Capítulo 6

340 29 1
                                    

Estoy contenta.
Sarada se ha recuperado del todo de sus placas, he adelgazado un kilo sin saber cómo, porque sigo comiendo como siempre, y mi relación con el Caramelito es amistosa.
¿Se puede pedir más?
Pero mi felicidad se empaña con el paso de los días. Se acerca septiembre, y eso significa que Sasori se llevará a mi pequeña a Japon durante un mes y medio y no sé cómo lo voy a soportar.
Alguna que otra noche, Sasuke y yo coincidimos en las terrazas y nos tomamos unas cervezas juntos mientras contemplamos el mar. Le comento la marcha de Sarada durante tanto tiempo, y él me hace entender, como lo han hecho mis amigas, que mi manera de proceder es la ideal. Cada día me convenzo más de ello, a pesar de que sé que mi corazón lo va a sufrir.
Una de las tardes, termino de darle la comida a mi pitufa y la acuesto para que haga la siesta. Si hay algo que Sarada no perdona es su siesta: en eso me ha salido muy española. Entonces, de pronto oigo una voz de mujer. Intrigada, busco el lugar de donde procede el sonido y, al entrar en mi habitación, la voz de aquélla se intensifica y caigo en la cuenta de que la habitación de Sasuke y la mía sólo están separadas por una pared.
Vaya..., vaya..., ¡qué pared más indiscreta!
Incrédula, escucho cómo hacen lo que a mí me gustaría estar haciendo y, cuando no puedo más, salgo del cuarto y cierro la puerta. No quiero oír más.
De pronto suena mi móvil y corro al salón para cogerlo.
—Buenasssssss. ¿Cómo está mi amiga preferida?
Me alegra oír la voz de Ino. La quiero con toda mi alma y, dejándome caer sobre el sofá, respondo mientras bajo la voz:
—Que sepas que, en este mismo instante, el vaquero está echando un polvete en la habitación de al lado.
—Pero ¿qué me dices?
—Lo que has oído..., ¡que se oye todo! Vamos, que sólo me faltan las palomitas y las gafas 3D. —Ino se ríe y yo protesto—: No te rías, tulipana.
Como nunca había tenido vecinos en la casa de al lado, no sabía lo finas que eran las paredes, y uff...
—Respira, Sakura. Como tú me dices, respira, que te estoy viendo venir.
—Joder, es que me está poniendo los dientes largos.
Ino sigue riendo. Me conoce muy bien.
—Vamos a ver, entiendo que no sea cómodo oír eso de tu vecino, pero...
—He cerrado la puerta de mi habitación. Por suerte, si no afino el oído no me entero.
Me río al decir eso, y Ino prosigue:
—Bueno, en cuanto a la marcha de Sarada, tranquila, todo va a salir bien, y la pequeña estará perfectamente.
Sabes que Sasori la tratará como tú o mejor, y...
—Lo sé —la corto—. Pero, Ino..., ¿qué voy a hacer sin ella?
Ahora que no tengo trabajo, ¿qué puedo hacer?
—¿Qué tal si te vienes a Puerto Rico con nosotros? Es el cumpleaños de la Tata y vamos a reunirnos todos allí en una fiesta sorpresa.
Suspiro. La Tata es la mujer que ha criado a Sai, a Naruto y a Shikamaru Uzumaki, los maridos de mis amigas Ino, Hinata y Temari. Siempre que voy a Puerto Rico, tanto la Tata como Minato, el padre de los Uzumaki, me reciben con mucho cariño. Aun así, respondo con una sonrisa:
—No. Yo no pinto nada allí.
—Pero ¿qué tontería es ésa? Sé que tiene razón, pero aun así insisto:
—Ino, sé que me adoran como yo los adoro a ellos, pero vosotras vais con vuestros maridos y los niños y yo voy a estar sola.
—Pero, vamos a ver, Sakura..., no me seas Dramacienta.
—Que noooooooo, y no insistas. Por favor, intenta entenderme.
Durante un rato discutimos a nuestra manera. Lo bueno que hay entre Ino y yo es que sabemos que nuestras discusiones no son graves y, cuando la damos por finiquitada, ella agrega:
—Vale, cabezota. No vengas a Puerto Rico, pero que sepas que te vas a perder una buena fiesta, en la que bailaremos mucha salsa, y te vas a aburrir sola en Los Ángeles.
Asiento. Sé que tiene toda la razón del mundo.
—Aprovecharé para tomar el sol y ponerme pelirosa —digo.
—¿Qué tal si piensas en la propuesta de abrir tu propio negocio? Cuando se vaya la niña, puedes comenzar a mirar locales y esas cosas.
Sabía que finalmente Ino me lo recordaría y, como no estoy dispuesta a enfrascarme en otra de nuestras ridículas discusiones, respondo:
—Lo haré. Te prometo que lo haré. 
Diez minutos después, cuando cuelgo, con el ánimo más arriba que antes de hablar con Ino, me levanto, abro la puerta de mi habitación y, por suerte, compruebo que los ruiditos indiscretos han cesado. Sonriendo, decido darme una ducha, pero antes voy a ver a Sarada. Está totalmente dormida, ¡qué ceporrita es!, y enciendo el intercomunicador para oírla si me llama.
Con el receptor en la mano, entro en el baño tarareando una canción de Ino, lo dejo sobre el lavabo, me desnudo y me dispongo a darme una ducha rápida cuando de pronto oigo una risa de mujer. En décimas de segundo sé que proviene de la casa de al lado. La risa vuelve a sonar y entonces oigo la voz de Sasuke, aunque no entiendo lo que dice.
Eso me atosiga; saber que está con una mujer al otro lado de la pared me confunde. Sin embargo, como no estoy dispuesta a bloquearme por algo que ni me va ni me viene, me meto en la ducha para continuar con lo mío, pero entonces unos golpes secos seguidos por unos débiles gemidos me paralizan.
Cojo la esponja con cuidado y, mientras le echo gel, miro la pared. Los golpes continúan y, ahora, los gemidos de ella son cada vez más fuertes.
—Eso, ritmo..., no perdáis el ritmo —me mofo divertida.
No hay que ser muy lista para saber lo que está ocurriendo en el baño contiguo. Y, como no tengo remedio y reconozco que soy tan cotilla como mi madre, pego la oreja a la pared y escucho.
¡Menuda fiestecita del gemido se traen esos dos!
Sin poder remediarlo, siento un calor que me recorre el cuerpo. Bueno, más que un calor, lo que estoy pillando es un calentón del quince, hasta que esos dos dejan escapar un largo gemido de satisfacción que me arranca hasta el alma y los golpes cesan de repente.
Con unos ojos como platos, el calentón por todo lo alto y el corazón acelerado, despego la oreja de la pared y, dispuesta a enfriarme, abro el grifo del agua. ¡Necesito agua! Pero estoy tan atontada por lo que acabo de oír que no me doy cuenta de que he abierto el agua caliente.
Tras maldecir por lo bajo como un camionero, acciono los mandos de la ducha y regulo la temperatura para que el agua se enfríe. Una vez lo consigo, me meto bajo el chorro. Lo necesito.
Mientras el agua cae sobre mi piel, intento olvidarme de lo que he oído y no pensar en lo cotilla que soy.
No me cabe la menor duda de que Sasuke lo está pasando bien, pero que muy bien, con alguna de sus «preciosas» al otro lado de la pared, mientras yo cotilleo como la vieja del visillo.
¡Pa’ matarme!
Con garbo y sin querer pensar en lo patético de la situación, me froto el cuerpo con la esponja y, al enjuagarme, noto que tengo la piel enrojecida.
—Eso... —murmuro—, ahora voy y me despellejo.
Veinte minutos después, una vez me he secado y dado crema, me acerco al equipo de música y decido ponerme a mi Pablo Alborán. Mira que me gusta esa voz que tiene, tan aterciopelada. La música inunda mis oídos mientras me estoy poniendo unos rulos en el pelo para que me quede más ahuecado, cuando oigo el repiqueteo de unos tacones entrar de nuevo en el baño. La tipa que está con Sasuke se ha puesto los tacones. El repiqueteo de pronto se aleja y, como si no hubiera un mañana, salgo a toda leche del baño y corro hacia la puerta para atisbar por la mirilla, a ver si sale.
Instantes después oigo cómo la puerta de Sasuke se abre, y él, desnudo de cintura para arriba, con tan sólo unos vaqueros de cintura baja, sale junto a una —¡cómo no!— pelirroja escultural.
Sin dejar de espiar por la mirilla, veo entonces que caminan hacia la salida del portal y, cuando llegan a él, se besan, se besan y se besan hasta que Sasuke corta el beso y ella se va.
En mi estéreo comienza a sonar Recuérdame. Cómo me gusta esa canción.
Sin poder dejar de mirar, mientras tarareo en silencio la canción, veo cómo Sasuke cierra el portal, se da la vuelta y regresa hacia su puerta. Camina con las manos metidas en los bolsillos y una sonrisita. ¡Qué sinvergüenza!
Pero la respiración se me entrecorta cuando observo que se para ante mi puerta. ¿Va a llamar?
¡No, por Diosssssssssssss, que llevo los rulos puestos!
No me muevo. Me convierto en una piedra, y dejo de tararear la canción.
Me da la sensación de que, si me muevo, sabrá que he estado espiándolo.
Entonces, mira hacia el suelo. Intuyo que piensa si llamar o no, hasta que finalmente se toca el pelo, se lo retira de la cara, se vuelve hacia la puerta de su casa y después oigo cómo la cierra.
Con el corazón desbocado, apoyo la frente en mi puerta, cierro los ojos y respiro, por fin puedo respirar.
Esa misma tarde, me bajo con mi Gordincesa a la playa. Allí, me junto con unas mamis de la guardería adonde va Sarada, y los chiquillos rápidamente se ponen a jugar mientras nosotras hablamos. Me encanta ver a mi pequeña relacionarse con otros niños. Adoro sus gestos cuando habla con ellos y cómo mueve sus manitas regordetas. ¡Qué linda es!
Entonces, de pronto siento que alguien se sienta a mi lado y, al mirar, veo a Sasuke, que dice:
—Hace un buen día de playa.
En cero coma dos segundos, mi boca se reseca. Siento las miradas interesadas de las mamis de los pequeños y pienso en lo ocurrido horas antes en el baño.
Suspiro, me mantengo firme e, intentando parecer una tía segura de mí misma, respondo:
—Hombre, ¡hola!
—¿Te has cambiado el peinado? — pregunta señalando mi pelo ahuecado.
Sonrío al percatarme de que se ha dado cuenta.
—Sí. Pero no me gusta: parezco un marujón.
—¿Un maruqué? —dice él sonriendo.
Sé que la palabra marujón la he dicho en español y él no la ha entendido, por lo que le explico:
—Estaba aburrida y he experimentado con mi pelo, algo que no volveré a repetir. Soy una pésima peluquera.
Ambos sonreímos y, a continuación, nos quedamos en silencio. ¡No sé qué decir! Esto es, como poco, inaudito.
¿Cuándo un tío me ha dejado a mí sin saber qué decir?
De pronto, Sasuke se levanta, veo que se dirige a dos de las mamis que están de pie en la orilla y, tras hablar con ellas, camina hacia mí y dice tendiéndome la mano:
—Venga, vamos a bañarnos.
Lo miro. Pero ¿qué dice? Al ver que no me muevo, insiste señalando a las mamis, que nos miran con una increíble sonrisa:
—Ellas cuidarán de Sarada unos minutos mientras nosotros nos damos un chapuzón.
—No..., no me apetece bañarme — consigo decir.
Sin embargo, antes de que pueda añadir nada más, el grandullón, vestido con un bañador largo y rojo con Izumies blancas, se agacha, me echa al hombro como si fuera una bala de heno y replica:
—Venga, no seas perezosa.
Al ver eso, las mamis sonríen y aplauden, mientras yo me quejo y me siento como si fuera un saco de cebollas. Sin lugar a dudas, la delicadeza sólo la guarda para sus «preciosas».
—¿Quieres soltarme? —protesto al notar que soy el centro de atención.
Sasuke no me hace ni caso y, cuando compruebo que el agua le llega por la cintura, me iza entre sus grandes manos como si fuera una plumilla y me lanza al aire.
Tras el chapuzón, saco la cabeza y, retirándome el empapado pelo de la cara, gruño:
—Joder..., dos horas dedicadas a mi pelo, ¡a la mierda!
Sasuke me mira y se ríe.
—Pero si me habías dicho que no te gustaba.
Suspiro. Tiene razón: le había dicho eso. Pero ¿por qué ha tenido que mojarme?
Entonces él se sumerge en el agua.
De pronto, noto que me agarran por las rodillas y, cuando sale, y antes de que
yo pueda decir algo, vuelve a lanzarme por encima de su cabeza. Esta vez, más prevenida, mi caída es más elegante y, cuando asomo la cabeza de nuevo y veo cómo sonríe, murmuro sonriendo a mi vez:
—Ésta me la vas a pagar.
A continuación, se planta ante mí y bromea:
—Vamos, no me apetecía bañarme solo. Es más divertido acompañado.
—No hace falta que jures que no te gusta bañarte solito... —le suelto de pronto.
¡Mierda!
Pero ¿qué acabo de decir?
Como siempre, he hablado antes de pensar y, antes de que Sasuke pueda preguntar, me lanzo contra él para ahogarlo y durante un buen rato jugamos como dos críos a ver quién ahoga más.
Cinco minutos después, y tras haber tragado más agua de la que me habría gustado por reír o caer con la boca abierta, me inmoviliza junto a él, y me siento agotada por la lucha que nos traemos.
—¿Te rindes?
—¡¿Yoooooooo?, ni loca!
—¿Quieres seguir peleando conmigo?
Ay..., ay..., ay..., que lo tengo muy cerca. Ambos estamos mojados, alterados por el juego y divertidos. Su boca y la mía se hallan a menos de cuatro dedos.
—Vaquero, eres un abusón — respondo—. Si yo midiera y pesara lo que tú, te aseguro que te iba a machacar.
Sasuke sonríe mientras percibo su oscura mirada sobre mí. Sentir su sedosa piel contra la mía hace que mi cuerpo, mi mente y toda yo rememore aquella noche que pasamos juntos.
Finalmente, él me suelta en el agua y replica:
—Tienes razón. No estamos en igualdad de condiciones.
Asiento, miro hacia la orilla y, al ver que mi pequeña me observa, digo disponiéndome a salir:
—Te dejo. Creo que Sarada quiere algo.
Sasuke no dice nada y, mientras yo camino hacia la playa, en una de las ocasiones que miro hacia atrás, veo que se aleja en sentido contrario nadando a braza.
Alterada, le sonrío a mi pequeña, aunque todavía siento las manos juguetonas de él sobre mi cintura.
—Pero, Sakura, ¿quién es ese tío tan sexi? —pregunta la mamá de cho cho.
—Se llama Sasuke y es un amigo
—respondo mientras cojo una toalla para secarme la cara.
—Pues me encanta tu amigo — cuchichea ella a continuación.
Yo sonrío y omito que a mí también me encanta y, sin poder evitarlo, nos echamos unas risas a su costa.
La verdad, cuando las mujeres nos juntamos para hablar de hombres, ¡somos tremendas! Lo que no se le ocurre a una se le ocurre a la otra, y el tema va desvariando hasta decir verdaderas barbaridades.
¡Y dicen de los hombres, cuando nosotras somos peores! 
Aisss, si ellos supieran...
Minutos después, el objeto de nuestros comentarios sale del agua y le dice algo a mi hija, que lo abraza con cariño, y también a los niños que están con ella. Luego, sin acercarse a mí, me guiña un ojo que me hace ser la purita envidia de las mamis, da media vuelta y se encamina hacia su casa, mientras yo sonrío y oigo las burradas que las mamás me aconsejan que practique con él.
Esa tarde, nada más entrar en mi apartamento, suena el timbre de la puerta. Un mensajero me trae los ingredientes para hacer la tarta de cumpleaños para boruto y hiwamari, los hijos de Hinata.
Una vez firmo el albarán con lo recibido, llamo a casa de mi amiga.
—¿Dígame? Quien coge el teléfono es sayu, la hija mayor de Hinata y futura actriz de culebrones. No hay nada que le guste más a esa canija que ver telenovelas, aunque su madre se lo tiene prohibido, y no podemos más que echarnos a reír cuando ésta nos ve y comienza con su particular forma de hablar. sayu es una niña que de pequeña no lo pasó bien por problemas médicos, pero actualmente está estupenda.
—Hola, tesoro —la saludo—.¿Cómo estás?
Tras unos segundos en silencio, en los que oigo uno de sus lastimosos suspiritos y soy consciente de que sabe que soy yo, responde:
—Fatal, tía Sakura. Jamás en mi vida volveré a creer en el amor puro y verdadero porque me acaban de partir el corazón. Me lo han destrozado, me lo han pisoteado, me lo han descuartizado, y...
Yo escucho boquiabierta, y entonces oigo la voz de Hinata, que dice:
—Sayu, por el amor de Dios, dame el teléfono, vete a tu habitación y haz los deberes del colegio.
—Pero bueno, ¿qué le ocurre? —pregunto preocupada.
—Nada, hija —contesta Hinata al reconocer mi voz—. Que acaba de terminar de ver la telenovela que le gusta y el tal Fernando Antonio Vascongadas ha dejado plantada en el altar a María de las Mercedes de Rionegro, y ya sabes lo dramática que es mi preciosa niña.
Ambas reímos. Sin duda Sayu es una buena pieza de museo.
Durante un rato hablamos de la pequeña, hasta que recuerdo el motivo de mi llamada.
—Oye..., te llamaba para decirte que ya he recibido los ingredientes para la tarta de los mellizos.
—Ay, Sakura, gracias, pero ya te dije que si no te apetecía no...
—Pues claro que me apetece, tonta —la corto—. Es para tus niños, que son como si fueran míos, y van a tener la tarta más preciosa de superhéroes que pueda preparar.
Dicho esto, hablamos un ratito más y, cuando nos despedimos, me vuelvo hacia Sarada, que ve dibujitos en la tele, y me siento con ella a verlos.
Esa noche, tras acostar a mi Gordincesa, voy a la nevera, saco una cerveza y, cuando salgo a la terraza, me sorprendo al ver que Sasuke está sentado en la suya con las piernas sobre la barandilla.
—Buenas noches, vaquero —lo saludo por cortesía.
Él me mira.
—Buenas noches, pelirosa.
¡¿Pelirosa?!
Eso me hace gracia, y me siento en una de mis sillas.
Durante un buen rato, cada uno en su terraza, hablamos de cientos de cosas.
Entre ellas, Sasuke me dice que Hinata le ha pedido que, cuando acabe la tarta de los niños, él la recoja y la lleve a su casa. Yo asiento encantada. No hay problema.
Después de eso, hablamos del mar, de las estrellas, de los viajes que hemos hecho, hasta que finalmente ambos acabamos de pie, apoyados en la barandilla, uno al lado del otro.
—¿En serio que, cuando Ino y tú desembarcasteis del crucero donde trabajabais en Génova, os robaron, os dejaron sin nada y acabasteis en la comisaría?
Recordar aquello me hace sonreír.
—Sí, amiguito, sí. Pero, por suerte para nosotras, Ino llamó a Francesco, un amigo suyo que vive en Portofino, y éste vino a por nosotras y nos acogió en su casa durante unos días. Por cierto, allí conocí a un tipo llamado Giacomo, al que apodé Giacomo el Paquetoni por lo mucho que le gustaba marcar sus encantos.
Sasuke ríe, ríe y ríe y, cuando deja de hacerlo, murmura:
—Pelirosa, llevaba años sin reír así.
¿Pelirosa otra vez? Y, sin querer remediarlo, pregunto:
—¿Por qué me llamas pelirosa?
—¿Acaso eres rubia? —Yo niego con la cabeza y, a continuación, él pregunta—: ¿Tú no me llamas vaquero por una foto que has visto? —De nuevo, asiento—. Sé que te llamas Sakura, como sé que tú sabes que yo me llamo Sasuke, ¿o no?
Asiento. El hecho de que sepa mi nombre me hace gracia, y sonrío cuando de nuevo cuchichea tras darle un trago a su cerveza:
—Giacomo el Paquetoni..., pero qué graciosa eres.
Vale. Lo va arreglando. Ya no sólo no soy preciosa, sino que encima soy graciosa. Está visto que le intereso menos que un mejillón, pero mira, casi que mejor. Es preferible no confundir amistad con otra cosa.
De pronto se oye un ruidito y ambos nos damos cuenta de que es su móvil.
Tras tres timbrazos, Sasuke lo coge y habla delante de mí. Su sonrisa se expande y, guiñándome un ojo, veo que escucha hasta que lo oigo decir:
—Ah, sí..., eres la azafata que Tyson me presentó hace dos noches, ¿verdad? —De nuevo, silencio—. De acuerdo. Setecientos cuarenta y seis. Dentro de una hora estoy en tu hotel, preciosa.
Con disimulo observo el mar y, cuando Sasuke cuelga, lo miro y dice:
—Te dejo. Voy a salir.
Asiento y, con la mejor de mis sonrisas, le deseo:
—Pásalo bien.
Él me guiña un ojo y, antes de encaminarse al interior de su casa, afirma con una sonrisa que me pone la carne de gallina:
—No lo dudes, pelirosa.
Cuando entro en mi salón, un extraño runrún me corroe por dentro. Pero ¿qué narices espero de un ligón así? Y, sin querer pensar en ello, me meto en la cocina, abro las cajas que he recibido y, tras sacar varios ingredientes, comienzo a preparar la tarta para el cumpleaños de boruto y Hiwamari mientras cuchicheo:
—Ea, pelirosa graciosa..., ¡a currar!

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora