Capítulo 15

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Cuando llegamos al rancho de vuelta de Hudson, Sasuke y yo descargamos las bolsas de la camioneta. Hideki se acerca entonces a nosotros en un precioso caballo blanco, acompañada por su amiga Mayu, que va montada en otro.
—Tío, me queda genial —dice señalándose la camiseta de la gira de  Ino—. Acertaste en la talla.
Me entra la risa. Si no llego a recordarle a Sasuke lo de la camiseta que la muchacha le pedía en el mensaje, se le habría olvidado.
Mientras dejamos las bolsas en el suelo, mi supuesto novio afirma, recuperando el buen humor:
—Fue Sakura quien acertó.
—¡Gracias, Sakura! Por cierto, me encantan los tatuajes, aunque por aquí las chicas no se los hacen y la abuela Tsunade los odia.
Sonrío.
—Me gusta que te guste.
—Por cierto, enana... —dice Sasuke.
—Tío, por favor —protesta ella—. ¿Quieres dejar de llamarme así? Ya he crecido, soy mayor, y no quiero que ninguno de mis amigos oiga ese ridículo nombrecito tuyo.
Él sonríe.
—Hideki, has de saber que Sakura es íntima amiga de Ino.
La cría me mira. Luego mira a su amiga. Ambas abren los ojos como platos y, tras bajarse de sus caballos, se acercan a mí.
—¿En serio?
Encantada al ver que aquellas adolescentes quieren tanto a mi Ino, sonrío y saco mi móvil. Busco las fotos y se las muestro.
—He aquí la prueba del delito — digo.
Las chicas gritan al ver las fotos de las dos en casa, en la piscina, en la playa. Lo que están observando les resulta increíble y, cuando vuelven a mirarme, sé que tengo su total aceptación.
—La próxima vez que vayáis de visita a Los Ángeles —digo—, si nos vemos...
—¿Por qué no vamos a vernos? — me corta Hideki—. Eres la novia de mi tío, ¿no?
Sonrío y disimulo lo mucho que me joroba mentir.
—Pues eso, cielo, prometo llevarte a casa de Ino para que la conozcas y, por supuesto, tu amiga puede acompañarte. Estoy segura de que le encantará conoceros. Por cierto, ¡me apunto al concierto de las Fifth Harmony, ¡las adoro!
—¿De verdad te gustan? —pregunta Mayu alucinada.
Asiento. No estoy mintiendo y, acercándome a ellas, cuchicheo:
—Si tu tío consigue meternos en el backstage, os las presentaré. Como soy amiga de Ino, las conozco y me llevo muy bien con Camila y Dinah; ¿sabéis quiénes son?
Las dos adolescentes saltan, chillan y se comportan como dos locas.
—Menudo conciertito que me vais a dar —murmura Sasuke sonriendo—. Como si lo viera.
Me alegro de que vuelva a estar de buen humor.
Las muchachas se comportan como Ino y yo a su edad. Emocionadas, hasta tartamudean de los nervios que les entran, y me preguntan mil cosas. Hasta que Sasuke, cogiendo las riendas del caballo de su sobrina, pregunta:
—¿Adónde vas con Caspian?
Rápidamente la niña lo mira, le arrebata las riendas, monta con una agilidad increíble y responde:
—Vamos a casa de Mina. Quiero enseñarle mi camiseta nueva.
Sasuke se mira el reloj.
—No tardes. Ya sabes que comemos todos juntos dentro de una hora y media, como mucho.
Dicho esto, las chiquillas me regalan otra espectacular sonrisa y, espoleando a sus caballos, se alejan de nosotros.
Las observo durante unos minutos.
—Parece fácil montar a caballo, pero estoy convencida de que no lo es —comento.
—¿Quieres que te enseñe?
Asiento como una cría. Sé que en los días que voy a estar aquí aprenderé poco, pero estoy dispuesta a intentarlo.
—Me encantaría —digo.
Cuando nuestras miradas se encuentran, ambos sonreímos. Adiós tensiones.
Sasuke da entonces un paso hacia mí, me agarra por la cintura y, tras agacharse para estar a mi altura, dice rozando su nariz contra la mía:
—Mi madre nos observa desde la ventana de la cocina.
—¿Y? —murmuro atontada por su íntimo contacto.
—Dame un beso.
Todavía enfadada con él por la tonta discusión que hemos tenido en Hudson, replico:
—Ni lo sueñes, Caramelito. Estoy molesta por lo borde que has sido conmigo.
—Dame un mua —insiste.
—No —susurro encantada al ver cómo ha llamado al beso.
Pero no me suelta y, sin separarse un milímetro de mí, me da un piquito en los labios.
—Lo siento —murmura cuando se aparta—, pero es lo que quiere ver mi madre.
Vale. Sin duda ese besito es lo que ella quiere, pero ¿y yo?
Lucho conmigo misma durante unos segundos pero, al final, dándome por vencida, me dejo llevar por mi locura, mi inconsciencia y, en cierto modo, mi desfachatez y, con la sangre revolucionada por el íntimo contacto, asiento, acerco de nuevo mi boca a la suya y lo beso con auténtico fervor.
Sasuke acepta el beso. Nuestras lenguas se unen y juegan mientras nos saboreamos y, cuando por fin logro separarme de él, murmuro:
—Sin lugar a dudas, a tu madre este remuá le ha gustado más.
Nos miramos...
Nos tentamos...
—¿Disfrutas interpretando tu papel? —me pregunta entonces.
Asiento, no puedo negarlo. Y afirmo encogiéndome de hombros:
—Reconozco que sí. Estás de muy buen ver.
De nuevo me he dejado llevar por mi ímpetu. ¿Por qué seré tan sincera?
Pero entonces, con una sonrisa de advertencia, Sasuke murmura cerca de mi boca:
—No te enamores de mí, Pelirosa. Te equivocarías.
Lo observo con fingida sorpresa y, con toda la frialdad de que soy capaz en un momento en el que lo que más me apetece es soltarle un besaco que lo deje K.O., lo cojo de la barbilla y cuchicheo:
—Tranquilo, Caramelito. Lo mío son los rubios, y tú no entras en mi radio de acción por muy buen trasero que tengas.
¿«Radio de acción»? ¿«Buen trasero»? ¿He dicho eso?
Madre mía..., madre mía..., menuda hortera me estoy volviendo. Tengo que empezar a escuchar otra vez el viento.
Sasuke asiente. Creo que me ha creído y, dispuesta a descuadrarlo por completo y a no dejarle creer que es especial para mí, le doy un nuevo piquito que él acepta gustoso y añado:
—Querido Sasuke, cuando yo hago algo lo hago bien, y esto ¡lo tenemos que bordar!
Mi comentario nos hace reír a ambos y finalmente dejamos de abrazarnos.
Entonces él se agacha para volver a coger las bolsas que hemos dejado en el suelo y, divertida, decido darle un azote en el trasero. Cuando me mira, me mofo cogiendo mis bolsas.
—Vamos, tu madre nos espera.
Seguimos de buen humor. Río al ver su expresión mientras me pregunto qué estoy haciendo. Y me lo pregunto porque sé que, cuando acabe todo esto, me voy a sentir no mal, sino ¡fatal!
Al entrar en la cocina nos encontramos con Kohana y Mikoto.
Como era de esperar, esta última bromea acerca de lo que ha visto a través de la ventana y, una vez soltamos las bolsas, se abraza a su hijo, feliz.
—Me gusta que seas cariñoso con Sakura —dice antes de soltarlo.
A continuación, se dispone a levantar una bolsa, pero ésta se le escurre de entre las manos y Sasuke se apresura a agacharse para recoger lo que se ha caído.
—Estas bolsas... —dice Mikoto—. Cada día las hacen más endebles.
Sonrío. Me fijo entonces en que la bolsa no tiene el asa rota, pero Mikoto prosigue:
—Que os abracéis y os beséis me demuestra lo bonita que es vuestra relación.
Su hijo sonríe, a pesar de que sé que la presencia de Kohana lo incomoda.
Entonces, dispuesta a hacerle ver a la rubita que lo engañó lo feliz que soy con él, lo abrazo y comento:
—Sin duda, Mikoto, Sasuke es un amor de hombre.
Kohana sonríe al oír eso, pero instantes después sale de la cocina como alma que lleva el diablo. Mikoto la observa y luego se acerca más a nosotros.
—Izuna es mi hijo y lo quiero — cuchichea—, pero sin duda Kohana no puede decir lo que tú has afirmado de Sasuke. Nunca he visto una pareja más fría que esos dos, a pesar de que me consta que mi nuera quiere a mi hijo.
Creo que los vi besarse y agarrarse de la mano el día de su boda y poco más.
Sin ganas de seguir con el tema, pues siento la incomodidad de Sasuke, menciono a Hideki. Mikoto sonríe y empieza a hablar de su nieta. Se le cae un paquete de galletas al suelo y yo me apresuro a recogerlo.
Mientras coloca las cosas en la despensa, nos hace sentar a la mesa. Nos prepara unos cafés y, cuando me pregunta cómo nos conocimos Sasuke y yo y cuándo me dio el primer beso, la cara de él es todo un poema.
Pero ¿de verdad que los tíos aún no saben qué cosas preguntan algunas madres?
Respondo a todo divertida, mientras me recreo en lo que digo para que la mujer lo disfrute y se emocione. Sasuke sonríe. Sin duda está viendo en primera fila lo buena actriz que soy y lo bien que se me da contar historias inventadas.
Entonces, la abuela entra en la cocina acompañada por una mujer morena más o menos de mi edad, muy guapa y con un estilazo increíble. Y se hace un silencio incómodo. Bueno..., bueno... ¿Qué se cuece allí?
Con el rabillo del ojo miro a Sasuke. La sonrisa se le ha borrado de un plumazo y tiene el ceño fruncido.
Mikoto se apresura a levantarse de su silla por cortesía y de repente oigo decir a la abuela:
—Ésa es la novia.
¡¿Ésa?! ¿Cómo que ésa otra vez? Joder con Pocahontas.
—Tsunade —protesta Mikoto.
Sasuke resopla. Uisss, qué mal rollito. Por debajo de la mesa, toco el muslo de mi vaquero para pedirle que se relaje.
—Kurenai y yo hemos estado asistiendo durante horas el parto de una yegua y controlando las diarreas de los caballos; ¡qué desastre! —explica la abuela. Y, sin mirarnos, añade—: Venimos a tomar café.
Vaya, la morena se llama Kurenai, como la cantante española; ¡qué ilusión!
Un silencio incómodo se instala de nuevo en la cocina, hasta que Mikoto pregunta:
—¿Qué yegua ha parido? 
—Indiana, la yegua western — responde la tal Kurenai mirándome.
¡Uy..., uy, si las miradas mataran...!
Ya ha dejado de hacerme ilusión que se llame como la simpática Kurenai que yo conozco. Ésta, desde luego, es una rancia.
Al comprobar que yo no bajo la mirada, Mikoto dice con apuro:
—Kurenai, te presento a Sakura, la novia de mi Sasuke. Sakura, Kurenai es nuestra veterinaria.
Mi instinto me dice que no me mueva porque aquélla muerde y deja marca. Pero, obviando mi instinto, me levanto, doy un paso al frente y le tiendo la mano.
—Encantada de conocerte, Kurenai.
Ella sigue observándome fijamente, pensando qué hacer y, al final, tras intercambiar una más que significativa miradita con la abuela, me la estrecha.
—Bienvenida a Sharingan —dice.
A continuación, se vuelve hacia Sasuke, que no se ha movido del sitio —. Hola, Sasuke, ¿no saludas?
La mandíbula de él se tensa. No sé quién es esa mujer, pero lo que está haciendo no le gusta.
—Hola, Kurenai —responde simplemente él.
Una vez nos damos todos por saludados, la morena se vuelve hacia la abuela y ambas comienzan a hablar en una lengua que no entiendo. ¿También es india? , y por sus gestos sé que la conversación va sobre mí. Cuando se llenan unas tazas con café y se echan azúcar, ambas se dan la vuelta, Kurenai sale de la cocina y la abuela le pregunta a Mikoto:
—¿Viene a comer la Rolliza?
Sasuke resopla y me doy cuenta de que ese comentario le molesta. ¿Quién es la Rolliza?
—Sí, Tsunade —murmura Mikoto—. Pero, por favor, no la llames así, que no le gusta.
La anciana sonríe. No me gusta nada su sonrisita.
—Lo que a ella le guste o no me da igual —afirma entonces y, sin dar tiempo a réplica, añade—: He dado orden de que los hombres hagan horas extras para que terminen el dichoso granero. Con un poco de suerte, la semana que viene estará acabado. Hasta luego, Mikoto.
Anda, mi madre, ¿y Sasuke y yo?
Incapaz de no hacerme notar ante tal despropósito, digo antes de que ambas desaparezcan por la puerta:
—Hasta luego, señora.
Al oírme, la mujer se para, clava los ojos en mí, me hace un escaneo en el que me hinca el hacha de guerra y luego sale por la puerta.
Cuando se marchan, Mikoto se disculpa con una mirada y va tras ellas.
—¿Qué ha pasado aquí? —le pregunto a Sasuke una vez nos quedamos solos.
Mi vaquero suspira, da un trago a su café y contesta:
—Nada. No te preocupes.
Pero no..., eso sí que no. Si tengo que estar aquí interpretando que soy su novia, necesito que sea sincero conmigo.
—Mira, guapito —siseo bajando la voz—, no sé a qué juegas, pero si quieres que esto salga bien, ya puedes contarme con qué me voy a encontrar en este rancho de una santa vez. Está visto que para tu abuela y esa idiota estirada soy el enemigo y quiero saber por qué, ¿entendido?
Él resopla, menea la cabeza y finalmente se da por vencido.
—Mi abuela quería que me casara con Kurenai y me negué —me explica.
Rápidamente pienso en lo que me contó acerca de Kohana.
—¿Kurenai también fue tu novia?
—No. Nunca lo fue.
—¿Entonces?
—Kurenai es la nieta de una Senju y la abuela la contrató como veterinaria.
En ese tiempo, cada vez que regresaba de Los Ángeles solía ver a Karin.
—¿La pelirroja? —pregunto.
Sasuke asiente con pesar y prosigue:
—A mi abuela no le gustó nunca Karin..., vamos, lo de siempre. Ella estudiaba Derecho en Montana y la abuela insistió en que se afincaría allí, cosa que no fue así, pues cuando terminó la carrera regresó a Hudson, donde montó su propio bufete de abogados.
Una de las veces que regresé, Karin no estaba. Era Navidad, y Kurenai se vino varias noches aquí, junto con mis hermanos, a tomar unas cervezas.
Bailamos, bromeamos y, bueno...
—Vale. No me lo digas, pichabrava —replico al imaginármelo.
Sasuke suspira y se rasca el cuello.
—Como ves, Kurenai es una mujer espectacular, y yo, con un par de copas de más, pues hice lo que nunca debería haber hecho. Ella se lo contó a mi abuela y entre las dos hicieron circular por Hudson que, tras lo ocurrido, y como manda la tradición senju, nos casaríamos. Karin se enteró y dio por finalizada nuestra relación.
—Pero ¿tu abuela cómo puede ser tan lianta?
—A mi abuela le gustaría volver a cruzar su sangre con la de otra senju.
Sin embargo, eso ni ocurrió ni ocurrirá, como tampoco ocurrió que Karin me diera otra  oportunidad.
Cuando dice eso, ambos nos quedamos callados. Está claro que ese capítulo no está cerrado para él.
—Sé que me estoy metiendo donde no me llaman —murmuro—, pero he encontrado cierto parecido entre Karin y Hinata. Las dos son pelirrojas, y...
—Sí, tienes razón. Siempre me han gustado las pelirrojas con caras aniñadas, y por eso Hinata llamó tanto mi atención cuando la conocí.
Se hace de nuevo el silencio, hasta que pregunto:
—Si Karin te diera esa oportunidad, ¿volverías con ella?
Sasuke sacude la cabeza y se encoge de hombros.
—Como no va a ocurrir, no me lo voy a plantear.
—Pero...
—He dicho que no me lo voy a plantear —repite con voz tajante.
—Bueno, hombre, bueno..., tampoco hace falta ponerse así.
Mi vaquero me mira. Entonces, coge con la mano una de las mías e indica:
—Y, para finalizar, Tsunade, Kurenai y yo tuvimos una gran discusión. Luego la abuela me prohibió entrar en la casa, pero eso mi madre no se lo consintió, aunque ya ves que entro lo menos posible. Por eso me construí la cabaña.
Éste es mi hogar. Me gusta el rancho sharingan y venir cada cierto tiempo a desconectar del ruido de Los Ángeles.
Y, aunque nunca volveré a instalarme aquí porque me encanta el lugar donde vivo, no quiero dejar de ser parte de este sitio, por mucho que mi abuela se empeñe. Simplemente vivo y dejo vivir mientras intento mantenerme alejado de ella, a pesar de que es mi abuela y en cierto modo la quiero.
Lo miro alucinada. Cada vez que me cuenta algo, entiendo más por qué no quiere vivir en este idílico lugar. Debe  de ver mi cara de sorpresa, porque añade:
—Kohana, Kurenai, mi abuela y, en cierto modo, Karin son las artífices de que no me fíe de ninguna mujer, excepto de mi madre. De ahí que nunca repita y lo deje muy claro antes de acostarme con ellas.
—¿Por eso no crees en el amor?
—Digamos que sí.
Asiento. Al fin me he enterado del porqué de su frasecita. Cuando voy a decir algo, Mikoto entra en la cocina y me mira con cara de circunstancias.
—Lo siento, bonita mía. Lamento lo que ha ocurrido, pero...
—No te preocupes, Mikoto —la corto con una sonrisa—. Sasuke me ha contado lo que ocurrió. No tienes por qué preocuparte.
Al oír eso, sonríe y mira a su hijo.
—Me gusta la buena sintonía que hay entre vosotros dos —dice y, mirándome, añade—: Y me encanta que mi hijo sea sincero contigo y haya encontrado a una mujer que lo trate con el cariño y el respeto que se merece. — Luego, al reparar en que estamos cogidos de la mano, continúa—: Detalles como ése me demuestran que lo vuestro es de verdad.
Pobre..., pobre..., ¡aisss, qué pena me da!
Me siento fatal por engañar a esa pobre mujer. No se lo merece.
De nuevo, Sasuke debe de ver en mi cara lo que pienso, porque me abraza, me da un beso en la sien y me saca de la cocina a toda leche al tiempo que dice:
—Mamá, voy a enseñarle el rancho a Sakura.
—No os alejéis mucho. Izumi viene a comer.
¿Otra mujer?
—¿Quién es Izumi? —le pregunto a Sasuke.
—La novia de Itachi; ¿no recuerdas que esta mañana hemos visto a su madre y a su prima Karin?
—Ah, sí. Perdón.
Me alegra saber que ésa no ha tenido nada con él, aunque me incomoda que la abuela la haya llamado por ese apodo tan feo. Sinceramente, entre Kurenai, Tsunade y Kohana, creo que ya tengo bastantes enemigos, y sólo acabo de llegar.
Una vez fuera de la casa, y sintiéndome la peor persona del mundo por mentirle a la buena de Mikoto, miro al hombre que me ha metido en ese jaleo.
—No me gusta nada engañar a tu madre. ¡Pobrecilla! —murmuro—. Y eso, por no hablar de los puñales que noto que me clavan en la espalda tu abuela y su compinche.
Él asiente.
—Tranquila. Estaré a tu lado —dice sin soltarme.
Caminamos cogidos de la mano, conscientes de que su madre nos mira por la ventana de la cocina.
—Y ¿qué le vas a decir a Mikoto cuando yo no vuelva por aquí? — pregunto a continuación.
Sin dejar de caminar, él se encoge de hombros y responde con indiferencia: —Que lo nuestro no funcionó.
Me da pena oír eso.
Pero, vamos a ver, ¿por qué me da pena?
¿Acaso tengo algo con él?
¿Acaso soy su novia?
Pero, no quiero pensar en ello y seguimos caminando hacia el establo.
Al entrar, nos encontramos con Obito e Itachi, que nos saludan.
Mientras paseamos por allí, Obito aprovecha para poner al día a Sasuke.
Con curiosidad, se paran delante de un box donde hay dos caballos que, al parecer, tienen diarrea. El tema no les resulta cómodo. Me lo dicen sus gestos y, en especial, su tono de voz.
Estoy escuchando calladita cuando Itachi, que está a mi lado, me dice:
—Izumi vendrá hoy al rancho. Está como loca por conocerte.
Su comentario me hace sonreír.
—El placer será mío —afirmo y, mirando esos ojos tan parecidos a los de Sasuke, le pregunto—: ¿Estás nervioso por la boda?
Itachi se quita el sombrero y se seca el sudor de la frente.
—No. Simplemente ha llegado el momento de casarme.
Oír eso me hace suspirar. ¿Tampoco él es romántico con su novia?
—¿Tú y Sasuke habéis hablado ya de boda? —me pregunta entonces.
—No. —Sonrío—. Creo que a nosotros nos falta mucho para eso.
Itachi sonríe a su vez y a continuación cuchichea:
—La verdad es que Sasuke me ha sorprendido.
—¿Por?
—Creía que, cuando nos aseguraba que tenía una novia en Los Ángeles, era mentira, pero ahora te tengo aquí, frente a mí, y no puedo más que darle la enhorabuena a mi hermano por la excelente elección.
—¿Por qué me das la enhorabuena? —pregunta de pronto el aludido.
Me entra la risa. Es mi risa nerviosa.
—Porque me gusta tu novia —oigo que dice Itachi entonces—. Y ¿sabes por qué? —Sasuke no responde, y él prosigue—: Primero, por soportar a un tío como tú y, segundo, por cómo anoche no se amilanó con la abuela. Eso me hace saber que esta chica los tiene muy pero que muy bien puestos.
Sasuke y yo nos miramos. Ayyy, Dios, que me va a dar un mua..., ¡que me va a besar! Pero de pronto me suelta un azote en el trasero que hace que me tambalee hacia adelante.
—¡Así es mi chica! —exclama—. Fuerte y dura.
¡¿A que le doy?!... ¡¿A que le doy un guantazo?!
En ese instante, Tobirama, el otro vaquero que conocí la noche anterior, se acerca a nosotros.
—Sasuke, ¿he de enseñarte a tratar a las damas? —interviene.
Él lo mira y, cuando va a decir algo, Tobirama me coge de la mano, me la besa y murmura con galantería:
—Te aseguro, Sakura, que no todos somos tan brutos como tu novio.
—Me alegra saberlo —afirmo encantada con su delicadeza.
Durante un buen rato, los cinco charlamos divertidos, hasta que de pronto Kurenai entra en el establo. Lo hace de esa manera que da a entender que sabe que es preciosa, que lleva el pelo perfecto y que la ropa le sienta de muerte. ¡Menuda chulita! La miro, recuerdo su sangre india y, sonriendo mentalmente, pienso en Toro Sentado.
Ésta es digna heredera de aquellos míticos indios, y decido bautizarla como Vaca Sentada. Ea..., ¡le ha tocado!
Contoneando las caderas más de lo que creo que es necesario, se acerca hasta nosotros y la oigo decir:
—Itachi, me he enterado de que la Rolliza viene a comer.
—Sí —afirma él.
Vamos a ver, no conozco a Izumi, pero me molesta que la llamen así. ¿Por qué Itachi lo consiente? Estoy pensando en ello cuando la desagradable mujer pregunta:
—Obito, ¿qué querías que le mirara a Sugar?
Él le levanta la pata al caballo y Kurenai dictamina después de echarle un vistazo:
—Candidiasis.
—Lo que te he dicho —señala Sasuke mirando a su hermano.
Al oír eso, la lista entre las listas clava la mirada en él y replica:
—Me alegra ver que hay ciertas cosas que no olvidas.
Uy...,uy..., vaya perdigonazo que acaba de soltarle a mi vaquero.
Obito, Itachi y Tobirama se miran entre sí. Está visto que ésa no se lo va a poner fácil a Sasuke. Antes de que yo diga o haga nada, él la coge del codo, la aleja unos pasos de nosotros y oigo que le sisea:
—Kurenai, he venido a pasar unos días con mi familia. ¿Serías tan amable de dejar estar las cosas y no buscar problemas?
Ella sonríe y me mira con desprecio.
—No es gran cosa —suelta—. ¿De verdad la prefieres a mí?
Todos oímos lo que acaba de decir.
—Eres preciosa, Sakura —afirma Obito dirigiéndose a mí—. Ni caso.
—Menuda diva —se mofa Tobirama.
—Lo es —afirma Itachi, colocándose el sombrero en la cabeza.
Bueno..., bueno..., ¡¿a que le sobo el morro a la creída esa?!
Vale..., no soy muy alta. No soy un bellezón. No tengo las curvas que ella muestra bajo su ropa, pero, joder, ¡que tampoco soy Fétido!
En ese instante, Obito, Tobirama e Itachi, alertados por otro cowboy, se alejan hacia el fondo del establo, donde se oyen los relinchos de un caballo.
Sasuke, que sabe que hemos oído lo que la indeseable ha dicho, replica sin mirarme:
—Sin lugar a dudas, la prefiero a ti, empezando porque tiene cualidades que tú nunca tendrás, y terminando porque ella es la clase de mujer que me gusta, no tú.
¡Toma yaaaaaaaaaaa!
¡Ay, qué monoooooooo! ¡Ay, qué mono lo que ha dicho, aunque no lo sienta!
Cuando me mira sonrío y, guiñándole un ojo con complicidad, le digo:
—Ve con tus hermanos, cariño. Te espero aquí.
Sé que lo he llamado cariño.
Sé que lo he mirado con unos ojitos demasiado melosones.
Pero también sé que era lo que él necesitaba oír delante de Vaca Sentada.
Él me guiña un ojo y, sin reparar en el humo que le sale de la cabeza a aquélla, se aleja y nos quedamos ella y yo solas, a escasos metros de distancia. 
Está más que claro que amigas, lo que se dice amigas nunca lo vamos a ser y, dispuesta a dejarle clarito quién soy yo, empiezo:
—Mira, Kurenai...
—No me hace ninguna gracia que estés aquí —me corta—. Y sólo espero que ambos desaparezcáis cuanto antes, porque tu presencia y la de él me incomodan.
¡Anda, mi madre! Pero ¿de qué va esta chulita?
Me dan ganas de decirle eso de «cuando tú vas..., yo vengo», pero sin despeinarme porque con ésa ni me despeino, replico:
—¿Sabes, mona? Esto y todo lo que nos rodea no es ni tuyo, ni mío, pero sí de Sasuke. Por tanto, si te incomoda, ya puedes coger el caminito y desaparecer, ¿entendido?
Su cara se contrae, y entonces oímos que la llaman del otro lado del establo.
—¡Kurenai!
Seguimos retándonos con la mirada.
Si por ella fuera, estoy convencida de que me cogería de los pelos. Pero se reprime y, clavándose las uñas en las palmas de las manos, se da la vuelta y camina hacia donde están los hombres.
La sigo. Quiero saber qué ocurre. 
Cuando llego frente a uno de los boxes, veo a un caballo negro que camina de un lado al otro como desorientado y, cuando se para, se tumba con brusquedad.
Con curiosidad, observo cómo Vaca Sentada entra donde está el inquieto animal y, mientras le habla con suavidad, se agacha junto a él y le palpa el abdomen. Luego, mira unos papeles que Obito le entrega.
—Tiene toda la pinta de cólico y pronto comenzará con diarreas —dice —. Aun así, voy a ir a por mi maletín para hacerle unos análisis. De momento, mantenedlo aquí, ¿de acuerdo?
Los hombres asienten. Sin duda, la respetan como profesional. Cuando ella se va, sin mirarnos y con cara de perro, Itachi protesta:
—Pero ¿qué demonios pasa, que últimamente se nos ponen todos los caballos enfermos?
Los vaqueros hablan entre sí. Yo no entiendo nada. Simplemente me dedico a escucharlos. Entonces, Sasuke coge mi mano y, acercándome a él en una actitud cariñosa, dice:
—Tú vales infinitamente más que ella.
¡¿Otro piropo?!
Ay, madre, que me voy a acostumbrar...
Reconozco que sentir cómo me mira y oír esas palabras de su boca me alegran hasta el karma y, sonriendo, me encojo de hombros y cuchicheo sin querer creerlo:
—No te oye nadie..., no es necesario que digas esas cosas.
Entonces Sasuke hace que lo mire.
Con el rabillo del ojo veo que Itachi,  Obito y Tobirama nos observan cuando el vaquero que me tiene loca acerca sus labios a los míos, me besa ante los silbidos de sus hermanos y, cuando deja de hacerlo, dice a escasos milímetros de mí:
—Es necesario porque es verdad.
¡Bueno..., bueno..., bueno..., el subidón de adrenalina que me da! Como una tonta, porque así me siento, sonrío y continuamos con nuestra visita al rancho.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora