Capítulo 18

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El sábado, mientras estoy con mis nuevas lecciones con Tormenta, la yegua, soy feliz. Esto es como montar en bici. Las cosas aprendidas, bien ejecutadas, dan su resultado, y me siento mucho más segura y suelta.
Mientras sigo las instrucciones que Sasuke me da, Mikoto y Itachi se aproximan hasta la cerca y preguntan: 
—¿Habéis visto a Hideki?
Tal y como quedé con la muchacha, respondo:
—La he visto esta mañana montarse con su amiga sayu y con un chico en una camioneta marrón y negra.
Mikoto asiente. No pregunta la hora, y Itachi añade:
—Mamá, tranquila, está con sayu y con su hermano. 
Luego ambos sonríen y se marchan, mientras yo sigo montando a Tormenta y soy consciente de que estoy sumando una mentira más a mi larga lista.
Cuando terminamos la clase, Sasuke desaparece. Lo busco pero no lo encuentro, hasta que de pronto lo veo hablando con una mujer al otro lado del establo. Los observo, pero no sé quién es la mujer del pañuelo en la cabeza.
Sin pestañear, sigo sus movimientos hasta que los dos montan en unos caballos y se alejan. Eso me incomoda.
¿Quién será esa mujer?
Desconcertada, me interno en el establo para ir a ver al potrillo que tanto me gusta. No estoy de buen humor, no me ha hecho nada de gracia ver a Sasuke marcharse con aquélla, la verdad.
Saco unos terroncillos de azúcar que llevo en el bolsillo de mi chaqueta y se los doy al animal.
—Ten, bonito —murmuro—. Esto te gusta.
El potrillo comienza a chuperretearme la palma cuando, de pronto, noto un fuerte manotazo y el azúcar cae al suelo.
—¡¿Se puede saber qué le estás dando?! —me grita Tsunade. Me dispongo a contestar, y entonces vuelve a la carga —: Los caballos están enfermando, ¿no serás tú quien lo provoca?
Pero ¿de qué narices me está acusando?
Varios vaqueros llegan en ese momento hasta nosotras. Tsunade grita, maldice, me acusa de todo lo que se le pasa por la cabeza, hasta que Tobirama nos alcanza y, tras cogerla del brazo, se la lleva. Obito, que, al igual que los otros, ha acudido al oír los gritos, pregunta al ver mi gesto desconcertado:
—¿Qué le estabas dando a Apache?
Me apresuro a sacar otro terrón de azúcar del bolsillo y murmuro:
—Azúcar. Es lo que le doy a Tormenta.
Él asiente.
—Tranquila. La abuela está muy nerviosa. Los caballos están enfermando y no sabemos por qué, y eso la tiene fuera de sus casillas.
—Pues te juro que no soy yo.
—Lo sé, Sakura —afirma él—. Lo sé.
Tobirama se acerca de nuevo a nosotros, ya sin la abuela, y me abraza con cariño. El ataque de la vieja me ha dejado sin saber qué decir, pero él me da un beso en la frente y murmura:
—Vamos, reina de la salsa, sal de aquí y no te preocupes por nada.
Como una autómata, asiento y me despido de ellos. Lo último que quiero es que piensen que yo hago que los caballos enfermen.
Cuando salgo, veo que Tsunade aún está allí. Me mira fijamente y sisea:
—Tú no eres para Sasuke y, si por mí fuese, ya estarías fuera de Sharingan.
Boquiabierta, la observo alejarse.
¡La madre que parió a Pocahontas!
Mejor no contesto porque, si lo hago, sé que voy a decir algo fuera de lugar.
De pronto, no sé adónde ir. Estoy en un sitio en el que la dueña no me quiere, y mi supuesto novio se ha marchado a caballo con una desconocida y no sé dónde está.
Pero ¿qué narices hago yo aquí?
Estoy comiéndome la cabeza cuando Obito sale del establo y me coge del brazo.
—Vamos. Acompáñame a Hudson.
Sin dudarlo, acepto. No tengo nada mejor que hacer, y no sé adónde se ha ido el puñetero Sasuke.
En la camioneta, Obito tararea la música country que suena en la radio, y siento que vuelvo a respirar con tranquilidad. Pienso en llamar a Sasori para charlar con mi niña antes de que él lo haga por si después no puedo hablar, pues estoy con Obito y no puede enterarse de la existencia de Sarada.
Al final decido que si no puedo atender la llamada, lo dejaré para el día siguiente, que tengo pensado ir con Sasuke al pueblo. Será lo mejor.
Una vez en Hudson, vamos al comercio de bee. Mientras él encarga todo lo que Mikoto ha escrito en la lista, yo me doy una vuelta por la enorme tienda. Estoy mirando otras botas vaqueras cuando oigo:
—Mmmm..., qué alegría encontrarme con la novia de Sasuke  Uchiha.
Al volverme me encuentro con el tipo moreno que conocí el primer día que fui a Hudson con Sasuke, ese del que me dijo que me mantuviera alejada.
—Hola, Neji —lo saludo—, y, por favor, mi nombre es Sakura.
Su gesto de sorpresa al ver que recuerdo cómo se llama no me pasa desapercibido. Entonces, se acerca un poco más a mí y pregunta abriendo los brazos:
—¿Puedo darte dos besos, Sakura?
Asiento. Por norma, siempre saludo así, y le planto dos besos encantada. Sin embargo, siento que él me los da de una  manera un tanto especial. Vamos, que el sexto sentido de mujer me hace ponerme alerta.
Durante unos segundos bromeamos acerca de las botas que estoy mirando, hasta que él dice:
—Reconozco que, cuando nos presentaron, no creí que fueras la novia de Sasuke. Sin conocerte, ya vi que eras lista y espabilada. Nada que ver con las típicas mujeres de los Uchiha, vamos, que suelen ser conformistas y calladitas.
No obstante, me he informado y he visto que sí, realmente eres su novia.
—¿Te has informado?
El vaquero asiente y, con una peligrosa sonrisa, murmura bajando la voz:
—Sí, cuando una guapa e interesante mujer llega a Hudson, siempre me gusta saber de ella.
Bueno..., bueno..., éste es un ligón de tomo y lomo.
—Gracias por los piropos. —
Sonrío.
—Bien los mereces. ¿Acaso Sasuke no te los dice?
Decirme..., lo que se dice decirme, no me dice nada de eso. Pero, como no estoy dispuesta a contarle nuestras intimidades, miento:
—Continuamente.
Neji da un paso adelante en mi dirección.
—Espero que te diga cosas mejores que las que les decía antes a las mujeres. Sin duda Sasuke siempre ha sido un hombre con éxito pero demasiado frío, o, al menos, eso dicen ellas.
Donde estamos, nadie nos ve, y, dispuesta a cortar eso antes de que ocasione conflictos, alargo el brazo delante de mí y replico:
—Ni un paso más, amiguito. Y no te equivoques: soy la novia de Sasuke Uchiha y no quiero dejar de serlo. Por tanto, guárdate tus piropos y tus galanteos para otras, porque conmigo no te van a resultar. En cuanto a lo que él hiciera en el pasado, no es mi problema.
Yo sé lo que hace y cómo se comporta conmigo, y con eso me vale.
El vaquero sonríe, me guiña un ojo y murmura:
—Con carácter..., qué interesante — y, antes de marcharse, añade—: No soy la mala persona que Sasuke cree. Lo respeto y te respeto a ti. Salúdalo de mi parte, le gustará.
Una vez se aleja, respiro y sonrío. 
Mala persona no sé, pero un poco cabrito sí que es.
Cuando mi respiración se normaliza, camino hacia Obito, me agarro de su brazo y salimos de la tienda juntos y nos dirigimos hacia una cafetería.
Allí, nos pedimos unas cervezas; de pronto me mira y dice:
—En lo referente a Tsunade, no te preocupes por nada, ¿entendido?
—Vale.
No digo más. Si digo lo que pienso sobre esa vieja gruñona con menos tacto que un boquerón, podría molestarle. No puedo obviar que es su nieto.
—No permitas que te afecte —añade él.
Suspiro. ¡Menuda bruja!
—¿Siempre ha sido así?
Obito asiente y da un trago a su cerveza.
—Sí. Aunque se creció cuando nosotros comenzamos a cumplir años. Si por ella hubiera sido, mis hermanos y yo tendríamos unas vidas diferentes. Y, tranquila, como habrás comprobado, ni Kohana ni Izumi le gustan. No creas que sólo eres tú.
Eso me hace sonreír. Ya me había dado cuenta de ese detallito.
—Y ¿por qué no le gustan ellas? — pregunto—. Vale..., en cuanto a Kohana, imagino que es por lo que ocurrió entre Sasuke e Izuna, pero...
—Aunque no lo creas, no es por eso por lo que no le gusta. —Eso me sorprende—. Mi abuela siempre quiso emparejarnos con mujeres con sangre senju, como Kurenai o las nietas de otras amigas suyas. El hecho de que mi padre se casara con mi madre no le gustó, pero papá se impuso en eso y la abuela tuvo que ceder. Izumi es descendiente de pakistaníes y Kohana es neoyorquina. Simplemente por eso, no le gustan.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —me mofo.
Obito asiente.
—Totalmente en serio.
Eso me hace sonreír.
—Vale, ahora entiendo que, por ser española, yo tampoco le guste.
Él sonríe a su vez y, acercándose a mí, murmura:
—Tú por eso no te preocupes: le gustas a Sasuke, a mi madre y a nosotros, y con eso ya lo tienes todo ganado.
Aisss, qué mono, ¡es para besuquearlo hasta hartarse!
Estoy riéndome cuando la puerta del local se abre y el guaperas de Tobirama entra acompañado de dos guapas chicas.
Una castaña y otra rubia.
—Vaya, vaya, con Tobirama. ¿Quiénes son ésas?
Obito sonríe, da un trago a su cerveza y cuchichea:
—Evelyn y Kate. 
De reojo observo cómo Obito mira a la rubia y, sin poder contenerme, le doy un codazo y susurro:
—No me digas que te gusta la rubia.
El hermano de mi vaquero preferido sonríe y se mofa bajando la voz:
—Kate. ¿A quién no le gusta Kate? 
Divertida por su contestación, sonrío. Otro granuja como mi Caramelito.
Durante unos segundos observamos a los recién llegados, hasta que Tobirama nos ve y se acerca hasta nosotros sonriendo. Con galantería, como es él, me presenta a las jóvenes, que me parecen encantadoras. Los invitamos a sentarse con nosotros y, durante un buen rato, los cinco charlamos animadamente.
Cuando Obito le cuenta que soy la novia de su hermano Sasuke, Evelyn parece sorprenderse.
—¿En serio eres su novia?
Bueno..., en serio..., en serio..., va a ser que no, pero omitiendo lo que pienso y lo que es real, continúo con nuestra fabricada mentira.
—Totalmente en serio —digo.
Luego proseguimos con nuestra charla. Se nos echa encima la hora de la comida y Tobirama propone que comamos todos juntos. Obito me mira a la espera de que yo diga algo y, enfadada al pensar en Sasuke y en la mujer del pañuelo en la cabeza, asiento. Si él se ha marchado sin pensar en mí, ¿por qué he de pensar yo en él?
Los cinco salimos de la cafetería, nos montamos en el coche de Tobirama y vamos a una pizzería. Allí comemos una exquisita pasta mientras charlamos de mil y una cosas. En un par de ocasiones, mi móvil —ahora con cobertura— vibra y amenaza con sonar. Lo miro y veo que me llama Sasuke. ¿Dónde estará para tener cobertura?
Sin embargo, como no me apetece charlar con él, quito el volumen y dejo que suene. No me da la gana de hablar con él. ¡Que se vaya con la del pañuelo!
Cuando estoy comiéndome una rica tarta de chocolate fondant, de pronto veo que Obito levanta la mano y saluda a alguien.
—Ehhh, Sayu.
Levanto la mirada y me encuentro con la amiga de Hideki, que murmura un tímido:
—Hola.
—¿Dónde está Hideki? —pregunta Obito entonces—. Me ha comentado mi madre que estaba pasando el día contigo y con tu hermano en Hudson.
La joven sonríe, pero en su sonrisa, yo, que soy mujer, leo algo más. De pronto, los pelos se me ponen como escarpias cuando la oigo decir:
—Está... está en el coche, esperándome. He entrado a por unas pizzas.
Obito y Tobirama sonríen, y este último dice:
—Pasadlo bien, chicas, y tened cuidado.
sayu asiente y, cuando se da la vuelta para desaparecer, me levanto y, cogiéndola del brazo, digo:
—Te acompaño. Quiero encargarle algo a Hideki para que me lo lleve luego al rancho.
Sin mirar atrás, salgo con ella. Una vez la puerta del local se cierra, la miro y siseo:
—Sé que me ha mentido y que no está contigo; ¿dónde está?
sayu me mira, e insisto:
—¿Dónde y con quién está? Dímelo o te juro que te llevo delante de los Uchiha para que se lo digas a ellos.
La chica, nerviosa al ver mi determinación, responde finalmente:
—Con deidara, en su casa.
Maldigo. Maldigo por haber creído a esa pequeña lianta y, soltándola del brazo, siseo:
—Ya puedes ir a buscarla y decirle que la quiero en casa a las cinco en punto porque, si no aparece a esa hora, yo misma iré a por ella, ¿entendido?
Asustada, la joven asiente y se marcha corriendo.
Me toco la frente. Si por mi culpa le pasa algo a Hideki, nunca me lo perdonaré. Intentando que mi gesto no deje ver lo preocupada que estoy, entro en el restaurante y, tras guiñarles un ojo a los demás, camino directa al baño.
Una vez allí, me echo agua en la cara, entro en el aseo y, cuando salgo, me encuentro a la pelirroja de Karin.
—Hola, pero ¡qué alegría verte!
Sonrío. A mí no me alegra mucho verla, la verdad.
—Aquí hacen un estupendo pastel de chocolate con peras —dice—, ¡no te lo pierdas!
—Lo pediré —afirmo con gusto.
Ella me mira con su inseparable sonrisa.
—Estoy muy feliz por la boda de Izumi. Sé cuánto quiere a Itachi y estoy deseando que se casen y disfrutar del día de su boda. ¡Seguro que será estupendo!
Imaginarme el día del enlace con Sasuke todo el rato mirándola me corta la digestión. Pero, como no quiero ser una maleducada con ella, que es siempre tan amable conmigo, respondo:
—Seguro que lo pasaremos genial.
—¡Claro que sí! Por cierto, si necesitas cualquier cosa, aquí me tienes para lo que sea, ¿vale?
—Gracias —murmuro.
Karin, que hasta tiene el nombre bonito, me dirige una de sus esplendorosas sonrisas y, guiñándome un ojo, cuchichea:
—Necesito pasar con urgencia al baño. Te dejo.
Una vez desaparece de mi vista, abro el grifo del agua para lavarme las manos y resoplo. Quiero odiar a esa chica por lo que intuyo que Sasuke siente por ella, pero no puedo: ¡es encantadora!
Tras secarme las manos, salgo del baño para reunirme con mis amigos e intento no pensar. No es productivo en este momento.
A las cinco, tengo los nervios a Izumi de piel. Tras despedirnos de Tobirama, Kate y Evelyn, Obito y yo regresamos a  Sharingan.
Pienso en Hideki. No puede fallarme. Si lo hace, me voy a sentir muy decepcionada con ella.
Cuando llegamos al rancho, veo que Sasuke está con otros vaqueros junto al cercado y nos mira.
—Oh..., oh... —murmura Obito al verlo—, creo que alguien está enfadado.
Tiemblo. ¿Sasuke ya se ha enterado de mi mentira con respecto a Hideki? ¿O estará molesto porque le he dado azúcar a Apache?
Angustiada por si le ha pasado algo a la cría, bajo de la camioneta y, mientras Obito mete en la casa lo que hemos comprado para su madre, veo que Sasuke viene hacia mí gruñendo:
—¿Se puede saber dónde te habías metido?
Lo miro boquiabierta. Al parecer, no se ha percatado de lo de Hideki. Sin embargo, enfadada, pienso: «Pero ¿éste de qué va?». Y, antes de que pueda responder, me coge de la mano y dice:
—Vamos, no quiero discutir delante de todos.
Me dejo guiar. A grandes zancadas llegamos hasta la cabaña y, cuando estamos fuera del campo de visión del resto, lo miro y pregunto:
—¿Qué te pasa?
—Te he llamado por teléfono. Estaba en Hudson y no me lo has cogido.
Lo sé. Ya sé que me ha llamado y no me ha dado la gana de cogerlo.
—¡¿Y qué?! —le suelto.
Sasuke no responde. No me mira y, cuando han pasado unos segundos y no dice nada, sin querer remediarlo, lo pellizco en el brazo. Mi gesto no parece afectarlo pero, cuando lo voy a repetir, protesta:
—Ni se te ocurra volver a hacer eso.
Eso me subleva y, después de unos instantes, cuando parezco una olla en ebullición, no puedo más y lo agarro del brazo.
—Vamos a ver, Sasuke...
—No, ¡vamos a ver tú! —me corta furioso—. Te has marchado de Sharingan sin decirme nada. Te he llamado por teléfono y no me lo cogías. ¿Cómo no quieres que esté molesto?
—Oye..., oye..., oye... Lo primero, a mí no me hables así. Y, lo segundo, no entiendo qué te ocurre, pero...
—No pretendo que me entiendas — sisea enfadado.
En ese instante aparece Mikoto, que nos mira y pregunta con gesto preocupado:
—¿Qué os ocurre?
—Nada, mamá —responde él.
Durante unos instantes, los tres permanecemos callados, hasta que la mujer insiste:
—¿Sabéis si ha regresado ya Hideki?
Ay, madre..., ay, madre...
Yo niego con la cabeza, y Sasuke replica ofuscado: 
—No, mamá, pero no creo que tarde. Y, ahora, si no te importa, me gustaría seguir hablando con Sakura.
La mujer me observa. Le dedico una sonrisa para que no se preocupe y ella se apresura a marcharse sin decir nada más.
Sasuke me mira con las manos en la cintura. Su chulería me subleva. ¡Si la que tendría que estar en plan chulo por el plantón que me ha dado marchándose con la otra debería ser yo! No entiendo nada de lo que pasa, la verdad.
—Te agradecería que te mantuvieras calladita —sisea él entonces—. Estás más guapa.
Bueno..., bueno..., éste se la está jugando conmigo. A continuación, tras dos minutos, de reloj, calladita como me ha pedido, siseo con toda la mala baba del mundo:
—Tu amigo Neji Hyuga me ha dado recuerdos para ti.
Su gesto se ensombrece, la boca se le desencaja y, cuando creo que va a soltar lo más grande, me apresuro a añadir:
—¿Sabes? Que te den. Pero que te den bien dado. Eres un prepotente, un idiota, un chulo y un insensato. Me traes aquí. Me haces pasar por tu novia y, ahora, cuando la que tenía que estar molesta soy yo porque te he visto desaparecer con una mujer esta mañana, me dices que me calle. Pero ¿tú de qué vas? —levanto la voz—. Me tratas como... como... ¡Dios! —gruño a punto del infarto—. No sé qué hago aquí. No sé por qué me he dejado embaucar por ti, y menos aún sabiendo que sigues enganchado a Karin.
—¿Qué?
Ni me inmuto, y prosigo:
—Para mí no es fácil estar aquí con tu abuela vigilándome, ni con la Vaca Sentada de la veterinaria en contra.
Dios..., no sé cómo Kohana puede aguantar vivir así, porque yo sin duda ya habría explotado como una bomba nuclear.
Ambos nos miramos y, enfadada, concluyo mirando el reloj al ver que son las seis y veinte:
—Te juro que todavía no sé por qué no cojo una piedra y te la estampo en la cabeza. ¡Te mataría ahora mismo de lo enfadada que estoy por tu absurdo comportamiento! Y, antes de que digas nada, piénsalo, yo no soy ninguna de tus preciosas. No te he pedido nada pero tampoco quiero que abuses de mí, ¿entendido?
En cuanto digo eso, Sasuke maldice y yo insisto bajando la voz:
Mira, por mí puedes acostarte con media humanidad, pero voy a decirte algo: tengo dignidad como mujer y, si delante de toda tu familia me dejas en ridículo con...
—Cloe —dice cortándome—. La mujer que has visto esta mañana, con la que me he ido, era Cloe, una amiga de Karin.
Bueno..., bueno..., bueno, ¿y ahora ésta quién es?
—Y ¿qué quería?
Sasuke no responde. Estoy por tirarle esa piedra a la cabeza cuando finalmente dice:
—Quería hablar conmigo. Al parecer, a Karin la afectó verme el otro día contigo.
Uf..., uf..., con que le afectara la mitad de lo que me afecta a mí ver cómo la mira él, lo entiendo.
—Y ¿a ti te afectó verla a ella? — pregunto.
Él me mira.
Ay, virgencita, que no me diga lo que estoy viendo en su mirada...
—Sí —dice finalmente.
¡Cataplofff!
El alma se me cae a los pies.
Asiento. Trago el nudo de emociones que tengo en la garganta y murmuro:
—Sasuke..., si quieres, podemos propiciar una fuerte discusión delante de todos para romper nuestra «relación» y así...
—No.
—¡¿No?! —pregunto sorprendida.
Él me mira y se acerca a mí.
—No puedo negar que ver a Karin me remueve por dentro, pero algo en mí me dice que, hoy por hoy, ella y yo no funcionaríamos como pareja. Además, no busco una mujer en mi vida porque estoy muy bien como estoy. Simplemente me acostumbraré a verla el día de la boda, luego a encontrarme con ella cuando regrese a Sharingan y poco más.
—¿Poco más?
—Sí.
Lo observo incrédula. Ese «poco más cada vez que se vean» hará que sea ¡«algo más»!
—¿Eres consciente de que, cada vez que os veáis, la tensión sexual entre vosotros crecerá y crecerá hasta que ocurra lo inevitable? —pregunto, pero él no responde—. Por el amor de Dios, Sasuke, que sois adultos, no chiquillos y, si tú le gustas y ella te gusta a ti, ¿cuánto crees que tardaréis en acostaros y posiblemente en casaros? ¿Qué haces retrasando lo inevitable?
No contesta. Sabe que tengo razón en lo que digo y, sin ganas de continuar allí con él, y preocupada por la puñetera de su sobrina, doy un paso atrás y digo cuando veo a Kohana caminando más allá:
—No quiero seguir discutiendo sobre esto. Voy a ducharme.
—Estamos hablando —gruñe.
—Pues siento decirte que, por mí, esta ridícula conversación se ha terminado.
—Pero si tú eres la que siempre dice que las cosas hay que hablarlas.
—Pues ahora, ni quiero, ni me apetece.
Me mira, debe de ver el mosqueo que llevo y, cuando da un paso para acercarse a mí, extiendo una mano para pararlo.
—Da media vuelta, aléjate de mí y déjame en paz durante un rato para que pueda relajarme o te juro por tu madre que tu abuela, a mi lado, parecerá una principianta, ¿entendido?
Sin mirarlo, me vuelvo y desaparezco dentro de la cabaña.
Espero que no entre detrás de mí y, apoyándome en la puerta, cierro los ojos.
¿Qué estoy haciendo?
¿Por qué no me voy de aquí de una vez?
¿Por qué estoy dejando que mis sentimientos entren en el juego?
Pero, como no tengo respuesta a esas preguntas, miro a través del visillo de la ventana y veo que Sasuke se marcha.
Una vez se aleja lo suficiente, corro hacia el otro lado de la casa y, cuando miro por la ventana y veo que no hay nadie, la abro y salgo por allí. Está oscureciendo ya y, sin dudarlo, corro hacia Kohana.
Al verme, se detiene y pregunta:
—¿Qué ocurre?
Rápidamente le cuento lo de Hideki.
—Maldita enana y maldito Deidara —resopla ella cuando acabo—. Vamos, imagino dónde están.
Con cautela, nos dirigimos hacia la parte trasera de la casa grande y, sin poner las luces del vehículo, lo movemos y salimos del rancho. Una vez en la carretera, Kohana enciende los faros y acelera mientras yo maldigo una y otra vez.
—Le advertí que se alejara de ese chico —dice ella—. Tsunade y el padre de Deidara no son precisamente muy amigos por temas comerciales. Es para matarla.
—¡Y tanto que es para matarla! Son las seis y media y me dijo que regresaría a las cinco.
—Está loca por Deidara — prosigue Kohana—. Si Tsunade se entera de que está con él, te aseguro que la encerrará el resto de su vida.
Llegamos a Hudson a toda mecha.
Allí, Kohana callejea y detiene el vehículo frente a una casa. Cuando bajamos llamamos con discreción a la puerta y, minutos después, Deidara. abre. Lo miro. Es un niñato de esos guaperas y espigados.
—Dile a Hideki que salga ¡ya! — sisea Kohana con gesto serio.
El chico desaparece. Su gesto me demuestra que no le gusta nuestra presencia y, cuando Hideki aparece frente a nosotras con el pelo revuelto, gruño:
—Estoy muy enfadada contigo. Me has engañado.
Ella nos mira con cara de cordero degollado. Entonces, Kohana la agarra del brazo y le suelta:
—Si tus abuelas o tus tíos se enteran de que estás aquí, ¿cómo crees que van a reaccionar?
Hideki no contesta. Yo no conozco los tejemanejes que se traen en el rancho, pero no dudo de lo que dice Kohana.
—Vámonos de aquí —apremio.
Cuando nos disponemos a montarnos en el coche, de pronto un automóvil aparca a nuestro lado. La expresión de Kohana me dice que eso no es bueno, pero se recompone y saluda:
—Hola, Danzo, hola, shion. Ella es Sakura, la novia de Sasuke —y, dirigiendo la vista hacia mí, añade—: Sakura, son los padres de deidara.
Los saludo con la mejor de mis sonrisas, pero entonces la mujer le pregunta a Hideki mirándola con desagrado:
—¿Estabas con deidara en casa?
La chica se queda paralizada. No sabe qué responder.
Los padres del muchacho maldicen y, sin decir nada, entran en su casa mientras observo que el hombre cojea.
Los gritos comienzan a oírse y, sin perder tiempo, nos montamos en el vehículo y Kohana arranca.
Durante unos segundos permanecemos en silencio. Lo ocurrido ha sido muy violento y, cuando miro hacia atrás, reprocho:
—Muy mal, Hideki. Lo que has hecho ha estado muy mal.
No contesta. Sólo nos mira, y Kohana prosigue:
—Te lo dije, enana. Te dije que no quería volver a verte con deidara y me lo prometiste. Pero la decepción ha sido grande cuando he visto que no sólo me has engañado a mí, sino que también has engañado a Sakura y has podido meterla en un buen lío con la familia. Pero ¿en qué estás pensando? ¿Acaso no sabes lo que tu abuela siente por esa familia?
Ella no contesta, y ninguna vuelve a hablar hasta llegar a Sharingan.
Por suerte, nadie se ha dado cuenta de nuestra marcha y, cuando Kohana detiene el vehículo junto a la cabaña de Sasuke, me bajo y miro de nuevo a la jovencita.
—No vuelvas a contar conmigo para algo así, ¿entendido? —le advierto.
Hideki asiente con cara de susto. A continuación, miro a Kohana y murmuro:
—Gracias por tu ayuda, si no llega a ser por ti, yo...
—Tranquila. Todo está bien.
Asiento, sonrío y ella me guiña un ojo con complicidad.
En ese instante divisamos a Tsunade y a Kurenai, que salen del establo. Parecen discutir, pero por suerte no nos ven. Nos miramos y, de pronto, nos damos cuenta de que el enemigo de nuestro enemigo puede ser nuestro amigo, y ambas sonreímos.
Cuando Kohana arranca de nuevo el coche y se aleja, entro en la cabaña por la ventana por la que he salido antes. Por suerte, Sasuke ha respetado el espacio que le he pedido. Sin tiempo que perder, entro en la habitación, cojo ropa interior, una camiseta y unos vaqueros y me meto en el baño, donde me ducho para intentar aliviar mi desazón.
Cuando ya he acabado, oigo ruido en el exterior. Sasuke debe de haber entrado. Sin abrir la puerta, me desenredo el pelo, mientras me repito a mí misma lo tonta que soy. Me dejo engañar por una adolescente y me estoy enamorando de un hombre que está enamorado de otra. Y, encima, cuando su cuerpo quiere juerga, como a mí me gusta, no soy capaz de decirle que no.
¡Para matarme!
—Idiota. Eres una idiota —me digo mirándome en el espejo.
Me siento... mal no, ¡lo siguiente! Y, para colmo, sé lo que Izuna le está haciendo a Kohana con Vaca Sentada...
¡Madre mía, qué mal rollo!
Me desespero por todo y me siento como Peppa Pig. ¿Por qué acabaré metiéndome en todos los charcos?
Pero, vamos a ver, con lo lista que me creo para otras cosas, ¿soy incapaz de decirle que no al maldito Sasuke Uchiha?
¿Por qué de pronto no escucho ni el viento ni el silencio? ¿Por qué me dejo llevar por el corazón y hago caso omiso de lo que mi cabeza dice? ¿Por qué?
Pensando la respuesta, me miro en el espejo y finalmente murmuro:
—Maldita enamoradiza, porque nunca cambiarás.
Una vez termino de vestirme, cuando salgo del baño y espero encontrarme con el hombre que me está volviendo medio tarumba, me sorprendo al ver que estoy sola en la cabaña. Sasuke debe de haberse marchado otra vez. Entonces veo una notita sobre la mesa en la que pone:
Te espero en la casa grande para cenar.
Sasuke
Mira..., le agradezco el detalle. Me vienen bien esos minutos a solas.
Entro de nuevo en la habitación.
Allí, cojo las botas camperas y me las pongo y, tras mirarme al espejo y ver que estoy limpita y bien, decido ir a la casa grande.
El sonido de los grillos inunda mis oídos cuando salgo de la cabaña. Todo está a oscuras, apenas iluminado por la luz de las farolas que hay en el camino.
Con las manos metidas en los bolsillos de mis vaqueros, me acerco a la casa.
¡Es preciosa!
Pero el regusto amargo que tengo por la discusión que he mantenido con Sasuke me encoge el estómago. ¿Cómo debo reaccionar ahora cuando lo vea ante su familia?
Unos pasos rápidos llaman entonces mi atención y, al mirar hacia el establo, veo que se cierra una de las puertas laterales. ¿Serán otra vez Izuna y Kurenai?
Dudo si ir o no. ¿Para qué voy a ir?
Pero, como soy curiosa..., curiosa, al final me encamino hacia el establo, entro y, enseguida, la quietud del lugar me pone la carne de gallina. Los caballos descansan. No veo a nadie por allí. Me dispongo a dar media vuelta cuando un relincho llama mi atención.
Y ¡allá que voy otra vez mientras maldigo mi jodida curiosidad!
Camino con cautela. No sé qué estoy haciendo ni por qué. Sólo sé que ando por el establo de puntillas hasta que oigo a mi espalda:
—¿Qué buscas aquí a estas horas?
—¡Joder! —grito asustada.
Al volverme, me encuentro con un sonriente Obito y, con la mano en el corazón, murmuro:
—Dios..., casi me da un infarto. — Entonces, como veo que espera una contestación, añado—: He entrado a ver a Apache.
Él se quita el sombrero, se coloca bien el pelo y, poniéndoselo de nuevo, dice:
—Dos de los caballos que íbamos a llevar a la próxima feria ahora también tienen diarrea.
—No me digas.
Asiente y, apretando los dientes, murmura:
—Esto es terrible. Sólo espero que Kurenai pueda pararlo. —Suspiro y él, agarrándome del brazo, dice entonces —: Vamos, ve al salón a cenar. Yo iré enseguida.
Asiento y salgo del establo dejándolo allí.
Al verme entrar en la casa, Mikoto se interesa por mi estado. Le aclaro que estoy bien y, cogiéndome de la mano, me lleva hasta su habitación, donde me toma medidas para el vestido de dama de honor. Sin rechistar, hago todo lo que ella me pide y, cuando veo la bonita tela de color salmón, murmuro:
—Es preciosa.
—Sí. A Izumi le gustó y Kohana la  ordenó comprar.
—¿Kohana? —pregunto curiosa.
Mikoto asiente.
—Sí, hija. Kohana tiene un negocio de arreglos de ropa. Especialmente de vestidos de novia, y, aunque lo hace desde el rancho, veo que le va bien.
Eso me sorpre

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora