Capítulo 17

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Pasan dos días más, en los que, tras nuestro encuentro en la cama, no volvemos a tocarnos íntimamente. No cabe duda de que estamos jugando con una bomba que cualquier día nos va a estallar en toda la cara, especialmente a mí.
Esa mañana, cuando me levanto, al salir de la cabaña, me encuentro a Sasuke sentado en los escalones, tomando el sol. Él sonríe y me saluda.
—Buenos días, Pelirosa.
—Buenos días —respondo.
Durante unos segundos, ambos levantamos los rostros en dirección al sol. Hace un día espléndido, pero esta vez Sasuke no me pide un beso. No hay nadie cerca y, sin duda, puede pasar sin mi contacto.
¡Qué penita! Con lo bien que me saben sus besos mañaneros.
Me estoy comiendo la cabeza por ello cuando él se levanta y me coge de la mano.
—Vamos —dice—. Hoy comienzan tus clases para montar a caballo.
—¿Ahora?
—Sí.
Mientras caminamos hacia el establo, los trabajadores que se cruzan conmigo me saludan y yo los saludo a mi vez.
—Pero... pero no estoy preparada — le insisto a Sasuke—, y...
—¿Hay que estar preparada para aprender a montar a caballo?
—Es que no... no me apetece.
Pero él no quiere escucharme, y tira de mí.
—Si queremos salir a pasear a caballo por los alrededores, al menos debes saber manejarlos. Además, si mal no recuerdo, querías aprender, ¿no?
Asiento. Tiene razón. Camino de su mano cuando, al pasar junto al granero que están construyendo, nos paramos a observar.
—Es enorme —comento con admiración.
Sasuke asiente.
—Necesitamos espacio para guardar la comida de los caballos, entre otras miles de cosas.
Proseguimos nuestro camino y, cuando llegamos al establo, pasamos por delante de varios boxes, hasta que se detiene frente a uno y dice:
—Te presento a Tormenta. Es una yegua mansa, buena y con mucha paciencia. Justo lo que necesitas.
Miro al animal. Me parece enorme, gigante y, dirigiendo la vista a Sasuke, susurro:
—¿No hay ninguna más pequeña?
—¿Más pequeña? —Ríe abriendo el portón para entrar—. ¿Quieres montar un poni?
—Es una opción —afirmo más convencida.
Él sonríe. Sin soltarme, me introduce junto a él en el box y, tras ponerse detrás de mí, coge mi mano e indica mientras la pasea por el caballo:
—Tranquila. Tormenta es una buena yegua. Tócala. Siéntela.
¿Que la toque y la sienta?
Ay, Dios mío, si yo sólo lo siento a él y me muero por tocarlo... Pero nada, sigo tocando a la yegua. En silencio, recorremos lentamente el lomo del animal. Como no me ve, cierro los ojos y disfruto de la extraña, alucinante e inquietante sensación.
Sin lugar a dudas, hasta me excita hacer eso con él.
Pasados unos segundos, Sasuke suelta mi mano y yo abro los ojos.
Entonces señala unas sillas de montar que hay en un lateral.
—Creo que lo mejor es que aprendas a montar con silla, aunque a pelo es una experiencia increíble — asegura.
Miro la silla. Es enorme, y Sasuke parece divertido al intuir lo que pienso.
—Recuerda estos pasos que voy a enseñarte para ensillar un caballo — dice—. Paso uno: se colocan las riendas. Paso dos: se ponen las bridas.
Observo lo que hace, cuando prosigue:
—Paso tres: pones la cabezada.
Sigo observando, me gusta su seguridad al moverse.
—Paso cuatro: antes de colocar la silla, ponemos la carona, que sirve para que no se dañe la piel del animal, ¿de acuerdo?
—Sí.
Dispone una mantita roja sobre el lomo del caballo y luego coge la aparatosa silla.
—Paso cinco: colocamos la silla y atamos la cincha por debajo.
Veo cómo lo hace, no parece entrañar ninguna dificultad.
—Y paso seis: colocas los estribos a la altura que necesites.
Una vez ajusta las medidas pertinentes supuestamente para mí, me mira y, orgulloso, pregunta:
—¿Te ha quedado claro?
Vale. Creo que apenas si he escuchado lo que ha dicho. Ver cómo se manejaba me ha parecido tremendamente varonil y primario, pero mirándolo afirmo:
—Sí.
—¡Estupendo!
Me agarra de la mano, me acomoda en un lateral del caballo y dice entregándome las riendas:
—Ahora, sin miedo, pon el pie izquierdo en el estribo, coge impulso y sube de un salto.
Lo miro. Debo de tener cara de boba.
—No sé si será buena idea — murmuro.
—Lo es. Hazme caso. Tormenta no se va a mover porque yo la estoy sujetando. Vamos, inténtalo.
Hago lo que me pide. Pongo el pie en el estribo y cojo impulso pero, cuando voy a subir, me entra la risa floja y murmuro, sintiéndome ridícula:
—No puedo.
—Vamos —insiste él.
De nuevo, miro al caballo. El pobre ni se ha movido y, tras colocar de nuevo el pie en el estribo y darme impulso, cuando salto, siento que Sasuke me impulsa también y, como si saltara al caballo, acabo al otro lado del mismo, sobre una bala de heno.
—¡Idiota! —grito cuando oigo que Sasuke se está riendo.
Él rodea al animal y viene hacia mí, me ayuda a levantarme y, mirándome sin parar de reír, dice:
—Perdón..., perdón..., no sabía que ibas a coger tanto impulso y por eso te he ayudado. ¿Te has hecho daño?
—En mi amor propio —siseo.
Sasuke me quita las pajitas que se me han adherido a la ropa y murmura:
—Prometo que esta vez no lo haré. 
Acabo de quitarme las briznas del pelo con cara de mala leche. Me he dado un leñazo  considerable, aunque daño, lo que se dice daño, no me he hecho.
De nuevo, me planto ante la yegua, que más cara de buena no puede tener y, tras hacer lo que Sasuke me dice, quedo sentada sobre el animal.
Acojonada, miro hacia abajo.
—Ahora, salgamos al exterior — señala él desatando al animal.
—¡Nooooooo!
—Escúchame, Sakura —dice parándose—. El caballo ha de notar que eres tú quien lleva las riendas. Vamos, ténsalas.
Temblando, hago lo que me pide.
Tengo un poco de miedo.
Una vez fuera, veo que varios de los trabajadores nos miran curiosos y pronto me silban y me animan. ¡Qué monos son!
Sasuke sonríe divertido, tira de Tormenta y entramos en un pequeño espacio cercado.
—Muy bien, Pelirosa —me indica—. Ahora olvídate de los ojos que te miran.
Brazos estirados y en contacto con el caballo. —Hago lo que me pide, no me queda otra, y afirma—: Eso es..., muy bien.
Vale..., de momento la cosa parece funcionar. Tormenta se mueve despacio y, cuando llegamos hasta una esquina, Sasuke explica: 
—Para hacer girar a un caballo,  utiliza los pies y las riendas. Tira de ellas hacia el lado que quieras que gire.
Tira ahora hacia la derecha, vamos.
Hago lo que me pide y, cuando el caballo obedece, grito:
—Sí..., ¡ha girado!
—Muy bien, ¡es lo que tenía que hacer! Y se lo has hecho saber —dice él riendo.
Durante un rato, me dedico a ir de un lado a otro. Mi miedo va disminuyendo y, cuando Sasuke suelta al caballo, dice:
—Tranquila. Haz lo que estás haciendo y todo irá bien.
Lo hago, ¡vamos que si lo hago!
Y, sí..., la yegua me hace caso cada vez que tiro de un lado de la rienda.
—¿Y si quiero que vaya más rápido? —pregunto entonces.
Él suelta una risotada.
—Chica intrépida, veo que le estás perdiendo el miedo.
Tiene razón. Ver que lo que me enseña es efectivo me da cierta tranquilidad.
—Cuando quieras que acelere, presiona su barriga y el caballo irá más rápido.
Hago lo que dice y, en efecto, el paso de Tormenta se acelera. Sin embargo, cuando veo que se acelera demasiado, grito:
—¿Y si quiero que se detenga?
—Pies adelante, tira de las riendas hacia ti e inclina el cuerpo hacia atrás.
Eso es, muy bien..., muy bien.
Cuando el caballo se para, Sasuke camina hacia nosotros y, encantado, tiende las manos en mi dirección y yo me bajo. Estoy alucinada. Estoy extasiada. He montado a caballo.
—¡Lo he hecho! —exclamo dejándome caer sobre él—. He guiado sola al caballo. He sabido hacerlo.
—Lo has hecho muy bien, mi niña..., muy bien.
Varios aplausos llaman mi atención.
Itachi, Tobirama, Mikoto y alguno de los trabajadores del rancho nos observan desde fuera del cercado.
—Creo que esperan que nos demos un mua —cuchicheo mirando a Sasuke.
Él sonríe y, sin soltarme, afirma:
—Pues démosles lo que quieren.
Y, sin más, dejo que acerque su boca a la mía y me da un mua. ¡Ay, Dios, qué bien me sabe!
Cuando nuestras bocas se separan, voy a decir algo, pero Sasuke se apresura a dejarme en el suelo.
—Tu clase ha terminado por hoy — dice—. Lleva a Tormenta hasta el establo.
—¿No vienes conmigo?
Mi vaquero me mira. En sus ojos veo una prisa que no sé entender, y entonces éste responde alejándose:
—Ve tú. Enseguida vuelvo.
Emocionada, y ya no sólo por el beso, agarro las riendas del animal, que ya no me da miedo y, entre risas, paso junto a Mikoto, Itachi y los demás, que me jalean. Encantada, les tiro besos con la mano al más puro estilo Marilyn Monroe, y ellos se parten de risa.
Pero en ese instante veo que la abuela llega montada a caballo y, al pasar junto a ella, me pregunta:
—¿Acaso eres un payaso, muchacha?
Su desagradable pregunta me descuadra y, cuando me dispongo a responder, dice alejándose de nuevo:
—Bah..., no me interesas.
Bien. Mi relación con la anciana va viento en popa, pero he decidido no preocuparme. Con seguridad, cuando me marche de allí nunca más volveré a verla.
Al entrar en el establo, molesta por eso, Kevin, uno de los trabajadores, me coge las riendas de Tormenta y veo que le refresca las patas de abajo arriba con una manguera. Cuando le pregunto por qué hace eso, con amabilidad me responde que es para que los tendones del animal se relajen. Asiento. Sin duda, sé menos de caballos que de pepinillos.
Cuando camino hacia la salida, con el rabillo del ojo veo a Izuna, el mayor de los Uchiha, que está sonriendo. Al mirar en su dirección, me percato de que le sonríe a Kurenai. No me han visto, y entonces distingo que Vaca Sentada lo coge de la camisa y lo besa con descaro.
¡Ostras, lo que acabo de ver!
Doy un paso atrás. No quiero que me vean y, sin hacer ruido, me desvío por otro pasillo que desemboca en el espacio de los caballos que tienen preparados para su venta en las ferias.
Estoy alucinada por lo que acabo de ver, pero entonces me fijo en un potrillo precioso. Es blanco y negro. Me acerco hasta el box donde está y, cuando veo que el animal me mira, murmuro:
—Hola, cosita linda.
El potrillo se mueve y se acerca hasta la valla. Yo alargo la mano y le toco el hocico. Es suave, muy suave.
—Eres precioso... —afirmo sonriendo—, y tienes pinta de llamarte Apache.
—Mira..., no tenía nombre, pero creo que ahora ya lo tiene.
Al volverme, me encuentro con Obito, que empuja una carreta llena de heno. ¿Habrá visto lo que yo he visto de su hermano y la otra? Pero su gesto me hace saber que no.
—¿Me ayudas?
Asiento encantada. Obito me pide que abra la puerta del box. Una vez lo hago, ambos entramos y, mirando el precioso animalillo blanco y negro, pregunto:
—¿Qué tiempo tiene?
—Seis meses —dice.
—Ay, qué mono y qué chiquitito.
—Sí. Es muy bonito —afirma Obito moviéndose por el box.
Encantada, sigo observando al animal. Es diferente de todos los que hay allí. Me encantan sus ojitos redondos, así como su crin y su cola negra.
—¿De qué raza es?
—Irish cob, una raza irlandesa.
Hace tres años, Izuna compró una pareja en una de las ferias, y éste es nuestra segunda cría.
Izuna..., maldito e infiel Izuna... Pero no quiero pensar en él.
Entonces recuerdo haber visto unos preciosos caballos que llamaron mi atención junto a la cerca que hay delante de la cabaña donde duermo.
—Vale..., creo que ya sé quiénes son sus padres. Son preciosos.
Obito asiente.
—A éste lo llevaremos a la próxima feria. Seguro que lo vendemos rápidamente.
Con tristeza, miro el potrillo. Qué penita, separarlo de sus padres.
—¿No te da pena venderlo?
—No.
—Pero ¿no te has encariñado con él?
Obito suelta una carcajada.
—Sakura, nuestro negocio es éste — explica mirándome—. Vendemos caballos, no podemos encariñarnos con ellos. Pero adoro a mi caballo Cumbres.
Con ése sí estoy muy encariñado, y te diré que es parte de mi familia.
Suspiro y miro de nuevo al potrillo, que parece saber de qué hablamos.
Cuando salimos del box, Obito dice:
—Te dejo. Tengo mil cosas que hacer.
Una vez se va, decido marcharme yo también. Entonces, me cruzo con Kurenai, ella me mira con su gesto altivo y yo me cago en toda su familia. Pero ¿cómo puede estar liada con Izuna, que está casado?
Cuando salgo del establo veo a Kohana caminar sola con la escopeta en la mano. Ay, qué penita me da. ¡Si supiera lo que hace su marido con Vaca Sentada!
Me dirijo hacia la casa. Seguro que Mikoto se toma un cafetito conmigo. Al llegar, me encuentro con Mebuki en la cocina.
—Uau... —exclamo—, aquí huele a croquetas.
Mebuki sonríe, me da un abrazo y, cuando va a decir algo, de pronto aparece Hideki, seguida por Mikoto y la abuela.
—He dicho que no y no se hable más —está diciendo Tsunade.
—Pero, abuela —se queja la cría—. Todas mis amigas irán a esa fiesta. Si no voy, seré el hazmerreír, ¿no te das cuenta?
Mebuki me mira y se encoge de hombros.
—Cariño, debes pensar que sólo tienes dieciséis años —interviene Mikoto —. Y no te quejes, que hemos accedido a que tu tío Sasuke te lleve a ese concierto en Atlantic City con tus amigas.
—Pues como siga contestando, no irá —gruñe Tsunade.
La cría le clava la mirada.
—Disfrutas prohibiéndome cosas, ¿verdad? —replica.
Y, con un gesto que no me hace gracia, Tsunade afirma:
—Sí. Espero mucho de ti, y no quiero que seas una facilona.
Hideki se desespera y grita.
—Te odio. Odio vivir contigo. Odio tu rancho. Ojalá crezca pronto para poder marcharme de aquí.
—¡Hideki! —la regaña Mebuki.
Tsunade no dice nada, se limita a darse la vuelta y a marcharse. A continuación, la muchacha mira a Mikoto y grita:
—Abuela, ¡no puedes hacerme esto! Tengo que ir a esa fiesta, ¡tengo que ir!
Ambas se retan con la mirada.
Incapaz de quedarme callada, me acerco entonces a la cría, la siento en una silla para que se tranquilice y, mirando a Mikoto, murmuro:
—No sé qué os pasa pero, por favor, tranquilizaos.
—Buen consejo —afirma Mebuki—. Tranquilizaos.
—¡No puedo! —grita Hideki—. Las abuelas no me dejan ir a una fiesta a la que van a ir todas mis amigas.
Miro a Mikoto. En sus ojos veo el miedo que siente porque a la niña le pase algo y, recordando lo que Sasuke me contó acerca de la madre de ésta, señalo:
—Hideki, tu abuela sólo quiere lo mejor para ti.
—Y ¿lo mejor para mí es ser siempre el bicho rarito entre todas mis amigas?
—Cariño —murmura Mikoto—, si te pasara algo, yo...
—¡Yo no soy mi madre! ¿Cuándo vais a daros cuenta Tsunade y tú?
Mikoto se lleva las manos a la boca, y Mebuki susurra intentando poner paz:
—Hideki..., por favor.
A Mikoto se le llenan los ojos de lágrimas y, acto seguido, la chica se le acerca y murmura:
—Lo siento..., lo siento... No debería haber dicho eso. Lo siento, abuela.
Mikoto asiente. Observo cómo se traga las lágrimas.
—Tranquila, cariño. Sé que no querías decirlo, y ahora, por favor, ve al gallinero y trae unos huevos. Los necesitamos para cocinar.
Tras abrazar a su abuela, la cría coge un cesto que le entrega Mebuki.
—La acompañaré —dice esta última.
Asiento. Es mejor que vaya con ella para calmarla. Una vez Mikoto y yo nos quedamos a solas, pregunto:
—¿Estás bien?
La mujer se sienta en una silla.
—Hideki está creciendo muy deprisa y tenemos miedo de que... de que...
No dice más; debe de dolerle recordar. Me siento junto a ella.
—Sé de qué tenéis miedo porque Sasuke me lo contó —digo. Mikoto me mira—. Pero debéis confiar en Hideki. 
Es una jovencita que reclama su parte de libertad y no se la podéis negar eternamente. Debéis vigilarla, no asfixiarla.
—Tienes razón, hija, pero nos preocupa tanto que... que... Además, ya le hemos permitido que vaya a ese concierto al que la vais a llevar en Atlantic City.
—Ah, sí... —Sonrío—. Por el concierto no te preocupes, que estaremos Sasuke y yo. Pero debes tranquilizarte, tiene que pasar esta edad.
Y debes hacerle ver que eres su amiga, no su enemiga.
—Temo tanto que le pase lo mismo que a su madre que...
—Lo sé..., y es comprensible, pero no puedes obviar que está creciendo.
Todos hemos tenido esa edad y nos ha gustado salir de fiesta con las amigas.
¿O acaso a ti no te gustaba salir con Mebuki y tus amigas a divertirte? —Ella sonríe—. Piénsalo detenidamente, Mikoto. Hideki sólo quiere pasarlo bien como en su momento hiciste tú.
Asiente. Entiende lo que digo.
Entonces posa la mano en mi mejilla y murmura:
—Gracias por hablar conmigo —y, sonriendo, añade—: El hecho de que Sasuke te contara lo de su hermana, con lo mucho que sé que le dolió, sigue confirmándome lo especial que eres para él.
Suspiro y me apeno. Si ella supiera por qué lo sé, se me caería la cara de vergüenza. Sin embargo, sonrío a mi vez y digo levantándome de la silla al ver que Mebuki entra con los huevos:
—Venga..., os ayudo a cocinar.
Tras una mañana en la que no veo a Sasuke ni sé dónde está, hablo con Mikoto y con Mebuki de miles de recetas de cocina y, cuando mi vaquero aparece, quiero preguntarle dónde ha estado, pero finalmente desisto. No quiero ser tan cotilla.
A la hora de la comida no aparecen ni la abuela ni Kurenai, y el ambiente es como poco festivo, aunque observo que, igual que siempre, nadie habla con Kohana, y que su infiel marido tampoco es que sea muy comunicativo con ella.
¿Se comportarán así porque está Sasuke delante?
Físicamente, Kohana me recuerda a Nicole Kidman, la actriz australiana.
Hasta mira igual que ella. Cada día me doy cuenta de lo mucho que se cuida.
Kohana es muy Temari en eso, no como yo, que sólo me pongo mona la noche que salgo a tomar una copa, y el resto de los días, vaqueros y coleta alta para ir rápida. Pero, claro, mi vida no es la de ella y, con Sarada y el trabajo, cuando lo tengo, siempre voy pillada de tiempo.
Estoy sumida en mis pensamientos cuando oigo:
—¿Qué piensas?
La voz de Sasuke me hace regresar a la realidad y, deseosa de saber, le
pregunto en voz baja:
—¿Por qué nadie habla con Kohana?
Él me mira. Su cara lo dice todo.
—Vale —insisto—. Entiendo que tú no le hables por lo que ocurrió entre vosotros, pero ¿y el resto?
Con cautela, Sasuke mira a su alrededor y, una vez termina su recorrido visual, cuchichea:
—Todos se tomaron muy mal lo que hizo y, a excepción de Izuna, Hideki, mi madre e Izumi, nadie le presta mucha atención.
—Pobrecilla.
—¡¿Pobrecilla?!
Miro a Sasuke. No dudo que lo ocurrido le hiciera daño en su momento.
—¿Cuántos años hace ya de eso?
Él suspira.
—No sé..., unos ocho o así.
—Por Dios, ¡erais unos críos! Madura y perdónala; ¿cómo puedes ser tan rencoroso?
Mi vaquero me mira con cara de pocos amigos. No dice nada. No habla, e insisto:
—Vale. Sé que te dolió lo que ocurrió, pero Kohana era una cría.
Hoy, tu madre me ha dicho que tiene sólo treinta años y...
—No quiero seguir hablando de esto
—me corta.
—Pues muy mal. Las cosas se han de hablar.
—Sakura..., basta.
—Sasuke..., hay que comunicarse. Las personas nos comunicamos.
Ni caso. Pasa de mí. Sigue en sus trece y, molesta, siseo:
—Desde luego, la inteligencia no tiene límites, pero la estupidez en ocasiones no tiene fronteras. 
Mi comentario hace que vuelva a mirarme fijamente, pero digo sin que me importe lo más mínimo:
—Con sinceridad, creo que deberías remediar lo que ocurre aquí.
—¡¿Remediar?!
Asiento.
—Tienes que ser tú el primero en dar el paso y normalizar la situación para que los demás la normalicen. El pasado ¡pasado está! ¿O acaso no lo has superado?
Sasuke sonríe y pone los ojos en blanco.
—No digas tonterías. Eso está más que superado.
—Pues entonces, si es así —prosigo  —, deberías tratar a Kohana como se merece. He visto que con tu hermano sí te hablas; ¿acaso él tuvo menos culpa que ella en lo que ocurrió?
—Mi hermano es mi hermano — gruñe.
Dios..., ¡menudo cabezón! Y, sin callarme, pero omitiendo lo que sé de su hermano, insisto:
—Y Kohana, además de ser tu cuñada, es una persona que tiene corazón y sentimientos. Pero, Dios mío, ¿no te da lástima verla siempre tan sola? Yo apenas la conozco, pero me da una lástima que no veas y, aunque casi no sé nada de ella, no se ve mala persona.
Sasuke me mira, después observo que mira a Kohana, que come en silencio mientras los demás hablan y bromean.
—Ella se lo buscó —replica.
—Pero eso no es justo. Ella era una cría cuando te marchaste. No se puede luchar contra el corazón y, te guste o no, se enamoró de Izuna porque estaba aquí para lo que ella necesitara. ¿Acaso es malo enamorarse? Eso ocurrió hace mucho tiempo, y no debe de ser fácil vivir como ella vive. ¿Lo has pensado alguna vez?
Mi vaquero suspira.
—¿Ahora vas de hermanita de la caridad?
Boquiabierta, frunzo el ceño.
—No. Simplemente tengo corazón, algo que parece que tú y muchos de los que estáis aquí no tenéis, y menos aún entiendo que Izuna...
—¿Que Izuna qué?
Uf..., uf..., que casi lo suelto. Y, redirigiendo mi discurso, continúo:
—Mira, si yo viviera la incómoda situación que ella vive aquí, ya te habría mandado a paseo. Debe de quererlo mucho para seguir aquí y tragarse vuestro desprecio.
Mi vaquero vuelve a mirarme y, tras unos instantes que se me hacen eternos, responde:
—Izuna siempre ha querido dirigir el rancho y sabe que, cuando la abuela muera, lo hará. Quizá por eso no se ha marchado y se traga nuestro desprecio.
Estoy pensando en ello cuando Izumi llama mi atención y, a pesar de ponerse roja como un tomate al ver que todos oyen lo que dice, me propone ser una de sus damas de honor el día de la boda.
Me quedo boquiabierta. ¿Yo, dama de honor?
Mikoto aplaude encantada, le parece una estupenda idea.
Aún sorprendida, le pregunto a Izumi:
—Y ¿quiénes son tus damas de honor?
Como un pajarillo asustado, Izumi mira a Itachi y responde:
—De la familia, Hideki, Kurenai y mi prima Karin.
¿Kurenai y Karin?
Joder..., ¡qué biennnnnnnnnnn!
Mis ojos se dirigen de nuevo a Kohana. Veo dolor en su mirada, intuyo que le sabe mal no ser una de las damas de honor, pero no dice nada. Se limita a mantener la cabeza baja y, cuando nota que la observo, me mira con ojos amenazantes.
—Vamos, Sakura, ¡acepta! —oigo que dice Mikoto—. Izumi estaría muy feliz si ese día quisieras ser una de sus damas.
Todos me observan a la espera de que conteste, pero yo no sé qué decir.
Entonces, Kohana se levanta, coge su plato vacío y desaparece en la cocina.
Nadie la mira. Nadie repara en ella, y me siento fatal.
Oigo las voces del resto, que me animan a que acepte. Los miro.
¿He de hacerlo o no?
Miro a Sasuke. Él no dice nada, y entonces Itachi señala con una sonrisa:
—Mis hermanos y Tobirama son mis acompañantes. Vamos, dile que sí a Izumi.
Ay, madre..., ay, madre... ¡Esto cada vez se complica más!
Estoy interpretando el papelazo de mi vida, estoy mintiéndoles a todos y, una vez la boda acabe, me voy a ir de aquí para no regresar nunca más. ¿Estará bien que mi careto quede reflejado en las fotos del enlace?
Vuelvo a mirar a Sasuke. Por sus ojos, sé que se siente tan culpable como yo, pero al mirar a Izumi y ver su cara de bonachona y comprobar que sigue esperando mi contestación, finalmente accedo:
—Será un placer ser una de tus damas de honor.
Al decir eso, todos aplauden mi decisión y tengo que sonreír. Sin apenas conocerme, siento que esas personas me quieren, y más cuando Izumi se levanta, viene hacia mí, me da un abrazo y murmura:
—Gracias. Ya eres como una hermana para mí.
Sigo sonriendo. ¡Qué cariñosa es Izumi!
—Voy a por más pan a la cocina — dice entonces llevándose la panera.
Cuando desaparece, Mikoto me explica que tiene que tomarme medidas rápidamente. Han de hacerme un vestido igual que el de las demás damas de honor. Asiento, pero me agobio. ¡¿Qué estoy haciendo?!
Minutos después, mientras todos charlan alrededor de la mesa, veo que la jarra del agua está vacía. La cojo y me levanto, pero Mikoto me detiene.
—No, hija, siéntate —me dice—, ya iré a por agua.
Sin embargo, no suelto la jarra y replico:
—Mikoto, tú sigue comiendo, que yo tengo dos piernas fuertes para ir a la cocina, ¿entendido?
Ella me mira. Sin duda mis contestaciones la sorprenden.
—Mamá, no discutas con ella — interviene Sasuke—, o saldrás perdiendo.
Sonrío y, tras guiñarle un ojo, me encamino a la cocina con mi jarra vacía.
Antes de llegar, Hideki me intercepta en el camino.
—Gracias por lo que le has dicho a la abuela con respecto a la fiesta — murmura—. Al final me dejan ir.
—¡Eso es genial! Pero ahora, ya sabes: compórtate y demuéstrales que pueden confiar en ti, ¿entendido?
La cría asiente.
—El caso es que este sábado por la mañana he quedado con unas amigas.
Queremos pasar el día en Hudson y comer allí, pero para eso necesito que digas que me viste ir con sayu y su hermano mayor.
—¿Qué?
Hideki asiente. Ve el desconcierto en mi mirada y suplica:
—Sakura, por favor.
La miro. Eso me suena a las mentiras que yo le colaba a mi madre cuando no iba a hacer lo que realmente le contaba.
—Vamos a ver —digo—.Realmente, ¿por qué me pides esto?
Ella suspira y, bajando la voz, cuchichea:
—Porque quiero irme pronto y, si las abuelas se enteran de que voy a estar en Hudson con mis amigas, harán que alguno de mis tíos me persiga como un perro guardián. Por eso necesito que digas que me viste marcharme con sayu y su hermano. De ellos siempre se fían.
Pienso lo que me dice. Sin duda, todos tienen miedo de que la muchacha se junte con malas compañías como le pasó a su madre.
—Hideki, yo...
—Por favor, Sakura..., por favor..., no voy a hacer nada malo y regresaré a las cinco como me han dicho las abuelas.
Sólo di esa pequeña mentirijilla por mí, ¿vale?
Su mirada me hace sonreír. Aún recuerdo mi adolescenc

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