro amigas sobre mí, reacciono. Pero ¿qué estoy haciendo? ¿Qué estoy diciendo? Y, decidida a obviar lo que todas piensan y estoy dando a entender, me quito la ñoñería de encima en décimas de segundo y digo:
—Vale, lo reconozco. Ha sido excitante, pero si Greg o cualquier otro de mis ligues hiciera lo que él ha hecho, os aseguro que también me excitaría.
Todas sueltan una risotada, y Ino, para echarme un cable, comienza a decir burradas que las demás siguen. Diez minutos después, tras dejar las tartas en un lugar donde nadie pueda tocarlas, y feliz porque mis amigas no le hayan dado muchas vueltas a por qué el hecho de que Sasuke me haya chupado los dedos me ha alterado tanto, salimos de la cocina y nos unimos a la fiesta.
Tras un rato en el que charlo con David y Manuel, una pareja gay que conocí a través de Hinata, comienzo a hablar con un tipo llamado kakashi, un peliplata monísimo. Al parecer, ha venido acompañando a un amigo de Naruto, y rápidamente conecto con él. Su presencia y cómo me persigue me viene bien. ¡Menos mal!
Cuando toca soplar las velas de las tartas, Sasuke llega hasta mí con Sarada en brazos. Yo estoy junto a kakashi, y Sasuke dice después de mirarlo:
—Ha llegado el momento de probar las tartas.
Asiento y Hinata enciende las velas.
Naruto, emocionado y rodeado por toda su familia, tiene a la pequeña suki en brazos, mientras Sayu separa a boruto y a hiwamari, que ya se están peleando otra vez.
¡Vaya dos!
Una vez mi amiga acaba de prender todas las velas, cantamos el Cumpleaños feliz y, cuando los gemelos las soplan, todos aplaudimos mientras su madre los besuquea orgullosa. Pocos minutos después, oigo que Hinata me dice:
—Sakura, ¿me ayudas a partir la tarta?
Acepto encantada y, separándome de Sasuke, que sigue con mi pequeña entre los brazos, voy hasta donde está mi amiga y, con maestría, la ayudo. Cuando todos comienzan a decir que las tartas están buenísimas, no puedo evitar intercambiar una mirada con Sasuke y sonreír.
Cinco minutos después, mientras estoy hablando con kakashi, Sasuke se acerca de nuevo a mí.
—¿Puedo repetir? —me pregunta.
Uf, madre... Uf, madre, lo que me entra al oír esa simple frase.
—Pero si tú nunca repites — cuchicheo divertida.
Él menea la cabeza, sonríe como el mayor de los bribones y, acercándose un poco más a mí, murmura:
—De tarta, sí.
Vale..., no sé si me está tirando los tejos o soy yo la que lo imagina. Pero, como no quiero comerme la cabeza con eso, pues no soy pelirroja, le parto un trozo de tarta, se lo doy y, como una gran antipática, le doy la espalda y prosigo hablando con kakashi.
La fiesta continúa, los niños abren sus regalos y, cuando terminan, comienzan a jugar con ellos mientras los mayores tomamos algo en el bonito e iluminado jardín. Con disimulo, observo a Sasuke hablar con varias de las amigas de Hinata, y soy consciente de que esa noche lo va a pasar muy bien y voy a tener ruiditos en casa.
Ino me presenta a algunos de los compañeros de Sai. Son todos ellos médicos, y durante un rato charlamos divertidos. Sin embargo, kakashi no se  separa de mi lado, y rápidamente nos enfrascamos en una conversación, mientras observo cómo Sasuke se marcha con una mujer y no vuelvo a verlo más.
Conforme pasan los minutos, me percato de que kakashi quiere algo más de mí. Me invita a cenar esa noche, pero me niego. Le hablo de mi hija, y él sonríe cuando la ve corriendo por el jardín como una loca. Por eso, un rato después, cuando llega la hora de irse y me pide mi teléfono, no lo dudo y se lo doy. Será agradable quedar con él otro día.
Tras despedirme de mis amigas, que se van a Puerto Rico al día siguiente, excepto Azumi, que se marcha a París con su churri, se me saltan las lagrimitas.
¿Qué voy a hacer en Los Ángeles sin ellas y sin Sarada cuando se vaya también?
Soy una sensiblona a pesar de lo dura que intento parecer. Después de hacerles saber que mis lágrimas son de alegría por perderlas de vista unos días, me monto en el coche y me voy. Sin embargo, no me creen. Lo sé.
Cuando llego a casa, mi Gordincesa se ha quedado dormida en el coche. Con cuidado, la cojo y camino con ella hasta el portal. Allí, abro la puerta y después la de mi apartamento y, una vez en su habitación, le quito el vestidito azul con mimo, le pongo un pijama y, tras darle un besito en esos morretes tan bonitos que tiene, enciendo el intercomunicador y salgo del cuarto.
Una vez sola, me dirijo en silencio hacia mi habitación. Me bajo de mis tacones, me quito la ropa y me pongo un cómodo pantalón gris de algodón y una camiseta y después me desmaquillo mientras soy consciente de que no se oye juerga en la casa de al lado. Cuando termino, voy al salón, pongo música, no muy alta, para que Sarada no se despierte, y mi Luismi comienza a sonar.
Hoy estoy romántica. Después, me acerco a la cocina, del frigorífico saco una botella de agua fresquita y salgo a la terraza, donde me siento a admirar las preciosas vistas.
Estoy sumida en mis pensamientos cuando oigo:
—¿Quieres una cerveza?
Al mirar hacia la derecha me encuentro con Sasuke. Ese machoman que me confunde va vestido con un vaquero y desnudo de cintura para arriba.
Sonrío para evitar decir todo lo que mi mente piensa y asiento.
Con agilidad, esta vez es Sasuke quien salta a mi terraza y, sentándose en la silla que hay a mi lado, me entrega la cerveza y pregunta:
—¿Doña Mua está dormida?
Sonrío de nuevo.
—Sí. Se ha quedado frita en el coche. No sé qué tiene el coche, pero es subirla y dormirse.
Durante un buen rato hablamos de nuestros amigos comunes y reímos por lo especiales que son cada uno de ellos, hasta que Sasuke pregunta:
—¿Qué suena?
—Música.
—No —se mofa él, y ambos reímos —. ¿Quién canta?
—Luis Miguel. Adoro su romanticismo y su voz.
Él da un trago a su cerveza y añade:
—No lo escucho, no voy a negarlo.
No digo nada, ¿para qué?
—Te gusta mucho este cantante, ¿verdad? —pregunta a continuación.
Asiento, y él puntualiza—: He oído que lo pones a menudo.
Vayaaaaaaaaa..., ¡él también me oye a mí!
Y, nerviosa porque me está mirando de esa manera que me dan hasta taquicardias, me dispongo a responder cuando suena mi móvil.
—¿Me das un segundo? —le digo a Sasuke.
Él asiente, y yo, haciéndome la interesante, contesto al teléfono y, cuando oigo la voz del tío que he conocido esa misma tarde en casa de Hinata y Naruto, afirmo:
—Sí, sí, kakashi, claro que me acuerdo de ti. Nos hemos despedido hace apenas dos horas. —Ambos reímos y, después de escuchar lo que me dice, respondo—: Oye, hoy me es imposible. Pero ¿te parece bien que cenemos otro día?
 Una vez quedo con él en que nos llamaremos más adelante, cuelgo y, al ver que Sasuke me mira, le pregunto: —¿Te apetece otra cervecita?
Él asiente, y entro en mi casa a por ella mientras me tranquilizo.
Pero ¿por qué me pone tan nerviosa?
Tras sacar un par de cervezas de la nevera, regreso a la terraza y le entrego una.
—¿Era el peliplateado que has conocido esta tarde en el cumpleaños? —pregunta él entonces mirándome fijamente.
Vaya..., vaya..., parece que se ha dado cuenta de que aquél me tiraba los trastos.
—Sí, era él.
El silencio se apodera del momento.
Luego, Sasuke da un trago y comenta:
—Cada día siento más curiosidad por saber qué dice ese proverbio indio que llevas tatuado en el antebrazo. ¿Está escrito en español?
Sonrío y asiento. Recuerdo cuando se fijó en él.
—«Escucha el viento que inspira — respondo—. Escucha el silencio que habla y escucha tu corazón, que sabe.»
—Buen proverbio. Creo que lo he oído en alguna ocasión.
Me encojo de hombros. Dudo que así sea.
—Para mí es muy especial —afirmo.
—¿Por qué?
Doy un trago a mi cerveza.
—Porque me ha ayudado a entenderme a mí misma y a tomar decisiones a raíz de mi separación del padre de Sarada. Digamos que he escuchado a mi corazón.
Sasuke vuelve a asentir y, tras un silencio significativo, de pronto suelta:
—La tarta que hiciste estaba muy rica, y el chocolate que me diste a probar, insuperable.
¡Jodeeeeeerrrrrrr!...
¿Por qué tiene que recordarme ese momento?
Mira que no quiero abalanzarme sobre él.
En este instante soy consciente de que no debo entrar en un juego que me complique la vida y, sin cortarme, pregunto:
—Sasuke, ¿por qué dices lo del chocolate?
—Porque estaba increíble, tanto como la tarta, y ya sabes que repetí.
Ambos nos miramos. Soy pelirosa pero no tonta. Sé muy bien leer entre líneas lo que dice y, como no puedo quedarme callada o reviento, susurro queriéndome más que nunca:
—No es buena idea que tú repitas ni que vuelvas a probar el chocolate que yo preparo porque podría gustarte demasiado y al final podrías indigestarte.
La sorpresa en su cara es evidente.
A mi modo, acabo de darle el corte del siglo. Entonces, asiente, da un trago a su cerveza y, tras clavar sus impresionantes ojos en mí, se pone en pie.
—Es mejor que me vaya a dormir —dice.
Ahora la que asiente soy yo.
—Sí. Creo que es lo mejor.
Una vez ha saltado a su terraza, sin hablar, nos despedimos con una simple mirada y luego yo me quedo sentada contemplando el mar, ese mar que tanto me relaja.
A continuación, cierro los ojos y murmuro mientras suena la canción de Pablo Alborán Pasos de cero
—Has hecho lo más sensato, Sakura.
Una hora después, cuando tengo el culo cuadrado por la silla, me levanto, me estiro y decido irme a dormir, aunque ya comienzo a arrepentirme de mi sensatez.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora